jueves, 16 de octubre de 2014

Otra cara del Ébola



Quizás haya que convenir que la culpa pueda ser de todos. Nos hemos creído el cuento aquel que formamos parte de un mundo extremadamente organizado. Quizás creímos en exceso la eficiencia que pregonan los poderes o instituciones. Por eso pasamos de un recibimiento made in Holywood en la base militar de Torrejón de Ardos, del misionero español Miguel Pajares, primer español infectado con el virus del Ébola, a la rocambolesca situación de que un integrante del personal sanitario que atendió al segundo español contagiado, al día siguiente de fallecer Manuel García Viejo, acuda como si nada a la peluquería o depilación, y pueda estar trasladando consigo, las huellas del virus que desconcierta y diezma a países de África.

Y abunda la polémica en estas semanas en la península. Y también hace su aparición la paranoia. Y los medios convierten en un festival de desinformación el tema, y los partidos políticos renuevan comunicados sin contenidos y sin humanidad. Y los de a pie, colaboramos con expresiones caseras o presenciando actitudes de organizaciones o concentraciones, que nos obligan a pensar que estamos desfasados en los conceptos de solidaridad o empatía.
Y una parte del Ébola que no nos importa está instalado en todos lados. Es el que no nos importa, porque se trata del mediático o del cotilleo, el de hablar por hablar, por esa vieja costumbre de creer que tenemos opinión fundada para todo. En las redes sociales, en nuestros comedores, en las barras de los bares, en los programas de múltiple temática, en espacios como este. Y hablan todos, y duelen muchas esas opiniones, porque se tratan de personas que son de nuestro entorno, que habitan en un espacio físico cercano y nos obligan, muchas veces, a sonrojarnos porque cuesta creer que un ser humano pueda tener un análisis tan rastrero.
Y yo entre medio me hago un sinfín de preguntas alternativas a toda esta parafernalia. Mi primera duda es saber como hizo el misionero Miguel Pajares para encomendarse a sus labores durante dieciocho años, en esos rincones olvidados del planeta. ¿Cómo se logra tamaña dedicación? Se entregó a su misión y a los enfermos, hizo uso de los escasos recursos para arrojar un poco más de vida a los habitantes de aquella parte del planeta. Y fue testigo de primera mano de un mundo que sabemos que existe, pero agradecemos por no habitar.
Y cuando se infectó del virus, pidió que lo atendieran en su país. Había visto morir a muchos de los que asisten a los enfermos. La tasa es altísima entre el personal sanitario que acompañan la enfermedad. Y más allá de garantías o seguridades, o políticas sanitarias, parte de sus conciudadanos se vieron en la obligación de contrariar el deseo del misionero. “Que se quede allí”, dijeron varios parroquianos mientras apuraban su croassant, o peor aún mientras se tomaban su primera ingesta de alcohol, en los desayunos ibéricos de nuestros bares.
Y entre los entendidos supongo que la polémica estaba servida por la capacidad o no de recibir a un infectado y que no resultara la puerta de ingreso de la enfermedad al continente. Una enorme mayoría avaló la repatriación del misionero contagiado. Algunos críticos opinaron que era aconsejable tener primero el material experimental para tratar al enfermo, y aplicárselo al instante de su arribo. Otros estaban en contra de tamaño riesgo. Los hubo los que aprovecharon para refrescar el enfrentamiento con la Iglesia. Otros, preguntaban si aquella política de recorte sanitario y desmantelamiento de las instituciones sanitarias, se vería reflejada en la efectividad de este procedimiento. El gobierno (o la prensa, ya no distingo quien es el que lo dice o piensa) primero evaluó quien se haría cargo del operativo. La oposición mostró su artillería. Y la gente opinó libremente, volvió a salir el eterno discurso del despilfarro que se hace de nuestros impuestos. El jefe de gobierno, unos días después, compareció para manifestar que era claro que el Estado asumiría el coste. Habíamos llegado a ese grado de polémica. Un mes después pudimos comprobar lo que hacían políticos de todas las plataformas, sindicalistas, consejeros o delegados, con tarjetas opacas de un banco rescatado en cuestión de días por la banca europea. Y ahí nos quedamos, en saber si Pajares era o no prioridad en el día a día. Pajares falleció, los implicados en las tarjetas opacas seguro que tienen larga vida. El banco rescatado anuncia sus beneficios en el año siguiente del rescate. Esas son las preguntas que me hago, que no tienen sentido. ¿Por qué Pajares ofrendó su vida al prójimo?
Después de observar las medidas de seguridad al arribo de Pajares, creímos que en materia virológica, estamos a la altura de aquellas grandes producciones cinematográficas. Por eso vimos un despliegue de aviones esterilizados o medicalizados, ambulancias con dispositivo de aislamiento biológico, el ingreso en una planta que respondía a una palabra que todos hemos pronunciado desde entonces: protocolo. Desde el arribo del hombre a la luna, que no se observaba tamaño espectáculo entre los mortales. De hecho, se le atribuye a la Directora General de Salud Publica, el contenido de un mensaje similar a: “estamos recibiendo peticiones de información de otros países europeos para planificar sus protocolos en caso de irrupción del virus”.
Por eso me llama la atención que un personal a cargo del cuidado de un infectado, pueda ir a los pocos días de fallecido el paciente a su peluquería habitual, sin recaudos u observaciones. No me cierra, eso no sucede en las películas, Hollywood lo hace todo más sofisticado, más controlado, más protocolo. No quiero juzgar a una persona, que al día de hoy continúa aislada en su tratamiento. La pregunta va en combinación con eso de creernos que tenemos todo controlado. La pregunta va orientada a esa palabra: protocolo. Como pueden suceder esas cosas, si todos conocen el protocolo, la operatoria. Para que esa sensación de aislante, de meticulosidad. ¿Por qué el error humano o de protocolo es tan inminente?
Y como la contagiada estuvo en contacto en su casa con su marido y su perro, Sanidad opta por aislar al marido y sacrificar al animal. ¿Es el procedimiento más razonado? Aseguran que a 40 kilómetros de Madrid, existe un centro veterinario líder mundial en el control y estudio de enfermedades infecciosas animales. ¿Por qué no lo utilizaron? Y de inmediato, hubo manifestaciones de apoyo al animal, polémica y carga policial, con un sinfín de medios gráficos que hasta nos aportaban fotos del perro solitario, en el balcón de su casa. El animal fue sacrificado a pesar de no tener en claro su situación en esta cadena de contagios. Y sobre la dueña misma del can han existido, apenas, minoritarios actos públicos. Y de África no se han manifestado en absoluto. Y tengo otra pregunta: ¿Este es un procedimiento normal de nuestras sociedades o estamos bastante enfermos?
¿Tenemos más empatía con un animal que con otro ser humano? No se trata de no defender al animal, en absoluto. La duda la genera nuestro habitual comportamiento con nuestros similares. Ya escribí el invierno pasado sobre la dualidad de recibir con entusiasmo a una foca perdida por las tormentas del mar y por el fastidio de recibir otra patera más con inmigrantes africanos, que buscan ganarle días a la vida. Me lo sigo preguntando: ¿Nos moviliza más una mascota que la integridad de otro ser humano? Al menos esperaría movimientos semejantes.
En el desarrollo de esta enfermedad, podemos al menos precisar que su alto índice de mortalidad, esta dado sobre todo porque medra sobre sistemas de salud débiles. Es decir, que se ceba sobre los débiles del mundo. En el mismo continente, Nigeria y Senegal están logrando controlar el mal, aún sin distraerse. Pero no se logra que finalmente se encare el problema en países como Liberia, donde el desconsuelo y abandono parece permanente. Viendo las escenas de preocupación, paranoia o algo de pánico de los vecinos de la enfermera, en Alcorcón, podríamos suponer el miedo que significa arrastrar con 3.500 muertes en un continente bien cercano.
La paranoia llego al futbol, generando situaciones ridículas. Un jugador del Rayo Vallecano, equipo de primera división de la comunidad de Madrid, tuvo que regresar de la concentración de su seleccionado, preocupados de tener que jugar en Marruecos. Lo mismo sucedió con un jugador camerunés del Celta de Vigo. En ninguno de los países se han registrado casos de Ébola, y el sentido común indica que el jugador del Rayo Vallecano tiene más posibilidades de contagio en Madrid, que en Marruecos. Y en el caso del camerunés, el lugar del encuentro estaba más alejado que la distancia que media entre Vigo y Madrid. El despropósito del miedo, inicialmente, y del egoísmo, finalmente.
Los que continúan su sacrificada actividad en el terreno afectado, no saben cómo precisar el sentimiento de orfandad y desolación por la que atraviesan estas poblaciones. Lo resumen graficándolo como un gigante invisible, que gana la partida a cada paso dado. No hay medios para vencerlo, diez ambulancias en un ámbito de quinientas mil personas, siquiera se puede llamar insuficiente. En Monrovia, por ejemplo, personal de Médicos sin Fronteras deben atajar en la puerta misma de sus centros, a personas enfermas y decirles que no pueden asistirlas, porque no cabe más gente dentro. Dicen que no olvidan el miedo en los ojos de esa gente, que saben que tienen la muerte dentro y avanzando. Y los cooperantes juramentan que habían pronosticado este estado con mucha antelación, es decir que se ha mirado hacia otro lado.
La empresa Blue String Ventures afirma en su web: “Convertimos grandes dominios en grandes websites”. Esto significa que la empresa adquirió en su momento el dominio ebola.com, con el objetivo de revenderla a la industria farmacéutica. El momento parece ser este, y el precio de salida lo estimaron en 150.000 dólares. Fukushima.com, o arthritis.com, sirven de ejemplo de eficacia empresarial.
“Un perro en Madrid ha generado más movilización que miles de muertes por Ébola en África”, sentenciaba en su twitter, el diputado del PSOE, Martín Madina. Las redes sociales recogieron 300.000 firmas en el inútil intento de salvar la vida de Excalibur. Los psicólogos defienden la teoría del amor a la mascota, como algo lógico: “En las relaciones humanas, las parejas que más se aman son las que establecen una serie de conductas juntos: hacen planes, se dan cariño, tienen un proyecto en común. Es lo mismo en el caso que cuidamos a un animal, lo queremos, lo atendemos y el nos devuelve con cariño, que fortalece el vinculo en el tiempo”. Es una definición que todos podemos comprender, porque seguramente la mayoría la ha experimentado. La duda de Madina, y también mía, es la empatía que puede producir un perro del vecindario, de la comunidad, de la provincia o del país, con respecto a otros humanos, de otras latitudes. ¿Por qué no salimos a juntar firmas? Quizás sepamos que es inútil. ¿Es que acaso conocemos la respuesta eterna hacia África?

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