jueves, 23 de octubre de 2014

Costumbres argentinas



“Están en un país de recursos gigantescos, de utopías realizadas que han disminuido las leyendas árabes haciendo efectiva la transformación de indigentes en príncipes del éxito. Entren en el país de las maravillas”.

Dr. José Guerrico, Director General de Migraciones, dicho el día de la inauguración del Hotel de Inmigrantes, en el puerto de Buenos Aires. Fecha: 25 de enero de 1911.
 
Este año se cumplen treinta años de egresado de la escuela secundaria, el Instituto San Román. En una grata costumbre, muchos de esos ex alumnos se suelen reunir para finales de cada noviembre, para amenizar un asado, intentar jugar al futbol, compartir anécdotas y profundizar ese lazo de amistad que cinco años de estudio ha forjado entre nosotros. Y yo observo los preparativos de esas reuniones desde el País Vasco. No puedo acercarme para esas fechas, pero igual leo todos los correos que el inefable Chirola Schaller envía a todos los que mantienen un correo electrónico actualizado.
Y está Schaller, hay otro Schaller, después Bonsembiante, Cariddi, Gazzo, Kaplun, los dos Iglesias, Bordagaray, los dos Gómez, Avalos, Justo, Prieto, Ratti, Strenitz, Berretoni, Álvarez, Pérez Bridoux, Orn, Carlomagno, Kailidis, Capella, Mórtola, Ledesma, Cabrera, Pickering, de la Fuente, y así hasta contar más de setenta apellidos. Lo magnifico de estas relaciones es que se mezclan los apellidos, los orígenes, las historias de vida desconocidas. A mí nunca me interesó saber que me diferenciaba de Kailidis, Cabodevilla, de la Fuente o Lamas. Sabía que eran compañeros míos de colegio, jugaba futbol con ellos y encima compartíamos la pasión por River Plate. Con Pablito Strenitz, el chino Iglesias o Marcelo Mórtola me unía un cariño, respeto, compañerismo y el único recelo, que fueran de Boca Juniors. Si hasta recuerdo haber compartido tribuna de River en el mejor clásico de todos los clásicos, con Iglesias, Strenitz y mi viejo, todos hinchas de Boca. Por suerte ese día ganó River 2 a 1 con goles de Passarella y Luque.
Nunca me hizo ruido un apellido de un amigo. Argentina tiene eso, un vecino se apellido Rizzo y el de la puerta de al lado Valente. Puerta en diagonal habita Lagos y subes a diario en el ascensor con Cetkovic. Así con mis amigos, mis vecinos, hasta con mi familia política. En mi sangre tengo Adn vasco y español por un lado, y por el otro, vaya lío: italianos, portugueses, holandeses y ya me pierdo. Parece la Unesco cada vez que me quitan sangre para un análisis.
Este año fue furor una película en España en general, y en el País Vasco en particular, de nombre “Ocho apellidos vascos”. La prosapia de una legítima familia de las vascongadas se avala por la profundidad de los apellidos de sus ancestros. Yo, que nunca pensé que sería inmigrante, al llegar por primera vez al pueblo donde nació mi padre, Plentzia, comenté casi sin interés que mi viejo había vivido aquí sus primeros cuatro años de vida, antes de marchar para Buenos Aires. La única pregunta inmediata fue querer conocer los apellidos de mi viejo. Marina López contesté, teniendo en cuenta que nunca reparé en mi vida en López, ya que en mi país el apellido de la mujer se pierde a expensas del hombre. Pero todos insistían con mis apellidos, vaya curiosidad parcial por conocerme, sólo les interesaban los apellidos de gente, que lamentablemente no llegué a conocer. Me parecía absurdo, me tenían frente a ellos pero ellos solo querían conocer a mis siete generaciones anteriores. A la mención de mis apellidos paternos, algunos se contentaban con decir que al menos López podría encuadrarse en un apellido vasco. Yo no entendía tamaña dedicación a los árboles genealógicos.
El Hotel del Inmigrante de Buenos Aires era el centro de una pequeña ciudad dentro de una inmensa ciudad. Disponía de lavaderos, escuela, panadería, herrería, carpintería, cine, correo, telégrafo, banco, depósito de equipajes, bellos y extensos jardines, además de amplios comedores y dormitorios. Ubicado junto al Río de la Plata, en la Dársena Norte del puerto de la ciudad, recibía oleadas constantes de inmigrantes, que se acercaban a una tierra prometida, que les permitiera recuperar expectativas de un posible desarrollo en armonía y paz, algo impensado en la Europa de entonces. El volumen anual en aquellos tiempos, de pasajeros que llegaban a nuestra ciudad, superaba holgadamente el medio millón.
Y en esas paredes se desarrollaban diferentes historias, algunos levantaban de inmediato la cabeza y se afincaban en el país, y otros comprobaban que su buena estrella no habría de estar en ese país perdido casi del mapamundi. Desde 1880 a 1930 se dio el mayor movimiento migratorio en nuestro país. La industria y la agricultura deben seguramente, parte de su desarrollo, a esta vieja savia nueva que ayudó a una colonización bien planteada. Sin intentar chocar los distintos credos y formas de la migración, todos tenían un bien común, el salir adelante. Indudablemente ayudaba y mucho la existencia de conciudadanos, daban una especie de calor al alma la inmediata identificación con los suyos, ya sea conocidos o extraños. La gente finalmente se agrupaba por nacionalidades. De eso entiendo algo, sin ser un estandarte de aquella inmigración, mis primeras amistades fueron esos milagrosos argentinos que coincidieron conmigo en aquel 2002 en esta pequeña villa costera.
En la puerta de uno de los dormitorios del extenso Hotel, uno de aquellos testigos recuerda la existencia de una frase, toda una intención de que todo saliera bien: “Se trata de un sacrificio que dura poco”. No hay nada más complejo que los primeros días fuera de tu hábitat natural. Los trámites con su burocracia, las opiniones cruzadas o encontradas, la soledad, los momentos de confusión o angustia, hasta el cansancio parece pesar más. Pero lleva un tiempo, la constancia y la tranquilidad ayudan a superar ese trance. En mi caso, el email y el teléfono fueron parte de mi sostén. El mayor porcentaje de resistencia lo dio mi comunión con Fernanda. Son esas pequeñas cosas que finalmente resultan inmensas para aferrarte a sacar adelante un buen destino.
Llegaban en los barcos o vapores de la época, y lo primero era soportar la larga fila para registrarse. La primera de las curiosidades se daba en ese registro. ¿Cuántos apellidos se habrán perdido definitivamente? Por ejemplo, aquel Etxeberría que de buenas a primeras y por impericia del que registra y por descuido del que arriba, pasó a ser eternamente en Argentina, Echeverría. Luego del registro, te acercabas a tu cama, dejabas tus petates o equipaje, y el siguiente paso era recabar información con los conciudadanos que estaban ya hace unos días allí, y animarse al primer paseo por esa enorme ciudad que ya se estaba gestando en Buenos Aires.
El problema del idioma generaba aún más incertidumbre. Arribabas a un lugar desconocido, él que era campesino, por ejemplo, de inmediato se abrumaba con esa extensa llanura que era Buenos Aires. Las segundas curiosidades se habrán dado en ese afán de comunicación que todo hombre necesita para intentar afianzar sus raíces en una nueva tierra. De esta ansía, se enriqueció nuestra lengua. Nuestro lunfardo, a veces tan criticado por las supuestas clases altas de nuestra sociedad, es el fruto de palabras sueltas de estos inmigrantes en la búsqueda del entendimiento. Y ese lunfardo, tantas veces nos permite escuchar las melodías de idiomas como el catalán, el italiano, el genovés o el siciliano, como algo no tan extraño, en nuestras visitas a tierras extranjeras.
El Hotel tenía una capacidad para albergar gratuitamente a dos mil personas. En sus comedores se manejaban dos turnos de comida: uno para mujeres y niños, y el segundo para los hombres. En la práctica, podían quedarse hasta 15 días en el establecimiento, pero muchas veces se habrán atendido consideraciones para dejarlos permanecer más de un mes. Las colocaciones no debían ser fáciles. Muchos de estos arribados, quizás permanecían unos días solamente. La presencia de un familiar o amigo ya afianzado, les permitía acceder a una habitación compartida, o a una pequeña casa. Muchos de los arribados, optaban rápidamente por el destino del campo, entonces conocerían de primera mano, la profundidad de la extensión pampeana de nuestras tierras.
Dos nacionalidades se llevaron la palma en este torbellino migratorio: españoles e italianos. He aprendido que para clasificar a los españoles debo tener en cuenta sus diferenciaciones. Y ahora conociendo la vida en la península, puedo admitir lo difícil que sería para un vasco o catalán, que se los clasificara primero de españoles, y con la confianza del tiempo, luego en “gallegos”. Pero del otro lado, creo que lo definirían con cariño. El desconcierto era mutuo, Argentina parecía un país casi recién horneado, y la gente no podía detenerse a conocer las diferencias y disputas que la habitualidad genera en los mortales.
Pero también arribaron franceses, judíos, austro-húngaros, alemanes, suizos, holandeses, portugueses, serbios, croatas, armenios, belgas y tantas otras nacionalidades. En 1952 arribó la última oleada de inmigrantes europeos, y poco tiempo después, el edificio dejó de funcionar como tal, y fue abandonado. En los años setenta, tuvo un arrebato pero ya estaba instalada la decadencia de las instalaciones, la oleada de inmigrantes de los países vecinos se llegaron a hacinar esperando mejor suerte. Bolivianos, chilenos o paraguayos, albergaban las mismas ilusiones que aquellas masas de europeos, quizás es una cuenta pendiente en nuestra historia, ser mejores personas con nuestros vecinos limítrofes. Largas colas de inmigrantes bien cercanos, vieron como se demoraban sus posibilidades legales de residencia. Es de decir, que Argentina siempre ha sido un país receptor, con sus buenas o malas formas, pero predominando la buena intención en nuestros habitantes, al menos, los que yo conozco y trato, salvo contadas excepciones (que no voy a nombrar).
En 1990 se declaró Monumento Histórico Nacional el conjunto del predio. A partir de 1996 se planteó la necesidad de recuperar el viejo y abandonado edificio. Se erigió las bases del Museo de la Inmigración. Hoy cuenta con una biblioteca especializada, archivo fotográfico, archivo documental, microcine, sala de exposiciones y muestras permanentes. Hoy podemos acceder a un particular souvenir: un prolijo cartón impreso con los datos de tu antepasado inmigrante que habitó algunos días en aquel Hotel. Entre los datos que encontrarás, figuran los nombres y apellidos, procedencia, barco en que arribó y fecha de acceso. Todo aquel que pueda hacerse con ese papel impreso, puede experimentar a que se refiere aquel viejo dicho nuestro, o vaya saber su origen: Borrón y cuenta nueva. Y una nueva vida, un sinfín de generaciones posteriores, que pueden al menos intentar conocer parte del esfuerzo de aquel mecenas, que con sólo sus ganas de conocer mejores tiempos, dejo las bases del ser argentino.
Esa Torre de Babel que es nuestro país, se construyó también con este esfuerzo. Primitivos lazos de solidaridad y compañerismo, se gestaron en ese predio. Se forjaron vínculos, se compartieron penas, se participaron de las buenas noticias ante la colocación de parte de ellos, se insertaron en una tierra desconocida. Si muchos de ellos hoy vieran las absurdas diferencias que nos separa y aleja, pensaría que su esfuerzo sigue valiendo la pena, pero el hombre ante la habitualidad se vuelve bruto, no de conocimiento, sino de intolerancia.
Falta poco para que mis ex compañeros se vuelvan a encontrar. Este año los alienta un número redondo, treinta años. Nos vamos haciendo viejos, el tiempo pasa, es una desordenada manera de recuperar a la negra Sosa. Kailidis se sentará junto a Berretoni y Lamas. Y recordarán las mismas viejas anécdotas, volverán a hablar de este nuevo River, que parece ser el mismo viejo River, que nos llenó de orgullo hasta hace bien poco. Y yo haré fuerza desde el País Vasco, seguramente apoyado por todos los amigos o conocidos que hice aquí, y que me permite seguir suponiendo que el vinculo de la amistad y afinidad es el que finalmente saca adelante nuestras vidas, y en silencio dibuja el contorno de las naciones, más allá de que le pese a todo nacionalismo…

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