lunes, 3 de marzo de 2014

Un tal Rafa



El tal Rafa no es de las personas que pasan desapercibidos. Pero no porque irradie algo especial, no se le vislumbran dotes, maneras, ni carisma, ni estilo. No, no pasa desapercibido porque él así lo requiere. Es de esas personas que rompen el silencio al opinar de cualquier cosa, aún  cuando nadie le consulte. Hasta hoy era el único rasgo que le veía las pocas veces que me lo cruzaba; ahora, tengo de él una peor referencia.


Cercano el final del tratamiento de las tantas lesiones que me ocasionó aquella caída en los escalones del Cristo, en Plentzia, sigo acudiendo al centro de rehabilitación casi todos los días. Elegí pasado el mediodía como horario habitual, hay menos gente y entonces, mucha tranquilidad. Ideal para dar rienda suelta a quizás el único vicio del que abuso hoy en día, la lectura. Como tengo media hora de magneto terapia, otros diez minutos de corrientes y otros diez minutos finales de hielo en el tobillo, tengo casi una hora para poder leer con tranquilidad. En el medio, tengo otros diez minutos de bicicleta fija y otros tantos de movimientos de tracción o de masajes, donde no leo. Respeto la compañía del fisio que se esmera en recuperar el movimiento de mi maltrecho tobillo derecho.

El funcionamiento del centro me gustó de entrada. Siempre habrá cosas para modificar o mejorar,  pero si tengo que recurrir a tratamientos de rehabilitación, siempre optaré por ese centro. Es cómodo, está bien ubicado, y tiene dinámica. Además, puedes arribar en el horario que más te convenga, y no tienes que avisar previamente. Eso te da una libertad de movimientos que no suelen abundar en asuntos médicos.

La crisis también se nota en la rehabilitación, hay menos movimiento de gente y menos fisioterapeutas. Años anteriores eran una legión de fisios organizando la ruta de los distintos pacientes, que se acercaban en diversos horarios. A uno lo ubicaban en la camilla donde está uno de los aparatos de ultrasonido, a otro le ponen las corrientes, a otro los rayos uva para recomponer zonas doloridas y al resto los ubican en la zona de masaje. Vamos, que es lo más parecido a una cadena de mando de una fábrica, nada parece estar abandonado al azar. Cuando están determinando por dónde comienzan contigo, en realidad te están viendo como una pieza de un puzle, para que en lo posible no pierdas demasiado tiempo en cada sesión. Y la cosa funciona muy bien, no hay grandes atascos durante la jornada.

Habrá fisios que hagan mejores masajes. Hay un par que parecen flojos o inexpertos. O lo que es peor, inexpresivos. Como que la profesión no va con ellos, que no la escogieron por vocación, sino por descarte. Estos te suelen tocar cada tanto, es verdad que he tenido suerte y han sido las menos veces. Pero algún masaje tanto en las cervicales por mi eterna escoliosis lumbar como en este inédito hasta finales del año pasado tobillo derecho, han sido dados por estos profesionales sin alma. Al menos, debo reconocer, que se trata de personas que te caen bien.

Y el otro componente de este engranaje lo dan los pacientes. A todos nos duele algo, y no todos reaccionamos del mismo modo. Están los que se quejan todo el tiempo, están los que llegan con el tiempo justo y cada rato un resoplido advierte que no pueden seguir allí esperando el masaje o el bendito hielo reparador. Muchos son personas mayores, los hombres algo silenciosos y las mujeres que hablan de sus cosas o releen esas revistas que todos odian, pero que siempre están a mano en cualquier consulta y revistero.

Y el tal Rafa es de los que hablan todo el rato. Si tuviera que explicar porque no me cayó nada bien las veces que coincidí con él, tendría que decir que me molesta lo confianzudo que es. Y lo mucho que grita, no sólo le gusta hablar, le encanta que le escuchen. Y es de aquellos personajes que siempre tienen a mano el tópico del momento, siempre tira del estereotipo. Entonces, de vez en cuando su conversación pueda resultar si no agradable, al menos soportable. En una oportunidad se metió en mi cabina de magneto terapia e hizo alguna broma (lo peor de estos personajes es que se creen originales o graciosos) ante lo que tuve que esbozar una sonrisa como que me pareció original o novedoso. Es que el estar todo el rato leyendo un libro, a veces genera en el otro como una necesidad de tantearte, no puede ser que yo siga leyendo con tantas cosas interesantes que él siempre tiene dispuestas a regalarnos.

En los años que vivo aquí me he topado con varios de estos personajes. Simplones, campechanos y a su vez contundentes en sus dichos o sentencias. Nunca me enfrento con ellos en un disenso ni asiento aprobando sus pensamientos. Luego no te los quitarás de encima. Y es más, cuando no coincidas en su espacio de tiempo, es de los que te suelen sacar el cuero. Algo que en el correr de estas líneas seguiré haciendo yo, pero porque se lo merece.

El riesgo de ser extranjero en una tierra es que puedes ser en determinado momento más trascendente que un embajador. Si tuvieras un encontronazo con alguien de la tierra donde habitas, este puede prejuzgar con sus muchas o pocas razones, que todos los de aquel país son violentos, engreídos, bordes, presumidos o puede seguir sin fin los adjetivos. A veces el estereotipo del porteño argentino es muy determinante, y como yo nací en Capital, no tengo ganas de agrandar la leyenda. Eso, y que en realidad, no soy un tipo que se meta con nadie. Pero a veces, y sobre todo cuando escuchas que la otra persona dice mucha tontería, te dan ganas de contrariarlo. Pero yo, opto por recordar que soy el distinto, y no tengo ganas de prolongar el estereotipo.

Entonces muchas veces no digo nada cuando te afirman que los de aquí tienen honor, palabra o nobleza. Muchos lo tienen, pero no creo que sea un rasgo exclusivo de una raza. Hay muchas personas que prefieren comportarse con ese honor en la vida y no todas han nacido en el mismo barrio, en la misma comunidad, ni menos, en el mismo sanatorio. Pero a los estereotipos no hay como combatirlos. Si en esa humildad o nobleza, alguna vez te sacan de quicio y reaccionas, ahí saldrá a relucir tu origen argento. Y yo al tal Rafa no pienso contradecirle. Y visto lo de hoy, casi que no me lo quiero cruzar ni en el ascensor.

El tal Rafa es de los que analizan la actualidad con crudeza. Tiene un par de obsesiones que comparte con su público. Una de sus grandes problemas es la corona española. El otro problema serio que aborda a diario es la falta de honestidad y escrúpulos de los políticos. Sus arengas siempre van dirigida a los excesos de los manejos del dinero por parte de los dirigentes y a lo fácil que les resulta el torcerse en los caminos de la vida. Entonces la palabra ladrón estará siempre a flor de piel y las opciones de erradicar ese mal casi siempre pasarán por pegarles unos tiros o meter a todo dios preso. La infanta y su citación ha sido una de sus víctimas preferidas en los últimos tiempos. Y eso, repito, que he coincidido con él no más de cinco o seis veces.

Otro colectivo que le apasiona es el de los extranjeros que viven del cuento en este país. Los famosos subsidiados, esos famosos que vienen aquí y que con mentiras, logran que el estado le subsidie todo sus gastos. Entonces el tal Rafa menciona etnias, razas, costumbres y frases hechas. Yo sigo con mi lectura, he aprendido que cuando hablan de extranjeros, la cosa no va conmigo. Y no va conmigo, porque mas allá de que nunca he tenido un subsidio o ayuda económica de ningún tipo, los argentinos solemos caer bien, a pesar de que generemos algo de pica con los nacionales. Y que las últimas generaciones de argentinos que han salido del país parecen haber mejorado el concepto que de nosotros guardan en el extranjero.

Pero así todo, me molesta cuando deja de lado a los políticos y comienza con los inmigrantes. Estuvo algo molesto, además de desafortunado, cuando juzgó a los africanos que logran sortear las vallas o mares de Ceuta o Melilla para ingresar en territorio español. Y fue agresivo al indignarse de que varios de estos africanos cuando sortean todos los obstáculos, y logran llegar a la policía, lo hacen festejando como si se hubieran ganado la grande. Saben, que comienza un proceso que les permitirá de momento permanecer en Europa. El tal Rafa se indigna con esta gente, porque tendremos que utilizar nuestros impuestos para vestirlos, darle un lugar donde dormir y comer, y lo única que se lograra es que se amplíe la masa de inútiles que vivirán a costa del estado.

Mientras tanto, los fisios hablan entre ellos. Lo bueno de estar compenetrado en la lectura es que todos creen que los que leemos no estamos atentos a otras cosas. Y hace unas semanas, en medio de mis movimientos de tracción, dos de ellos conversaban sobre algo que se había extraviado en el vestuario de mujeres y entre susurros, creí entender que no era la primera vez en los últimos tiempos. Como no suelo meterme en otras conversaciones, me quedé con varias dudas, pero llegué a escuchar un comentario, más que un comentario fue un movimiento de cejas que señalaba el andar del tal Rafa, quien había terminado con su sesión, que para dar más datos que en realidad nada aporten, se trata en el centro de una dolencia en la zona de la rodilla.

Ese movimiento de cejas me dio a mí la sensación que era como incriminatorio. Porque hasta ese momento estaban hablando de las personas que justo estaban en el centro al momento que a la mujer le faltara algo personal. Lo lógico es que las dudas fueran dirigidas hacia sus pares, ya que los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, en el tema vestuarios. Pero la mirada del que me estaba trabajando el tobillo quiso decir más, pero yo me quedé con la duda. Y ese gesto alimentó en mí aún un mayor rechazo hacia el tal Rafa. Y no lo volví a ver.

Hasta este mediodía que ingresé en el vestuario y estaba el buen hombre, el campechano, el probo de los principios morales, el que odia a la nobleza y lo que roban todo el tiempo, que metería en chirona a todo político, en fin, el tal Rafa. Me saludó con su entusiasmo habitual y yo procedí a dejar mi chamarra en un perchero individual que tenemos y mis zapatillas y calcetines en el suelo. Al irme, me llevé mi libro y me despedí de él. Me senté en el pasillo esperando que comenzaran con mi recorrido habitual, y en el momento que el tal Rafa salió del vestuario terminando de anudarse su bufanda y saludando con su habitual grito aldeano, me di cuenta en su mirada que algo había pasado. Y en el mismo momento, recordé que como había elegido ponerme el pantalón vaquero que tiene el bolsillo izquierdo agujereado, había optado por dejar mi cartera en el bolsillo de la chamarra.

Me levanté, volví al vestuario y comprobé que estaba mi billetera. Eso sí, las diversas tarjetas que tengo alineadas, no lo estaban tanto. Y el último detalle fue que un par de horas antes y de casualidad, había mirado en el interior de mi cartera si disponía de efectivo, ya que me suele pasar que muchas veces no me percato de que no tengo suelto y tengo que tener a mano un cajero de mi banco en el  caso que me quiera tomar un café para leer el marca. Y cuando miré a la mañana, tenía dos billetes en mi cartera: uno de cinco y otro de diez. Y en el vestuario me encontré con un solo billete, el de diez.

No lo puedo confirmar con precisión, sé que estoy seguro de que tenía quince euros. Y no me puedo quitar la mirada del tal Rafa al despedirse en el pasillo. Disimuladamente le conté a la fisio que me trató, lo que suponía y ella con su mirada, me dio a entender que me seguía, que avalaba mis sospechas, pero que no era ella la que iría a confirmarlas. Le dije que había escuchado alguna vez los rumores y que ni bien me miró en el pasillo recordé todo y salí en busca de mi chamarra. La cuestión es que no me faltó nada más y todo puede pasar por una duda, por un preconcepto, por la idea que le pueda tener al tal Rafa. Pero durante la hora y media que estuve en el centro, se sucedieron los comentarios en voz baja, y sé que a más de uno, hoy se le confirmaron sus sospechas.

Así que si me vuelvo a cruzar con el tal Rafa, tendré que compenetrarme aún más en la lectura, ya que sería desagradable escuchar otra de sus diatribas sobre la inmoralidad vigente. Como no puedo confirmar que me faltan cinco euros, y el importe no me cambia nada (a lo sumo mejora el bajo concepto que de él tenía) quedará en esta anécdota y dependerá que nadie más se dé cuenta que el tal Rafa estuvo presente a la hora de otro descuido. Pero siempre me acordaré del estilo campechano y confianzudo de este hombre, y sus referencias al honor, a la palabra y a la nobleza de la que se suma. Y otra vez, pensaré mal de todos esos tíos que viven del cuento de querer sentirse distintos, los dueños de una raza que supera todo lo visto.


PD: No iba a escribir hoy, por la resaca de mi cumpleaños y porque no tenía una temática lo bastante desarrollada. El tal Rafa me permitió sentarme y en tiempo record, inundar cuatro carillas de letras. Sabrán disculpar las incorrecciones que el texto pueda tener, ni lo corregí ni lo razoné, solo tipeé mi desencanto.

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