jueves, 20 de marzo de 2014

Imágenes retro



Atrapado en una cuadricula general de 9x9 y con pequeñas batallas de 3x3, el sudoku consiste en buscar soluciones de deducción.  No es un juego de matemáticas, sólo se tienen que ordenar los números, pero podrían ser reemplazados por letras o signos, y seguiría siendo el mismo juego.


A partir de 2005 se popularizó con la presencia en los distintos periódicos del mundo en la sección de pasatiempos. Se convirtió en furor, recuerdo que todas las mañanas era el encargado de llevar a la fábrica donde trabajaba, varios ejemplares de los periódicos gratuitos que repartían a la salida de las estaciones de metro. Era el único que utilizaba el transporte público para ir a trabajar a la fábrica, paradojas del proletariado. Los dejaba sobre la mesa de trabajo de mi compañero salmantino Paco y en unos minutos, cada uno de los integrantes de la cadena de mando se dedicaba a saltear esa cadena y dedicarse a los deportes, a los chimentos de espectáculos, a la receta de cocina y un par de anónimos, hasta que los descubrieron, se especializaban a recortar sin arte ni estilo la grilla de este juego para abordarlo en soledad. Hasta allí solo me llamaba la atención este entretenimiento por los gritos de Paco, ya que no le gustaba que rompieran de ese modo el periódico, su intención al final de la jornada era llevárselo a su casa.

Con el correr de los meses, recuerdo al sudoku como una salvación. Me sirvió para superar la infinidad de horas muertas que ese tipo de trabajo propone. En realidad, más que el trabajo, el estilo de los propios trabajadores o síndicos, ya que la cadena de mandos se convierte en una lenta carrera para hacer tiempo, para lograr horas extras y para convertir en vagos a todos, incluidos aquellas personas que no tienen problemas en trabajar durante las ocho horas de una jornada. Si yo adelantaba el trabajo (más que adelantar solo era cumplir), obligaba al de atrás, que era el soldador a seguir trabajando porque se acumulaba en su jaula la faena, y por otro lado, exponía al de adelante, porque su plataforma estaría vacía y parecería que no me estaba entregando material. Todo por ráfagas, y entre algo de trabajo, el de atrás dormía una siesta que yo vigilaba, y el de adelante se fumaba un cigarrito o charlaba con el de otro sector y mientras tanto, yo hacía varios sudokus para licuar mi confusa mente que se empecinaba en preguntar cómo había llegado a ese trabajo, y cómo se podría salir de él.

Este juego bien ejecutado tiene una solución única, completar las grillas sin repetición de los números y a su vez cada número no puede estar repetido observando las celdas que le rodean. No es matemático, pero sí de lógica y razonamiento. Y muchas veces las pistas que nos facilita la grilla no son suficientes para avanzar en el desarrollo. Hay distintos niveles de exigencia, y los que denominan sudokus para expertos suelen ser difíciles de solucionar. Muchas veces es recomendable no utilizar tinta sino lápiz por que se debe borrar en infinidad de veces, cuando se llega a arriesgar un camino ante la falta de pistas.  Cada tanto suelo dedicar un tiempo a resolverlos, y confieso que más de uno ha quedado mal resuelto.

En la última semana el juego fue noticia destacada al publicarse una foto donde el Vicepresidente de la Nación Argentina, en su calidad de Presidente del Senado, se debatía en medio de una comparecencia del Jefe de Gabinete, en la resolución de un sudoku. La noticia puede ser similar en cualquier latitud del globo terráqueo. Están los que hacen compras por internet, descargan diversos catálogos, miran videos, se ensalzan en apasionados chats, enviar tweets constantes en vez de tomar alguna vez la palabra, o miran disimuladamente porno mientras sus compañeros sesionan. La polémica se desata cuando una foto es difundida en los medios y reanudamos la discusión sobre la calidad de la gestión del trabajo de estos legisladores. ¿En realidad creemos que nuestros legisladores se enfrascan en apasionados debates o enmiendas para mejorar la calidad de vida de las instituciones y sus beneficiarios sin dispersarse o escaquearse?. Será que idealizamos a estos funcionarios, en tantas horas de gestión discursiva muchos son los elementos para distraerse. Algunos han optado por cortar el servicio de internet en el recinto. Pero están los móviles, los propios apuntes, las conversaciones con el de la bancada vecina. Las distracciones pueden ser hasta lógicas, basta con refrescar nuestras propias actividades en oficinas, tiendas o polígonos industriales.

No se trata de caer en las consideraciones generales por donde se desarrolla la polémica. Me resisto a creer que se trata de desprecio a las actividades democráticas parlamentarias. Me da la sensación que el desprecio provenga de nuestra propia naturaleza, que creemos en defensores de la patria cuando se tratan de humanos desarrollando un trabajo sin pasión, sin frenesí más que en explotar los beneficios y la supuesta impunidad que les ha de proporcionar el sistema. Es necesario aclarar que varios de nuestros funcionarios o legisladores intentarán representar nuestras necesidades, pero la enorme mayoría arrastran el defecto de considerarse por encima de las instituciones y los valores que representan, y van a la caza de otros valores, no es necesario agregar que materiales ($$).

En una costumbre argentina cada vez más habitual, cuando se desata una tormenta, es intentar crear el complot para justificar lo retratado. Así que no costó encontrar algún blog donde se mencione que la foto ha sido manipulada o trucada, con sólo recordar la procedencia del fotógrafo que inmortalizó la encendida partida, la muletilla de los últimos tiempos es decir que X miente. El Vicepresidente tiene un sinfín de causas judiciales para defenderse, no veo que un sudoku ponga contra las cuerdas a alguien que todavía sostiene su gestión en el silencio de la mediocridad. Pero suponiendo que la foto no estuviera manipulada (ya no podemos poner las manos en ningún fuego), mi única duda responde a la curiosidad de si el ex ministro de economía (su versatilidad es notable) pudo resolver la partida. En su calidad de hombre de números en otro tramo del gobierno, es de esperar que lo haya superado con facilidad, apelando hasta el tiempo record. Pero siempre recuerdo la primera vez que lo escuché hablar en su calidad de ministro. No tenía vocabulario, ni empatía con el desarrollo de una estructura semántica, ni parecía un ferviente admirador de que su mensaje realce su cometido. Es decir, que cuando le escuché  (admito que lo hice una sola vez) me pregunté como esa persona podía ser ministro de la cartera más importante de la Argentina, parecía un improvisado o sin formación. Por eso, quizás, tenga la necesidad de conocer si ha podido resolver el sudoku.  Y le hubiera exigido a la lente del objetivo que me clarificara si el entretenimiento era de los sencillos, medios o complicados.

Al analizar la noticia me vino a la mente una imagen de un libro leído de estudiante. Tuve que poner en práctica mi buena memoria, pero estaba seguro que se trataba de Juvenilia, de Miguel Cané. Allí se mencionaba la presencia en la calle de un presidente de la República caminando con tranquilidad, dando a entender que se trataba de una persona cercana. Esa imagen la tomé como el antídoto ante lo vulgar de nuestros gobernantes. El texto decía:

“Eran las ocho y media de la noche: medité. Mi familia y todos mis parientes en el campo, sin un peso en el bolsillo. ¿Qué hacer? Me parecía aquélla una aventura enorme, y encontraba que David Copperfield era un pigmeo a mi lado; me creía perdido para siempre en el concepto social. Vagué una hora, sin el baúl, se entiende, que había dejado en depósito en la sacristía de San Ignacio, y por fin a caer sobre un banco de la plaza Victoria. Un hombre pasó, me conoció, me interrogó, y tomándome cariñosamente de la mano, me llevó a su casa, donde dormí en el cuarto de sus hijos, que eran mis amigos.  Era D. Marcos Paz, presidente entonces de la República, y uno de los hombres más puros y bondadosos que han nacido en suelo argentino.” Este era el texto que recordaba, y lo llamativo era que no volví a leer Juvenilia desde aquella experiencia literaria en tercer año.

A casi todos nos han hecho leer este libro durante nuestra formación en la escuela secundaria. Nos podríamos preguntar porque se incorporó a los programas de estudio, estas travesuras de estos futuros aristócratas o dirigentes políticos cuando tenían entre 12 y 17 años. La prosa ligera de Cané pudo haber modelado las mentes de los jóvenes argentinos de distintas generaciones. Cané representa la generación del 80, hablando de 1880. Esta generación ha gozado siempre de un prestigio tradicional donde realzaba lo europeizante. Y en ella podemos notar algunas diferencias o contrasentidos, y ahí recupero otro de los recuerdos que gracias al sudoku del vice me vino a la mente: Durante las vacaciones, la expedición contra los vascos para robarles sandías en el barrio de Colegiales. De hecho, la foto de la portada de mi edición lo graficaba.

El texto decía: Pero debo confesar que los "vascos" no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, ágiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje más probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclópeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenían una debilidad suprema: ¡amaban sus sandías, adoraban sus melones! Dos veces ya los hados propicios nos habían permitido hacer con éxito una razzia en el cercado ajeno, cuando un día...

…Cargué con ella, y cuando bajé los ojos para buscar otra pequeña con que saciar la sed sobre el terreno... Un grito, uno solo, intenso, terrible, como el de Telémaco, que petrificó el ejército de Adrasto, rasgó mis oídos. Tendí la mirada al campo de batalla; ya la izquierda, representada por el compañero de los melones, batía presurosa retirada. De pronto, detrás de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi dirección, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento, cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresión de encontrarse en los aires, sentado incómodamente sobre dos puntas aceradas que penetran...

La lectura de Juvenilia destaca una actitud de añoranza al pasado, contado por un adulto que extraña su adolescencia. Tiende a contar anécdotas festivas, alegres de un grupo de estudiantes, intentando semejanzas con la novela de Dickens, David Copperfield. Es una autobiografía real de la vida en el colegio de Cané y vendría a representar la fábula de identidad porteña de la nación argentina. O la historia de la elite del futuro poder.

Entonces me invadió algo de congoja. Al comprobar lo vasto de la realidad de hoy, creí recuperar una imagen que no era mía, sino de mis estudios, donde era posible ver a un Presidente como una persona normal, proba, cercana, un guía. Y al mismo tiempo poder comprobar que en la mayoría de las travesuras de niños solemos discriminar o abusar de las clases inferiores. Y repasando el texto, observar matices desfavorables sobre la clase trabajadora extranjera, donde sus rasgos, tonos o voces pueden ser deformados hasta un grotesco. Pero al mismo tiempo, en el mismo texto profesa una admiración sobre una serie de personas que podrían conformar la inmigración deseada, por eso no cuesta recordar testimonios de admiración hacia el francés Amedée Jacques, el Rector Doctor Agüero o el vicerrector José Torres. También guarda buenos recuerdos de compañeros como Luis Eyzagüirre (luego médico y diputado), Julio Landivar, Patricio Sorondo (arrebatado por la fiebre amarilla cuando ya era conocido por su inteligencia extraordinaria) o Marcelo Paz. Viviendo en el País Vasco puedo comprobar que varios de estos apellidos son vascos, pero no creo que se refiriera a sus compañeros como personas sin trato agradable como dijo sobre los campesinos. Es decir que dependiendo de la cercanía o de la clase social podemos presumir el desprecio hacia el otro. Para suavizar esa esencia, lo mismo sucede con el hablar de los alumnos que proceden del interior del país, donde se les ridiculiza en la novela. Es decir, era una novela para porteños.

Juvenilia ha sido leída de distintas maneras. Para todos es un clásico de la literatura argentina. Para algunos se tratan de emociones exquisitas, de delicados sentimientos o sensibilidad superior que deja a lo largo de sus páginas como quien cuelga bellísimos cuadros. Amor, admiración, melancolía y gratitud enriquecen cada capítulo, otorgándole condición de gran obra.

Para otros, se puede cuestionar las implicaciones ideológicas del libro, ya que relata los desmanes de una elite y se puede considerar como una obra que simboliza la fricción entre las distintas clases sociales. En ambos casos, esta pequeña obra de Cané tiene un valor estético bien tratado. Y en estos tiempos que corren crea un dilema si podemos sortear la tendencia de la riqueza del libro con las moralejas didácticas o políticas que contiene.

El juego del sudoku me recordó mi trabajo en la fábrica, a la vez que me devolvió la imagen negativa que tenía del vicepresidente. Una figuración idealizada en una novela, me llevó hasta Juvenilia. La tapa de mi edición del libro con las sandías robadas a los vascos me acercó al concepto de inmigración deseada o no que sigue existiendo en estas épocas. Y a la casualidad que 30 años después de leer el libro yo viva en el País Vasco y nadie me discrimine. Y todas las estampas me devuelven al juego de la vida, que no se trata de ser el mejor sino adaptarnos y transformarnos a lo que va pasando. Y razonar a medida que tenemos una pista, y entonces volvemos al sudoku. Y así se nos pasa la existencia procurando una solución entre la realidad y la idealización.


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