jueves, 27 de febrero de 2014

Cambiar de aires



“A una colectividad se le engaña siempre mejor  que a un hombre”. Esta frase de Pío Baroja descansa, entre otros lugares, al final de un libro de Chaves Nogales, La agonía de Francia, sobre la actitud francesa en la Segunda Guerra Mundial. Pero en los tiempos que corren, las multitudes pueden encontrar consuelo: Hoy en día y creo que fue siempre, nos engañan por igual a individuos o colectivos. Y no es a consecuencia de lo notable del engaño, a veces es burda la mentira y nos mantiene atrapado durante décadas.


Y uno que se cree inteligente. Y entonces se cree superior a la media. Y su pensamiento se apoya en el pensamiento de otros personajes, ya sean familiares, de amigos o figuras influyentes de su entorno o de diversas áreas de la sociedad. Y ese coincidir con la celebridad influyente o mediática nos da el respaldo de que lo que pensamos y decimos es inteligente. Y descargamos nuestra furia quizás contra un “idiota” o tal vez otro personaje que sea inteligente, pero no sé porque fallo o tara, defienda otra línea de pensamiento o conducta, y por lo tanto “enemiga”.

Y a veces cambiábamos de opinión. Y era sensato, no siempre podemos tener el prisma lógico de cada razonamiento. Y si cambiabas, era producto de un manera distinta de enfocar el tema, de escuchar otras voces que te pudieran dar otra perspectiva, y sobre todo de un ejercicio importante, y creo que en extinción, el que te podías haber equivocado y punto. Las discusiones estaban orientadas a esa tarea. Pero muchas veces los debates se mantienen para que el necio vaya y grite lo que quiere imponer y no escuche lo que otros tengan que decir. Y nos hemos ido acostumbrando a solo querer escuchar a nuestros afines y discrepar por inercia al que solamente piense distinto.

Y el cambiar de opinión era parte importante de un crecimiento. Una apertura de mente producto de hacer un ejercicio interno que acepta como lógico otro razonamiento. Y cambiar de opinión no era tan grave en otros tiempos. Hoy, parece una traición. No veo a quién, pero el dedo largo está preparado para condenarte en el caso de que cambies de manera de pensar. Nadie de esos mediáticos influyentes lo estimará a tu inteligencia. No, cambiaste de opinión porque eres maleable, inocente, porque estás tan confundido y en el peor de los casos, porque respondes a un poder maligno que está agazapado para dañar nuestras queridas instituciones.

Y a pesar de que cada tanto votamos, pareciera que formamos parte de un totalitarismo. Nos adulan y seducen en la previa a las urnas y luego a callar, porque yo interpreto como nadie la voluntad popular. Y hemos escuchado durante un tiempo largo, frases como: “Si creen que lo que están haciendo está mal, formen un partido, ganen unas elecciones y después hagan lo que quieran”. O otra frase que quiere ser contundente, pero que da tristeza: “Mucho quejarse, pero nunca aportan nada, no se les cae una idea”. Y repito, estamos hablando de democracias, no de totalitarismos. Y no habrá grandes diferencias entre los dos sistemas, simplemente porque las democracias parecen estar podridas. Y la propaganda totalitaria siempre se ha basado en que al haber democracias podridas, la podredumbre es inherente a un régimen democrático. Y se te instalan.

Y el clima moral de las naciones parece estar dominado por la impotencia y esterilidad. La falta de fe en los hombres y en las ideas también involucra a los sistemas. Sobreviene una intima convicción de lo inútil que es un esfuerzo colectivo, la sensación de derrota se confirma con la claudicación. Y sigue siendo democracia, porque lo seguimos votando. Suena mal que lo llamemos tirano. No podemos discutir esa legitimidad de los votos, pero el problema pasa a ser que creemos que el elegido está por debajo de nuestra moralidad, y puede suceder lo contario, que ese inmoral se mantenga porque en el fondo, la masa social no es superior al gobernante. En las crisis de entreguerras se pudo haber dado el caso de que los gobernantes estaban un escalón por arriba de la masa que representaban, y con aciertos y errores los dirigían. Hoy la imagen puede parecer que la fachada está avejentada, pero en realidad está llena de grietas y rajaduras, y detrás no hay nada, no hay base. Y no es solo una figura, revisen las notas de los últimos dramas urbanos.

Y no hablemos de una superación filosófica. No podemos aspirar a eso, cuando no logramos superar una leve mejoría en lo político, social o económico. Claudicamos el progreso espiritual por un supuesto progreso material. Y nos llenan de estadísticas de mejoría de consumo como si eso fuera el objetivo, como si todo tuviera que ser tan efímero y vulgar. Entonces un dirigente semianalfabeto puede hipnotizar a millones de habitantes. Y si una parte, mínima o importante, de esa nación está en contra e intentan manifestarlo, tendrán que afrontar el cartel de golpistas o aún peor, de estar pagados por alguien. Y así se logra reducir al mínimo una parte esencial de las sociedades: la humanidad. Nos cegamos por lo que nos cuentan los semianalfabetos de turno y queremos negar las diferencias que el otro sostenga, aun cuando lo veamos sufrir en el intento.

Ese era el gran sueño del totalitarismo. Ahora es el mayor deseo del mal llamado demócrata. Y cuando nos educaron en la base de tener referentes, hoy solo nos parecen quedar los más cercanos, los padres. Yo al menos tuve suerte con ellos, pero busqué otras referencias en mis sociedades. Una de ellos murió hace unos años, era escritor y científico, y resulta que la nueva trova me contó a la distancia (porque no estoy en mi país de origen) que era un cobarde, un mandado, pesimista mal intencionado. Para mí era un referente, principalmente en lo cultural, pero nunca descarté que tuviera contradicciones o que en su accionar aparecieran gestos, dichos o actitudes controvertidas. Era un referente pero también un ser humano. Pero han logrado que muchos teman nombrarlo. En cambio hemos visto como la muerte ha logrado superar a categoría de mito a gente que no lo parecía, al extremo que aun muerto, otee y proteja nuestra custodia, ya sea por su épica o por sus milagros desde un más allá, del que curiosamente nunca nadie ha regresado. No regresan pero muchos siguen en los ideales de la patria, aún cuando llevan enterrados más de 70 años.

Y nuestras masas pasan del fervor al disimulo del súbito olvido ante lo que no quieren reconocer como evidencia. No coleccionan archivos de frases, medidas o sentencias para desenmascarar la mentira, o al menos razonarlas. Pasamos del fervor militante, a la desesperación horrorosa. En el medio, la frivolidad y optimismo a veces injustificable. Buscamos fotos históricas para desenmascarar contradicciones de otros, pero las nuestras las ocultamos o no las revelamos. Como si hubiera sido posible no ensuciarnos en esos momentos aciagos de la historia.

“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” fue una de las citas más poderosas que se le atribuya a Paul Joseph Goebbels. Sus principios, lamentablemente, siguen siendo usados hoy como herramienta propagandística. Los errores del nacional socialismo se pueden aun hoy discutir, pero a grandes rasgos hemos visto como sucumbió, como fracasó. Pero hemos visto también a los millones que los aclamaban en las calles en cada acto y ellos debieron de tener buena parte de responsabilidad, aunque el anonimato de la masa los exculpe.

Fuimos famosos en el continente en los 60 y 70 por el desarrollo del realismo mágico. Una generación de escritores trascendieron al mundo con un estilo literario que mostraba lo irreal o extraño, como si fuera cotidiano y común. No era mágico porque suscitara emociones, sino porque al expresar hechos reales le daban una impronta fantástica. La mítica se hacía presente en los espacios más duros de desigualdad, marginalidad o pobreza. Hoy pareciera que hemos adoptado otro estilo, que alguno ha denominado con precisión: el fascismo mágico. Y sólo ofrece la épica de la propaganda, negando la realidad e imponiendo imperativamente lo imaginario. Pero son desorganizados, no delegan y entonces al día siguiente no encuentran al apuntador. Cuentan una historia y no la recuerdan en el tiempo, se contradicen o se pelean entre los cuenta-cuentos de la política. No tienen magia. Los niños son más prácticos, intenten cambiarle el final de un cuento que les echen a menudo antes de ir a dormir y verán cómo reaccionan.

El problema de entender la historia es complejo. La historia no es contundente ni concluyente. La interpretación objetiva se pelea con la interpretación subjetiva. Y nosotros debemos comprender primero que para entender las partes de una misma historia, debemos conocer primero la historia del historiador, para poder comprender su versión de los hechos. No cambiemos el principio básico de la evolución. Denme los datos que quieran, pero después seré yo el que los razone. Estemos de acuerdo en muchas cosas de los idearios políticos, pero no sigamos obtusos protegiendo la mentira como si eso fuera el partidismo.

La literatura se ve como un pasatiempo, algo trivial, que siempre se puede postergar, porque siempre habrá algo mejor para hacer. Con esa idea podremos suprimirla y reemplazarla por otra diversión, ya van varios que me envían la invitación al candy crush. Los estados suelen temer a la literatura, por eso siempre tendrán a mano a sus literatos para que los adeptos solo quieran escuchar esa versión, ya que es malo la lectura compulsiva, el que un titulo te lleve a otro y así puedas acceder a distintos prismas de una misma realidad. Los estados no quieren pensantes autónomos, nos hacen creer que es malo leer a este o a otro, y peor es escucharlos. Para superar a ese semianalfabeto de turno tenemos que ofrecer algo mejor. Es verdad que es mejor malo conocido que malo por conocer, pero al menos empapémonos con información de lo malo que somos todos. La lectura nos reconciliará con nuestra dignidad humana y el disentir e intercambiar ideas ayudará a acomodar mejor los deshechos.

Comencé con Baroja y termino con él. Este médico sin vocación, panadero por casualidad y escritor por decisión, fue un crítico tantas veces cuestionado. Al irse de su país y recorrer un mundo, un día nos regaló la frase: “El nacionalismo se cura viajando”. Pero siempre regresó a su norte, a su clima, a su vegetación, a la confrontación. Y seguirá siendo polémico y mal visto por algunos sectores políticos. Pero él se adelantó y dejó otra frase que cierra este post: “Dejemos las conclusiones para los idiotas”.

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