lunes, 17 de febrero de 2014

La parte de atrás



La correcta aplicación del condicional en italiano me trajo hasta este post. Para variar, estaba entre varios frentes buscando cual sería el más interesante de escribir, cuándo mi esposa me comentó que en su clase de italiano, que siempre parecen ser amenas y bien dirigidas, estudiaron la aplicación de los condicionales. Utilizaron el recurso “¿qué harías si pudieras hacer un viaje al pasado?” y parece que funcionó muy bien, al menos durante una hora y media. Si bien nadie regresó en el tiempo, lograron afianzar el idioma del Dante con un recurso al que todos nos solemos aferrar, la nostalgia de retornar a una época lejana.


Durante el fin de semana, me decanto por la literatura que he de solicitar a mi amigo Gorka en la biblioteca. Repaso semanalmente las interminables listas de autores y títulos pendientes y entre todo lo que no esté subrayado con resaltador (lo resaltado ya está leído), se esconden los siguientes libros a leer. “El sentido de un final” de Julian Barnes es uno de los dos títulos escogidos. La obra de Barnes estaba superando el filtro de la aceptación en el mismo momento que mi esposa me aportó su experiencia de clase de italiano. Y como siempre me he movido con señales, confirmé el libro en mi mail semanal a la biblioteca y me decanté por este tema para la entrada del lunes. ¿A qué señal me aferré esta vez?

La novela de Julian Barnes se presenta como una honda reflexión sobre lo fiable que puede ser la memoria personal, y ésta se entiende como una distorsión o reconstrucción ideal del pasado. Un presente complacido se ve sacudido por un pasado mal resuelto. Barnes busca la complicidad de la nostalgia para todos los que entendemos la adolescencia y primera juventud como un tiempo irrepetible, el más luminoso de nuestra existencia. El pasado regresa, ahora cerrado en falso, sin resolver, explotando un sinfín de remordimientos, replanteando la vida entera, confirmando que muchas veces la vida que creímos vivir no fue tal como se la recuerda.

Una frase destacada en la reseña de Anagrama enfrenta mi atención con el simultáneo comentario de mi esposa sobre su clase de idioma. La frase es atribuida a Tony Webster, el protagonista. Y dice: “La historia son las mentiras de los vencedores. Bien, siempre que recuerdes que es también los autoengaños de los derrotados”. Quizás el libro devengue por otros caminos, yo asocié las temáticas y opté por leer el libro y escribir sobre los condicionales.

Si yo me preguntara por el pasado, volvería a mirar casi todas mis entradas en este blog y contestaría que me la paso escribiendo sobre él. Más nostalgia que en muchas de los post, será difícil de encontrar y hasta de digerir. Durante los primeros meses, justifiqué el poder volver a escribir como una satisfacción de un anhelo duramente congelado por mi subconsciente durante una década. En muchas ocasiones me siento frente al ordenador sin un tema claro y mediante la magia del movimiento de mis dedos al teclear, en un par de horas tengo un texto de varias carillas dispuesto a aguardar hasta el lunes o jueves para prolongar mi contacto con lo virtual, aunque tenga el conocimiento de que hay algunas personas reales que me sigan. Podría decir que este accionar es fruto del oficio ya asentado de escribir. Pero yo creo, que es una puerta abierta a la nostalgia, un dejar sentado como especie de declaración jurada, la devoción por la añoranza, el tributo ante una serie de valores que se pierden y se mal reemplazan y por más que en el titulo del blog se mencione “en adelante”, abunda el hacia atrás en mis escritos. Son mis viajes en el tiempo.

La nostalgia ha permitido a infinidad de artistas, poetas, escritores, realizadores y otros, trascender en el tiempo. Es una fuente inagotable de recursos que nos suelen despertar los más profundos sentimientos. Y para los creadores, es una manera de estrujar y manifestar esas sensaciones que marcan su realidad o precisión.  Los grandes momentos históricos tienden a desaparecer cuando desaparecen sus generacionales, perduran con los recuerdos y las memorias de las sociabilidades. Los mundanos caminamos hacia el frente, pero giramos permanentemente la cabeza hacia atrás. El proyecto moderno se empecina en hablarnos del futuro de la precisión, pero nos protegemos del diluvio amparándonos en la tranquilidad de saber que otras veces en el pasado, también ha escampado.



Mi único tema es lo que ya no está

Y mi obsesión se llama lo perdido

Mi punzante estribillo es nunca más

Y sin embargo amo este cambio perpetuo

este variar segundo tras segundo

porque sin él lo que llamamos vida

sería de piedra. 



José Emilio Pacheco nos deja la poesía del tiempo. “Escribir es vivir en cierto modo” indicó el escritor mexicano, quien falleciera en Ciudad de México el pasado 26 de enero. El autor entre otras, de “Las batallas del desierto”, se ha caracterizado por el uso del tiempo como su tema más notorio. En su poesía abundan las referencias, sus recopilaciones se titulan “Tarde o temprano” y tiene otros títulos como “No me pregunten cómo pasa el tiempo”, “Irás y no volverás” ó “Siglo pasado”. 



Ya somos todo aquello

contra lo que luchábamos a los veinte años.



Este poema corto titulado “Antiguos alumnos que se reúnen” es más afilado que cualquier extensión. Y lo estaba repasando en la misma semana que escogí el libro de Barnes. El azar, del que hace tiempo descreo, sigue aportándome la mezcla que luego alisa mi camino. Y la mención del condicional italiano de mi esposa me ofrece la difusa idea de escribir sobre algo que no ha de quedar claro, seguramente.

No conozco lo que me depara el destino. Sé que muchos lo encuentran en la convicción de marchar hacia dónde quieren ir, y ellos mismos los construyen con sus pasos. Aún dubitativo,  sigo mi marcha hacia adelante, aunque a veces crea que camino en círculos. Pero quiero seguir caminando, y me apoyo en valores. Y los valores son cosas del pasado, al menos los míos. Si utilizara esta entrada para elegir un lugar adonde regresar de mi pasado, entraría en un mundo intimo que involucraría además, a un sinfín de personajes en mi historia que fueron apareciendo o desapareciendo a causa de esos pasos. Y hablar sobre unos, sería ser injusto con otros. Y si se modificara parte de la historia, no estaría aquí en estas condiciones. Por eso solo utilizo la temática, no quiero cambiar los pasos dados. Eso solo se desea esos días donde el presente no es ameno, donde sería preferible refugiarse en esa frase remota “todo tiempo pasado fue mejor”. Y hace unas semanas le confesé a mi esposa que par de cosas cambiaría de mi vida, pero ese es un regalo que sólo le hago a mi pareja.

Las redes sociales, por otra parte, permiten la interacción entre las personas o comunidades. Producen, reciben, desarrollan e intercambian bienes y servicios que sostienen esta red, al tiempo que ofrecen un supuesto bienestar a futuro. ¿Pero qué hacemos los habitantes de esa inmensa red social? La cubrimos de pasado. Uno de los primeros actos es abrir un grupo, recuperar afectos, recrear el tiempo de los estudios rastreando a los ex compañeros, tributando páginas de viejas bandas de rock o cualquier otra afición anterior. Al mismo tiempo actualizamos nuestra realidad con fotos o testimonios del presente, pero sucumbimos al bucear hacia atrás para dejar testimonios de otros momentos y nos etiquetamos, corriendo el riesgo de alegrar a unos y enfurecer a otros.

Y escogemos lo vintage, tomamos prestado de nuevas tecnologías que imitan otros tiempos para reflejar el día de hoy con la estética de aquella otra época. Lo vintage está de moda, la estética retro está por todos lados. Las nuevas tecnológicas nos permiten presentar nuestras fotos con el efecto polaroid y continúan vigentes iconos como Marilyn Monroe o Ernesto “Che” Guevara, aún cuando empapándonos de conocimiento, sepamos que esos íconos no representan ese ideario que nos venden. El contraste está instalado. Sale un nuevo modelo telefónico para alertarnos que el anterior, el de hace unos meses, ya no sirve. Pero por otro lado, en una cena importante, escogemos la cubertería que nos legó nuestra madre o abuela. Será que de tan efímero que parece el presente, necesitamos que muchas cosas permanezcan.

Alguna vez escribí sobre el fenómeno Mad Men y no tuvo aceptación, casi no fue leído. La serie inundó el mercado de una estética que apasiona a multitudes. La trama abunda en prejuicios y arbitrariedades de otras épocas. Pero muchos esperamos el estreno de la última temporada y si bien observamos las deficiencias de Dron Draper y demás publicistas, en el fondo, lo envidiamos. La serie no responde al mentado “todo tiempo pasado fue mejor”, pero devoramos capítulo a capítulo de cada temporada con nostalgia. Adonde iríamos si existiera la máquina del tiempo, podemos fantasear cada cierto tiempo. Repito, solo la usaría aquellos días donde el presente se muestre aciago, prefiero escribir usando la memoria, pero alertando al futuro que llego con el pasado intacto.

Un viagggio nel passato. Dove andresti?, Unità 3 Il condizionale, del libro de italiano, me trajo hasta aquí. Mi mujer perfeccionará el ejercicio antes de la clase de hoy tarde. Envié el mail esperando el libro de Barnes para el próximo miércoles y comprobar que la madurez puede ser también la noche oscura del alma. Pacheco volverá en breve a mis lecturas para abrazarme a su exquisito y sintético referir del tiempo. Mi móvil seguirá siendo obsoleto ayer, hoy y mañana. Y mi siguiente foto será vintage, aunque las canas de mis barbas de hoy se empecinen en aparecer en toda recreación de mi pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario