jueves, 23 de enero de 2014

Esa rubia debilidad




Las películas de Woody Allen no las analizo ni las juzgo, sólo las veo. Así siempre, luego de un excelente guión o un rotundo éxito de taquilla, llegarán inexorablemente algunas películas de contenido menor, a veces muy menores. Pero le guardo fidelidad como a un libro de Saramago, Baricco o García Márquez. Luego de su periplo europeo, Allen retornó a Manhattan. No sé si con una buena película, pero si con una excelente Cate Blanchett y con una radiografía exacta de un tema que cada tanto nos escuece.


Jesús María Silva, uno de los abogados de la Infanta Cristina de Borbón y Grecia nos sorprendió con unas frases que se le quedaron atragantadas de antes, quizás del siglo XV: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona” es el primer alegato, no de un romántico sino de un letrado, y para mayor temor, de un letrado de la Corona. “No se puede pretender que se diga: mujeres, cuando vuestros maridos os den algo a firmar, primero llamad a un notario y tres abogados antes de firmar, o viceversa, maridos, cuando vuestras mujeres os presenten algo, desconfiad y esperad a firmar” prosigue el argumento. En realidad, y ésta es mi suposición, esto que el abogado indica suele pasar exclusivamente en esos círculos de extrema importancia, es decir que sólo allí es habitual que la mujer o el hombre se sientan libres de consultar a su letrado o certificador antes de dar un paso.

“Confianza y matrimonio son absolutamente inescindibles” el final del discurso del abogado penalista. Es de esperar que la defensa ante la imputación por los delitos de fraude fiscal y blanqueo de capitales a la que la Infanta deberá prestar declaración el próximo 8 de febrero, responda a otro tipo de estrategia. Las cartas hasta ahora mostradas no emocionan salvo a los monárquicos: la interpretación no tiene la calidad de los culebrones brasileños, venezolanos o latinos, y el argumento inicial de tan pobre, deja tan mal parado el rol de la mujer. En defensa del género femenino, la misma Corona fue la que organizó el penoso pedido de disculpa del Rey ante su escapada a Botwana. “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir” fue tan patético, tan poco natural y tan  poco creíble, que el argumento del amor como causa de engaño, al menos mueve a princesa en apuros. Y Shrek ya tiene princesa consolidada, habrá que buscar un nuevo héroe en el Palacio de la Zarzuela.

“Blue Jasmine” es el título de la nueva película de Woody Allen. Para dar forma a esta historia, Allen regresa al territorio favorito de su imaginación: Nueva York. Y regresa con una historia donde alterna casi sin darnos cuenta la comedia y el drama, hay momentos donde no sabemos si reír o llorar. Y la historia es sencilla: el derrumbe de una señora bien. Está claro que también se derrumba su marido “bien”, y otras colaterales víctimas del manejo que se le daba a las inversiones de otros, tiempos antes de explotar la crisis. Allen recrimina la situación crítica económica y moral de la Gran Manzana. Los que observemos el film, tristemente lo podremos relacionar con nuestros problemas de turno.

La historia se centra en Jasmine, aunque en realidad su verdadero nombre fuera Jeannette, cambio de nombre tan sombrío de ese tipo de gente que no deja clavija suelta con su ayer. Con la finalidad de desterrar un pasado mísero y adquirir un esplendoroso status, se casa con una especie de Madoff, adinerado y atractivo hombre de negocios. La fluidez con que Allen nos narra la historia, combinando el presente con el pasado de manera orgánica, nos permite observar el deterioro económico, de standing y psíquico de Jasmine, y logra que en un punto nos apiademos de la antes señora bien.

La maestría de Allen es mostrarnos la cara desconocida y sofisticada de estas actitudes miserables. Las esposas de los magnates o influyentes, acostumbradas a una elevada posición social, suelen ser aduladas por todos y recibidas con honores en todos los salones. Con la llegada de una crisis o estallido, no logran comprender que han perdido sus privilegios y que ante la posibilidad de perderlo todo, deben enfrentarse a un mundo al que no se han preparado: el de ganarse a diario la vida. Y eso no es lo más grave, deben hacerlo mientras observan como sus otrora aduladores les dan la espalda, las repudian. Nadie quiere ver su posible caída en el desmoronamiento de otros. Quizás Allen prefirió retornar a América con este contenido. No era de agradecer que luego de la financiación de varias ciudades europeas a sus rodajes, les pagara con esta temática, que podría desnudar a un sinfín de personajes del viejo continente. Prefirió castigar a los neoyorkinos que suelen ser críticos con sus últimas performances.

La Infanta Cristina seguramente está alejada de la manera de ser de Jasmine. Lo que los une son las consecuencias del accionar de sus maridos y la indiferencia o ignorancia del origen del permanente bienestar que gozan. Y la Infanta no está sola, en los últimos años hemos visto a infinidad de esposas acudiendo a los tribunales. En todos los casos se mostraron como víctimas inocentes y desconocedoras de las actividades de sus maridos. Suelen quedar en segundo plano porque la sociedad se indigna con los esposos, son el centro de su ira ante lo obsceno que se muestra el poder y sus influencias en cualquier latitud. Pero deben comparecer, y lo triste para mí al menos, es que todas lo hacen con peluquería recién visitada.

Las manos de estas mujeres no quieren estar manchadas con los negocios de sus maridos. Lavan sus conciencias con algunas ocupaciones benéficas o reuniones fastuosas en casa donde se prestan a una causa desconocida, el dolor de muchos por la supervivencia. Todo país las tiene, habitan las páginas de esas revistas que muchos compran semanalmente para envidiar en silencio lo que critican en público. Jasmine escogió ignorar los manejos económicos de su marido, aún cuando arruine económicamente a su hermana adoptada. Pero no perdona cuando tardíamente descubre el sinfín de infidelidades, es más fácil aceptar el negocio turbio que encarar el descubrimiento del adulterio. Y cuando Jasmine lo descubre, denuncia a su marido. Lo hunde y se hunde. “Confianza y matrimonio son absolutamente inescindibles”, no se sostiene en este caso, amigo Silva.

El rol de Blanchett es extraordinario. Luce alternadamente la soberbia con el desconcierto y fragilidad. Es fascinante como patética; exquisita como egoísta; idiota como pomposa; calculadora como frágil. Varios papeles en uno, como en todos nosotros a lo largo de la vida. La última paradoja de la película es que debería ganar sin discusión el Oscar a mejor interpretación femenina, con un papel que deja mal parado el rol femenino. A lo largo del film, Blanchett nunca abandonará la tendencia a seguir habitando un mundo ya inexistente. “La verdad suele ser aterradora, particularmente cuando te has pasado la vida creyéndote una ficción” define la actriz su personaje.

Una semana atrás, finalizada la lectura de “El otro sexo” de Simone de Beauvoir, intenté aplicar sobre su obra emblemática la reivindicación de un género postergado. Esta entrada no es un paso atrás ni un castigo a lo femenino, Woody Allen escogió a la mujer de un poderoso para relatar la historia de una miseria. Alec Baldwin podría haber sido el eje del film, pero Allen nos quiso mostrar otro personaje existente: la frivolidad del que gasta sin conocer límites ni preguntar lo que sospecha. “Es muy difícil para un ser humano mirarse a uno mismo en un espejo y ver quién es realmente. Y es muy difícil cambiar” explica Blanchett de su protagonista. Jasmine es un producto de la fantasía y la evasión que todos practicamos. La diferencia es el argumento y presupuesto que te entreguen para rodar tu propia vida.



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