lunes, 6 de enero de 2014

Agradecer la fila mas corta



En la única mañana en que los niños se levantan solos, sin necesidad de repetirles la consigna ni recurrir a las amenazas, yo me puedo sentar a escribir en la habitual tranquilidad del hogar. Acabo de terminar el desayuno y de camino al ordenador, observo en el pasillo que nuestros zapatos o deportivas descansan donde siempre, en la alfombrita enfrentada a la puerta. Ese lugar parece mágico, porque casi todas nuestras visitas se suelen descalzar al entrar en casa y dejan sus zapatitos reposando junto a los nuestros. Pocas veces hemos sugerido que se descalcen, quizás la autoridad que transmite nuestro calzado allí mismo, frente a la puerta, intimide a nuestros conocidos.


Los dos pares están como siempre, uno al lado del otro. No hay Reyes en esta casa, somos dos adultos y no hemos profesado el culto a las Majestades de Oriente. La endémica economía argentina obligó hace más de 3 décadas a confesarnos que los Reyes son para los niños, y nos hemos hecho a la idea sin protestar. Quizás hemos aceptado la transición luego de algunos años donde los juguetes fueran reemplazados por calzoncillos y medias, nosotros mismos hemos dicho a nuestros padres vale ya, somos casi adultos. Es que a casi nadie le gusta recibir ropa interior de regalo.

Observamos la realidad de los niños de nuestros amigos o de nuestros familiares luciendo su inocencia previa y la euforia con el arribo de los regalos, pero nunca lo hemos añorado, simplemente porque no se ha dado el proceso lógico. Al atarme a la rutina de publicar en el blog los lunes y jueves, me di cuenta que la primera entrada de esta semana tendría fecha de 6 de enero, y de inmediato me invadió la nostalgia por una cita inconclusa en mi vida, y ahí mismo decidí improvisar estas líneas que reemplazan a lo que ya tenía escrito.

En Argentina se recibe a los Reyes Magos pero no es festivo como lo es en España, México, Puerto Rico, Paraguay, Uruguay y Colombia. El fin del ciclo navideño no tiene la importancia que gasta Papa Noel en la Noche Buena. Los niños adoran a los camellos, escriben la carta pero la celebración no toma la magnitud que tiene en las distintas ciudades españolas, que incluye la cabalgata del día previo y la repartija de caramelos, y muy pocas veces la referencia del carbón a los niños que se han mal portado durante el año.

La más nítida referencia de Reyes en mi niñez tiene que ver con el final del hechizo y la eterna torpeza de mi padre, quien una noche previa fue torpe con los pies, manos y lengua. Cercano a descubrir por esos crueles amigos o compañeros que los Reyes son quienes son, no tuve la necesidad del ridículo ante ellos, mi padre como en otros momentos de mi vida, adelantó en mí el proceso racional del adulto. Como nunca fui de avanzada, creo que cercano a los 8 años me animé a pedir una bicicleta. Y por primera vez, los Reyes parecían estar en condiciones de cumplir las consignas de mi carta. Mis padres me mandaron a dormir antes de tiempo, y lo que lograron es que la excitación demorara la somnolencia. A pocos minutos de alcanzar el sueño profundo, sentí ruido en la puerta de casa. Murmullos de mi madre pidiendo silencio y la torpeza de mi padre que se llevaba puesto todo lo que a su alrededor reposaba, me puso en estado de guardia. Una sola frase me desveló: “Mañana mismo le decimos quienes son los Reyes”, juramentó enojado mi padre al lastimarse las piernas luego del choque número cien contra los muebles del comedor. Con lo fácil que hubiera sido entrar la bici plegada en casa, pero mi viejo optó por presentarse con la legnano ya armada y su torpeza adelantó una charla obligada, eso sí, luego de despertarme y acudir raudo a confirmar que el instrumento que dañó las piernas de mi viejo era el tan ansiado rodado.

No tenía un Rey Mago favorito, idolatraba por igual a las tres majestades. Ahora de adulto compruebo lo difícil que es para Gaspar asumir que es el monarca del medio. No gobierna la ruta como presupone Melchor, ni encandila por lo distinto que propone la naturaleza de Baltasar. Gaspar parece sufrir el crónico caso del hijo del medio y para un hijo único no parece problema, hasta que lo ves de adulto y el del Rey rubio o pelirrojo que ofrendó el incienso parece responder a ese estereotipo. Basta con ver la fila de los niños a la hora de presentarles la carta. Todos quieren ir con Baltasar y otros, evitando intermediarios, ya van con el jefe Melchor. La fila del medio es escasa. Es que somos pelotas ya desde pequeños.

Pero la segunda referencia que guardo de esta festividad está vinculada con Gaspar. Hace ya varios años presencié en parte el descubrimiento del milagro de la ilusión de un niño. Andrea, el hijo de mi amiga María, no conocía la existencia de los Reyes. En sus primeros años acompañó a sus padres en actividades humanitarias en distintos países del mundo y solo participaba en la celebración de la Navidad. Al instalarse definitivamente en Plentzia, se topó por primera vez con la cabalgata de Reyes y acudió con su madre y con Fernanda, mi esposa. Andrea tendría recién cumplido los siete años y al arribar la delegación desde Górliz se presentó en la fila, con la virginal curiosidad de enfrentarse con tres hombres y sus camellos (eran tiempos de estado de bienestar), revelarle sus gustos al mismo tiempo que conocía sus historias. Hijo educado en la diversidad, optó por la fila de la derecha, la que acercaba a Baltasar. Pero al ver que la fila no avanzaba, aceptó dócil la sugerencia de Fernanda para cambiar a la del medio. Y se produjo el milagro. Al sentarse en las piernas de Gaspar, este se anticipó y le preguntó si se llamaba Andrea. El niño abrió aún más los ojos y dijo que sí. ¿Tu padre es italiano, se llama Alberto y es profesor?, otra vez el sorprendido “sí” de Andrea. ¿Tu madre es María y es médica sin fronteras?, allí el niño no aguantó más y replicó: ¿Tu cómo sabes? Y sin inmutarse Gaspar le tendió la respuesta lógica: “Los Reyes todo lo sabemos”.

Sin darle tregua al niño, Gaspar le preguntó por la carta. ¿Qué carta? contestó. La carta donde me pides los regalos, le dijo el Rey de ojos verdes. ¿Qué regalos?, el niño no podía almacenar tanta información de golpe. Gaspar le explicó el motivo de su visita, y Andrea ante la necesidad de aprovechar la oportunidad y brindar una respuesta, solo dijo “no sé, tal vez una espada”. Luego de bajar de las rodillas del Rey y despedirse con muchos caramelos en la mano, le contó sorprendido a Fernanda que había que enviar una carta para poder recibir al día siguiente regalos.

Allí entró yo en la historia. Fernanda me fue a buscar al trabajo y en el coche me contó la historia. Decidimos hacer una parada previa en el centro comercial para completar la euforia de la jornada de Andrea. Llamamos a María por teléfono y le consultamos sobre algún deseo confeso del niño. Nos dijo que hacía tiempo que pedía una Nintendo DS. Nos acercamos a la parte de informática y nos hicimos con el modelo en negro, tal el pedido de la madre. Y de nuestra parte le agregamos una linda funda para guardarla. Como estábamos invitados a cenar en lo de María, llegamos a la hora prevista. Mientras aguardábamos la cena, Andrea me contó aun azorado, la experiencia vivida por la tarde. Repitió calcadas las palabras de Fernanda y en un momento de intimidad, me confesó su preocupación por no haber escrito la carta. Y me contó su plan B para poder acceder a algún obsequio deseado. Me dijo que a la hora de acostarse prolongaría la llegada del sueño para pedir mentalmente y con mucha fuerza que los Reyes Magos acudan con su regalo, y que confiaba que tamaña jugada tuviera premio. Le pregunté qué es lo que pediría con tanta fuerza y esmero y me contestó con su habitual síntesis de adulto: “La Nintendo DS”. Ahora el que no podría dormir sería yo, al saber que en mi morral aun reposaba el objeto del más tierno deseo de mi “amigo”.

La cena se consumió entre los relatos y preparativos del niño. Improvisó una vianda para los Reyes, sabedor que tan largo camino despertaría el apetito y la sed de los monarcas y sus camellos. En tres platos con su correspondiente tarjeta con cada nombre, se encargó de la ingesta de los Reyes: tres galletas maría para Melchor y Baltasar, y cuatro para Gaspar. En tres vasos ofreció una generosa dosis de grappa (era la única bebida decente que tenia disponible), aunque Gaspar volvió a gozar del privilegio de la mejor pócima.  A los camellos le dejó agua y algo de pasto y luego de varias idas y venidas, optó por un calzado que no tuviera olor a pie, tal lo testeado por el niño. Lo acompañé a la cama y presencié parte del ritual de la concentración hasta que se quedó dormido.

A la mañana siguiente, casi pasadas las nueve de la mañana, sonó el teléfono de casa y era Andrea. Obviando el saludo inicial, me confesó que su plan había funcionado casi a la perfección, ya que había recibido la Nintendo DS, aunque hubiera preferido el modelo de color azul. Me cortó sin contemplar que yo aún le estaba hablando y no me enojó en absoluto. Había sido la primera vez de adulto que había presenciado el milagro de la fantasía y la ilusión de un pequeño. Al año siguiente, Andrea ya conocía la versión de sus compañeros y no se repitió el hechizo. Pero al menos lo había disfrutado una noche.

Con el tiempo, Andrea se acercó a mi trabajo en el parking el último día del contrato laboral. Me tocaba relevar a Carlos, uno de mis dos compañeros, y al llegar a la garita, Andrea lo saludó diciendo “Hola Gaspar” y Carlos le devolvió la sonrisa. Yo, sin comprender, le corregí: “Se llama Carlos”. Y Andrea me dijo, otra vez con su seriedad de adulto, “Él es Gaspar” y ahí me di cuenta que mi compañero de trabajo era el famoso Rey del medio, aquel que le había encendido la ilusión a mi amigo. El Rey me miró con satisfacción y allí pude entender lo de los ojos verdes, el rasgo distintivo que le quedó marcado al niño y al comentario de mi esposa. Estuve cuatro meses con él y sólo atine a desear que no finalizara el contrato laboral, cosa que en este caso, Carlos no pudo evitar ni siquiera para su persona.

En un rato se levantará mi esposa, los zapatos seguirán en la alfombrita, no habrá rastro de pasto ni bebida esparcida en el suelo. Seguramente llamaré para preguntarle a Luka y Lucía que regalos recibieron. Y en algún momento me cruzaré en el pueblo con Carlos, que sin faltar a la tradición, habrá recorrido ayer el tramo Górliz – Plentzia con la certeza que representa a una minoría, pero selecta…



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