lunes, 27 de enero de 2014

Cuando nuestras vidas bailan al ritmo que marcan las circunstancias



Las novelas de Bohumil Hrabal mantienen una característica esencial: la de celebrar la vida. Para ello, siempre eligió caminar con los ojos bien abiertos. Deambulando por la Praga de los años cincuenta o sesenta, toda la tristeza, abandono y sumisión que observaba le permitieron adquirir una estética literaria, basada en la magia de sus relatos en primera persona y el atractivo que envuelven a sus personajes principales.


Las enormes contradicciones del siglo XX encontraron en Hrabal la manera de mostrarlas con una pluma hilarante que intentara disimular lo patético de la existencia. Su línea argumental siempre estuvo protegida por historias cotidianas e intimas, que le permitieron narrar con una sonrisa permanente en los labios momentos plagados de desconcierto, tristeza y postergación. Y al finalizar cada una de sus novelas cortas, instalar en sus lectores un poso de melancolía.

Hrabal contaba historias cotidianas y su arte consistía en alternar lo ficticio con lo real. Sus fuentes eran fácilmente reconocibles: Su talento y sensibilidad para narrar, su memoria para rescatar permanentemente los recuerdos o rigor histórico y su educación reforzada por una infinidad de lecturas. Como pocos, él pudo manifestar las etapas estancas de la vida de una persona, rodeándolas de actividad o vértigo de la historia de la humanidad que no se detiene y continúa degradando el accionar humano. Convirtió las manías, fobias, excentricidades o la misma locura que todos acuñamos en nuestros ADN en historias atractivas, es decir que prefirió desnudar sus miserias antes que ocultarlas y no se degradó su concepto de persona, es más, salió reforzado porque es bueno saber que una persona de tan falible tenga la grandeza de mostrarlo para sentirse único, para no ser otro más de los hipócritas de turno que solo cuentan historias de supuesta grandeza.

De Hrabal conocimos sus tripas a través de sus libros. Hablaba de sí mismo, de sus personas conocidas, de historias que escuchaba en sus distintos trabajos en fábricas, hoteles, estaciones de tren, o luego en su habitual parada en bares o en el regreso a casa. “Trabajaba con tijeras en mano para armar textos con recortes de la realidad”, quizás la mejor definición de su escritura provenga de una notable frase suya dada en alguna entrevista. De esas tijeras y de pacientes escuchas en barras de bar bebiendo cerveza, Hrabal regresaba a casa y gestaba los embriones de sus historias. Los personajes principales de sus historias no logran concretar sus deseos, ya sea por no tener fuerza o por el caprichoso destino, y muchas veces por los dramáticos giros históricos que irrumpen en tu vida sin que los hayas llamado. La ocupación nazi, la posterior liberación rusa y la siguiente ocupación rusa están presentes en toda la temática de sus obras. Es desgarrador comprobar cómo el accionar externo condiciona nuestras vidas cuando nuestro destino personal encalla. Y es notable poder leerlo hasta con una sonrisa cuando quizás nos esté relatando los no avatares de nuestra propia existencia.

"No quiero tener ninguna placa conmemorativa, pero en caso de que la instalen en un edificio, que la coloquen a la altura donde orinan los perros"
  

A Hrabal lo conocí en una conversación casual minutos antes de un fin de año. El sopor que separa la digestión de la última cena con la hora que resta para celebrar el nuevo año, permitió una charla sobre autores, de las cuales se fueron abriendo el resto de los comensales para dejarme a solas con el cuñado de un amigo. Lo acababa de conocer y me estaba haciendo el primer regalo del año, aun cuando restaran veinte minutos para su estreno. Y a Hrabal se accede con el boca a boca, si pedimos recomendación sobre autores checos, la tribu siempre nos conducirá hacia Jan Neruda, Rainer María Rilke, Jaroslav Hasek, Frank Kafka, Milán Kundera, Jaroslav Seifert o Vladimir Holan. Pero por suerte, tendremos a mano a intelectuales curiosos que nos hablaran de otro escritor checo, que quizás tenga que ser el mejor de todos, pero esa naturalidad con que vivió su vida, sin fotos con aura de erudito y si con vasos de cerveza en mano,  le hayan privado de posar en los grandes altares de las casas de cultura.

Al finalizar la lectura de La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, me asaltó de inmediato la nostalgia. No de aquella Praga del que todos nos solemos enamorar. No, la nostalgia que me invadió fue mi propia nostalgia. La de mi propia vida pasada, que a veces no encuentro más rastro que mi memoria, que por suerte es poderosa y sensible. En la novela, Hrabal escoge a un niño de ocho años como el relator de una vida que la Segunda Guerra Mundial todo lo cambia en aquella Praga y desgraciadamente no será para mejor. Esta historia nos ancla en un quiebro con el pasado, nos estaciona y nos lleva a vivir eternamente con la nostalgia de lo que hemos perdido, así de un día para otro. Del humor inicial, navegamos el resto de la historia en el mar de la tristeza de todo lo que vamos perdiendo, de lo que dejamos atrás y ya no recuperamos. La diferencia es que Hrabal decide recordarlo y su carta principal es la memoria y la entereza de contar la historia sin épica, tal como él cree que suceda, aún cuando en el acto de desnudarse, compruebe que sus partes pudientes no estén lo suficientemente aseadas para la exposición que se avecina.

"Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida"
 

Un par de años antes de conocer la lectura de Hrabal, conocí a la familia y camaradas de una muy buena amiga checa. Un fin de semana en una casa de campo en Pretov, a las afueras de Praga, nos acercó a un bar donde convivimos con gente que de tan desconocida inicialmente pasó a ser entrañable al tiempo que se mostraban tal como eran. Cantos, anécdotas o relatos de sus propias vidas con tanta naturalidad fueron un preludio de la lectura de Hrabal. Con el tiempo recordé que me lo mencionaron aquella noche de sábado, el problema fue que tanta cerveza me privó la retención inicial al nombre. Afortunadamente el destino insistió en reenviarme la invitación y hoy con seis novelas en mi haber, y sin una sola gota de alcohol en mis venas, me propongo compartir su nombre; es de esperar que la estela del autor continué aún en esta época tan volátil como estéril que a veces vivimos.

Las circunstancias de la muerte de Hrabal aún son confusas tras casi diecisiete años. La posibilidad de que se suicidara puede ser la más sincera. El relato del accidente al darle de comer a las palomas en el balcón de la clínica donde se atendía puede tener también consistencia. Depende de las interpretaciones, esas que el escritor nacido en Brno tan bien nos enumerara, todo pudo haber sucedido. Lo único evidente fue la caída desde un quinto piso, el desenlace intimo de su muerte habrá sido lo único que no se animó a contarnos, aunque quizás si, ya que su nostalgia nos pudo haber dado numerosas pistas, que como siempre, bloqueamos para proteger la realidad ficticia. Y como en sus historias, el desenlace era cantado: de tanta ironía y enternecedora añoranza, nos acerca de inmediato y sin escalas a ese punto final lírico y amargo que nunca pudo comprender la creación humana.



Nota: La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo es deliciosa. A mí me pegó un cachete a mi frágil melancolía párrafos como este:


( … ) el tiempo se había detenido definitivamente en el campanario de la iglesia de nuestra pequeña ciudad, en todas partes el tiempo se había detenido o se detenía, se había detenido el tiempo de las ferias y de las fiestas mayores y de los mercados de ganado, además de las ferias de Navidad, se había detenido y perdido el tiempo de los paseos del domingo por la mañana y de cada día al atardecer, los partidos políticos habían dejado de organizar las excursiones al bosque y las tómbolas, había huido el tiempo del carnaval y de los bailes de gala y de los desfiles a caballo, se había disipado el tiempo de las procesiones con máscaras alegóricas y las de Baco, los cinco teatros habían cerrado, de dos cines únicamente quedaba uno. Se había perdido el tiempo de toda clase de ejercicios, y el de la orquesta sinfónica, y el de la coral, incluso dejaron de existir los pensionistas que llenaban los jardines públicos, no quedaban que casinos con juegos de azar ni bares con barra americana, ni esas salchichas y morcillas tan ricas, los carpinteros dejaron de cantar mientras trabajaban, había desaparecido todo lo que podía recordar los tiempos antiguos, como si todo lo anterior se hubiera atragantado, como si se hubiera quedado sin conocimiento, como la Bella Durmiente que había comido una manzana envenenada y el príncipe no venía y ya no podía venir, y es que la antigua sociedad ya no tenía ni las fuerzas ni el coraje de resucitar, de manera que dejaba vía libre a la época de grandes carteles de agitación, política, al tiempo de grandes reuniones del partido, donde se levantaba el puño contra todo lo antiguo; y los que vivían de los tiempos anteriores se quedaban en sus casas con sus recuerdos, haciendo mutis…


Nota II: No recomiendo lecturas, cada uno debe descubrir lo que necesita leer. Pero estos seis títulos leídos de Hrabal avalan el porque hay que conocerlo...


Trenes rigurosamente vigilados

Yo que he servido al Rey de Inglaterra

Una soledad demasiado ruidosa

Anuncio una casa donde ya no quiero vivir

Bodas en casa

La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo



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