miércoles, 10 de noviembre de 2021

Te quiero al lado mío cada día más

 

 Si las cosas siguen así, al hombre se le atrofiarán todas sus extremidades excepto los dedos de pulsar los botones”.

Frank Lloyd Wright – arquitecto norteamericano del siglo pasado.


Te vigila y controla. Pero no solo eso, te transforma. Si eres nativo digital es la única forma que conoces de vivir con ese control. Si eres del pasado siglo -analógico en tu educación- y hasta los finales de los noventa has sobrevivido sin él, puede no ser tan grave su uso. Lo guardas en el bolsillo, en la cartera o descaradamente te paseas con él en la mano, pero con una cámara delante y detrás, micrófono, tres sistemas -como mínimo-de geoposicionamiento y una media entre diez y quince sensores, hará que pase continua información sobre ti y no importa lo reservado que seas. A fin de mes, te llegará un correo electrónico con la reseña de los lugares por los que has transitado y sus direcciones. La precisión del lugar donde te has detenido tendrá una exactitud del noventa y tres por ciento, dato escalofriante. La policía ya no necesita discernir si estas mintiendo en tu declaración, el teléfono móvil hablará por ti. Y lo dice todo, desde dónde y adónde, que quieres y lo peor, hacía donde te ha de influir, sin que a veces lo sepas.


Tras el apagón del pasado mes de octubre en lo que se refirió a Facebook, Wasap o Instagram, más de un joven ha manifestado su angustia. No sabían como solventar un viaje en autobús o una tarde al aire libre, sin poder optar a una comunicación o actualización. Las supuestas herramientas tecnológicas a nuestro servicio, en realidad parecen ser nuestras dominadoras. No podemos prescindir de ellos. No hay generación que no sucumba, siendo los nativos digitales los mas comprometidos en su salud mental. Rige la premura, prima la actualidad, pero en realidad lo que predomina es la nada, la distracción idiota. Sacamos el móvil alrededor de ciento cincuenta veces al día y muchas de ellas no es siquiera para usarlo. Es para confirmar que nadie nos demanda atención. Vamos y venimos, y en cada motivo de interrupción, predomina desbloquear el móvil y ver que pasa.


Ansiedad digital es una de las palabras que denuncian nuestra conexión permanente con las aplicaciones digitales. Para colmo, casi todo acto requiere del teléfono o las pantallas. Un turno virtual, un pago, una descarga de archivos, un correo electrónico, declaraciones juradas, certificados, archivos compartidos en el drive o las nubes, menús de restaurante que necesitan, a su vez, de un lector de códigos OR, el prestar cinco euros a través de un bizum, para todo. Se nos ha presentado como la libertad, como tener en la propia mano todas las herramientas para una comunicación plena. Pero no parece libertad, él que opta por no utilizar móvil pone en aprietos a los demás, al menos es lo que estos hacen ver. En breve, todos sucumbirán a ese hechizo que enferma. Y muchos de los que claudican, lo hacen por nuestra propia imposición, para supuestamente saber que están detectables.


El mundo esta digitalizado. Los periódicos son on line, las series se ven por canales propios de series o películas, los deportes están todos en plataformas, los catálogos digitalizados. A ellos se le suma el acoso y derribo de las apuestas deportivas, que les hace creer a las nuevas generaciones que es un apéndice más de una práctica deportiva habitual. Los banners están todo el tiempo al acecho, basta que mires un pasaje en avión para que en las siguientes horas te vuelen ofertas de último momento. Y en el caso que compartas aplicaciones con tu pareja, te aparecerán banners que no has buscado pero que tienes en mente por alguna charla íntima. Y te aparece, acechante. Nada está librado al azar y todas las páginas, mostrando que son formales y respetuosas, te piden, para acceder, que aceptes sus políticas de privacidad que son invasivas. Y aceptas todo el tiempo.


Los que no son hábiles tecnológicos o se resisten a sucumbir parece que no tienen margen ni derechos en esta inmensa nube digital que nos enlaza. A los niños les controlas pero ni bien se adueñan de alguna pantalla, nos muestran como naturalmente se alzan con su dominio. Y no temen, como nosotros, que a veces no queremos comprar ni dejar rastros privados por internet, por una cuestión de recelo. Ellos, acuñados en la era del compartir datos e información, abren permanentemente sus vidas al sistema. Las aplicaciones más populares del mundo saben que una vez que entras, sucumbes. Muchas de ellas están diseñadas para que, cuando las uses, recibas una micro dosis de dopamina. De ahí que desbloquees el móvil sin darte cuenta, aunque lo hagas cien veces al día. No te enteras.


Estamos a merced de la “caja de Skinner” en busca de recompensa. Somos conscientes que en este experimento son mínimas las posibilidades de no repetir conductas. La tecnología abrazó el liderazgo de los llamados reforzadores, dejando atrás los viejos liderazgos de los gestos de aprobación, las sonrisas y el dinero. En realidad los abarca y te agobia la necesidad de que te den un like, un pulgar arriba, un me gusta o realicen cualquier tipo de comentario, aunque no te profundicen. Al momento de subir mis entradas de este blog a las redes sociales, recibo raudos me gusta sin dar el tiempo físico para que hayan obtenido la posibilidad de una valoración de mis contenidos, leyéndola. Es un acto reflejo, el de gustar para que luego gusten de ti.


Hay gente que trabaja para que tú seas un adicto. Utilizarán un lenguaje más inclusivo, dirán que están a tu servicio. Pero quieren esclavizarte, no tienen mejor objetivo que echarte a perder. Cuanto más tiempo pasas, más datos generas. Y todas las empresas, lucran de alimentarse con tus datos para diversificarlos en algoritmos predictivos de inteligencia artificial que te retenga aún más tiempo. Además de tus aplicaciones frecuentes, se nutren de formularios, tarjetas de puntos, marketing directo, seguros, operadores, hackers, laboratorios de análisis y más de lo que podemos imaginar. No quieren satisfacer tus deseos, la pura realidad es que quieren modificarnos las costumbres. Y lo permitimos sin resistencia, claudicamos. Hasta en Facebook solo vemos las noticias que ellos creen que queremos ver. Mis mas de trescientos contactos no verán mi aviso de nueva publicación, más que nada porque no han entrado en mi muro y no formo parte de la dinámica de su algoritmo.


Nuestros datos se mueven y si regresan, ya no son nuestros datos sino una visión parcial de nuestro mundo. Creemos ser los moderadores de nuestra navegación pero parece que no es así, somos instrumentos de un big data que nos comercializa en todo momento, aún en esas situaciones de dolor o apremio personal. No es fácil reconducir la situación, no se logra con un pin parental en apariencias -más de algún conocido falsea su adicción pregonando controles estrictos en su entorno que no existen- ni prohibiendo, ni olvidándonos de la comunicación presencial. Seguimos buscando respuestas sencillas a problemáticas complejas y siempre la responsabilidad nuestra será del otro. La necesidad de reforzar nuestro compromiso e implicación personal para gestionar buenos hábitos. 


Los apagones digitales cada tanto nos recuerdan que estamos atrapados y que necesitamos de ese ruido virtual todo el tiempo. El cigarrillo, la bebida, las drogas, el juego, el acoso o la indiferencia al cercano están ya concentrados en aparatos cada vez más pequeños. Y los blindamos con protectores de pantalla o fundas para que no se rompan. No vaya a ser que nos de por descubrir que no es un problema tecnológico sino en realidad, versiones off y on de las personas, que han perdido el foco. Todo es ruido, las palabras se reducen frívolamente, adoramos eslóganes, no leemos, no escribimos, no pensamos, solo miramos la pantalla hipnotizados. En definitiva, todo es tontería simplista. Necesitamos con urgencia que se acalle la información para poder escucharnos. Y dejar de aceptar todas las condiciones que contribuyen a una pobre concepción del mundo, sobre todo, del interior...



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