jueves, 25 de noviembre de 2021

Hay algunos hombres buenos

 El hombre no sólo perdurará; prevalecerá”

William Faulkner – Discurso de recepción del Premio Nobel en 1950.


Hay un exceso de información que genera ruido, más ruido. Se debe originar ese ruido, porque aunque no lo creamos, nuestra ansiedad por refrescar la información obliga a que, de alguna manera, se genere. Y en silencio, se convierte en ensordecedora. Las noticias terminan protagonizando nuestra vida, desde un reallity a una opinión insulsa o idiota de un político, parece que todo estuviera dirigido a nosotros. Sin intercambios sosegados de opiniones o criterios, se suben los decibelios de la crítica por todo sin que se procure alcanzar un consenso que mejore la vida de las personas. Entre tanto ruido, la imagen del mal parece encandilar, como estrella rutilante. Pero como dice la canción de Los Rodríguez que titula esta entrada, hay algunos hombres buenos.


Bueno, si breve, dos veces bueno. Pero predomina la necesidad de aceptar al malo, si poco, no tan malo. El fanatismo, la impostura, la estupidez y fundamentalmente, la ignorancia son condimentos de una comunicación que hace daño. Insensibilizarse parece ser un mecanismo de defensa, un anticuerpo que nos permita asumir que los malos actos, actitudes, gestos y obras que vemos o leemos a diario, no van de ninguna manera con nosotros. Por eso abandonamos el pensamiento critico, no podemos ante tanto ritmo frenético de todo lo malo que vemos alrededor. Pero por algún motivo no solemos condimentar nuestras “reservas” con valores de las personas buenas. Se supone que aún hay muchas -debería decir, la mayoría-, pero no deben hacer ruido, caminan en punteras para no molestar o pasar desapercibido. A lo poco que se puede optar es aceptar a ese malo, muy malo, que se quiere hacer pasar por bueno. Suelo extrañar ese mundo ambiguo donde el hombre parecía todavía ingenuo y permitía experimentar un sentimiento de esperanza. Si profundizo en el prisma literario, la sensación es que se procura editar y publicar cool, porque se procura leer divertimento. Y la cultura, contrariada, tuvo que mutar a lo políticamente correcto, que es decir un anhelo desmedido por la venta. Y donde todo se tiñe de sospecha de que abunda el malo por sobre el bueno.


¿Sería posible editar hoy a Ernst Jünger o Elias Canetti? Si leemos novelas del siglo pasado, tomamos como lógico que la temática contemplara pasiones tardías. En el presente, la pasión permitida es la del exceso insulso mas que consumado, de la consumición. El mal puede que no habite en nosotros pero si se puede relacionar con nosotros, con nuestros actos o con lo que no estamos haciendo, ante el retirado dolor de aquellos extraños, los que a diario riegan los programas de televisión o periódicos. Nos damos por vencidos, no podemos neutralizar la creciente sensación del mal que nos habita.


Podemos temer que la lectura sea considerado un bien muy temporario para el poco tiempo, tal vez una tarde en una reposera si es que nadie se activa en redes sociales o no hay polémica en la salsa rosa de la televisión. Jane Austen, cuyas heroínas debían alcanzar una épica personal que no distrajera un afán de alcanzar un buen matrimonio, tal vez fuera asediada por diversas organizaciones de gente aburrida, pero eso , siempre enojada, como para marchar, manifestarse o colgarse un pin o eslogan que intimide. Y Thomas Mann tal vez no podría enamorarse de Tazio, un niño, porque entre machismo y abuso, la novela terminaría en juzgados. Y repasando solo estos nombres, quiero pensar que solo era literatura. Sí, tal vez personal, plagada de dudas, controversias, secretos, atmósferas irrespirables por el cuestionamiento de la propia moral, personajes enajenados, densos y convulsos. Pero hoy temo que se cuestionaría un boceto como el de “El ruido y la furia” por tratarse de una obra turbia.


Nadie en su sano juicio recriminaría una obra de un premio Nobel, como en el caso de William Faulkner. La literatura siempre se encargó de profundizar sobre el mal. Pero ahora censuramos a “Lolita” pero dejamos que se editen varias “Los hombres que no amaban a las mujeres”. A Javier Marías le suelen ir a la yugular por muchos de sus escritos semanales. El grito de “fascista” no suscribe su narrativa, en absoluto. Y todo esto sin profundizar en la persona, porque como solía suceder entonces -cuando no estábamos informatizados- lo único que trascendía era lo que tenía para ofrecer, su arte. ¿Cuánta gente aún hoy se enfurece contra Baroja, Azorín, Cela, Unamuno o Rafael Alberti? Lo lógico es que no te gusten, que no los leas, que no profundices. Pero no alcanza, porque estamos en la era del linchamiento, obvio que solo virtual. Somos una sociedad individualista sin individuos, sin comprensión de textos.


¿Y que tendrá que ver el hombre bueno con la literatura de siglos pasados de temática para muchos obsoleta? No lo sé, en verdad. Es menester de un buen contador de historias el saber hilvanar un hilo para llegar a buen término. No se como encarrilar la idea, comencé pensando en escribir sobre el mal, pero encontré una entrada mía del 2019 y me di por satisfecho por lo bien que escribía en ese momento. Entonces pensé en qué existen los hombres buenos, existe la buena literatura, existe el buen arte, el buen gusto, sólo que se va en otra corriente. Se seguirán publicando buenos libros -menos tal vez-, porque el ser humano es furia, es bicéfalo y es incongruente. Pero también es equilibrio y si bien hoy parece que nos disfrazamos de inquisidores y de muchachos/as rudos que celebran la idiotez, algunos celebran aún por un rico léxico, adjetivación y sintaxis. La sensación es que hoy no se publicaría “Lolita” no porque la gente ahora tenga claro que no está bien que sucedan en la realidad historias como esas encuadrándola en una perspectiva de género, sino porque leer requiere un esfuerzo de concentración y un esfuerzo titánico del lector de interpretar que la ficción es ficción y son algunos hombres las que hacen realidad cuestionamientos existentes en el arte. Y esos generalmente son los hombres malos.


Desde el siglo XVIII parte de la literatura se centraba en el monstruo exterior, en el caso de “Drácula” o “Frankestein”, o del interior con “Dr. Jekyll & Mr. Hide”, o “La bella y la bestia”, “El príncipe querido”o con cualquier lectura del Marques de Sade, donde los demonios interiores se habitaban de prohibición o castigo. Durante el siglo pasado de guerras pudimos acceder a un sinfín literario donde se revisa la figura monstruosa del ser humano. Toda sociedad vive instalada en el miedo a la barbarie, de aquí que podamos recordar al teniente Drogo en “El desierto de los tártaros” de Buzzati. Y también se hizo presente en esas barbaridades individuales que cometen nuestros invisibles vecinos como en “Los fantasmas del sombrerero”.


Ahora llamamos literatura a cualquier cosa, si hasta un buen tweet puede tener valor literario. Pensamos que somos únicos repitiendo los viejos modelos y bajando la clase y el rendimiento. La literatura debe reaccionar, porque el valor literario está en su fuerza, en la búsqueda de la verdad, aunque el portador sea de lo más ruin en su vida personal. André Gide afirmó que con buenos sentimientos solo se hace mala literatura. La civilización del espectáculo nos aleja de los verdaderos dilemas de la acción humana. “Crimen y castigo”, de Dostoievski, “El poder y la gloria”, de Graham Greene, “La peste”, de Albert Camus, “El proceso”, de Frank Kafka, “Doktor Faustus”, de Thomas Mann, “2666”, de Roberto Bolaño, “Una temporada en el infierno”, de Arthur Rimbaud, “Flores del mal”, de Charles Baudedelaire oFenomenología del espíritu”, de Georg Hegel apenas nos arrojan respuestas a tantos interrogantes sobre el mal en las personas. Algunos seres humanos se degradan para degradar. El mal como motivo, búsqueda o reacción se enfrenta a un vacío de las personas en todos sus sentidos, comenzando por el vacío de sentido. El mal, como las pestes, no son susceptibles de curación con el método del olvido, el que los herejes del espectáculo confunden con vivir sin memoria...

 



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