sábado, 13 de noviembre de 2021

Luciérnagas curiosas que verán que eres mi consuelo

 Confieso que no se por qué, pero mirar las estrellas siempre me hace soñar”.

Vince Van Gogh


Para muchos es la antítesis de la palabra, aunque es necesariamente su complemento. No tiene que ser renuncia, sino pausa, reflexión o prudencia. Es elocuente porque clama, duele porque saben lastimar, censurar o consentir. Es un bálsamo y tantas veces una bendición, pero para muchos es un disparador de la ansiedad, un dedo alzado en señal de advertencia de que algo va mal. Pueden ser todas esas cosas, porqué: ¿Qué nos dice un silencio? Pocos serán los que aprovechen del silencio para hacer escuchas activas y consideradas.


Y lo mismo pasa con la oscuridad, en esas noches cerradas de zonas rurales poco frecuentadas, nos llaman más la atención, las sombras de las pocas casas quietas, estables, que la profundidad que se puede vislumbrar levantando la vista hacia el cielo nocturno. Las estrellas parecen vivir, una a una comienzan a distinguirse luego de un pequeño esfuerzo visual, su halo se hace presente, latiendo, y el cielo pasa de ser una materia oscura a una fuerza viva que hemos renegado de observar, a causa del progreso de luz artificial en las ciudades. Tanto esa profundidad de la luz como el silencio eran habituales en nuestras infancias, durante las noches. Las hemos ido reemplazando por una demanda desmedida de iluminación y voces.


De las luces me viene el recuerdo de aquellos atardeceres en el campo, con esos pequeños halos lumínicos intermitentes con los que se presentaban las luciérnagas. Estudiando estos insectos comprendí que no estaban para iluminar nuestros caminos, sino que delicadamente tierno, su incandescencia guiaba al otro sexo, como un candil para el amor. Aún persisten en dibujos, cuentos, poesías o peluches, pero no hemos reparado que nos cuesta divisarlas en ese ámbito rural, jardín o huerta, donde eran postal obligada. Eran muy fáciles de reconocer sus hembras, solo bastaba ver brillar la hierba con sus cuerpos brillantes. Cuerpos diminutos, salvo por la magia de su luz. La escasa calidad del cielo nocturno tampoco nos permite reconocer que vamos apagando a las estrellas. Lo hacemos con las farolas, con tantas luces encendidas a todas horas, con los carteles luminosos. A las luciérnagas las vamos exterminando, al cosmos lo hacemos más lejano, a la fantasía la perdemos con bombillas aunque las anuncien de bajo coste energético, más conocidas como LED.


Por algo la contaminación ya no es sólo un problema ambiental sino el reto más profundo que le aguarda a la salud pública en este siglo debido a la actividad humana. La mala calidad del aire, de la acústica, el deterioro del agua y la excesiva luminosidad artificial, ocasiona la destrucción de ecosistemas, poniendo en riesgo la supervivencia de especies animales y vegetales. En cuanto a las luces, la eficacia de las LED hace que veamos mejor lo que tal vez no necesitemos ver. Las noches son más brillantes y vemos menos estrellas. Pero también los pájaros cantan a destiempo, las tortugas no encuentran el camino al mar y las hojas duran más en los árboles. Y algunos impactos visuales son tan fuertes que modifican la producción hormonal o genética de las especies. Por último, destacar que también ha alterado los patrones de depredación. Las LED no reducen el uso total de la luz y queda por determinar si al menos, reduce el costo del consumo. Se ha probado reducir la intensidad lumínica de las farolas pero está comprobado que sólo representa un veinte por ciento de la contaminación lumínica. ¿El resto? La luz de los hogares, fachadas, vidrieras, marquesinas, locales comerciales, parques, campos deportivos y coches. No es fácil revertir el concepto erróneo de que cuanto mas brille una ciudad, más felices serán sus vecinos y más turistas los visitarán.


La contaminación mata en sus diversas formas, Europa sufre a causa del ruido, diecisiete mil muertes prematuras y más de setenta y dos mil hospitalizaciones al año. Deterioro cognitivo, bajo rendimiento, alteración del sueño, sorderas, hipertensión o enfermedades cardio vasculares se llevan la palma en enfermedades vinculadas al ruido. Para el cuerpo humano, el ruido es una agresión. A la que se acostumbra, pero al precio de ir perdiendo la salud. La acústica es la segunda causal de enfermedad medio ambiental. A pesar del concepto ruido, suele ser silencioso una vez que el cerebro se ha acostumbrado a una presencia continua. Vivimos sumidos en el ruido que dificulta nuestra concentración y perjudica la creatividad. Y lo más complejo, es que no sólo nos hemos acostumbrado a soportar el ruido, sino que nos hemos acostumbrado a generarlo.


El apocalipsis silencioso de los insectos se produce por una contaminación menos evidente que la de los ríos, la atmósfera o los plásticos. La luz artificial daña sobremanera la calidad de los ecosistemas, estamos inundando el planeta con luz. Si la intensidad lumínica supera el umbral que sostiene a una luciérnaga, por ejemplo, provocará una desorientación espacial como temporal en las especies. Si esto perjudica a las luciérnagas, la presencia de plaguicidas en los campos cultivados las ponen al borde de la extinción. La agricultura ya no es tan amigable, cercamos a los pueblos con cada vez más urbanización y generamos o permitimos una sobredosis de iluminación y ruido. Los bosques y campos son a la inversa que la ciudad, cada vez mas silenciosos. Los cantos de los pájaros también se simplifican hasta la reducción. Si una especie escasea, las frecuencias en las que canta para marcar territorio, atraer, cortejar o seducir dejarán de registrarse. Aquí podemos destacar especies comprometidas, como la codorniz o golondrina. El grueso de pájaros desaparecidos o que merman su población pertenecen a las especies más comunes, esas que no tienen ningún tipo de protección. Con el tiempo, se deberá incluirlas también en políticas de esfuerzo de conservación. Parecemos conducir al mundo hacia una multitud de santuarios de especies. No podemos ni sabemos controlarlo.


El arte moderno tiene imágenes icónicas. “La noche estrellada” de Vincent Van Gogh, de 1889, es una de ellas. Nos encandilan sus pintadas vigorosas del paisaje exterior por sobre los trazos rectos y breves de la ciudad, que da una idea de estabilidad o quietud. Observando el lienzo, no nos cuesta reconocer que la noche se veía diferente a como hoy la conocemos. Para muchos, la distracción es determinar que Van Gogh estaba loco porque La noche parece frenética y las estrellas tienen un halo tal vez exagerado, tal vez producto de la depresión por la que atravesaba el artista, desde la ventana del sanatorio donde se recluía por sus delirios y alucinaciones.


Lo turbulento de sus emociones se reflejan en el lienzo sobre todo en los remolinos que se mueven a lo largo de la pintura. -La esperanza está en las estrellas-, le escribió a su hermano. El referente del nacimiento del postmodernismo utilizaba colores vivos y compactos que intentaban llevar emoción y expresividad a temas de la vida real. Van Gogh nos dejó el legado de que el medio es el mensaje y que de momento, menos noches estrelladas, menos ruido de aves, menos brillo de luciérnagas parecen conducir la necesidad de otro tipo de oscuridad, invadida por una inestabilidad del mundo en que vivimos y sobre todo, por un lado más oscuro de las cuestiones virtuales que nos alejan de la realidad, que estaba fuera y tal vez, la estemos rematando hasta apagarla...

 



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