domingo, 13 de octubre de 2019

Vos que andas diciendo que hay mejores y peores


“Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada.”
Mark Twain

Para algunos significa la negación de lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos. No es un concepto único. Su punto de partida somos nosotros mismos, ya que forma parte de nuestra naturaleza. La naturaleza no se doblega y el libre albedrío aunque no lo creamos es el inicio de su esencia. Ese estado que nos aterra al observar el dolor que aflige, se encuentra agazapado en nuestro interior y puede salir en cualquier momento. El mal forma parte de nuestra esencia y no es circunstancial. Para Platón su origen radica en la ignorancia y en el desorden. Nos duele verlo pero está tan instalado en nuestras sociedades que tantas veces nos da la sensación de que es lo que prima. Y vence.


Los valores no se imponen sino que se ejercitan. Educar significa sacar de la ignorancia. Pero en este caso, no se refiere a conocimientos sino a una introspección que por sí solos, no estamos capacitados a hacer. La batalla cultural es esencial y es la madre de las batallas. Con la ignorancia se justifica el mal y sus dominios. Y hoy sus campas parecen cada vez más anchas y cultivables de idiotas. En esas condiciones, la libertad del poder ser impide que el cuerpo eduque al alma. El mal anida bajo el nombre de la bondad, de ahí que toda construcción perversa tantas veces sea mentada como buena intención para mejorar las carencias y esencias de las sociedades. La maldad se alimenta de la voluntad. Para Freud, somos prisioneros de nuestros subconscientes, que determinan nuestras pulsiones y taras. Tal vez por eso, la realidad que nos rodea sea caótica, trágica y ciega, carente de todo sentido.

Dios ha muerto, es una frase que se antoja esencial para este análisis. Separemos el mal que nos anida del pecado y de las religiones. Tal vez estos fueron instrumentos para maniatar nuestras malas inclinaciones. Dejemos de lado el concepto infantil de pecado que está instalado desde el mismo nacimiento. El mal es una realidad más allá del buen o mal comportamiento o de una afiliación a un Dios y su religión. Lo que es bueno o malo no está encerrado en evangelios, sino en dos polos de nuestra propia naturaleza. Cada elemento de ese par impacta de manera rotunda sobre nuestra naturaleza y la influencia que radica en la capacidad valorativa presente en todas las culturas. Como especie no tenemos esencia o un yo estable, nos construimos sobre la base de las tensiones de ese caos que es la vida real. Para entender el bien o el mal tal vez debamos leer a Nietzche o a Freud antes que a las alegorías sobre el paraíso o las redenciones obligadas del penitente. El bien no se deja conquistar tan fácilmente. Por eso el mal está tan presente, y aunque lo neguemos, alberga una seducción para los principiantes sin valores que son los humanos.

El mal se expande con la velocidad de una pandemia. Y lo hace como un manto que se blinda en el pertinaz y tantas veces descarrilado devenir humano. Creemos que podemos reducir al mínimo sus efectos porque el hombre se anida en escudos morales, intelectuales o espirituales. No encontraremos razón en el mundo por más que se reproduzcan por millones los filósofos. Al no poder disponer de la razón desde nuestro primer día para abstraernos de esa representación teatral que parece ser la vida, construimos como niños una representación mental ingenua que al llegar a adultos, resulta difícil desmontar. Se es bueno o se es malo, nos corrigen nuestros padres o profesores. Se es bueno y se es malo, y se puede convivir con esa doble personalidad. De ahí que nos confunda el escuchar que una muy mala persona suele ser buen hijo y buen amigo y compañero de sus amigos. Nos criamos con una muy infantil concepción de las cosas, nos hacen creer que todo depende de que seamos buenos integrantes del rebaño. Es difícil abstraerse de esas estúpidas y estériles ideas.

La voluntad de la verdad está enmascarada en la voluntad del poder. No lo digo yo, de algo me sirvió leer “Así habló Zaratustra”. Lo bueno de Nietzsche es que contradice a todos, comenzando por los filósofos. La defensa de la verdad termina en burla. Somos una repetición demasiado humana que sugiere seguir a Dios como remedo de esa fuente imaginaria que cree que somos así por imagen y semejanza de ese alguien que nos enseña todo aquello que debemos o no debemos hacer. Y ese rebaño que se autoproclama inmoralista, en realidad no está mas allá del bien y del mal, sino que tiene la extraña tendencia de buscar y hacer el mal. Lo fascinante de películas como La guerra de las galaxias es que trata de la agotadora batalla por estar en el campo de protección del bien antes que en el lado oscuro. Tal vez no haya blanco o negro, ni grises como parece ser la existencia. La libertad es un bien que Santo Tomás justifica para que el hombre se parezca más a Dios. Él no quiso el pecado, asevera, pero lo permitió por una razón mayor, que el hombre sea libre. Tal vez por eso la corrupción no sea culposa, porque creen que lo hacen para satisfacer necesidades y no impulsos, taras o pulsiones. Y porque luego pueden pedir perdón arrodillados y en silencio para continuar in eternum con las tropelías éticas.

La ignorancia es culpa pero hasta ahí nomás. La ignorancia no es fanática, es estúpidamente cómoda. Somos prisioneros con miedo a dejar de tener reglas o de inventarlas para que se acomoden a nuestra moral. Somos arquitectos de valores propios que se pregonan no como vicio o capricho individual, sino como desinteresada gesta hacia un pueblo, que por su condición virginal de pueblo nunca se equivoca. No puede haber moral universal, no es práctico una moral para todos. Si llegáramos a ese casi imposible momento de despejar mitos, podríamos conocer el alcance de una moral particular. La madurez permitiría dimensionar una vara que permita el ignorante conocer sus limites y sus consecuencias por ser tan vanidosamente ignorante. Y de paso, dejarse de joder con ese verso de que el mal es solo del poderoso y el bien solo del oprimido, quién tendrá el premio de la vida eterna. No tenemos una esencia, somos el eterno caos que tensiona y somete al mundo real. Ya es eterno ese laurel malicioso…

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