domingo, 6 de octubre de 2019

De las historias pasadas, ya no me aturde saber


“Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella”.
Aristóteles.

La mayoría procuramos alzarnos con la verdad de lo que nos importa o motiva. Tantas veces en ese proceso nos encontramos con una enorme disyuntiva, al mismo tiempo que aspiramos a esa exactitud, nos topamos con posiciones radicalmente encontradas con la nuestra que también afirme que la asiste la razón o la certeza. En estos tiempos donde nos aterroriza ser victimas de una nueva fake news, perseguimos la verdad pero no siempre nos gusta lo que raspamos en su búsqueda. Esto encierra una enorme pregunta filosófica: ¿qué será la verdad?


Se habla de verdades absolutas y de verdades relativas. Esa búsqueda a muchos les consume la existencia. Es parte esencial de la naturaleza humana porque obedece a una necesidad de vivir, le encuentra sentido a la vida y nos ofrece un juicio sobre las realidades concretas. La verdad difícilmente será absoluta, aunque se ponga el énfasis en enunciarlo. Tantas veces la verdad anida en el interior, y cuando sale, lo que los demás pueden optar es a buenas interpretaciones. Cuando la verdad anida en nuestro interior, lo que cuenta es una buena dosis de conciencia para permitir confirmar que lo que internamente suponemos como verdadero, lo pueda ser. En cuanto a la verdad, no habrá humano que no tropiece, por más pensante y filosofo que sea.

Conocer tal vez se pueda definir como acercarse tímidamente a una realidad. La verdad se antoja limitada e incompleta, por su complejidad. Los que hasta aquí siguen mis pensamientos, pensarán que es Perogrullo, pero debo decir, con cierto pesar, que no lo es, más de una vez nos topamos con esa radicalidad presuntuosa que se relame de ser portadora de la verdad. Y no está impostando sus proclamas. Esta convencido, tiene su convicción. Entonces surge la duda cruel y luego el agravio, uno y otro intentarán definir que su verdad es la absoluta y que la otra parte miente, esta manipulado o tiene malas intenciones. Este dilema nos agota y no ayuda a la división que se puede observar en cada conflicto mediático al que asistimos. Se espera en vano, que cada parte incorpore nuevos conceptos que le permita comprender mejor esa realidad y poder optar a un mejor manejo de dicha verdad. Pero rara vez sucede.

Nietzsche aseguraba que era mejor buscar la verdad que encontrarla. Esa debería ser la única motivación, transitamos por la vida con la intención de conocer esas verdades. Sócrates confesó que “sólo se que no se nada” y estábamos hablando de unos de los filósofos clásicos de la Grecia antigua, maestro de Platón. Algunos pueden observar en esa definición como el paradigma de la falsa modestia. Indudablemente la labor del filosofo es razonar y cuestionar los elementos que lo rodean. La aparición de una verdad tantas veces no aclara sino que oscurece. Una pregunta satisfecha encierra un múltiple choices de nuevas preguntas. La frase que atribuimos a Sócrates y que inmortalizo en su difusión Platón, intenta explicar que a pesar de dominar un conocimiento ya dominado debemos declarar nuestra ignorancia sobre otros tantos saberes. El individuo no es portador de la verdad absoluta, necesita una disponibilidad a seguir aprendiendo. Hoy observo que se falla en lo esencial, no existe esa predisposición a dejar de ser ignorante.

Tomamos una posición radical en asuntos que competen a nuestras sociedades. Las verdades fuera de nuestras verdades es un ataque a nuestra inteligencia. Optamos por considerar que del otro siempre surge la mentira, el embuste, el engaño o fraude. El ignorante cree saberlo todo, es peligroso. Pero el inteligente que razona como un ignorante al no aceptar otros puntos de vista también es peligroso, suele ser aquel que luego nos priva de nuestras libertades naturales. Un método esencial para el logro de esa verdad está depositado en el dialogo, y ese coloquio no se ofrece como alternativa, el dictador o intolerante considera que la discusión es grito, represión y ofensa. La verdad individual se puede comunicar y compartir, no imponer. Estamos en ese momento de tamaño desconcierto donde la gente considera que la verdad está en nuestras esquinas y no en la de nuestros rivales. La verdad no afirma ni rechaza, simplemente experimenta. La verdad no se aprende, se mastica diariamente, se busca en la luz o en la oscuridad, se experimenta cuando somos libres -el estado ideal- o cuando somos prisioneros de un sistema. La verdad no llena un vacío ya que abre nuevas puertas a dudas, dolores o intrigas. Para tantos eruditos la verdad es una obscuridad cegadora.

Es nuestra obligación el penetrar en esos mundos inteligibles para, penetrando en los misterios, poder alcanzar verdades racionales. Al obtener ciertos conocimientos podemos liberarnos del mundo de las apariencias e ignorancia escogida, para optar al plano de las ideas. Gotthold Ephrain Lessing, filosofo alemán del siglo XVIII, sostenía que lo que hace digno al hombre no es la posesión sino la búsqueda. Tal vez la verdad sea como pregonó Nietzsche, antagónica y complementaria. A veces el conocimiento solo es engaño, ilusión o lo que es peor, olvido. Es lo más cercano a lo que definimos como desconocimiento. La mejor actitud que pueda acercar a una primera aproximación a la verdad será la escucha, que posibilite experimentar la profundidad de un conocimiento filosófico que sostenga el conocimiento que consideramos moral por estar arraigado en el acervo.  El conocimiento solo mana de la vida misma y no existe un conocimiento puro, ya que será una fuerza activa y compartida que podrá eliminar esos tópicos “divinos” que oscuros mortales, amparados en su ignorancia, han tratado de sugestionar para eternizar “su producto” tal el del primer trabajador, padre de la patria, el anti elitismo, el pueblo virtuoso, el caudillo, el discurso anti liberal, el anti imperialismo, lo nacional o popular o de la justicia social.

Recuerden que el sujeto del conocimiento es colectivo que se somete a los vaivenes de la historia, saliendo ileso del naufragio. No nos gobierna la dialéctica, la gramática ni el énfasis emotivo que el intolerante utiliza para hacernos serviles e ignorantes. Dejemos de llamar conocimiento al desconocimiento, optemos en afirmar tantas veces que el conocimiento buscado precede al olvido de concepciones equivocadas, que será una nueva forma de adquirir entendimiento. El saber no mata, a lo sumo duele. Pero hoy lo que duele es observar cómo se habla de lo que no se sabe y te gritan como único mecanismo de defensa o reclutamiento rastrero….

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