miércoles, 2 de octubre de 2019

Sólo le pido a Dios


"No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer".
Carl Sagan

Vivimos el instante, cada vez más apresurados. Pero vaya paradoja, cuanto más al instante se vive, se debería cuestionar -y no se hace- el concepto de eternidad. Parece que vivimos acelerados sin lograr encontrar la paz interior y el precio será el placer de la eternidad, rodeado de nuestros seres queridos, que a causa de esa velocidad con la que vivimos, no pudimos dispensarle toda la atención que debimos darles en vida. La labor del que piensa es cuestionar las falacias que nos rodean. Y la existencia de un Dios debería ser la más fácil de refutar pero al mismo tiempo, genera una radicalidad que obliga a dejar la duda para más adelante, quizás cuando nos encontremos que no existe esa eternidad tan anhelada. Sería el verdadero castigo si pudiéramos comprobarlo.


La humanidad suele apoyarse en ese ser superior que ha de remediar los graves problemas éticos y morales que nos atenazan como sociedad. Como la solución no esta a nuestro alcance, compensa creer que una fuerza superior hará ese acto de justicia reivindicativa. Es como si no quisiéramos aceptar que lo único que se ha modelado a imagen y semejanza sean los dioses. Siento en estas primeras líneas que he de lastimar a gente que quiero, pero no es una traición ni que perdí por desengaños la fe, simplemente que las respuestas que no hay no se esconden en una nebulosa de la creencia. Los dioses no nos modelaron a su imagen y semejanza, sino que ha sido al revés. Y durante siglos funcionó, hoy parece que se desmorona el concepto.

Reza Aslan, erudito de estudios religiosos, admite que el cerebro humano tiende a creer en Dios, en dioses o en el alma. Tenemos una tendencia a humanizarnos a través de la existencia de un Dios. Nos proyectamos en ellos, nos inclinamos para reconocer nuestras falencias e imperfecciones. Con una simple contrición renovamos la espiritualidad que trata de justificar nuestras nuevas y constantes erróneas acciones. Hoy todo es motivo de irrisión y especulación. En la era digital podemos ver la realidad tan distorsionada que nos ha guiado durante milenios. No hay nada sagrado, todo está vinculado a un pecado, nacemos con una supuesta mancha que denominan pecado original. Por un lado, el nacer es bendecido como un milagro de la vida, pero de inmediato se pasa al cuestionamiento del pecado original que acompaña al púber. El sentido del mundo es solamente sentir el mundo y transitarlo, con sufrimiento y goce, de acuerdo con nuestro derrotero. Cuesta encontrar personas que analicen a fondo sobre la existencia lógica de un Dios. Nadie se quiere cuestionar el sentido de la existencia, por eso recae en un Dios omnipotente y omnipresente el flagelo de esa angustia.

Los que vivimos sin un Dios sentimos el precio que pagamos por nuestra decisión. Cuando algo malo sucede, solo nos tenemos a nosotros mismos, y tal vez a las personas más cercanas. No podemos optar a rezar, pedir y confiar con la inocencia de un niño que alguien escuchará esas plegarias y encauzará nuestro destino. La primera vez debilita, pero con el tiempo, uno se siente fuerte; fuerte y resignado, porque se enfrenta al destino con pocas armas pero con la tranquilidad de que no habrá espejos de colores que nos venderemos a nosotros mismos. La religión ya no tapa ese hueco, la religión ayudaba a controlar la ansiedad de no saber. Somos una especie que vive poco y en la aceptación del proceso de morir -que sabemos desde el momento que razonamos que nos ha de pasar-, las creencias ayudan a hacer más digerible ese trance. No hay nada más acogedor que pensar que personas que han fallecido en siglos anteriores estarán esperando para guiarnos y nosotros estaremos por toda la eternidad oficiando de comité de recepción. Lo duro es aceptar que en un universo con tantos siglos de existencia, nuestro paso puede ser de apenas algo menos de cien años. Y luego nada, tal vez el olvido. Sería más fácil aceptar que un ser querido al morir ya no está en ninguna parte, salvo en nuestra memoria, en nuestro dolor y en nuestro recuerdo. La eternidad tal vez sea la huella que puede dejar en los que le siguen.

Supongo que un compromiso religioso puede ayudar para favorecer un bienestar emocional, psicológico, espiritual y hasta físico. La religión ha mantenido como rebaño a las sociedades, tal vez sea el mérito más alabado porque debemos ser conscientes que somos capaces de ser lo mejor y lo peor al mismo tiempo, llevamos la autodestrucción en nuestras maletas. Dios es una idea y el hombre codicioso anhela ser Dios. Tal vez sea una manera decorosa para manejar una realidad que en nuestro interior, todos nos damos cuenta, todos llevamos una visión similar de lo que es el mundo. La vida no suele ser un fenómeno que se comprende, solo se transita. Y en ese tránsito, nos invade el desconsuelo o desencanto. Tal vez ahí se justifique el anhelo de la vida eterna y feliz. Anhelamos en vida de una trascendencia y por eso, la vida eterna puede satisfacer en parte, nuestra insatisfacción casi permanente.  El hombre, según Pascal, sobrepasa infinitamente al hombre.

La palabra Dios para Albert Einstein no era más que la expresión y producto de las debilidades humanas. La Biblia tal vez sea el libro infantil más cruel que se pudo haber escrito. Crecemos rodeados de supersticiones y mitos que a medida que pasamos los años, nos avivan para no ser tan crédulos -Ratón Pérez, Papá Noel, Reyes Magos, Super héroes-. Pero con la religión nos dejan de por vida vivir en el infantilismo. Dios perdura porque somos débiles, crédulos y hasta cierto punto hipócritas, porque con la exculpación que nos propone la confesión podemos prolongar indefinidamente nuestras carencias, pulsiones o egoísmos.

La inmensa mayoría de la humanidad cree en un Dios, pero desconfía en los hombres. El que no cree es un raro, descreído, ateo o desilusionado ya que para el creyente no es posible abandonar la fe por el mero hecho de un razonamiento. Tal vez una religión sea el imponer una forma de pensar que en realidad, no deje pensar. No somos ovejas descarriadas por no creer, sentimos lastimar a nuestros seres queridos, nos hace mal expresar nuestras ideas porque no queremos dañar ni liberar, simplemente compartir lo que pensamos. La religión es un fenómeno de tal alcance que el que descree debe explicar a diario por qué y el que cree en algo superior, se queda tan ancho sin la obligación de justificar y expresar de forma racional como es posible que perdure un niño en esos sentimientos. Y ese pacto social que nos regulaba se está rompiendo, debemos dejar el niño de lado y tomar las riendas como adultos que desconocen lo que es vivir, pero lo transitan como pueden, ya no como deben….

PD: escribo esto con dolor, por transitar un momento donde sería mucho más fácil creer que nuestros seres queridos nos aguardan para la gran fiesta de la eternidad…

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