domingo, 22 de septiembre de 2019

Piedra sobre piedra


"¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario a la vida? Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin recurso, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el nombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo".
El mito de Sísifo – Albert Camus

El estado de la mente es esencial para ocuparnos de nuestras vidas en vez de preocuparnos. Nuestros significados personales nos permiten desenvolvernos en el día a día. Tenemos dudas, sostenemos miedos, repetimos conductas que sabemos que no nos favorecen, pero avanzamos. O al menos intentamos un paso cada día. Pero el interrogante surge en el momento menos esperado. Cuál es el significado de nuestra vida es la interpelación que a veces no tiene respuesta y es una cuestión tan repetida como lo es la vida misma. Necesitamos un significado y lo han necesitado todas las generaciones, aún hasta aquellas divinas que hemos inventado para sostener el gran misterio que agobia porque no resulta sencillo comprender el mundo y la vida.


“Vivir es encontrarse en el mundo” definía José Ortega y Gasset. Y lo hacemos a expensas de nuestros talentos y también de nuestros tormentos. Y con el correr del tiempo vamos incorporando mochilas, como las cargas, como los posos de la memoria. A veces un suceso actual remueve esos posos con o sin resultados renovadores pero tantos otras veces se estancan en nuestro subconsciente en forma de olvido y nos atenazan o paralizan, sin encontrar razón de ser. La inmensa desgracia que nos habita es una piedra pesada difícil de llevar. Aquellas experiencias agobiadoras suelen perecer al ser reconocidas. El problema es que no hacemos tal ejercicio y optamos por subir una y otra vez la piedra, tal como le tocó en su momento a Sísifo.

La felicidad y el absurdo son hermanos, y el destino, la ruta hacia adelante que se presenta con baches, peajes y a veces sin dirección insertada en el GPS. Nuestra roca es nuestra carga aunque creamos que es nuestro equipaje. Hay un destino personal pero esperamos con ansias que sea un destino divino actualizado constantemente como cuando refrescamos una página de cualquier portal web. Quisiéramos acceder a ese guion que de antemano nos depara la vida. Somos parte de un origen completamente humano que necesita mitos, porque la noche es demasiado larga y tantas veces no deja ver. Por eso, tal vez cerramos los ojos y descansamos, porque la piedra no duerme y nosotros, nos cansamos sobremanera de portarla sabiendo que si no lo remediamos, la noche tal vez no tenga fin.

Tener un propósito, trata de comprender los significados de nuestro derrotero, dar valor a lo que hacemos, ayudan a determinar cual es el motivo de nuestra vida. Por suerte no estamos todo el tiempo haciéndonos la pregunta, solo surge cuando parece que no vamos hacia ningún lado, cuando nos estancamos. Surgen con fuerza en las situaciones de crisis, cuando las cosas hacen evidente que no encajan. Es ahí donde tendemos a defendernos de la angustia que genera esa incertidumbre. Buscamos respuesta que nos tranquilice ante tanto desconocimiento, buscamos una pista como si fuera a ser la verdad indiscutible. Somos remedos de una existencia, armamos el puzle ante cada secuencia, pero las piezas no dan forma a un solo poster, las piezas ensamblan como un patchwork o retales. La precisión estará en el trazado, corte y ensamblado.

Si le encontramos un sentido, resurge la motivación. Sísifo tal vez la perdía al ver caer una y otra vez la piedra luego de la extenuante subida. Tal vez no buscaba una respuesta sino que tomaba aire para no perpetuar el desaliento porque en el fondo sabia que era una pregunta sin respuesta, un bucle sin fin, y que trascurrido un momento, volvería al intento de subir la piedra para alentar la eterna caída. Albert Camus en “El mito de Sísifo” intenta decirnos que a pesar del desaliento de ver caer una y otra vez la piedra, debemos considerar que Sísifo era un hombre feliz, tal vez su propósito de vida estaba en ver que mantenía fuerzas para volver a subir la piedra. El castigo no era empujar esa gran piedra redondeada desde una base de una montaña hacia su cima para verla caer y ver mermada su condición física. El castigo era vivir en un sinsentido, la tragedia de vivir en un absurdo.

La realidad simplemente es realidad, es decir que existe y nada más, a pesar de darle significados. Camus proyectó en su teoría que es uno mismo quien debe darle sentido a su vida y lo que le sucedió a Sísifo es fácil de explicar, prefirió luego de volver a respirar y descender en busca de la piedra, reiniciar su tormento que parece no conocer, no crean que sabe que la piedra subirá y descenderá cien, mil, diez mil, cien mil o millones de veces. La piedra es él, la piedra es su destino, la piedra es su mochila y Sísifo es un héroe absurdo, de tan absurdo no es héroe. Sísifo es la repetición y tal vez, por eso, el presente se pueda parecer a una repetición del pasado; o lo que es peor, intentar hacer nuevas cosas paro no poder, porque el pasado olvidado en la memoria igual martillea, bloqueándonos.

¿Cuál sería el resultado de nuestras repeticiones? Parece que no hay peor castigo que el trabajo inútil, no reconocido y sin esperanza. La repetición es una tarea de nuestro día a día, que algunos la repetimos como una rutina que tranquiliza y organiza, y otros intentar hacer cosas distintas todo el tiempo, aunque repitan el mismo procedimiento, el de comenzar y no terminar nada. Lo que repetimos nos define, lo que innovamos nos destaca y lo que sufrimos, nuestras asignaturas pendientes. El cambio se nos resiste, la experiencia mal procesada o mal entendida se nos enquista en el subconsciente sin avisar, pero sin dejar que el olvido sea definitivo. Cuando aprieta, nos ahoga y desconocemos el motivo pero volvemos al pasado sin saberlo. Nos encontramos atrapados en las repeticiones de lo que hacemos o de los que nos paraliza. Nos cuesta tanto liberarnos de esos nudos que atentan contra nuestra libertad. Repetimos activamente o de forma pasiva que parece que en realidad buscamos una solución a los deseos no culminados. En terapia se respira un bucle que asfixia hasta que se vislumbra la punta de la madeja. Se recibe una bocanada de aire estimulante pero aún no se desatasca el camino porque no se supera la amnesia. Lo que sucede, tal vez, es que repetimos una necesidad que aun no se vislumbra, lo que nos lleva a una compulsión por repetir porque no sabe cómo hacer para recordar.

Muchas veces nos enganchamos a cosas que no llevan aparejada una recompensa económica. Será que los hacemos porque para nosotros tiene algún sentido. No me gusta encarar algo de forma correcta, prefiero hacerlo lo mejor posible. Escribo un blog de pocos lectores, pero al momento de pensar la temática y el contenido de la entrada, pongo lo mejor de mí. Lo mismo en mi trabajo o entrenando a equipos infantiles de fútbol. Estas prácticas no remuneradas hablan mejor de mi que cuando obtengo un sueldo que en realidad me esclaviza porque me siento siempre mal pago. En cambio, no  me pagan por escribir pero siento que es valioso lo que escribo y que genera una buena imagen de mí. En el mientras, trato de no recaer en la repetición y pensar que algo que no recuerdo me frena, ata, limita, quita alegría y obliga a pensar que debo preguntar a diario cual es el significado de mi vida o el valor de mi existencia. Acepto esa limitación y continuo la marcha en el laberinto de mi subconsciente a la espera de que se ilumine mi memoria y me libere para bajar a buscar la piedra y darme fuerzas para seguir subiendo de cualquier manera, ya que esa libertad nos puede enseñar algo más sobre el absurdo…

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