domingo, 27 de octubre de 2019

La felicidad ja ja ja ja


“La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.”
Immanuel Kant

La buscamos con obstinación, sin tregua. La buscamos en palabras, poesías, discursos proteccionistas, gestos, pero casi nunca en estados interiores, que es donde debería tener su domicilio principal. Creemos que hay técnicas o estrategias para encontrarla y sostenerla en el tiempo. Se la pregona en estas épocas como algo democrático, tal como si se tratara de un derecho. Tal vez parte del error radique allí, buscamos la felicidad en una sociedad que raramente es feliz. Y no remediamos el hecho de que si estamos permanentemente buscando la felicidad, tal vez habitemos sociedades que no faciliten sensaciones ni recursos para que nos podamos sentir felices.


Es tan difícil de alcanzar que con el correr de los siglos, la misma existencia nos la ha manifestado de tan variopintas maneras. Hoy, en una sociedad cada vez más individualista y de consumo, nos hacen creer que la podemos salir a buscar como un bien más al que tenemos derecho. La felicidad sigue siendo un estado interior, de rápida irrupción, diversa intensidad o duración y tal vez, tal vez, de repeticiones a lo largo de la vida. Pero asistimos a cursos y conferencias donde nos plantean las supuestas armas para alcanzarla y sostenerla. Hemos ofrecido la felicidad como un elemento más a obtener en el consumismo. No debe haber manifestación más crítica para sostener el individualismo hedónico que nos gobierna.

La felicidad no parece ser el brebaje que nos prepare para sostener las inclemencias de nuestros actos como sociedad. Se ofrece como salvación, como aro salvavidas cuando las promesas a la ciudadanía no se llegan a satisfacer. Se vincula como un sentimiento que blinda una satisfacción pero tal vez, ese concepto la arrope aun más en el consumismo. Tiempos atrás, y no tan remotos, algunos asociaban la felicidad como una virtud. Hoy, con un iphone. Los productos que compramos ininterrumpidamente nos dan satisfacción. Pero parece ser una de las tantas mentiras del marketing humanitario, no parecemos felices con una nueva aplicación, o si lo estamos, parece ser que reemplazamos el concepto de felicidad como la triste manera de “matar” al aburrimiento que nos sostiene.

Haces cualquier tipo de reclamo o consulta y al final de la conversación, te solicitan un minuto para una encuesta de satisfacción. Si compro zapatillas nuevas, no me dan un tiempo prudente (al menos salir a usarlas) para poder confirmar si ha sido una buena compra. No, en la misma salida del local o en la bandeja de entrada de tu servidor de correos, a los pocos minutos quieren saber como te sientes tal la compra, si estas satisfecho. O se vive con demasiada urgencia o necesitamos imperiosamente redefinir conceptos tales satisfacción o felicidad. La felicidad o satisfacción hoy se mide al instante, nunca en el tiempo. Es en estas arrebatadas encuestas donde el siete o el ocho sobre diez imponen un sentimiento de felicidad. Ese guarismo se derrumba si vamos a terapia o hacemos una retrospectiva sobre nuestras circunstancias. Allí raramente se pase de un cuatro o cinco. Y creo ser generoso.

Las nuevas fuerzas que intentan conquistar el mundo nos hacen creer que nuestros abuelos o madres no han sido felices en su parcela de existencia. Abundan los mítines donde se justifica la infelicidad a causa de una explotación permanente y falta de perspectivas de algo superior. Nos sentimos más poderosos que nuestros antepasados pero no parece ser que seamos más felices. Niveles de vida más elevados no parecen ser testimonio determinante para el logro de la felicidad. La historia de la humanidad es el fiel crecimiento del progreso en nuestra especie, las aspiraciones nos sostienen y hasta nos mejoran. Pero la correlación entre progreso, poder y felicidad nos resulta poco clara. Tantas situaciones de progreso que han transformado la historia han traído aparejado sensaciones de postergación o sometimiento de la masa. La expansión de los imperios ha traído aparejado revoluciones tecnológicas que no han sido muy buenas noticias para segmentos considerables de la población humana, que sufrió de postergación, exclusión o ruina. El progreso con sus inventos o descubrimientos no han hecho más felices a las personas. Pero aceptamos vivir bajo esa forma romántica o nostálgica del engaño.

Igualmente el concepto de felicidad es relativo. No encontraremos dos personas que puedan medir la misa vara de felicidad. Tampoco, y que quede claro, el concepto de felicidad no ha sido el mismo y nunca ha significado una imperiosa necesidad, como en estos tiempos. La felicidad es un mecanismo “grabado” en la especie humana, pero es en las últimas décadas donde las prioridades han cambiado. En la segunda mitad del siglo XX afloraron los hobbies y las aficiones. También ha aumentado la esperanza de vida y el confort y creo que fue a través del confort que nos hemos confundido el asociar bienestar o desahogo con felicidad. La sensación de que la tecnología todo lo consigue nos ha llevado a pensar que ahora sí, la felicidad será un sentimiento que se mantendrá en el tiempo y ya no serán aquellas grageas que sostenían la reproducción o continuidad de una especie.

De la felicidad también se sale, debería ser una consigna para cubrir. Pero hablo de esa idea de felicidad que nos venden y agobia y en realidad nos hace más inconclusos, más caprichosos, tan quedos o aburridos. Si sabemos que no hay técnicas infalibles para ser feliz, tal vez nos quitemos la obsesión, la envidia al otro y podamos disfrutar nuestros escasos o parejos momentos. Si dejamos de medir la felicidad como aquella encuesta estúpida de satisfacción que nos ofrecen ante cada compra o reclamo no cubierto, tal vez allí estemos más abiertos a los segundos de felicidad que se nos presentan. Es la visión de un optimista, aunque este texto no lo parezca, pero no soporto la contradicción de ver al mundo protestando por la infelicidad o falta de libertades y peleando por un estado de bienestar que en realidad nos arrincona con menos libertades y casi nada de bienestar. En realidad disminuye la sensación hacia las sensaciones desagradables que no toleramos  porque aumentan esas sensaciones agradables que los manipuladores de turno nos quieren reestructurar las mentes, adulterando los acontecimientos pasados y presentes para hacernos creer que luchamos por libertad, independencia y felicidad propia.

Feliz es haber vivido, superado las limitaciones y contratiempos. Feliz se es de a ratos, algunos tienen la suerte de serlo más en el tiempo.  Si se vive la vida de acuerdo con las condiciones con que se cuenta, si se intenta progresar en el tiempo, si se ponen en juego los esfuerzos por alcanzar metas (aunque luego no se consigan), si simplemente vivimos sin tener en cuenta el parámetro agobiante de la felicidad como derecho, tal vez habremos vivido algo que en el final del camino podamos llamar parecido a la felicidad o a la dicha…

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