domingo, 31 de octubre de 2021

Bohemio que prefiere que la noche le acompañe a caminar

 “El lanzador de cuchillos por llevarse algo al bolsillo trabaja de afilador”.

Joaquín Sabina – Vinagre y rosas


Parece que la vida sin impronta es menos vida. Por eso abundan las florituras, los excesos y los calificativos. Las metáforas o hipérboles son figuras retoricas vinculadas a la literatura pero su origen es la vida misma. A veces nos empeñamos en competir en exageraciones. El lugar común parece ser confortable y nos esmeramos en lucir el discurso. Por ende, encuadro esta temática dentro de lo literario, ya que esas figuras retóricas mencionadas, se utilizan en la escritura para embellecer, persuadir y comunicar estéticamente una idea. En la vida, colgamos cartelitos a cada paso, por ejemplo, la soledad o locura del autor o el artista famélico.


Ahora que asomamos la cabeza desbocados tras un confinamiento -es la primera vez en la historia que se confinó a los sanos, por las dudas- podemos vislumbrar que el aislamiento ayuda a encontrar tiempos para actividades postergadas. Pero esa dedicación temporal no tiene porqué garantizar que a lo que uno se dedique sea de calidad. De todos los mitos que envuelven a los artistas -literarios inclusive- se ajusta más a la realidad el que suelen ser enredados, complicados. Tal vez, en un porcentaje elevado, sea el único real de los mitos. No siempre la bohemia, la vida estrecha, la soledad o locura, a rajatabla sea lo sobreviene a un escritor. Sin ir más lejos, hemos tenido sobrados ejemplos de artistas de mente abierta y bolsillo estrecho, gran parte de los escritores hasta mediados del siglo pasado solían provenir de familias burguesas o acomodadas.


No es necesario sucumbir en la miseria para subliminar el arte. Algunos viven bien a costa de su maestría. Es cierto que en las letras sobran plumas y escasean mecenas. Un genio solitario seguramente habrá necesitado de un maestro o influencia. El genio nace pero también se perfecciona, así es como se hace. Somos seres sociales, rodeados de influencias. El mito siempre sugirió una vida romántica, idealizada, solitaria, bohemia de buhardillas y hambriento de inspiración y de alimentos pero ciego de absenta o envuelto en el humo del tabaco. No debe ser cierto que al artista lo único que le concierne es su creación. Vivir de la inspiración y que esta no te amplíe la cartilla del banco a la larga te puede conducir a la estrechez. Pero es la de miras la que debe preocupar, bohemio puede ser hasta el niño bien, pretencioso y engrupido, que cantara la gran Tita Merello.


La verdadera morada del bohemio era el café o cafetín. Las tertulias eran interminables y el alma se enriquecía pero solo la infusión alimentaba. Esos mítines que encontraron su máximo esplendor entre 1880 y 1980 podía reunir mentes brillantes pero cuerpos de miseria y frustración. El poeta Rubén Darío daba idea de un sórdido y mísero barrio Latino parisino donde se mezclaban voces de intelectuales sin empleo, pintores sin aura, nobles sedicentes, escritores soñadores y en todos ellos, la hipérbole abarcante de un mundo de idealistas que cambiarían -como tantas veces se intentó- el mundo. Así todo parecía insensato hacer creer que la sociedad dominante siempre está en plena descomposición mientras que el under bohemio es un lugar agradable habitado por nobles personas que abren paso sus ideales con pujanza de estilo y clamor revolucionario, como víctimas que deben ser rescatadas. El eco de la bohemia idealizada la podemos leer en una frase de Pio Baroja, que respondía ante la exaltación hiperbólica de entre siglos -XIX y XX-: “No se porqué parecen tristes y melancólicas las cosas que se fueron; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que se encontraba más inquieto, más en desarmonía con el medio social y sin embargo parece que el sol de entonces debía brillar más y que el cielo debía tener un azul más puro y espléndido”.


El autor vasco no era un aspirante a la bohemia pero sí le unía a la corte de creadores y artistas un afán por la superación y lucha contra la injusticia e hipocresía de tantos valores establecidos. Un artista, retornando a esa supuesta vida solitaria, necesita tanto del recogimiento como de la interacción social. Todo trabajador necesita conectarse con su trabajo, algunos serán mas silenciosos por estilo, solitarios por estructura o retraídos por carácter. Estar a solas con uno mismo como terapia permanente suele dar dolores de cabeza, ya que las repeticiones son lo primero que afloran. Sentarse un par de horas a escribir una entrada en un blog sin tener de antemano una temática o sentido, suele aflorar la repetición como comodín. Por eso, una pausa con interacción renueva la savia, permite a la creatividad encontrar otros vericuetos y fluir por diversidad de cauces. Ahí, si uno necesita de la soledad para esa creación, tiene lógica. Pero la soledad permanente como fuente de inspiración no es posible, no vienen solas las temáticas si no escuchamos, miramos o interactuamos.


No hay una respuesta para el equilibrio. Hay mitos que sostienen una impronta. Un talento no siempre es descubierto por terceros, el éxito no depende de la capacidad, suerte o fama. Los artistas ya no se recluyen en París, Nueva York o Berlín. No todos son símbolos de sexualidad y provocación. Un ser creativo puede ser o no bohemio, puede portar una sensibilidad extrema, sabrán expresar lo que sienten con contundencia generando clichés, pueden ser soñadores y románticos o… todo lo contrario. Lo importante es que amen el arte, lo defiendan, lo renueven y en lo posible, marquen una época. Desde Francisco Goya a Mark Zuckerberg ha pasado el tiempo. La ley anti tabaco tal vez ayudó a terminar con la tertulia de café y ahora la conversación se trasladó a Linkedin y la frase ingeniosa como latiguillo se resume en los caracteres permitidos por Twitter. La pulsión creadora hoy se puede engendrar en un coworking. El músico encadena bolos porque no encuentra su tema del verano -y de su vida, luego- y el escritor no sobrevive ni poniendo copas. La actividad artística es un negocio que exige rentabilidad. En pleno siglo XXI de tecnología sin techo, la bohemia parece arrastrar una carga melancólica que ya no es cool. La precariedad y explotación no siempre van unidos a la pulsión creadora. Todo tiempo tiene su lado oscuro, hoy necesitamos primero algo de vulgaridad para no alejarnos mucho del estilo dominante, buscar una aplicación -app- que rompa el mercado y nos permita forrarnos. Y luego sí, como millenials o engominados e insulsos uniformados, salir a decir que somos bohemios.


No hay una única respuesta al aislamiento o la sociabilización. Algunos artistas viven bien de su arte y muchos viven como pueden, a salto de mata, intentando preservar y alimentar el talento. Somos muchos los trovadores que escribimos versos que no quiere nadie. Hay más usuarios que creadores. El copi paste define más una identidad social de liviandad informativa que cultural. Seguimos tipeando en el portátil viejos razonamientos que son eternos pero no nos conducen a la eternidad. El asombro es la cualidad que nos pide seguir sintiéndonos artistas, más cuando se vislumbra que muchos humanos lo están perdiendo. En ese peregrinar de un lado al otro, podemos encontrar instantes dignos de eternidad que nos alejen de la bohemia del olvido y de esa permanente contemplación que no es frase remanida. En un proceso creativo, uno quiere descubrirse a sí mismo y a los que le rodean. Sin la bohemia cultural tal vez ya no te mueras de hambre pero sí que este mundo sería cada vez más pobre...

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario