sábado, 23 de octubre de 2021

Esas noches de calor lleno de ansiedad

 “La escritura es el movimiento más erótico de la mano”.

Xhelazz, rapero.

En el mundo literario siempre se cuentan las mismas cosas. El misterio es no poder anticipar que maneras de contar romperán los moldes y generarán la fama. A eso se le suma que la dualidad del mundo real con el digital cada vez se híbrida de forma más notoria. La existencia parece cada día más fugaz. La sociedad del cansancio, como la he definido el filósofo alemán de origen coreano, Byung-Chul Han, nos encuentra además de cansados, deprimidos, ofuscados y resignados, como en punto muerto o piloto automático. Serán pocos los que se animen a expresar ese desconcierto interno, que genera, que ante la permanente exposición triunfalista y consumista, nos esté conduciendo hacia el fracaso anímico. En esa sociedad del cansancio, paradójicamente, somos nuestros propios verdugos.


Ya no somos una sociedad disciplinaria, ya no tenemos referentes de la corrección a seguir, nos limitamos a ser seres de rendimiento. Para eso debemos al menos aparentar que vamos por ese camino triunfal, lo que nos ha ido convirtiendo en narcisistas y exhibicionistas de supuesta felicidad. Renegamos de aquellos seres de obediencia a las referencias para anhelar histéricamente ser nuestros propios mentores, camino al éxito. Y en general, la sensación de agobio ya no nos espera agazapada, sino bostezando ante nuestra “idílica” apariencia que no es más que impostura. Entre tanto cansancio narcisista, nos seduce el sistema que nos condena y desaparece el erotismo. Las ganas se dejan engañar por una imaginación que excite. Y eso que la sexualidad, hasta ahora, era una de las manifestaciones más básicas del ser humano.


El erotismo siempre fue considerado un tema tabú y ahora su falta, sigue la misma senda. De eso, poco se habla. En literatura se definía como erótico a todo lo que se volvía deseable, más velada aún cuanto mayor fuera su insinuación. El peligroso incremento de esa dosis daba paso a la aparición de la pornografía y esto se sostiene cada vez con mayor vulgaridad. Ante tanta exhibición, fracasa en verdad el deseo. Está secuestrado por la impostura de tal modo, que la excitación puede arreciar en la mentalidad más que en el roce. El erotismo sucumbe ante el exceso de juegos estratégicos de seducción, donde gana el exitoso y donde el perdedor, apenas folla porque, en realidad, es un animal básico. Se da un ritual de posposición del deseo, porque todo debe estar perfecto, todo debe ser un recuerdo imborrable, que finalmente se borra, porque no hay escenografía que convenza.


El siglo pasado fue entonándose con la aparición en la literatura de esa seducción que exploraba el erotismo. Recuerdo, entre tantos, a José Donoso, aquel integrante del “boom latinoamericano” de las décadas de 1960 y 1970. Su literatura fue abundante y variada, pero el hilo conductor fueron sus obsesiones personales. “No sé vivir fuera de la literatura” donde el vínculo entre erotismo y escritura eran pensadas como rituales de seducción, destinados a encantar y en donde el placer no siempre dependía de diferir en perpetuidad su cumplimiento. Parte de su literatura está dominada por una sexualidad subliminada, enmascarada de símbolos y rituales. Las imágenes olfativas, táctiles, visuales o auditivas cumplen la función de materializar a los cuerpos.


Lo que erotiza a una persona, no necesariamente lo logrará con todas. El demonio del narcisismo provoca la desaparición del otro, del deseo o amor. Todo pasa a ser efímero y el amor pasa a ser elemento de alta exigencia. El desgaste de la idea del otro, tiende a resumirnos en la idea propia y el otro desaparece. No hay más espacio que para uno, y el erotismo nunca se pudo alcanzar plenamente bajo el régimen solitario. La líbido es cada vez mas subjetiva y el cuerpo es un objeto de exhibición tasado como mercancía. En un punto, se unifica con aquella literatura latinoamericana del último cuarto de siglo pasado, donde el sexo se cambiaba por unas monedas. De ahí que en la literatura de Donoso, como la de Onetti o Vargas Llosa, la figura del prostíbulo era donde la sexualidad alejada del erotismo era, a priori, un lugar común habitual.


Literariamente, el erotismo es la vida del cuerpo, en lo relativo a la sexualidad, pero también del espíritu y sobre todo, del pensamiento. El erotismo en un texto tantas veces remite a un invisible, la literatura deja un margen muy amplio para la imaginación. Tantas veces se supone haber atravesado un momento de erotismo en la lectura sin casi darse cuenta que se adentraba en el tema. A posteriori, mucho de lo que abunda -en métrica y en costumbre- deja paso al eros para narrar sexo con morbosidad, casi sin privacidad. Si bien se busca liberar de lo tradicional y canonizado, una buena referencia del erotismo en literatura estará dado en una manifestación más acabada -sin juego de palabras- artística.


A la sexualidad ya no la detiene la moralidad, sino la extrema sexualidad. Es extrema su presencia aunque no despierte más deseo que esa excitación momentánea. De ahí que Eros esté sedado. El amor hoy, además de ser un bien de consumo, tratan sus partes de no perder la cabeza, domesticándolo, para no correr riesgos. Ante el conflicto, no asomar el rapto de locura que trasciende la pasión, locura o riesgo. Si hay conflicto, lo mejor es plantear la ruptura, ya que hay una sola vida y no se debe perder el tiempo en la incomodidad del amor desigual. La sociedad evita lo que pueda herir o lesionar. El eros agoniza, según un ensayo del mismo Byung-Chul Han. Se ha perdido esa capacidad de experimentar, compartir y expresar un placer sexual, se ha perdido la vida interior de las personas, ese momento de desnudez que te acerca a lo desconocido en la posibilidad de la carne.


El estar tan conectados digitalmente nos trajo más que vinculación, soledad y aislamiento. Nos convertimos en comunidades comunicativas que no comunican lo importante, sino lo superficial, lo exitista. La literatura parece no haber abordado aún el tema del cansancio del erotismo agonizante. En sus mejores páginas continúan energías potentes que se visualizan en un manto de deseo. El erotismo, que estaba siempre presente en toda pasión amorosa, parece solo generado en la primera fase, la mental. Pero el deseo no trasciende, se queda anclado en en cerebro hasta que se reprime o, tristemente, se olvida, se queda en la mano de uno. Tanto en la vida real como en la escritura, el erotismo conduce al otro. La fatiga crónica que nos invade conduce el erotismo hacia un ideal que se disuelve, no se llega a canalizar en perífrasis, metáforas y se licua sin consumar ni consumir las emociones. Nada parece finalizar en el extenso consumo mediático de hoy, tocamos mas al smartphone que a los cuerpos ...

 


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