martes, 19 de octubre de 2021

¿Será que las cosas, no vuelven al mismo lugar?

 Independientemente de como se viaje, de los atajos que se tomen, del cumplimiento o no de las expectativas, uno siempre acaba aprendiendo algo”.

Jack Kerouac, pionero de la generación Beat.

Un par de siglos atrás, los ingleses viajaban en busca de escenarios de la cultura clásica, estudiada en sus universidades. “The grand tour” era un itinerario de viaje por Europa y fue considerado el antecesor del turismo moderno. La masividad de este recurso se expande gracias al desarrollo del ferrocarril en el continente y la posibilidad de unir diversas ciudades, hasta entonces alejadas entre sí. Si bien el recorrido era variado, era obligación tocar las grandes ciudades de Francia, Grecia o Italia. La relación entre paisaje, literatura, arte y turismo abrió enormes posibilidades de considerar al paisaje literario -rural o urbano- como objeto turístico cultural. Y tantas veces, nos seguimos moviendo de acuerdo a esos patrones.


En el viajero se mantiene casi siempre un ideal romántico de aventura y en gran parte, se sigue basando en herencias culturales. Tirando de imaginación, buscamos experiencias diferenciadas y aceptamos paisajes como fruto de una construcción social y cultural. En esa búsqueda de la historia del lugar, tendremos diversas temáticas turísticas. En estas tierras donde escribo, en los últimos años se hizo viral y masiva la visita a San Juan de Gaztelugatxe. Ya de por sí este islote en plena costa vasca unido por un puente de piedra y escalinata de doscientos cuarenta y un peldaños, remitía un sinfín de historias, misterios y leyendas de la cultura vasca. Pero desde unos años, para muchos es visitar “Rocadragón”, desde que en la séptima temporada de “Juego de Tronos”, se utilizará este paraje junto a otros de la costa vasca -Barrika o Zumaia- para ambientar la famosa serie. Estos lugares mantienen su magia original, pero en parte, su habitual tranquilidad se vio alterada por un turismo vinculado a la serie.


Parece entonces que en este tipo de literatura de viajes, el visitante observa y el de casa experimenta, fomentando la protección de su patrimonio artístico-histórico, y deduce si la aportación es o no inestimable. El paisaje deja de ser protagonista natural para convertirse en simbólico o espiritual. Para muchos amantes de la escritora J. Rowling, la visita al bar The Elephant House, ubicado en pleno centro de Edimburgo, pasa a ser, tal vez, motivo principal de visita de esa adorable ciudad. Los motivos tal vez solo lo genere que en dicho pub, la escritora -ante la escasez de recursos económicos- escribió allí gran parte de la primera parte de la zaga de Harry Potter.


Mucho antes, la ciudad fue considerada esencial en la inspiración de Robert Louis Stevenson para publicar, en 1886, “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Si bien la novela está ambientada en el Londres Victoriano, el arrebato para crear el personaje de doble moral -predominando la inmoralidad, salvajismo y perversidad del ser humano- precede de una figura histórica propio del ideario popular de Edimburgo: William Brodie -cerrajero que robaba de noche a sus propios clientes-. Otro pub, en este caso la Deacon Brodie’s tavern, permite mediante un juego de perspectivas, seguir deleitando a los turistas con el juego de las dos caras de un criminal. Situarse frente a la esquina de The Royal Lawn Market número 435 permite ver las dos imágenes que atraen al pub. Y en cada rincón oscuro de la ciudad, uno puede recordar los andares de Stevenson por su ciudad, definiendo tal vez, lugares emblemáticos de su literatura, que se originaron en los recónditos callejones de la Royal Mile de Edimburgo.


Esta ciudad escocesa, con aire de fortaleza medieval, fachadas cubiertas de verdín y callejones tenebrosos, está coronada con un castillo en la cima de una peña volcánica. Ya de por sí el atractivo turístico es inmenso, pero además, es la ciudad donde además de Stevenson, nacieron Arthur Conan Doyle y Walter Scott. Si la visita es literaria, se debe saber, además, que fue visitada por el autor de Peter Pan, J.M. Barrie o David Hume, filosofo empírico, entre tantos ilustres. El recorrido por la ciudad te deslumbrará por sus tonos plomizos y sus leyendas literarias.


Birmingham ya no es esa vieja ciudad industrial, que destrozaba los pulmones por los humos fabriles de la cuna de la revolución industrial. Tampoco parece ser aquel lugar depresivo donde se fomentó el heavy metal. Vaya a saber porque se relaciona más con Black Sabbath que con estos nombres musicales, también oriundos de la ciudad: UB 40, Durán Durán, The Streets, Electric Light Orchestra, The Moody Blues, Broadcast o tantas otras bandas. Pero decir Birmingham para algunos, es afirmar que es el legítimo hogar del heavy metal. Y hace unos años, es turismo de tugurios, motivado por la serie “Peaky Blinders”. Y por último, para todo aquel que sintetiza en Wimbledon como esencia del tenis, fue Birmingham donde se inventó el concepto de este deporte.


Un encuentro más literario es el que puedes transitar desde Toledo hasta San Clemente, en Cuenca. Se han definido hasta cuarenta y un rutas de Don Quijote. Quinientos kilómetros que transcurren en gran parte de esa perfecta llanura que es La Mancha. Ciudades, aldeas, pueblos, bosques, ermitas, castillos, molinos, ventas, sierras, estepas, barrancos, ríos y aventuras como las que vivió Don Quijote con su escudero Sancho Panza, ya pasados los cuatrocientos años desde que la pluma de Miguel de Cervantes inmortalizara las tierras castellanas-manchegas. En la ruta de los molinos se puede acceder a Consuegra, Campo de Criptana, Mota de cuervo, El Romedal, Puerto Lápice, Tembleque o el Toboso, toda geografía real y palpable con la imaginaria de Don Quijote. En todo caso, transitando esas tierras la sensación palpable es que la narración universal de las letras castellanas no se salga un punto de la verdad.


El turismo pos moderno -con el parate obligado a causa de la Covid 19- representa una reacción contra la demanda de una estandarización, singularidad o reivindicación de un ideal romántico del viaje. Se suma el auge de la protección del patrimonio cultural como aprendizaje por sí mismo. El tipo de fenómeno que genera permanentemente lugares literarios permiten generar al lector o espectador experiencias que van más allá de la lectura, de las series o de la música. La imaginación encuentra un lugar real, creyendo tal vez, que podemos experimentar los mismos sentimientos de sus creadores.


El turismo debe evolucionar permanentemente, se pasa del Grand Tour, al turismo de balnearios y playas llegando al turismo de la localización de una serie, un álbum discográfico o un best seller literario. Para muchos, el turismo cultural persigue la búsqueda del conocimiento. Al ser masivo, también rastrea, acosa y hostiga un ideal menos subjetivo: el consumo. Rutas de vino, culinarias, turismo bleisure -negocios y ocio-, senderismo, arqueológico, bienestar, temáticas, literarios, rural, industrial, de la salud y tantas más como se imaginen.


En cuanto a la literatura, podemos advertir que albergan atracciones turísticas dependiendo de: lugares existentes en la vida del autor, en su obra o construidos en base a la obra para atraer a los turistas. En estos casos, la palabra autenticidad estará presente como marca registrada. Pero sabemos que es un concepto que varía dependiendo de su uso. Y como es un turismo que se sustenta en las emociones y sentimientos, los turistas viven conexiones con recuerdos e imaginación. Muchas de esas experiencias son personalizadas, motivadas por la movilización personal que haya generado la historia narrativa en la persona.


Este tipo de turismo no siempre necesita de grandes infraestructuras. La imaginación personal suele disimular los decorados naturales donde se vuelven a representar las ficciones. Desde la ruta de Stratford-upon-avon de Shakespeare, la de Bath basada en Jane Austen, el Madrid de Galdós, el París de la Notre Dame de Víctor Hugo, el "Bloomsday" de cada 16 de junio en Dublín, la Alemania de los hermanos Grimm, la de Haworth con las hermanas Bronte, la de Charles Dickens, la antes mencionada de Don Quijote y todo aquel compartimiento cultural que haya estimulado la concienciación de una cultura propia y otra ajena, permitirá que nos podamos perder en aquellos mismos rincones donde gente como Pessoa, Saramago, Borges, Wilde, Kafka, Joyce, Neruda, Artl, Cortázar y otros, compararon la realidad con la ficción y sus historias se han quedado a vivir entre nosotros de manera que, tantas veces, al pasar frente a un lugar histórico o némesis de una ficción inmortal, nos trasmita la sensación de que ya las hemos transitado. En el viaje de la vida esa sensación gratificante cumple un ida y vuelta, objetivo cultural logrado, que es apoyarse en una obra de referencia con su rol retrospectivo que además, posibilite una ruta turística con su ideal romántico...

 



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