martes, 12 de octubre de 2021

Mar de fondo, no caeré en la trampa

No hay mayor mentira que la verdad mal entendida”.

William Carlos Williams.

La obra que realizó Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), siguió la técnica del óleo sobre el lienzo, y fue considerado uno de los principales exponentes de la escuela renacentista flamenca. El lienzo representa un tema mitológico inspirado en los relatos de la Metamorfosis de Ovidio. No sabemos si la intención del artista fue la de posponer la visión del actor principal del poema encarnado. Esa figura, la de Ícaro, se encuentra representada en el paño. Como en muchas representaciones flamencas, tenemos dificultades en fijar la vista concentrados en el tema más aparente del cuadro. Para los que observan “Paisaje con la caída de Ícaro”, deben estar atentos a aquella figura alejada, tal vez incompleta, situada en la parte inferior derecha del cuadro. Esas piernas desequilibradas que traslucen el movimiento del agua representa a Ícaro, el verdadero tema de la pintura.


El tema mitológico apenas se hace perceptible para el observador de la obra. El pataleo de las piernas en el agua tal vez advierte que el mito enfrenta un inminente desenlace: su muerte. La leyenda queda relegada en pos de la representación costumbrista de la vida campesina. Tal vez nos quiera legar la "comprensión incomprendida" de tener que relativizar la indiferencia de la humanidad ante el sufrimiento ajeno. Es una excelente metáfora disfrazada de obra de arte, tal vez podemos utilizar esa perspectiva o sabiduría ante la falta de humildad humana. Intentaré resumir quien fue Ícaro, y lo más difícil, intentaré asociar esa figura con la advertencia de valorar -sí o sí- lo que perdemos cuando nos limitamos a nuestro propio relato, con los peligros de confundir un supuesto primer plano con un cuadro completo.


En la mitología griega, Ícaro es hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta. Ícaro figura retenido junto a su padre en Creta, causado por el rey Midos. Dédalo decide escapar en secreto de la isla, evitando el agua porque Midos las controlaba, al igual que la tierra. Entonces se puso a trabajar para fabricar alas para él y para su hijo. Enlazando plumas y uniendo con hilos las plumas centrales y con cera las laterales, le moldeó al conjunto la curvatura de las alas de un pájaro. La ambición de volar -que siempre persiguió al hombre- nubló la consideración de Ícaro, quien desoyó las sugerencias de su padre: No volar demasiado alto porque el calor del sol derretiría las velas, ni demasiado bajo porque la humedad de las olas mojaría las alas impidiéndole volar. El joven, como todo buen joven inmaduro y desafiante, desoyó las recomendaciones y por ende, en la larga historia de desmedidos desencuentros entre orgullo y vanidades que osaron enfrentar a dioses, podemos observar su mísera participación en la obra que abre esta entrada y que simboliza, en muy segundo plano, la caída de Ícaro.


A veces los padres se sienten culpables por no poder brindar toda la protección posible a sus hijos. En el caso de esta mitología, Dédalo, el inventor, lamentó amargamente sus artes. La realidad es que su hijo, luego de un primer momento de tensión y máxima obediencia, comenzó a ascender y el calor hizo el resto. La advertencia de su padre, llamado pesimista, resultó de la más cruda realidad. En el dolor del padre, solo trato de matizar la pérdida, nombrando como Icaria a la tierra cercana al lugar del mar donde había caído su hijo. En el dolor del padre, no se vislumbra más que culpa por la pérdida que puede ser a causa de su invención, pero no a causa de la terquedad, esa fue responsabilidad absoluta de su hijo. Es para pensar cuando alguien educa a un hijo y este es terco; y cuando educamos a los hijos siendo tercos en no educar.


Porque hay adolescentes que presumen de autenticidad y de necesitar gozar de toda la libertad posible. Y ven en sus mayores el freno absurdo y arbitrario al goce de la libertad. Se llaman astutos y suelen ser los más fáciles de embaucar con frases o situaciones tópicas sin razonar o profundizar en ellas. Aseguran con el gesto saber todo de todo. Gustave Thibon, filósofo francés del pasado siglo, lo graficaba quirúrgicamente: “Para esos, la verdad es lo que se dice; la belleza, lo que se lleva; y el bien, lo que se hace”. Al vanidoso le angustia no tener razón. Elegir entre tantas opciones parece fácil. Lo difícil parece ser elegir correctamente, sabiamente. Los adolescentes actuales adolecen aún más que los de anteriores generaciones del don de engendrar pensamientos propios que estén contrastados. Y a la larga, por factores diversos, se derrumban.


Y no es un problema de la juventud solamente, en estos tiempos. Parecemos más que sociedades, comunidades de riesgo, frecuentada por Ícaros vulnerables, demasiados humanos, sin margen de poder recurrir a lo mitológico, aunque para todo se utilice la palabra "mítico". Los muros y fortalezas que hoy nos retienen, parecen ser fruto de nuestras propias naturalezas impuras. No solo no podemos hacer frente a una amenaza exterior, sino que la caída de la civilización parece más decadencia que cooperación. No somos comunidad, porque cada uno esta enojado y pelea en una soledad absurda -sin conocimiento ni convicción- donde no se salva nadie, ni rico ni pobres, pero es verdad que el pobre sucumbe mucho antes. Si hablamos del Covid lo vimos en los populistas Boris Johnson, Donald Trump o en el populismo K argentino, donde culpar a clases sociales de los eternos males propios -sin restarle culpa a las clases pudientes en su parte del flagelo- lo único que lograron estas prédicas fue constatar que fueron los que más ridículamente manejaron la crisis mundial del Covid. Este virus parece ser que no conocía género de xenofobia ni aporofobia.


Los conflictos globales amenazan aún más nuestras defensas humanas. El multilateralismo y la falta de coordinación, sumada a la desinformación por la paradójica realidad del arribo veloz y masivo de las noticias, que por carecer de razonamiento, no se refutan, la manipulación y hasta ausencia de una memoria histórica -pero histórica con la correcta secuencia, no la partidaria, militante o subsidiada- nos llevan a un clima de depresión o descontento. Y tanta inmadurez reinante a una marginalidad progresiva. ¿Qué parecemos ser hoy? Ni más ni menos, ese “chapoteo casi imperceptible” que escribiera Willams Carlos Williams en su poema “Paisaje con la caída de Ícaro”, basado en el cuadro del flamenco Pieter Brueghel el Viejo.


Todos hemos transitado una época donde precisamos de la rebeldía para con nuestros padres, la curiosidad innata e irreflexiva, la atracción del riesgo, el placer de la aventura, la necesidad de no agobiarnos con responsabilidades, la fiebre por ascender a lo más alto, etc. Pero todo tiempo deja paso a otros tiempos, macerados por la esencia de la madurez o experiencia. Ícaro fue desobediente y ambicioso, y ambas pulsiones lo llevaron a la muerte. El joven actual es vanidoso, irreflexivo, insolidario y a pesar de lo que cree, poco preparado o instruido. Los gobernantes no son mejores, están diseñados para llegar más a los insustanciales que a los probos. Somos unas patitas desesperadas e imperceptibles que se están ahogando, pero en un muy segundo plano. En todo caso “lo vertical es solo para los dioses y sólo se recorre de arriba abajo”, enseñanza insuficiente para no contradecir ni sobrepasar los límites del justo medio en tu carrera. Y por eso nos ahogamos en oasis incivilizados...

 







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