martes, 28 de septiembre de 2021

No puedo seguir maquinándome

 “Es estéril y peligroso creer que uno domina el mundo entero gracias a internet cuando no se tiene la cultura suficiente que permite filtrar la información buena de la mala”.

Zygmunt Bauman


La conexión a internet y todos los usos que permite en realidad no son mas que una respuesta ciega al estímulo. Nuestra moralidad parece determinada por ciertos algoritmos que sirven, para que otros ganen dinero. Antes fueron las tabacaleras, las tiendas de licores o las agencias de carreras de caballo. Esto daría a pensar -y confirmar- que todas nuestras emociones no son genuinas y reacciones automáticas a cualquier estímulo donde podamos distraer nuestro aburrimiento o vacío. Haga la prueba y compruebe cuantas veces dejamos de hacer algo para ver si tenemos algún tipo de actualización en nuestros grupos de wassaps o en nuestro muro de Facebook.


Un hábito es algo que se realiza sin pensar, sin tener en cuenta lo que pasará después. Eso es internet y eso logran con nuestras pulsiones todos los que obtienen algún beneficio de la red. Ingresar en un entorno cultural nunca ha sido sencillo. Y a internet ingresa todo Dios sin complicaciones, eso sí, teniendo acceso wifi. El ciberespacio parece un lugar inmenso, cambiante, de aspecto infinito, dinámico y que incluye cada vez más a más personas de todo el planeta. Y no parece haber un manifiesto de modo ético para utilizar la red. En cualquier otra comunidad humana encontraremos bases y condiciones para convivir, además de un proceso educacional que permita comprender esas bases, esas leyes o regulaciones. En la web hay restricciones o bases, la cuestión es poder determinar con que frecuencia se aplican o se acatan. Hablamos de un responsabilidad de aplicación ética.


Nuestra intervención permanente en la red parece regulada por algoritmos más que por leyes. Las relaciones sociales sostenían una interacción basada en siglos de perfeccionamiento. En cambio, internet nos tomó de sorpresa y apenas lleva un desarrollo pulido de poco más de veintiseis años. Las reglas no parecen ser claras y, para más inri, parece ser el nuevo entorno donde se desarrolla la educación y comunicación de los más jóvenes, aquellas personas que no han casi transitado las viejas normas de convivencia. La comunicación electrónica parece ser la principal en estos tiempos. La familiaridad con la que utilizamos conexiones hace creer que no constituye novedad alguna. La educación ubicua surge de la evolución de las Tecnologías de la información y comunicación (Tics) buscando acercar los aprendizajes a los aprendices a contextos no tradicionales. Por ende, es un concepto en desarrollo permanente.


El acceso a información poco fiable, sumada a la dispersión y a la rápida comunicación de las redes sociales no siempre responden a la necesidad de interacciones cívicas y productivas. Las emociones sociales en internet se suelen convertir rápidamente en tormentas de nieve basadas en indignación moral. Aquellas personas que transitaron su experiencia durante dos siglos -el anterior sin desarrollo tecnológico y este- pueden precisar sin equivocarse, que durante ese siglo se exponenciaron las situaciones indignantes. Los trending topics o contenidos puramente irritantes son los que tienen mas probabilidad de ser compartidos. Las valoraciones parecen convertir al enfado en un hábito. Por mas familiaridad que se pueda tener con un pseudónimo o persona a la que sigas virtualmente, la realidad indica, que en gran escala, vivimos influenciados por personajes anónimos, con escasa reputación más que su estilo de “influencer” determine, donde la notoriedad estará dotada por la cantidad de seguidores pero nunca por su capacidad intelectual y ética. A diferencia de lo que sucedía en las antiguas culturas, el arte de castigar en la web parece generar referencia y fiabilidad sin más necesidad de contraste.


Un hábito se practica sin valorar las consecuencias. La intensidad de la interconexión en la red influye en la manera en que los comportamientos y la información se difunde. De ahí que tengan la tendencia a ser más compartidos toda aquel contenido indignante, ya que internet parece ser lugar ideal para dar rienda suelta a un determinado yo sin rendir demasiadas cuentas. Se coincide en determinar que un perfil posible de un “troll” pueda estar definido por su complejo de inferioridad y en la soledad de la red le permita aumentar sus niveles de autoestima. Rebajando la estima de los demás obtiene la compensación de quedar supuestamente encima de la ridiculización, humillación o una hipercrítica sistemática de todo lo que dicen, hacen o suponen esas personas a las que consideramos que todas sus valoraciones serán negativas. Internet no es tribalismo ni conflicto permanente, pero varios se comportan en la red de manera horrible.


Las pulsiones son formas de manifestación como las del saber, vivir, sexual, de la vida o de la muerte. El destino tecnológico ha asociado las formas de pulsión y pulsar, y en este siglo la foto social parece estar sintetizada en una sociedad plagada de botones y pantallas, aceptando más y más adelantos lúdicos. La gestión de esa pulsión digital genera una inercia que nos termina enganchando a la tecnología. Pequeñas recompensas emocionales crean en nuestro cerebro un flash químico que se asemeja a la satisfacción. Esa ansiedad que nos “obliga” a pulsar una y otra vez las teclas de nuestros aparatos para buscar novedades, respuestas o nuevos mensajes. Veintisiete años de cultura tecnológica no parecen suficientes para dejar descuidada la formación de jóvenes. Nos cuesta sobremanera encontrar la forma adecuada de discutir, compartir y cooperar en el ciberespacio. Nos cuesta sobremanera poner límites a nuestras pulsiones, en donde la tecnológica se ha instalado con demasiada fuerza emocional para reemplazar los otros opios que anulaban o camuflaban nuestros vacíos existenciales. Hemos encontrado en la tecnología el más adorable circulo vicioso. Pensemos que también mal utilizado, es devastador. Y hasta hace bien poco sus efectos eran intangibles. Ahora se ven, pero parece que no lo estamos viendo...

 



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