jueves, 23 de septiembre de 2021

Es parte de la religión… matar, es parte de la religión… mentir

Hay momentos en que uno busca a Dios desesperadamente. Una situación personal difícil, una tragedia, una inesperada encrucijada, un momento intenso de la propia biografía, te llevan a otear el horizonte del misterio. Entonces, como el grito ¡tierra a a vista!, que rompe la garganta del naufrago, el de ¡Dios a la vista!, hecho oración o blasfemia, puede brotar también en el creyente o en el increyente”.

José Ortega y Gasset – del libro El espectador.


Son tantas que hasta da pereza elegir. Generalmente la carta magna constitucional lo puede elegir por ti. Es tan variada la opción que una no incluye a la otra, viven enfrentadas hace siglos. Podríamos hacer un símil con un equipo de fútbol, las parejas, las marcas de coche, las afiliaciones políticas y así con todo lo que despierte pasión o al menos curiosidad. Pero le diferencia el marketing -que fue perversamente perfecto- y tal vez, nuestra hipocresía, un rasgo que ha permitido a las religiones perdurar y perdurar por la cantidad de mentiras que podemos generar. El miedo durante siglos ha frenado los ímpetus destructivos de las personas, hoy en cambio al perder la convicción religiosa, no hay filtro para cometer las peores barbaridades sin remordimiento, al menos en lo inmediato.


Un conocido aplica un sistema donde todo queda librado al azar. No puede haber normas más que el reglamento que la actividad nuclea. El resto es impredecible, depende de la dinámica. No quiere atar a nadie a dogmas, a planificación, a estrategia porque la situación real no existe hasta que se te plantea. Se debe ser inteligente y tomar todo el tiempo las mejores decisiones. La vida tiene parte de ese componente, pero las religiones se asemejan por el fanatismo de que si tomaste la mejor decisión es la que comparto, pero si tomaste la equivocada me puedo enojar hasta un par de días después, recodándosela al grupo todo el tiempo. El libre albedrío de las religiones responde a un patrón similar. Si te apartas del camino del Dios de tu religión, caerá sobre ti su furia, del que llaman al mismo tiempo, misericordioso.


Entonces una opción que en el amanecer de tu vida no te mencionan, es la de ser ateo o agnóstico. Un teólogo entraría en una dilatada disertación sobre la diferencia de ambas, matizando siempre que a las dos le domina la carencia de fe. Para apelar a la síntesis, la diferencia puede estar en el creer que hay algo o que no lo hay. Para muchos la palabra agnóstico remite al “no existe”. El origen de la palabra se debe a Tomas Henry Huxley -su bisnieto Aldous Huxley, escritor, fue autor de una enorme distopía, “Un mundo feliz”-. El término "agnostic" tal vez se generó en defensa de Charles Darwin, quien con sus estudios previos derivó hacia el inmortal “El origen de las especies” donde sin polemizar -digamos sin enfrentar abiertamente a la religión pero ganando detractores a cada paso- lograba lo que ninguno, cuestionar científicamente parte de los interrogantes de la existencia humana.


Si tiramos la palabra hacia atrás, es decir más atrás de Huxley, los griegos crearon una escuela propia, la de los escépticos, que buscaba el conocimiento y liderados por Protágoras, afirmaban que para definir o no la existencia de Dioses contaban con una gran contra: la oscuridad de la cuestión y lo escasa que resulta la vida humana para analizarlo. Podemos considerar, tal vez sin ruborizarnos, que una posición agnóstica puede ser lógicamente anterior a la existencia de cualquier fe o dogma religioso. Y a posterior del surgimiento del dogma, el escéptico previo al agnóstico siempre presentó lúcidas y fundadas críticas a los sistemas dogmáticos. ¿Pero quien parece siempre cuestionado?, respuesta fácil: el agnóstico.


No hay nada más cansino que querer sostener en una conversación entre creyentes que eres agnóstico. “No, yo entiendo lo que te pasa, es que estás enojado con Dios” es una de las más desgarradoras y tiernas respuestas. Al menos en la intolerancia, lo intentan matizar con el más estilo eclesiástico, ser misericordioso además de intransigente. Sigamos pensando en una discusión entre fieles -de diversas religiones, para que sea más absurdo- y un agnóstico. Este último tendrá que sostener una y otra vez y tal vez toda la vida porque no quiere creer. Pero lo variopinto de los creyentes nunca serán juzgados en público de manera tan fervorosa del porque creen. Si observamos con lógica esta triste situación es lo habitual, siguen repitiendo como corderos -degollados, eso sí- las bonanzas de un padre supremo que todo lo ve, que todo lo rige, que todo lo planifica con un destino del que no te puedes torcer. Si existe una catástrofe siempre encontrarán un consuelo: “El señor lo necesitaba a su lado”, “Gracias a Dios este tsunami sucedió un domingo porque sino en vez de doscientas mil víctimas no se cuantas tendríamos que haber presenciado”. ¿No es infantil que ante razonamientos tan pedorros no se deban, al menos confesar?


Algunos teólogos sostendrán que sin un Dios no podemos curar los males de la tierra. En 1950 la mayoría de los sobrevivientes de la Segunda Guerra solo querían olvidar, para reconstruir una fe en el ser humano. En parte, lo que la mayoría no quería reconocer era la magnitud del Holocausto nazi, muchos se abrazaron sobre un silencio obstinado. Se puede entender el mutismo en la víctima, la atrocidad de lo sufrido obligaba tal vez a intentar pasar página. Pero el fervoroso creyente seguía negándolo, de hecho, a la nación alemana, milagrosamente aún de pie tras las consecuencias de su soberbia “casi religiosa”, le costaba aceptar que habían sido efusivos cómplices de una atroz matanza. El sionismo mientras tanto, se mostraba como se muestran hoy innumerables colectivos desfavorecidos, que cuando surge un mentiroso entre su colectivo, intentan desacreditar ese desliz mencionando lo que la gran mayoría sufre. Es que somos eso, hipocresía activa. La oveja negra es un descubrimiento enemigo, que se usa no para mostrar una falsedad, sino para intentar desestabilizar a millones que están sufriendo en un colectivo. Es absurdo y pasa todos los días. Lo uno nunca debe quitar a lo otro.


La invención de un Dios o Ala ha ayudado al hombre a elevarse más allá del reino animal. Somos el brillante resultado en apenas un sexto día, lo que nos genera dignidad, libertad, hermandad e igualdad. Pregúntense si todos esos ideales no son posibles desarrollar sin la presencia de una religión como intermediaria. Seguramente necesitamos la fantasía -también la necesitamos en el ocio, sexo, deporte, cine- porque la esperanza no fluye, hay que inventarla siempre para mantener la llama interna viva. Lo fáctico no alberga esperanza alguna, Jorge Luis Borges sostuvo que “La teología es ciertamente un capítulo de la literatura fantástica”, pero creo que no lo dijo en forma peyorativa, como siempre se le ha atribuido, sino que tal vez lo dijo en la única manera que hay de decirlo, desde la resignación, desde la realidad de nuestros vacíos y carencias, insondables a pesar de la cantidad de información que podamos recibir.


No podemos librarnos del bagaje histórico. Pero podemos recurrir a la reflexión y a la duda como dogmas liberadores -aunque opriman- en nuestra filosofía de vida. Desenmascarar una mentira duele, más cuando la mayoría de tus seres queridos necesitan de esa fe para sobrellevar los horrores diarios. Ser agnóstico tiene sus pro y sus contras. Eres más libre y eso te das cuenta cuando has tenido, por ejemplo, una educación religiosa. También estás libre de los numerosos y contradictorios preceptos que conciba la institución a la que adhieres. Desligarte de una disciplina de iglesia es gratificante. Pero hay contras, el agnóstico no pertenece a nadie. No puede decir con libertad que lo de Dios es un asunto profano. Y lo peor, lo vivo en estos momentos. Ante el sangrante dolor por la enfermedad de mi padre, no me vale rezarle a nadie para que milagrosamente “me” lo cure. No, tengo que tener las agallas a diario, de levantarme apenado pero pensar que debo sacar la energía de donde no tengo para sostener a un gran agnóstico como mi viejo...

 



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