martes, 15 de junio de 2021

Hipnotismo de un flagelo, dulce tan dulce

Hice mi discurso. Ahora ustedes preparen la oración fúnebre”.

Giacomo Matteoti, político socialista italiano secuestrado y asesinado en Roma, en 1924. Ese asesinato confuso sin autoría pero con la presunción clara de quién lo mató, cambió la historia contemporánea, abriendo el camino a la dictadura personal que impuso Mussolini.


En épocas de pandemias y confinamientos, debemos prestar atención a un virus aún presente y peligroso, que muta sobre todo en épocas de crisis sociales. Se le considera, de manera peyorativa, como un fenómeno ordinario que roza la estupidez. El grito hiriente habitual para definir a esta especie intolerante ha bastardeado el verdadero significado de la palabra, del movimiento. A todo confrontante se le grita esa palabra para desacreditar o desprestigiar su pensamiento, sin debatirlo, solo como insulto. Da la sensación que las nuevas generaciones desconocen la esencia del fenómeno, que paradójicamente, inició el movimiento político y social de carácter totalitario exactamente un siglo atrás, coincidiendo la efemérides con la pesadilla iniciática del covid 19. La palabra fascista sigue causando fascinación y desconcierto, también ascendencia en los populismos vigentes.


Sin buscarlo, se rastrea el rasgo fascista en los lideres actuales. La conclusión es que hoy, se trata simplemente de populismo, que como tal, posee un riesgo autoritario. Cuando la situación en los países es grave, los pueblos que no tienen nada importante por vivir, se recuestan en promesas de simplificación un tanto brutal que encandila y conforta a una parte importante de la ciudadanía. Soluciones fáciles para problemas difíciles, es decir una simplificación brutal de lo complejo de la vida que en definitiva, engaña aún mas a los habitantes descuidados. Antonio Scurati aborda una tetralogía literaria muy bien documentada que magnetiza, la historia de Benito Mussolini, líder y fundador del Fasci Italiani di Combattimento, el 23 de febrero de 1919, en su ciudad natal, Milán. Una novela exenta de ficción donde afronta la tarea de contar como surgió, propagó y arraigó un monstruo que fue creciendo.


Mussolini se ofreció como una tercera vía entre el capitalismo de tipo liberal y el socialismo -de donde salió el Duce y fue expulsado- y su revolución, y a través de la propaganda, amenaza, invasión supuesta desde el exterior le permit generar una imagen de victima poderosa, agresiva, que se apoyaba en el nacionalismo. Mussolini, quien se inició en el periodismo, mamó un estilo comunicacional basado en un relato para convencer sobre una base de emociones, frases breves como eslóganes, abstracción de preocupación por que lo se dice tenga veracidad y ninguna relación con la realidad, todo encabezado por un “yo” de personalidad dominante. Y como condimento esencial, la teatralización que se apoyaba en el medio a generar, ya que cundía más que cualquier esperanza.


En Italia -que lee bien poco, compartiendo ese flagelo con parte del universo- el libro inicial (M, el hijo del siglo) se convirtió en fenómeno de ventas con más de cuatrocientos mil lectores y la obtención del Premio Strega -el máximo galardón literario del país-. El estilo escogido es un ritmo de crónica para contar el fascismo desde dentro, desde la visión de los fascistas, diferenciándose de la mayoría bibliográfica, que siempre priorizó la historia desde las víctimas pero con un resultado previsto similar, la repulsa del lector. Mussolini aparece en el libro como la encarnación del mal pero una porción de lectores pueden haberse visto reflejados en ese Duce, ya que tienen la esencia fascista aún vigente. El libro debe servir para entender que si bien Mussolini o Hitler fueron menospreciados, llegaron al poder y se aferraron al apoyo de las masas, a quienes les habló con el énfasis del cuerpo a cuerpo, entendiendo que cuando la vida baja se encuentra con la vida alta, prevalece la baja. Scurati lo aclara contundente: “Un hombre inteligente puede comprender a un imbécil, pero no al revés, por lo que esto es una enorme ventaja del idiota en la política”.


El libro puede ser un mapa cognitivo del presente. En la Italia de hoy, un 68% entrevistados en una encuesta del Pew Research Center, se declaran desilusionados con la democracia. Porcentajes similares se recogen en España o Inglaterra, por ejemplo. Esa democracia recitativa donde solo se conservan las elecciones para elección de representantes pero que hace tiempo parece que abandonó las garantías de libertad y dignidad ciudadana. El fascismo -como el nazismo- fue considerado como una enfermedad moral e intelectual que contagia a todas las clases sociales. La amenaza hoy no parece ser el fascismo sino el liderazgo obsesivo y populista, del que sobran los ejemplos. La necesaria intención de Antonio Scurati fue de no narrar a Mussolini como un héroe trágico que genere empatía negativa. El final de la Segunda Guerra Mundial obligó a la condena absoluta del fascismo, ¿pero fue una intención sincera? En las siete décadas democráticas siguientes en Italia, ha habido movimientos autoproclamados fascistas. Italia siempre busca el “líder total”.


Primo Levi se sublevó ante la permanente falsificación de la memoria evitando con sus pensamientos echar tierra encima que esconda la conciencia del peligro latente. Para el escritor también italiano, era necesario sobreponerse al pasado para relatarlo como una clara obligación ética. Las promesas de transformación de Italia parecen ser siempre una ofrenda hueca. La utopía es siempre reemplazada por un estado corrupto y Scurati se planteó un esfuerzo narrativo que nos permita -y le permita- comprender porque actuaron como actuaron, que pensaban o creían y escogió humanizarlo, porque es esencial entender que como monstruo no lo era tal, sino que tenia pulsiones irrefrenables o cualidades que le condujeron al mal. Mussolini triunfó gracias a la decadencia política vigente, lo que le acerca peligrosamente a la percepción actual. El Duce aceptó su expulsión del Socialismo con naturalidad porque presentía que la revolución socialista nunca se llevaría a cabo. La incitación al miedo y al odio están presentes hoy en día en cualquier campaña política. La sensación en cualquier mitin es que no solo te recuerdan que le temas, sino que te incitan a que odios al otro. Esa fórmula funciona todo el tiempo.


Scurati alienta a cometer errores nuevos, no los mismos que se repiten hace cien años. La política se define como el arte de lo posible -se le atribuye tanto a Maquiavelo, Churchill, Bismark o Aristóteles- pero en lo vinculado al punto de vista de los principios y valores humanos, lo posible parece ser posible solo para el interés personal de los dirigentes, tan alejados de los intereses de la sociedad y del bien común. De ahí que el dicho sucumbiera ante la realidad que este libro refrenda: lo imposible ocurrió. El error de cálculo parece ser la fórmula más desarrollada por el hombre y en el caso de Mussolini, no debemos olvidar que más allá del magnetismo y liderazgo del Duce, el protagonista de la vergüenza fue -como suele ser en todos los casos- el pueblo quien siempre alentará la paradoja de la tolerancia...

 



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