domingo, 7 de marzo de 2021

Me voy corriendo a ver que escribe en mi pared la tribu de mi calle


 “La mayor parte de lo que por ahí circula bajo el nombre de sociología es pura patraña”.

Max Weber


Tenemos la tendencia innata hacia la división. A lo largo de la historia los seres humanos se han agrupado en tribus, reinos, grupos, bandas, bandos o estados. A partir de esas uniones, se han enfrentado a otros o diferenciado. A la voluntad de empatizar con los demás, muchas veces la primera sensación es de desconfianza al no pertenecer a la esencia de nuestra causa. Nos persigue la cruel duda de si esa persona es de ellos o nuestra. Esto responde a una tendencia tribal y muchas veces en esa clasificación no se esconde una discriminación o una clasificación de estatus. El tribalismo nos lleva hacia el inevitable emparejamiento selectivo.


La polarización ha permitido el fenómeno negativo de que la gente ya no hable con el que piense distinto, encerrándose en su necedad. Y no solo que no hable, directamente no los soporte. No es solo una cuestión de ideología, la actitud de no querer o poder explorar nuevas ideas o conceptos nos ha aportado -tristemente- de un marco mental totalitario. Aquel que no encaja en “nuestro” sistema es directamente, un traidor. De tanta pasión mal administrada la sensación es que estamos más identificados por el odio al otro grupo que por quién somos o creemos que somos. En una relación, aún las no deseadas, alguien debe ceder. Y nadie aspira a torcer el brazo, se considera una derrota insostenible.


Se vive un acelerado regreso a formas arcaicas culturales. El enfrentamiento siempre ha existido pero ahora se convive en la divergencia con los sentidos agresivos expectantes. El enfrentamiento existe desde siempre por eso los individuos tantas veces refrenan sus deseos de fundirse con otros sujetos, reprimiendo nuestra voz que se confunda en un conjunto de voces corporativas disponibles que aúnen un sistema. Ese mensaje unificado está presente desde primera hora de nuestra evolución, si hasta no los enseñan nuestros seres más queridos. En esa actitud protectora tantas veces nos incitan al desencuentro. Se genera un sistema de mentiras “tan real” que nos llevan de las narices hacia el fanatismo al tiempo que anhelan que tengamos una educación basada en la posibilidad de aprender a descubrir las mentiras de los otros, pero solo la de los otros.


El enfrentamiento ya está entre nosotros, mezclado en las mismas sociedades “unificadas”. Entonces evitamos el confrontamiento o lo hacemos con encono. Las reuniones sociales son verdadero campos de batalla donde no se imponen idearios sino virulencia. La agresividad parece ser la nueva ideología. Están los que hasta evitan hablar, escondiendo hasta lo inimaginable su opinión por miedo a reflotar el espíritu del conflicto. Esta gente no quiere que las cosas que contemos terminen en la definición de una nueva verdad, por eso gritan histéricamente exigiéndonos que mintamos para reafirmar lo que ellos piensan. Y lo hacen basándose en su honestidad, en su claridad intelectual y en la valoración de una inteligencia, que lamentablemente no es garantía de sabiduría. La inteligencia se ve tantas veces desbordada por el termómetro de sentimientos. El tribalismo gana los corazones de mentes avanzadas, con niveles elevados de estudios y defensores de los que en forma difusa cada uno define como derechos humanos. Esa portación de inteligencia confunde a parte de las sociedades, la inteligencia parece un limite donde no se discute, por eso se sigue.


Y consumimos los medios que se expresan en nuestras condiciones. Seguimos a aquel que dice las cosas de la manera en que nosotros creemos que las debe decir. Tal vez no son formadores de opinión sino que gracias a ese arraigo tribal desde pequeños los medios saben como deben comunicar para generar esa descarga sentimental que nuble cualquier inteligencia verdadera. En el enfrentamiento dialéctico se genera el problema de que un hecho siempre se entenderá de manera parcial, fáctica, donde la realidad esté deformada o incompleta, nos nutrimos de verdades y mentiras. “Yo soy lo que pienso” no se piensa en realidad cuando se dice, se repite tanto que se reafirmar en forma de convicción o dogma. Del individualismo que creemos portar nos convertimos en corazas del colectivismo donde la democracia parece sitiada por el aburrimiento, hastío y enojo por diversas causas que cada fracción consideran perdidas pero prioritarias. Cada vez más tribus nos separan, en nuestras familias tenemos al famoso “cuñado” tribalista que nos consume los nervios.


El fanatismo está visible y nuestro silencio, también. A veces el mutismo es cómplice. Por no confrontar con el virulento nos solemos callar. También existe un porcentaje cada vez más numeroso que nunca tiene opinión fundada en ningún tema. Pero los que optan por callar no terminan de imponer que son mayoría, los fanáticos no son tantos pero hacen mucho ruido, hacen destrozo y daño. La democracia consiste en aceptar que existirán personas que piensen diferente y que sus opciones también son legítimas. Un razonamiento no debe responder a una ideología. Las creencias suelen falsificar las ideas, no pensar termina siendo una señal de identidad con un grupo, cómplice de una identidad moral que deja de ser ética. La ideología nos indica a quien escuchar y a quién no, eliminando la posibilidad del disenso o cambio de opinión. Cambiar de parecer no siempre es contradicción, hay veces que responderá a una evolución de la reflexión o al reconocimiento de un error. Siguiendo a la militancia, aplaudimos a rabiar los aciertos pero cubrimos con un silencio inmoral hasta los errores que internamente se reconocen. El tribalismo usa nuestra mente moral, desnaturalizándola y convirtiendo en funcional objetivos inmorales. Las cuestiones de fe van disociadas de la prueba.


La socialización entonces se entiende como la ética de experimentar algo en forma conjunta, como un narcisismo colectivo. La estética reemplazará a la ética, que será adaptativa, adictiva y activa. Las cosas no existen por sí mismas sino por nosotros, adoptando el color del cristal del grupo que lo mira. Al perder el pensamiento crítico y la rebeldía del conocimiento, dimos paso a la adaptación del conformismo. Nuestra moral comete actos inmorales porque hemos acomodado las ideas fuera del alcance de las críticas. La opción de la violencia y ruptura ya está confirmada, si no hay fuente moral independiente distinta de mi ideología, religión, justicia, declaración de derechos humanos y otros asuntos de discusión, debilitamos la democracia y el tribalismo gana. La sociedad se basa entonces en el individualismo exacerbado, en su seguimiento incondicional que nos debilita porque un fanático de hoy se asemeja a un hombre frágil, reprimido o vulnerable, que esconde con la virulencia la ausencia verdadera de referencias.


El ser humano es un animal de fe. Tal vez por eso, las religiones resisten la evidencia de ser un cúmulo contrastado de "fake news". Se necesita creer en algo, tal vez porque no se crea en uno mismo, se rinde ante la evidencia de nuestras debilidades y dilemas. Ante tanta endeblez se refuerzan creencias que se vuelven inmunes a la argumentación. Predomina el misterio de la existencia y los algoritmos se encargan de que nos alineemos creyendo que es convicción y no emoción. No basta con la educación pero la verdad es que hay de base un problema de educación, de su falta. Este fenómeno más emocional que racional que es el tribalismo requiere de una verdadera rebeldía del conocimiento que no nos arrastre hacia el canto de las sirenas. La mitología no ayuda, nos recuerda que solo Ulises fue capaz de soportar la atracción sin sufrir daño alguno...

PD: Esta entrada se origina con la lectura del libro de Antonio Scurati, M el hijo del siglo, ambiciosa primera parte de una trilogía que intenta explicar el fenómeno Mussolini

2 comentarios:

  1. De tanta pasión mal administrada la sensación es que estamos más identificados por el odio al otro grupo que por quién somos o creemos que somos.
    Está demostrado que es más fácil congeniar con aquel con el que compartimos odio hacia una tercera persona.
    Es fácil verlo con aficionados que no se soportan de dos equipos rivales de fútbol que podrían convertirse en grandes amigos en el momento que saliese a colación el nombre de un tercer equipo con el que ninguno hiciera migas.

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    1. Tantas veces parece que nos alegrara la desgracia ajena que los progresos propios. Gracias Mikel¡¡¡¡

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