martes, 17 de noviembre de 2020

Cuando es con vos, siento todo irreal


 “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”

Miguel de Unamuno.


No tengo tiempo para leer” puede ser una de las excusas simplistas más a mano para no reconocer dos cosas: que no se sabe organizar o que, en realidad, tanto no les gusta leer. Organizar el tiempo consiste dedicar un espacio a organizarse. Leer es encontrar tiempo para ampliar nuestra fuente de experiencias. Hace bastante que deje de sentirme susceptible cuando alguien se justifica por su falta de tiempo para acometer una lectura. Me hacían sentir un vago, aunque estuviera tapado de actividades, a la semana podía encontrar los momentos necesarios para descubrir con la lectura dos o tres libros diferentes. Tal vez era un halago por saber gestionar mi capacidad de lectura. Con el tiempo precisé que lo del tiempo es una frase hecha, todo aquel que no consigue unos minutos para encarar una lectura suele tenerlo para mirar el Facebook o Instagram, dedicar horas a consultar el móvil, sostener una larga conversación anodina o esencial por teléfono, mirar un programa televisivo o dormir más de diez horas al día, es decir cada uno encuentra un tiempo para hacer lo que quiera o le guste.


Me gusta leer porque me gusta aprender, necesito cuestionar mis conocimientos, aspiro a polemizar con mi propio punto de vista tras ampliar mis horizontes. Otros leen para divertirse, y también está bien. Pasar el rato puede abarcar lectura, televisión, cine o escuchar la radio. En todo caso, la cuestión es determinar si pasamos ese rato de armonía con el objetivo de mantener una cultura de apoyo. Si observamos la parrilla televisiva -realities, series, futbol (y soy muy muy futbolero) o chusmerío -o las películas que arrasan taquillas, la duda es toda confirmación: Pierde vigencia el valorar el conocimiento. Crece una cultura contra la cultura. El mecanismo cultural contra la incultura consiste fundamentalmente en creer que no tenemos tiempo. Los que valoramos la lectura fomentamos la exploración autónoma de lo escrito. Igual, nadie puede sortear sin consecuencias la lectura manipulable o la cantidad de libros que se imprimen, muchos de ellos de dudosa calidad.


Leer sigue necesitando la implicación activa y afectiva del lector. Por eso, nos abrevian el esfuerzo y nos entregan periódicos gratuitos con gacetillas en vez de notas de desarrollo o editoriales, post o foros en redes sociales o series televisivas definidas como históricas. Nos ofrecen el panorama de estar informados en la menor cantidad de tiempo y comentar luego utilizando la misma síntesis léxica que ofrecen. Frases cortas, vagas precisiones y mucho cotilleo parece ser el abanico cultural que nos rodea. Si hablas de futbol, del conquis del fin del mundo, del gran hermano o de masterchef celebrity te integras, estas actualizado. Si desarrollas un hilo histórico te encasillarán tal vez con admiración como genio o empollón, pocas personas son las capaces de generar preguntas para mantener interesante una conversación, que ha de menguar para regresar al nuevo descubrimiento actoral en “Mask singer” o cualquier otro programa pensado para medida de una gente que no puede ni quiere leer, que ha perdido la capacidad de comprensión y necesita evadir y por evadir manifiestan no tener que pensar. La incultura o la ignorancia no es de ahora, pero nunca como en estos momentos la gente presume de no leer, de no querer leer o de no tener tiempo para hacerlo. El mundo contemporáneo transita la dualidad de aspirar a una orbe más comprometido siendo en realidad, más superficial, elemental o frívola. En la lucha de clases, se impone como nunca la falta de clase y reglas morbosas como predominante, dominada a causa de la ignorancia e incultura, sin importar el poder adquisitivo.


No soy un escritor comercial, apenas soy un pabilo con escasa llama. Comparto en redes por inercia mis escritos y a veces me sorprende el inmediato “me gusta” que algunos, por deferencia, me brindan. El me gusta ha reemplazado al compromiso de saber si en verdad nos gusta lo que ofrece el otro. Es el agradecimiento por el agradecimiento mismo, sin detenerse a valorar el posible mérito de lo que se ofrece sino como una escasa recompensa que le gusto o le gusta que haga lo que haga, aunque nunca lo profundice ni me dedique un tiempo para su lectua. Es muy adictivo sentir que formas parte de algún mundo. Ya no es adictiva la lectura, el leer o no leer es el dilema a resolver, más cuando internet le ha robado el protagonismo al libro. El me gusta ya no me gusta nada.


Me gusta leer para pensar que venzo a la ignorancia. Leer nos hace civilizados pero para poder civilizarnos, hace falta un esfuerzo notable de la persona. Ese esfuerzo es el atributo faltante en nuestras sociedades, se renuncia con facilidad a intentar hacer otras cosas. Falta la intención personal de encontrarle el sentido a las cosas y el esfuerzo consiguiente para conseguirlas. Intento seducir a la lectura, me gusta recomendar un buen libro pero no suele ser mucho el camino sembrado. Conozco a muchos lectores atentos y voraces, he recomendado y he recibido excelentes recomendaciones y hallazgos. Pero conozco a más gente que no se cruza con un texto en años. Mi profesora de literatura del secundario dijo en clase que “la lectura por placer no se enseña, se contagia con el ejemplo” pero no quiso precisar, por temor a sentir esta misma tristeza, que no se nace lector y el hábito no siempre se adquiere espontáneamente.


Por último, leer es el instrumento esencial sin el cual no se puede aprender. Mi profesora creía que el saber se encontraba en los libros y que una sociedad solo puede ser democrática si es mínimamente culta. Lo llamativo es que lo decía desde la necesidad de que la dictadura militar se terminara comenzando los años ochenta. Creía verdaderamente en la educación y se apoyaba en la lectura. La democracia también nos demostró que no se persigue ser culto, la educación le da la espalda a las humanidades o a la filosofía, un país queda retratado a través de su educación. La relajación intelectual es evidente, supongamos que dos o tres generaciones ya lo han experimentado y uno de los primeros debilitados por la distensión fueron los maestros o profesores que enseñan con falta de rigor, además de carecer de la emoción indispensable para que te seduzca saber de lo que aprendes. No es el profesor el único componente de un sistema que no funciona. El esfuerzo personal está muy desprestigiado, reemplazado por la automatización informática permanente y una cultura de copia pega de iconos verbales prefabricados usados sin criterio.


Una persona que nada lee cree no estar expuesta a los cuestionamientos de las ideas. Si lee poco, usa ese poco bagaje para defender vehementemente una verdad absoluta, y si lo que se lee es de poca calidad se está más expuesto a postergar un enriquecimiento personal. Un mecanismo cada vez más utilizado el de la poca lectura o no lectura solo enriquece a esos regímenes fundamentalistas que ven así controlada la contaminación de ideas externas que desmorone sus doctrinas. Leer puede servir para vivir variadas vidas y pensar con muchas mentes. Leer no es una obligación ni garantiza sabiduría, conozco gente muy interesante con menos de una lectura encima. Esta entrada solo se justifica en el remanido “falta de tiempo” como excusa para no encarar la lectura de un libro. Uno siempre encuentra tiempo para lo que considera vital. El problema es querer enfrentarnos o no al dilema de que sea vital el expandir la mente... 


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