martes, 24 de noviembre de 2020

Sabe alguien que estamos buscando

"Nunca serás feliz si sigues buscando el origen de la felicidad. Nunca vivirás si le buscas sentido a la vida".

Albert Camus

No hay dudas que el séptimo arte es un perfecto escaparate para exponer ideas o situaciones filosóficas con las que nos podemos reflejar. La posibilidad de abrir una cuestión privada o íntima a una masividad para que pueda ser comprendida, discutida o valorada por la sociedad en general. En ocasiones, una película te puede arrastrar hacia un abismo de recuerdos, reflejando en su recorrido tu propio espíritu. Eso me ha sucedido al observar la película del año 2018, llamada “Vida privada”. Por única vez, sentí que Paul Giamatti interpretaba una parte importante de mi vida, y que la directora Tamara Jenkins era capaz de devolverme sensaciones vividas hace poco tiempo, doce años, pero por la velocidad con que todo pasa, parecía olvidada experiencia.

Una pareja de escritores, ya en la mediana edad, buscan por diversos medios el poder ser padres. Para ello recurren a los métodos posibles una vez que la concepción natural no es probable: tratamientos de fertilidad, ovodonación, lista de espera para adopción o incluso la posibilidad de vientre de alquiler. Para todo aquel que transitó parte de este itinerario podrá ver reflejado, tal vez, los vaivenes de un recorrido donde a pesar de ser los narradores o actores, algunas veces nos hemos sentido peones de la dura arbitrariedad que plantea la existencia y la medicina.

Más allá del valor que pueda tener un film, casi toda película encierra una filosofía que intenta expresar un postulado sobre la comprensión de lo que atinamos a vivir. Esto permite la aproximación a los problemas, temas o contingencias como forma de enseñanza con expresión artística. Para aquella persona que piense que la filosofía es una ciencia aburrida y estática, producto del mero pensamiento permanente, se equivoca. La filosofía persigue el oculto significado de las cosas visibles, la reflexión sobre quienes somos, de donde venimos, qué hacemos aquí o como lo hacemos. Y a través del cine, nos solemos conmover con esas búsquedas eternas.


Al igual que con la literatura, se puede aunar narración con confesión. En la búsqueda de material para cumplimentar el blog, uno suele caer en cuenta de que la vida de un redactor puede ser igual de aburrida que la de muchos. No hay arte de vidas plácidas y cada vez más se recurre a las experiencias personales que parecen haber enterrado a esos personajes de ficción que se encontraban en las películas hasta las décadas del cincuenta o sesenta del siglo pasado. No me pregunto el motivo, pero entiendo que a veces, consideramos que lo que nos sucede es digno de contar y transmitir, cuando en realidad estamos hasta arriba del arte personal que no dice ya nada. Y en un año complicado, tenía ganas de retomar mi escritura y al ver la película, pensé que era el tema idóneo para regresar. En mi caso, busco con la literatura, y en parte con mi escritura, tal vez el trascender, pero también decir algo, no decir lo mismo que casi todos.

Vida privada” es un relato fidedigno de los avatares de un proceso de reproducción asistida. En este caso, el resultado negativo está presente aunque los actores prefieran no contemplarlo de antemano. Recuerdo el primer pensamiento íntimo que me apabulló al escuchar de manos del médico que se encargaría de nuestro proceso al valorar la enorme posibilidad de un parto múltiple. Me asustó pensar que de repente nos podríamos encontrar con la crianza simultanea de mellizos pero no se contempla en ese diálogo inicial la posibilidad más cierta que no tengas mellizos sino que el resultado del tratamiento fuera negativo. Se supone que si uno acude a este tipo de proceso lo hace en busca de la fe en un resultado. Pero la estadística dice que existen posibilidades de éxito, quizás en un porcentaje cercano al de fracasos.

Otro pensamiento que en parte atormentaba, era ver con que facilidad el médico se cambiaba el mono blanco de su profesión para ponerse -sin cambiarse- el traje de comercial inoportuno que presto a sortear la falta de resultados, explicando una nueva opción comercial para continuar en la batalla de la vida. En mi manera de ver, ese detalle desacreditaba su credibilidad. En un despacho intimista, una pareja abre sus expectativas, dudas, certezas, intenciones y miedos a un proceso. Y el médico viola ese acuerdo al romper el silencio en el momento de crisis existencial de la pareja, para ofrecer un nuevo sistema que mejora en parte, la tasa de posibilidades. Si todo es un comercio, es en ese momento, donde la situación se vuelve más descarada de parte de ese comercial, que en determinado momento puede ser también médico. Si la cosa sale bien, puede hasta quedar como anécdota. En la vida, siempre hay alguno al que no le salga bien la previsión.

Otro pantallazo del film que centró mi atención fue esas salas de espera de silencios incómodos y mismas presencias cada vez que toca consulta o revisión del proceso. Vidas similares que pueden ser tan distintas y distantes al mismo tiempo. A un costado, una pequeña pantalla que anuncia el numero de nacimientos registrados, día a día en la institución. Silencio estampa, mirada tensa y un color rojo que anuncia que más de uno ha festejado finalmente el proceso, más allá de cuantos intentos fueran. Este, como casi todos los procesos en la vida, estará signado por alegrías pero también tristezas, miedo, esperanza frustrada y cruda resignación. Pero la pantalla estará actualizada cada día que llegues, te anuncies y te sientes a esperar, repito con todas aquellas miradas tal vez tan perdidas como las nuestras.

Es que como mencioné más arriba, el fantástico proceso donde eres el protagonista pero en realidad eres solo un actor necesario o peón, que en realidad no llega a entender parte del proceso que vivirá. Si la cosa fracasa, como se trata en este caso, no se debe digerir como fracaso, sino en contemplar en el menor tiempo posible los pasos a seguir para perseverar en un acto loable. Por que siempre habrá posibilidad de volver a intentar, siempre y cuando, puedas disponer mínimamente, de cinco mil euros. Y en el caso de la película, la experiencia sobrepasa a la mía personal, porque los protagonistas, una vez perdido el orden natural de las cosas, ingresan en una vorágine de desesperación por coronar el proceso, cosa que con mucho dolor, decidí poner fin una vez experimentadas las posibilidades que en pareja, considerábamos lógicas y prudentes. Es verdad que uno no debe pensar en el vaciamiento de la cuenta corriente, pero se debe contemplar, ya que el proceso no se puede semejar a una partida nefasta de póquer que no se sabe cerrar o una noche trágica en un casino, que no se sabe aceptar. Pero cada decisión es personal y respetable.

El generar vida puede considerarse como una acción superadora pero tal vez, sea tantas veces una contingencia circunstancial, no esperada ni planeada, sin mística o grandeza. Solo se da. Y si no se da, las vidas parecen incompletas, imperfectas o frágiles. No puedo valorar si la descendencia es un derecho o un capricho, tanto de la vida como de sus actores, pero si puedo precisar que si bien en nuestro caso no parece haber desbarrancado la relación, puede generar efectos permanentes. Es un largo proceso donde algunos gritan histericamente y otros hablamos con demasiados silencios. En ese punto, la interpretación de Paul Giamatti me revindicó, uno puede ser un ejemplo de personalidad aún sin levantar el tono de voz ni reprochar cosas absurdas ante un fracaso que no tiene explicación, más allá de que tu médico “comercial” intente analizar la secuencia. Es inevitable llorar, volver a ilusionarse, apretar los puños y los dientes y retomar las rutinarias dos semanas de pinchazos a la misma hora, revisiones en el centro, todo con la necesaria fe para ampliar una familia en un proceso que bajo nervios, hormonas o tensiones, paradójicamente parece ser un proceso donde te dejas la vida, la propia, pidiendo a gritos silenciosos, tal vez, regresar a la normalidad que llevabas.

Tirando el imaginario cursor del portátil hacia atrás puedo comprobar que cuatro carrillas son suficientes para reanudar mi relación con el blog. Pero en realidad, a medida que recuerdo el proceso, puede que sea corto, que recién debería estar calentando los dedos ante el teclado. La película que como excusa, me permite por primera vez hacer una revisión de mi experiencia silenciada en el tiempo me permite recordar que la duda sobre mis variados cuestionamientos sobre la esperanza en aquellos momentos no eran egoístas ni agoreros. Eran parte de la vida misma, la posibilidad que no se quiere mencionar ni contemplar para no ser derrotista. De aquella frustración aprendí a ser padre, aunque parezca una frase ocurrente, es parte de la realidad. La película me ha permitido comprobar que es posible ser padre sin tener hijos.

Es una historia auténtica, que en mi caso fue más que familiar y cercana, me permitió acceder a momentos que tuve vedados en aquel entonces, porque eran según los que saben y “venden” son muy personales para la mujer, por lo que la parte final de cada proceso lo viví sentado en el sillón de la sala de espera, viviendo en carne propia la sensación de ser el macho cabrío que su aporte no consiste en controlar horarios, contener emociones, apuntalar o acompañar en toda circunstancias, para ser, en pocas ocasiones -en la seguridad social -pero las que fueron fueron muy cantosas, el cómodo actor de reparto que solo debe masturbarse en el momento oportuno.

Horas en salas de espera, conversaciones ilusionantes con el miedo al costado paralizándote, señales positivas donde aferrarse a diario, médicos que quieren empatizar con tus expectativas para terminar empatizando con sus incentivos empresariales, pinchazos y pastillas, expectativas diarias familiares, peleas o escaramuzas ante tanta tensión en la pareja me tuvieron más que aferrado a la silla para observar el film. Esta fue mi experiencia, no reniego de los tratamientos, ni maldigo sus resultados. No tuve, a diferencia de lo que trasciende en la película, la duda ética sobre lo que estábamos intentando. Supe convivir con la arista del negocio, que en muchos momentos inunda totalmente la trama. Es solo una vivencia, puede que para muchos, equivocada. Pero personal e intransferible.

La última cuestión a recordar y aquí mencionar, fue el engorroso rito de tener que comunicar telefónicamente el resultado negativo. Mi sorpresa en la primera ocasión fue estremecedora, te preguntan el numero de expediente y cual fue el resultado. Al decir negativo, un silencio extremo da paso a una frase que corola tu día -y apenas son las siete de la mañana- y que no dice más que “ya se comunicarán contigo”. En ese momento te sientes muy solo, desprotegido, más que vulnerable. No serás padre y necesitas que alguien te cuide. Unos días después te han de llamar de la clínica. Y lo hacen, para sin ponerse traje de actor ni maquillaje, explicarte con desbordante nuevo optimismo que te acerques al centro, porque “the show must go on”...


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