miércoles, 21 de agosto de 2019

El eclipse no fue parcial y cegó nuestras miradas


“No se combate el fascismo porque se le pueda ganar; se lo combate porque es fascista”
Jean – Paul Sartre

Se suele oficializar su origen el 23 de marzo de 1919 cuando se funda en Milán el grupo “Fasci italiani di combattimento”. Han pasado más de cien años y se mantiene como ideología política en muchos movimientos de extrema derecha. Pero lo más notable es que su terminología sigue siendo indefinida porque figura como un término político y social más utilizado para generar una descalificación. Es difícil encontrar un vocablo tan manoseado en los últimos tiempos, suele ser palabra acreditada para el insulto rápido y la descalificación moral del otro. Hoy si alguien se enoja porque piensa distinto -o no piensa, que es lo más habitual -te puede decir fascista a la cara. Es que a cada rato definimos a alguien como fascista, olvidándonos peligrosamente lo que en verdad supuso ese movimiento.


Pero, usted ¿conoce a alguien que se proclame fascista? Es paradójico porque el fascista siempre es el otro. Es como si no existiera perspectiva sobre la realidad de las cosas o si el término fascismo se hubiera reducido a un insulto descalificador. El monstruo parece que continua vivo, tal como alguna vez predijo Umberto Eco, donde el culto a la tradición ya perdida, la exaltación de un nacionalismo rancio y mentiroso, la xenofobia y el machismo -incluido el de muchas feministas insolentes-, la pasión por que todo se mantenga homogéneo rechazando la disidencia u otro punto de vista, la apelación continua a las emociones de “cocodrilo” o la humillación social, política u on line, sostiene con nostalgia un autoritarismo creciente en el ser humano. Eso sí, siempre definidos como demócratas y tolerantes ejemplares.

Ernest Hemingway definía al fascismo como “una mentira contada por matones”. También lo podríamos situar en un estado de ánimo que conlleva un evidente declive de lo social. Igualmente podemos presumir que mantiene vigencia al sostener un marketing ético, que intenta retroalimentar la sensación de que todos estamos tan estudiados que nos encasillan en diversas celdas o cepas consumistas. En todo caso es un vocablo que puede demostrar que nos invade la desinformación sobre lo que en verdad fue aquel movimiento, poniendo en peligro la comprensión del presente. Norman Mailer advirtió que el fascismo es aún más natural que la democracia, porque siempre se necesita una figura protectora que te oriente, que te diga que puedes o no puedes hacer. Si no, me remito a las religiones, en épocas de crisis alimentamos la ingenua necesidad de que hay alguien superior que frenará las ínfulas destructivas de los habitantes sociales. Es conmovedor creer que cuando uno reza, se está comunicando con la virgen o con el hijo del dios.

Las plagas regresan. Solemos descuidar el aprendizaje de los errores. Nos dormimos siestas largas que nos retrotraen a épocas nefastas. Somos una inevitable tendencia al pasado a pesar de avanzar a pasos agigantados hacia el futuro, como si lo rechazáramos. Le tenemos miedo al mundo que desconocemos. Señalamos poco a los de arriba y mucho a los de abajo -judíos, inmigrantes, refugiados, homosexuales-, confundimos peligrosamente términos como unidad con uniformidad o unanimidad. En todo caso, es temerario no poder observar un presente con fenómenos nuevos de forma inapropiada. Nadie quiere ser tercer mundo, todos somos potencialmente habitantes de la elite. Sobra el miedo, estamos agarrotados, no surgen ideas unificadoras. Tenemos la sensación de que sólo un Dios nos puede salvar. Y ahí aparecen los fantoches, cada vez menos calificados.

Para algunos, Donald Trump debería ser una bendición ya que representa el mejor ejemplo de cómo se ha alimentado del resentimiento y la desigualdad de una sociedad. El fascismo se nutre de una sensación de superioridad y pureza que se ve perjudicada por mitos y metáforas externas que menoscaba y alimentan la necesidad de este tipo de políticas. La habitual conducta horrible de Trump es generadora de todo tipo de rupturas. El hombre pensante debe despertar, reaccionar ante la locura que histeriza al mandatario estadounidense. Estamos transitando una época extraña donde estos personajes acceden al poder sin una gran idea. Existe un enorme desprecio hacia las instituciones parlamentarias, no solo a la vieja política. El deseo de que un líder fuerte nos proteja de un enemigo ficticio se utiliza en muchas latitudes.

“Los fascistas del futuro se harán llamar antifascistas” previno Churchill y no se equivocó. Se esparce un miedo irracional para inmediatamente presentarse como los salvadores -hoy mismo lo podemos presenciar en Argentina y lo hemos visto repetidas veces-. Ellos nos protegerán de los miedos que han creado, de las operaciones que han validado para desestabilizar el escaso orden interno. A estos se le suma el descontento que arrastran los pueblos, y su poca dignidad por construir grandeza y futuro. Se vota con el bolsillo y no con las convicciones -es verdad que no hay candidatos- y el gran problema que habita en las cuestionadas democracias es el auge del resentimiento. Hay demasiada desigualdad entre ricos y pobres, y tratamos desesperadamente de formar parte de los invitados al banquete. Él que más insulta, desacredita, provoca y maltrata, grita en forma airada que no hay libertad de expresión, que le persiguen y que se vive en un sistema dictatorial. Es de libro, pero vuelve a funcionar. El pueblo es la comunidad "virtuosa" que enfrenta a los políticos corruptos a través de un hombre fuerte que los representa. Me viene a la mente una frase de una nota de El País, cuando los pueblos aman a sus propios ladrones.

El facha no se viste ya de uniforme, va vestido de civil denostando la racionalidad. El fascista tiene numerosas formas y demasiadas caras, ha entrado en nuestras vidas como método de reacción casi habitual ante la discrepancia. Se ha blanqueado su acepción -recordando que el facha siempre es el otro- a consecuencia de la pérdida del valor de la palabra y del estado de abandono que nos ha generado -por hastío- nuestra clase política. El problema es mayor cuando la mayoría de la población eligen en forma democrática a sus líderes nacionalistas, intolerantes, prepotentes, antisemitas o racistas. De este modo, todo aquel fascista, que dice no serlo, ha permitido que la democracia se convierta en una forma de represión con consentimiento… popular…

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