viernes, 1 de febrero de 2019

Donde habita el olvido


“El olvido está ahí no lo olvidemos”
Mario Benedetti

El paso del tiempo acomoda la perspectiva de lo que verdaderamente importa. La innata tendencia de acumular cosas durante nuestra trayectoria nos convierte en pequeños Diógenes sin importancia ni graves consecuencias. Algunos coleccionamos cosas materiales y otros componen sus recuerdos con una sucesión de pensamientos, vivencias, emociones, lecciones que dejan huella y poso en nuestra personalidad e identidad. Somos lo que coleccionamos, somos una huella neuronal que se debilita, solo un letargo de situaciones podrá irrumpir a manera de recuerdo. Somos gran parte de nuestra memoria y somos habitantes de un continuo olvido.


De hecho, esta entrada estaba predestinada a divagar sobre todos aquellos bienes materiales que nos acompañan gran parte de la vida, defendidos de forma empecinada de cualquier contenedor para tirar o reciclar y que, en un momento puntual desaparecen de nuestras vidas sin que nos demos cuenta. Estamos llenos de esos olvidos, de esas traiciones de aquel ser cercano que nos tira parte de “nuestra vida”. Como cualquier mortal tengo material de ese, detalles insignificantes que tomaron dimensión en mi vida, acompañándome mas tiempo del lógico. Pero un día pasó algo importante, y me obligó a cruzar de acera.

Me tuve que ir de mi país y el exceso de equipaje se cobra a buen precio. Tuve la posibilidad a mis treinta y tres años de iniciar el camino de mi cruz y solo lo podía transitar acompañado de dos viejas maletas que sumaban cuarenta kilos. La decisión fue drástica pero mi reacción contundente: ropa de invierno, calzado, fotos sueltas de diversos momentos de mi vida, una agenda con teléfonos y la colección completa de los libros de José Saramago. Un acto de desprendimiento definitivo.

Pero los recuerdos habitan en algún lugar perdido de este cuerpo que de a poco me avisa que se avejenta. Los movimientos que se ralentizan actúan de la misma manera que la reminiscencia que solo habrán de permitir que aflore una mínima parte de las vivencias. Un cerebro sano se caracteriza porque es capaz de recordar tanto como de olvidar. La memoria inmediata se disipa, me deja de lado, convierte mi memoria en algo así como una memoria líquida que me tiene a maltraer hasta que me acostumbre al nuevo estado. El problema se magnifica a la hora de preparar las asignaturas para la universidad, lo que se llama estudio lo debo realizar a partir de las cuarenta y ocho horas anteriores. Antes de eso, no tiene sentido ya que no habré de recordar nada a los pocos días. Ahora que la pierdo me interesa saber si la memoria es efímera y se desvanece en el tiempo, o si, por el contrario, las nuevas memorias se superponen sobre las antiguas, que siguen allí en el archivo esperando la señal necesaria o el esfuerzo que la lleve a la superficie, a la conciencia.

Si no recordamos las cosas es que nos falla el mecanismo para recuperar nuestros archivos, por no decir tantas veces recuerdos. El problema se acrecienta porque al transitar una determinada edad, nos duele perder los recuerdos. Le tememos al olvido. Le tememos a la edad ya que estudios médicos confirman que en nuestra juventud también es más lo que olvidamos que lo que recordamos, pero no nos preocupa ni lo apreciamos. En cambio, cuando se es adulto la necesidad del recuerdo es más presente. Y surgen aquellos comentarios tales: “pero si lo sabía, ¿porqué no me acuerdo?”, lo que nos lleva a pensar que la memoria está disponible, pero parece que no accesible. Lo que nos obliga a aceptar que la curva del olvido habita ya en nosotros, recordamos menos la información.

Pero me acabo de acordar que iba a escribir sobre lo material. Tenemos el habito de juntar objetos inútiles creyendo que en algún momento han de ser indispensables. Guardamos ropa, muebles, utensilios, cartas, videos, monedas, libros, barajas, dientes de leche, juguetes y otras cosas que se añejan en el hogar y que no se usarán por los tiempos de los tiempos. Lo mismo sucede en nuestro interior, no podemos cerrar ciclos y acumulamos tristezas, broncas, miedos, alegrías, esperanzas o resentimientos. En ambos casos, parece que siempre le tememos al futuro, queremos llegar a él lo más armados posibles, con un bagaje completo, tal vez innecesario. Tal vez el futuro no sea algo más que un concepto imaginario al que te puedas adaptar sin más problemas. La puesta contra la pared que a veces te depara el destino te permite dejar de lado los recuerdos, tanto materiales como los vivenciales. Un día te vas a vivir a otro país, por ejemplo, y debes comenzar tu recorrido de nuevo. Te adaptas y sigues adelante.

Me he acostumbrado a escribir cuatro carrillas de Word y a la semana – o a los pocos días - cuando me preguntan sobre que escribí, tener que reconocer que no me acuerdo. Me quita relevancia, ya que en el momento en que encaro el teclado, en verdad siento la trascendencia de mis pensamientos acompañando el tipeo. Pero el talento es efímero, por suerte la bitácora te permite recuperar ese pensamiento que en su momento te pareció notable, eterno y fundamental. No nos sostenemos sobre piedras filosofales. Donde habita el olvido nació de la prosa de Gustavo Adolfo Bécquer, un siglo después lo homenajeó Luis Cernuda, cerrando el circulo otro poeta andaluz, don Joaquín Sabina. La metáfora en cuestión refleja sobre el destino de las personas, adonde vamos, de donde venimos, la nada a pesar de acumular parece ser nuestro destino.

La memoria naufraga en los calendarios, la actualidad nos recuerda que no hay tiempo para la memoria. Se vive en presente, nos dicen, pero se construye siempre sobre el pasado, con el desesperado afán de mejorarlo. Cernuda en el exilio clamaba que la morada del olvido siempre ha de ser la actualidad. Un arrebato de memoria me obligó a escribir sobre las cosas que son importantes y al tiempo no nos acordamos o lo catalogamos de baratija. Somos nuestros recuerdos y ahora recuerdo que tengo una amiga y una tía que sufren enfermedades que atacan la memoria, desprotegiéndolas. Todos tenemos una historia y necesitamos rescatarla. Tal vez esta bitácora sea finalmente mi memoria, la tierna manera de dialogar solo, cara a cara conmigo mismo con el único y sublime afán de acumular letras que tal vez no sirvan para coleccionar pero atenúe el silencio que deja el irremediable paso de nuestros tiempos…

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