domingo, 10 de febrero de 2019

Lo vuelven vuelven a golpear


Aquellos cuya conducta se presta más al escarnio, son siempre los primeros en hablar de los demás.
Jean Baptiste Poquelín - Molière

En la Edad Media era un mecanismo de control social. La articulación que impedía a las personas actuar fuera de unas normas establecidas y aquel que bebía de esta medicina no solo comprendía en carne propia lo que representaba haber ofendido al experimentar la humillación de ver rebajada su condición de persona y si fuera poco hasta ahora, ultrajado en su dignidad. Jugando con las palabras, una tormenta que atormenta. Y nos gusta a casi todos, parece un acto de justicia. Pero un acto de la interpretación personal de justicia, lo que nos hace sentirnos con el derecho de linchar, de ajusticiar al que se ha equivocado, aunque haya sido su única vez, un desliz en su proceder. De eso se trata el escarnio público, y en las redes sociales se practica a diario.


Porque desconfiamos del concepto justicia, lo aplicamos de manera personal. Somos habitantes de la doble moral, aquella que, por un lado, nos permite justificar o atenuar nuestros errores o debilidades pero que se muestra inflexible ante el error ajeno. Al prójimo le solemos exigir todo aquello que nosotros no estamos a la altura de ejecutar. El escarnio publico tuvo su origen en el gótico germánico skerjan que significa burlarse, o del latín excarmin que representaba un tormento o acción de arrancar la carne. La terminación io alude que se trata de una acción y su efecto. El escarnio lastima de modo intencional con el fin de aleccionar, para que sirva de ejemplo a modo de escarmiento. Basándonos en la interpretación que más nos agrade, no deja de ser una forma de maltrato, es decir maltratar al maltratador.

Las redes sociales se consolidaron bajo una promesa de que se instalaban para conectar al mundo, al permitir una comunicación casi instantánea en cualquier rincón de nuestro planeta. Parecía el movimiento acorde para una internet o red de redes que allanaría finalmente el camino a las buenas intenciones de democratizar la información y su convivencia. El designio hablaba de que sucedería en un espacio virtual todo aquello en lo que habíamos fracasado en la vida real. Los orígenes lo pintaban perfecto, pero como todo concepto integrador y posible, se desvanece o desvirtúa con la mano del mismo hombre (generalmente cuando la palabra hombre se utiliza para denostar los alcances nocivos de la civilización no se denuncia el termino como no inclusivo, ¿no?). Internet cada vez goza de más usuarios en el mundo y a enero de este año se calculan en cuatro mil trescientos ochenta y ocho millones de consumidores, superando por poco la mitad de la población total en la tierra.

Pero últimamente la red se muestra como una trinchera donde abundan las noticias falsas, las conductas delictivas, la explotación comercial, la autocensura, la desinformación a través de la cantidad, las persecuciones telemáticas y, sobre todo, el poder como concepto aterrador de sometimiento. Recuerda a la vieja historia de los colonos buscando la famosa tierra prometida, la ansiada búsqueda de un páramo donde esta vez sí, poder echar raíces y ser felices. Siempre me pregunto porque me especializo en criticar, y no tengo fácil respuesta. Tal vez sea ese pesimista negativo que existe para aguar toda fiesta. Tal vez esos optimistas por naturaleza que solo marcan lo bueno de algo sean excelentes testaferros -sin quererlo, claro está- de los oportunistas. En todo caso, creo que la inocencia nos iguala, pero al menos trato de contar, en pinceladas eso sí, las bondades de internet. La mejor prueba es que uso el medio para comunicarme libremente.

Pero las redes sociales hasta ahora también han logrado la pérfida influencia en la transformación cultural del mundo. De un tiempo a esta parte es evidente la furia toxica sobre el debate social que ha acelerado la ruina del uso de las ideas y cuestionado el concepto de instituciones. No es que esté mal, tal vez en un futuro presenciemos la purificación de este híbrido. De momento enternece leer a algunos tuiteros que se arrogan el derecho de ser la verdadera voz que reemplaza el silencio o manipulación de los grupos poderosos mediáticos. Es gracioso porque es verdad que la verdad -como estoy hoy con el uso de palabras- compite y no se arroga dueño, pero no es verdad que la verdad no se manipule. A la larga, el secuestrado comparte ración con el secuestrador.

Es normal presenciar linchamientos digitales. Todos tenemos un tío o una tía que en Facebook saca filo diario a su cimitarra. La discusión sobre si al poder interactuar con los medios tradicionales de información nos hace posible democratizar la información nos lleva a comprobar que significa cuando se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Estamos cansados o frustrados y tenemos inquina y por eso linchamos a banqueros, políticos, futbolistas, cantantes, escritores, blogueros o estúpidos sin más tarjeta de presentación. Por que no se trata solo de ajusticiar al personaje público, consideramos demócrata masacrar al personaje común, al que no conocemos de nada y tuvo la desgracia de que su limitada opinión se cruzara con nuestro muro. No se trata de realidad virtual, ya es tiempo de reconocer que las gigas que anidan en el ciberespacio gozan de la naturaleza intangible de nuestra huella imperfecta y tantas veces maliciosa.

En el anonimato podemos encontrar el espacio que en el espacio real no tenemos o no nos animamos tener. Algunos pelmazos escribimos caracteres hasta llenar cuatro carillas de Word que se añejaran a la triste espera de ser descubiertas. Pero otros tienen el don de usar el anonimato y cierta invisibilidad para sumarse a cualquier tipo de disparate, como puede ser ver que están machacando a alguien para sumarse a la fila y demostrar todo su odio. Es como buscar la aprobación de la mayoría. Con una mano en el pecho y la otra en la tecla espaciadora, puedo decir que la red de redes me ha hecho mejor persona, más analítica y tal vez, la constatación de ser un ser aburrido. Pero tengo la certeza de que la red te puede hacer mejor persona, pero también horrenda. Las razias duran lo que un suspiro, tantas veces un hashtag o etiqueta permanezcan como mucho unos días, pero durante ese rato el vapuleo será tenaz, insensible y perverso. La victima de turno deberá aguardar desesperada que la manada mute hacia otro contenido, vamos es como decir que esperan con ansias que sea otro el que se mande pronto una cagada digital.

No parecemos dispuestos a tolerar un desliz. Y peor es presenciar el sentido o político arrepentimiento. No se ofrece más la otra mejilla, no toleramos supuestamente el mal, de ahí que se crea que se está haciendo el bien, poniendo a cada uno en su sitio a través de la gloriosa humillación pública. Sostenemos el legado arcaico de deshumanizar y justificar. No somos capaces de reconocer que nos estamos sobrepasando. Y ya tenemos internautas que temen utilizar el medio masivo por temor a que se genere una respuesta en contra ante una manifestación desacertada o chiste de mal gusto. Afinamos el concepto de privacidad para que nuestras fotos, mensajes o videos no caigan en mano de la masa anónima o simplemente se deja de escribir o se borra de aquella aplicación masiva. Como no conocemos la manera de convivir con nuestros aciertos o errores, creemos hacer como aquel que se quema con fuego y llora, intentando lo mismo apagando el ordenador o no usando el teléfono. Pero debemos madurar y comprender, que a pesar de las lesiones que genere una quemadura, no nos queda otro remedio que seguir apostando por el uso del fuego…

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