lunes, 7 de enero de 2019

Sólo así yo te veré a través de mi persiana americana


“Esta imagen de un hombre aislado, dedicado a su propia música, que encuentra su momento de esplendor creativo en la soledad, es esencial a toda la obra y la vida de Ribeyro”.
Alonso Cueto, escritor peruano.

Fumaba sin parar, bebía constantemente café, pasaba horas sentado frente a una vieja máquina de escribir y era asiduo consumidor de alcohol, que tal vez marcó su muerte. Hacía un culto de lo minúsculo o del carácter doméstico de la vida. Pero lo hacia de manera sublime, de manera que lo relativo a los miedos, ansiedades, insignificancia o los dolores de la enfermedad lo detallaba con una prosa infrecuente. En cualquier listado para mencionar a los autores del boom tal vez no aparezca, pero debemos dar por supuesto que Julio Ramón Ribeyro fue una de las grandes plumas del siglo pasado.


Durante este año que comienza, la editorial Seix Barral recordará a este brillante cuentista peruano a través de una reedición de su prolifera obra. La excusa es el noventa aniversario de su nacimiento, que hubiera sido el próximo 31 de agosto. El homenaje viene a situar al escritor peruano en el pedestal donde siempre debió estar, pero por misteriosas razones, lo encontró siempre cercano a los grandes referentes del boom latinoamericano. Él mismo resumía su impronta: “Escritor discreto, tímido, laborioso, honesto, ejemplar, marginal, intimista, pulcro, lúcido: he allí algunos calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”. Pero su obra no miente, fue un enorme escritor porque la humanidad continua veinticinco años después de su muerte, en su derrotero de clase media y baja diluidos en la lacerante polarización, tal los personajes variados de la literatura de Ribeyro, especialista notable en contar lo minúsculo.

Cada cierto tiempo es redescubierto por las nuevas generaciones de lectores. Atrae esa capa de timidez que le permitía expresarse mejor por escrito lo que le permitió desarrollar una literatura intimista a través de memorias, diarios, correspondencias o autobiografías. No le complacía ser reconocido en espacios públicos, necesitaba imperiosamente pasar desapercibido y mantenerse al margen de todo ruido. Era un hombre que prefería estar solo, con tendencia al aislamiento. Su carácter retraído y bastante inseguro le dieron una libertad necesaria para desarrollar una vocación literaria. En su prolífera colección solo se distinguen tres novelas; el resto, lo que le llevó a la inmortalidad son reflejos escritos cercanos a la experiencia cotidiana, con una voz baja que nos susurra o murmura, donde era capaz de resumir con perfección fragmentos de la vida observada en la calle o lo frágil de sus propios sentimientos, expresados con la franqueza de una voz que se reconocía personal.

Se movió a la sombra de verdaderos monstruos de la literatura, quienes sin embargo, no dudaban en demostrar su admiración por Ribeyro. Julio Ramón Ribeyro fue otro monstruo literario que la historia reservó un sitio a pesar del lugar secundario que él necesitaba ocupar. La metáfora que tal vez lo defina, es la de un hombre que tenía la sensación de callarse pero comunicaba mensajes intimistas. Radiografiaba como ninguno las distintas sociedades donde habitaba, especializándose en la pobreza y la injusticia de la vida cotidiana de esos “mudos” ciudadanos alejados del festín de la vida, la mayoría predominante. Las apasionantes e insignificantes vidas humanas.

“Solo para fumadores” fue el retrato en primera persona que me acercó al escritor peruano. El relato autoficcional de su devenir personal con la obsesión por el tabaco y su importancia en su inspiración para escribir define la identidad social del fumador. “A partir de cierto momento mi historia (personal, de vida) se confunde con la historia de mis cigarrillos”, lo que viene a explicar la importancia del tabaco y el dominio que ejerce sobre sus actos y costumbres. Sitúa a su oficio de escritor como “un acto complementario al placer de fumar”. “En un escritor tal vez haya infinidad de escritores. En una personalidad hay varias personalidades, que se manifiestan alternativamente y nunca en una perfecta unidad” es tal vez una enorme definición de aquel que escribe sobre una cosa pero en realidad se autodefine. Es en “Solo para fumadores” donde descubrí que de la mano de un cilindro humeante alguien me puede desgranar su infancia, adolescencia y adultez como una pulsión de sus fijaciones de una manera tan sutil que algunos terminaron creyendo que era ficción y no pura biografía. Eso es lo que siento al poner un punto final en mis escritos.

En todos los ordenes se busca la ambición épica. Por eso recordamos al boom latinoamericana con la cara de Gabriel García Márquez y en menor medida Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Julio Cortázar. Pero también fueron el boom Jorge Donoso, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Mario Benedetti, Alfredo Bryce Echenique, José Lezama Lima, Augusto Monterroso, Augusto Roa Bastos, Juan Rulfo, Manuel Puig o el hoy homenajeado Julio Ramón Ribeyro, entre otros de una larga lista. Tal vez Ribeyro fue mal interpretado en ese fenómeno literario promediando el último cuarto del siglo pasado. Obras experimentales que desafiaron los convencionalismos establecidos en la literatura latinoamericana que marcó influencia en las siguientes generaciones. Ribeyro fue mágico de otra manera, donde los fracasos generales del ser social no resultan reconfortantes ni dan lugar a la inocencia. El mejor tributo a una sequedad expresiva que clavaba el doloroso  y resignado rol de esos personajes que conformamos las tímidas sociedades pero que en realidad, somos los que nos desnudamos sin temor y sin coartadas, para ser sucedáneos no valorados en la creación literaria…
PD: No me quiero olvidar de “La tentación del fracaso”, la contabilidad de lo minúsculo escrito mientras fracasaba…

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