sábado, 19 de enero de 2019

Está en el borde sobre algún final


“En las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse”.
Extracto de “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo
Tal vez en sus escritos pueda ser hallada la referencia que se ha hecho eterna. Se la atribuyen a Maquiavelo, pero no hay constancia ni registro. También se ha filosofado en abundancia a través de los contenidos políticos de Rousseau. La acción moral del ser humano será un concepto de debate eterno, sin solución, como nuestra propia esencia. La infinitud del proverbio “el fin justifica los medios” necesita permanente revisionismo porque, en definitiva, de lo que trata es de la conflictuada naturaleza humana.


Y lo atribuimos a Maquiavelo tal vez porque el polifacético italiano fue el máximo exponente de la concepción ética que postula una maldad congénita de nuestra naturaleza. Consideraba que, a pesar de ser seres sociales, no equivale a que se sea al mismo tiempo seres pacíficos, ordenados, cívicos y civiles.  El Estado o un Príncipe será la figura esencial para instaurar y administrar un orden para no vivir en una disputa constante, naturaleza tan dada en el ser humano. Como somos egoístas, ambiciosos o individualistas por tendencia, obliga a desarrollar una política que desarrolle el bien común. El hombre tiene la fascinante tendencia de querer imponer sus principios o intenciones, y la violencia se presenta donde no se pueda conservar ningún tipo de poder. Hablamos del estado como límite, pero el estado somos nosotros. A veces nos enfrentamos a un estado violento, despótico habituado a medios no justos. Olvidamos que el Estado no razona, es el hombre.

“Triunfad siempre, no importa cómo, y siempre tendréis razón”, la razón misma parece estar en función de una victoria, así declaraba Napoleón Bonaparte. Éste siempre entendió que el triunfo provenía de la riqueza y dominación, concentrando el poder en una sola mano, la suya. “Poco me importa: el éxito justifica”, reflejaba Maquiavelo el dicho de Napoleón en su capítulo III de su novela emblemática. De esos dichos se recoge la falsa autoría hacia Maquiavelo de la frase “El fin justifica los medios”. Y se lo vinculaba a los actos de la política. Con el tiempo, ni fue frase de Nicolás ni de uso exclusivo a la actividad política. Se ha hecho mal uso de esa frase de parte del esfuerzo de todos.

En política parece que no hay decisiones fáciles, ni se puede contentar a todos. El poder en la política parece que se retroalimenta a través del ritual del sacrificio y la necesidad de negociar hasta el extremo de trasgredir valores amparado en la defensa de un supuesto bienestar común, que suele limitarse mayoritariamente en un bien mayor en los intereses de los poderosos de turno. Tantas veces resulta incompatible con una visión ética de la realidad. Pero la ética es un problema individual en nuestras vidas donde exponemos claramente lo que somos, con el consabido y remanido discurso de lo que deberíamos hacer y lo que en realidad hacemos para justificar nuestros actos de vida. Depende del fin o meta, los métodos que utilizamos, aunque sea inmoral, ilegal, poco transparente o desagradables serán justificados para acomodar nuestras conciencias.

El fin justifica los medios se ha convertido en un eslogan habitual para moldear las apariencias. Se emplea para evadir las responsabilidades éticas y dejar en segundo plano la moral justificando cualquier medio engañoso empleado para obtener algún tipo de beneficio o resultado. Los medios deben ser aceptados porque todos aducimos perseguir un fin noble o tenemos una clara y justificada excusa para hacerlo. Ninguna acción humana se puede analizar separadamente de un fin ni del uso de las pasiones. Cuando el hombre persigue un ideal o construye su ideología, tarde o temprano aflorará la ambición de alcanzar metas y es ahí donde la realidad indica que el hombre por su naturaleza desea de todo, pero no lo puede conseguir fácilmente. Esto nos lleva a suponer algo que nos cuesta aceptar, en determinadas circunstancias el mismo hombre no es ni bueno ni malo, sino es fruto de sus circunstancias. Para regular las ambiciones individuales nos centramos en el Estado, que puede ser una combinación discutida de prudencia y armas. Mientras Maquiavelo sostiene la maldad del hombre, otros pensadores como en el caso de Rousseau, exhibe la certeza de las ambigüedades, incongruencias y contradicciones que nos habitan y definen.

El fin justifica los medios se ha convertido en un concepto amoral según la concepción adquirida en la mente popular. Somos especialistas anti maquiavelistas cuando se reflexiona acerca del funcionamiento moral de los otros y de “nuestros” gobernantes. En la intimidad somos proclives a aceptar cualquier medio inconveniente cuando mayor sea el valor que asignemos al fin que esperamos lograr con su empleo. La tendencia muestra una obcecada justificación de los medios más perversos. Por eso nos hemos acostumbrado a defender a todo aquel que ejercita ilimitadamente el poder amparándose en un supuesto bien común y con la siempre vigente advertencia de Nicolás Maquiavelo, que recuerda que si el poder se ejercita ilimitadamente es preciso asegurarse de no perderlo jamás o de huir a tiempo. Y esa desbandada se nos ha hecho habitual como el ver a sus obsecuentes defensores sin fines y sin medios…

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