miércoles, 6 de julio de 2016

¿Qué ves cuando me ves?

“Nunca dejé de escribir, incluso en los momentos más difíciles de mi vida. Escribo para mí y no para dejar algo detrás mío, sino para aliviar mi sufrimiento”.
Gao Xingian
Escritor chino, Premio Nobel de Literatura del año 2000.

La conexión a internet hoy te permite acceder a casi toda información. En mi caso, me brinda un sinfín de material para seleccionar mis lecturas y escritos. Es llamativo, por no decir apasionante, el poder iniciar una lectura atractiva, para luego y a través del buscador, encontrar mucho más material relacionado o derivado de ese leída inicial. De esta manera, acudo con frecuencia a varios blogs de hechizante contenido. En líneas generales, percibo de antemano lo que voy a encontrar en esas bitácoras. La duda que hoy me genero, es saber que encuentran aquellos que incursionan por este blog.


Lo que resulta sugestivo o interesante para mí, puede mostrase intrascendente para otro. Todos aspiramos a transmitir una creación atrayente, interesante y hasta imprescindible a la hora de publicar nuestros trabajos. ¿Pero lo son? ¿Estamos dejando algún tipo de huella? ¿Logramos movilizar a otro para que te lea, que concuerde, que comparta, que cuestione? Contra todo argumento bloggero, no tengo en cuenta a qué tipo de lector me comunico. Si me apuran, creo que aspiro encontrar a gente como yo, con el riesgo de reconocer que uno hay uno solo, y suelo ser bastante “bicho raro”. Y quizás mis frecuencias semanales no sean aguardadas por las masas ni por mis seres más cercanos y queridos. ¿Importa? ¿Debo dejar de publicar?

Según los consejos existentes en la misma web para que un blog sea funcional, data de que los post partan de un tema de interés. Es fundamental que el punto de vista que le demos a nuestro contenido esté precedido por un “working title” o un buen titular que resuma la idea y te centre a la hora de sentarte a escribir. En ese punto creo que me esmero, asocio mis entradas con títulos o frases de canciones o películas que encierran, sin que sea demasiado estudiado o complicado, la temática a encontrar. Pero ustedes me podrán confiar si alguna vez ingresaron a mis post solo por el encanto del titular. El post más visitado por la gente a lo largo de tres años de deltreceenadelante lleva como título “El mejor amigo del buitre”. Es de suponer que habrá motivado más de una confusión o desilusión ingresar y encontrar la crónica de una visita a tierras de Huesca y observar en primera fila como una asociación amiga de estos animales les da de comer a la especie, cada quince días, al tiempo que canaliza sus esfuerzos en mantener vigente a estas aves. Pero las casi quinientas personas que alguna vez linkearon la entrada, seguramente aguardaron encontrar algún análisis político vinculado a los fondos buitres y la profundización de la grieta existente en mi país de origen sobre el pago o no de la deuda. Menuda desilusión, pero si alguno se permitió seguir con la lectura y acceder a Santa Cilia de Panzano y observar el accionar de la FAB (Asociación Fondo Amigos del Buitre), habrá valido la pena la confusión de las “masas”. Al resto, perdón; la moraleja es que no se dejen llevar por un título.

Por otro lado, está claro que organizo la información para clarificar lo que voy a contar a través de una estructura. Pero en este ítem, contradigo los consejos tecnológicos: los contenidos deben ser, de tan precisos, muy pero muy concisos. Existe la coincidencia de plantear en no excederse en la duración o extensión de cada entrada. Los pocos pero fervientes lectores que atesoro ya han descubierto que persisto en escribir hasta cinco carillas de Word para comunicar cualquier contenido. Y les juro que hace poco más de un año decidí innovar y recortar casi carilla y media por entrada. Lo peor es que creo que no se ha notado. “Escribes bien pero muy largo” es el elogio más recibido. En mi peculiar locura el que me digan que escribo largo puede ser el mejor de los elogios en estas sociedades de síntesis cada vez más apretadas y mezquinas. Pero la duda persiste en saber si escribo largo pero que reviste interés. Al día de hoy y con doscientas treinta entradas, no tengo claro el veredicto. En todo caso, el que se encuentre en esta misma línea tiene que saber que estoy iniciando la tercera carilla.

Todas las entradas deben estar acompañadas de fotos, vídeos o multimedia, según las convenciones. En mi caso, son pocas las veces que me apoyo en material visual para complementar mis escritos. Es “religión” abrir cada entrada con una foto trabajada por este servidor, que reafirme lo expresado en el titular y que tenga coherencia con lo que han de encontrar luego desarrolado. Por lo demás, no encontrarán fotos ni a derecha ni izquierda del texto, ni podrán aligerar la lectura a través de algún video de interés. Signo escrito y mucha palabra, quizás palabrería. Para espantarle si aún no se ha alejado, el Word me anuncia que ya voy por 856 caracteres. Y convengamos que aún no he escrito nada interesante.

“Escribo para que me quieran más”, se sinceró alguna vez el enorme escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. Y creo que es cierto. Escribo para comprobar si lo que leo lo he entendido, si lo puedo expresar a otros, si los puedo interesar, si los puedo encantar como a las serpientes. Este tiempo de escritura (los tres años del blog) me ha permitido adentrarme en una enorme paradoja sin fin. Álvaro Pombo, otro grande de la escritura hispánica, escribía para fijar la memoria como la mejor forma de hacer surgir los recuerdos y las imágenes. Jaime Gil de Biedma al escribir, erosionaba los cimientos del idioma de una manera que el idioma lo permitiera, porque la finalidad es conseguir del idioma aún más idioma. Porque creo que si abusamos del buen uso del idioma a riesgo de agobiarlo, estrujarlo o fustigarlo, lo que se conseguirá a corto plazo es un nuevo resurgir, seguir renaciendo, seguir combatiendo el pésimo uso que una mayoría se ha propuesto utilizar. Por eso sigo escribiendo, porque es la manera de agradecer a Charles Dickens, José Saramago, Gabriel García Márquez, George Orwell, Antonio Muñoz Molina, Sandor Maraí o tantos otros que me arroparon con sus historias. Escribo porque he leído y sigo leyendo. Escribo porque creo en la palabra. Escribo porque necesito saber y cuestionarme. Escribo porque estoy loco por conocer, y a la altura del delirio del Quijote y porque persisto en el afán de necesitar que alguien me lea. Uff, que párrafo tan largo, habrá ahogado a los pocos que hasta aquí llegaron.

La ficción es adictiva, no tiene límites. Hoy se empeña la triste realidad en competir con la ficción, basta escuchar las noticias o leer los periódicos para saber que Macondo se halla en cada esquina, que “La fiesta del chivo” existe en cualquier república, que “La caverna” de Saramago sigue siendo la cruel advertencia de nuestro descenso sin rumbo. En sus “Proverbios y Cantares”, Antonio Machado nos ha advertido que “Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”. Al momento de recibir el Nobel de Literatura, allá por el año 2006, Orham Pamuk agradeció a la Academia Sueca con un “escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadados con ustedes, con el mundo”. En ese mismo discurso, conmueve con “Escribo porque me da miedo ser olvidado”.


Jorge Luis Borges escribió tantas veces para desahogarse, según confesó. También recomendó escribir cuando sintieran esa necesidad íntima de hacerlo y sin ese apresuramiento por publicar. Por tantas frases como las aquí recogidas, se que escribo no tanto para cumplir con cuatro entradas mensuales que nadie me exige, sino para sentir ese increíble placer que las teclas del ordenador derrochan con ese paso acelerado o acalorado. Me duele que quizás no me leas, pero me da placer comprobar que aún así persisto en la palabra, en dejar una pequeña marca, una huella dactilar que me condene a un placentero olvido eterno. Ustedes decidirán si el titular fue sugestivo, si mantengo alguna habilidad con el photoshop a la hora de preparar la foto, si vale la pena perderse en cinco carillas, si cada tanto me regalen un comentario o crítica. Mientras tanto sigo escribiendo, porque aspiro a lo que confesaba Antonio Tabucchi para justificar el amor a la escritura con un contundente: “Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí”…

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