miércoles, 13 de julio de 2016

Donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos


Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio
Charles Darwin

Algunas personas viven con la inconfundible sensación de estar privados de su privacidad, de haber perdido el control de nuestra información personal. Otros, consideran a salvo su mundo interior a pesar de estar todo el día conectados a un teléfono, red social o aplicaciones. A unos pocos, no le interesa el tema, se mantienen alejados de estos cambios tecnológicos con el consabido "a mí no me importa". Pero es indudable que la circulación de datos, incluidos los nuestros, nos están afectando profundamente.


Para un sinfín de circunstancias somos terriblemente desconfiados, proclives a aplicar un cerrojo sobre nuestra intimidad. Pero por otro lado, abrimos las puertas dando el consentimiento a que nuestros datos sean parte de una enorme base de datos, que "actualizamos todo el tiempo", ya sea porque nos dan algún beneficio personal o económico, o porque nos distraemos al pensar que lo que está en nuestro teléfono o en nuestra Pc o tablet, no saldrá nunca de esas dispositivos.

Las redes sociales suelen ser el ámbito por excelencia para el manifiesto. En los últimos meses he visto en los muros de mis conocidos algunos copia y pega que me parecían por demás curiosos, por enternecedores, digamos, para no despertar recelos ni susceptibilidades. En el escrito se establecía una fecha de primeros de este mes de julio, como el tope para expresar que no se autorizaba a facebook o entidades asociadas para usar imágenes, información o publicaciones suyas, tanto en el pasado o en el futuro. Se remarcaba que el contenido de ese perfil es privado y confidencial, y un poco de más contenido sobre derechos o prohibiciones para hacer el texto llamativo. Lo curioso es que la gente cree que al pegar ese texto en su muro, está poniendo un límite determinante a la red social. ¿Se imaginan a Mark Zuckerberg sintiendo el límite de un copia pega en un muro para no utilizar contenidos que tan libremente subimos? ¿Creemos que la privacidad funciona con un bando en tu perfil y listo el problema? Creo que no somos conscientes de lo que está sucediendo con nuestras insignificantes comunicaciones. Si queremos privacidad, la mejor y única opción sigue siendo la de darnos de baja.

Una mañana de junio de 2013, un ex analista de la NASA reveló que estábamos sujetos a una vigilancia masiva por parte de la agencia estadounidense y sus aliados australianos, canadienses y del Reino Unido. Ese analista es Edward Snowden. "Yo, sentado en mi escritorio, podría pinchar el teléfono de cualquiera, desde ti o tu contable, hasta un juez federal o incluso el presidente, si tuviera su email personal". De esta manera confirmó la recogida masiva de metadatos de comunicaciones electrónicas, además de todos los contenidos y la posibilidad de acceder a cualquier comunicación en cualquier momento. El impacto de la mayor filtración de información clasificada de la historia de los EEUU a través de Wikileaks desató un escándalo político y económico. Pero las revelaciones de Snowden dejaron bien en claro que aquel espacio de anonimato, libertad y carente de fronteras con el que se concibió internet, había sido fácilmente profanado.

Vivimos la era donde la cantidad de teléfonos móviles han superado la cantidad de personas que habitan el planeta. La investigadora americana Danah Boyd definió como nadie el momento: "Estamos en una época en las que somos públicos por defecto y privados a través del esfuerzo". La cantidad de datos que circulan a diario en la red, las puertas que abrimos todo el tiempo para que nuestras aplicaciones brinden mayor cantidad de datos vinculados a nuestro perfil, permite suponer que para cumplir con la definición de Boyd, es necesario un esfuerzo increíble por recuperar la privacidad. Y el primer paso sería el de reconocer que lo privado es distinto de lo personal.

Privado siempre se definió a todo aquello que deseábamos mantener en un ámbito más íntimo. Lo privado hasta antes de la irrupción de las Tics (Tecnologías de la información y la comunicación) no salía de nuestro entorno más cercano. Vicente Verdú, sociólogo y ensayista español, define el "personismo" como la nueva revolución social de este siglo. La palabra personismo fue un invento para definir "las relaciones entre personas como degustaciones parciales y sin compromisos profundos". La permanente producción de objetos permite la oportunidad de vivir más vidas, centradas en el entretenimiento o distracción.

La red nos enlaza, pero no nos ata. Lo que nos ata son las redes que toman nuestros datos. Nosotros tomamos lo que queremos de este, a aquel no le dejamos ingresar en nuestro mundo virtual íntimo, al otro espiamos, a alguno copiamos, con un grupo de amigos nos compartimos o jugamos, y una minoría aporta al resto sus creaciones. A pesar de que la red se adueña de nuestra base de dato más íntima, la relación que entablamos a través de la web no es tan intensa como el principio que entablamos nosotros con la red. No mantenemos una vinculación universal sino fragmentada y temporaria, de tan temporaria a veces parece que frágil. Pero nuestros datos se quedan para siempre en la red, en las bases de datos. De salto en salto, de aburrimiento o apatía, encontramos una especie de opio de esta era. Con un poco de osadía, se podría comparar con la cultura de las drogas en otras décadas del pasado siglo, es decir una metáfora que nos lleve sin escalas al principio fundamental del éxito al instante como una recompensa.

Cada tanto Twitter te hace el favor de pedirte que reconozcas tu número de teléfono para comprobar que tu eres una persona física y no un troll. Wassap ante el inicio de una comunicación te asegura que ese chat estará seguro y cifrado de extremo a extremo. Si instalas cualquier aplicación te pide sin miramientos todos los datos personales que nosotros mismos sin miramientos daremos, porque sabemos que nos brindará una gratificación, aunque la mayoría de las veces será insignificante. Si quieres leer un periódico determinado, para manifestarte que lo podrás hacer de manera gratuita, sólo te pedirá que asocies la página del periódico a una cuenta tuya, sea de facebook o de gmail; y lo hacemos. Si nos detenemos y observamos, nos daremos cuenta que a través de google, chrome, Android, gmail o google maps ya no podemos detener nuestro rastro.

¿Cuánto conocen sobre nosotros? La respuesta es muchísimo. Nos ofrecen publicidad segmentada que venden a anunciantes con infalible precisión simplemente porque nosotros le hicimos el trabajo de investigación gratuito a destajo, de nuestros gustos, actividades, aficiones, rutinas, deseos o realidades. Para formar parte de esa fiesta universal y multitudinaria, hemos dejado entrar a aquel que un principio no tenia invitación, pero logró deslizarse sin hacer ruido: los productos de consumo. Y sin darnos cuenta, asumimos que el consumo ya no significa darse un gusto, sino lo que posiciona a las personas en la sociedad. Y en dicho posicionamiento, muchos no defienden sus datos y señas en este campo minado de tráfico de datos.

La palabra privacidad tal como la entendemos, mantuvo un significado en los últimos ciento cincuenta años. Una manera de caracterizar lo privado, se centraba en una serie de normas, como por ejemplo: El derecho a no ser molestado; limitar el acceso que otros tienen a la información personal de uno; El secreto, o la opción de ocultar información a otros; la intimidad o la privacidad para estimular un crecimiento personal. Hoy, este decálogo ha cambiado, y privacidad solo la recordamos cuando alguien nos invade o contradice, o la perdemos. Uno de mis mejores amigos, de casi cincuenta años, accedió hace un par de meses al mundo virtual de las redes sociales. En ese tiempo descubrió que estaban ideadas para mentir, para desarrollar una personalidad paralela, en este caso interesante y seductora. A través de un perfil, mantuvo la privacidad de su personalidad e hizo público una identidad ficticia. Al momento de escribir estas líneas, mantengo la polémica sobre quién ha entendido mejor el aprovechamiento de lo virtual, de lo privativo, de lo seguro, lo convencional o de la identidad. Lo que no me he animado a decirle que no es el medio ideal para mentir, es uno el que es el ideal del mentiroso. Yo no concibo a la red como medio de falsear la realidad.

La revolución comunicativa no ha hecho más que comenzar. Estamos perdiendo la perspectiva si los grandes acontecimientos mundiales se viven en la realidad o se desarrollan a través de las redes sociales. Este desarrollo está pensado por la mente de una persona con casi medio siglo de experiencia. No está avanzado para niños o adolecentes, quienes han nacido bajo esta época tecnológica y mucha de la interpretación que de lo cotidiano puedan descifrar, lo hacen únicamente a través del paraguas de las redes sociales. Para ellos, distinguir entre público y privado se convierte en una realidad compleja. Es de esperar que ese concepto de compartir información, de libertad de relacionarte aunque sea efímera, no se vea defraudada por la eterna condición humana, de que al mismo tiempo que desarrolla algo beneficioso, está gestando su lado más oscuro.

" Argüir que no te importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que esconder no es diferente a declarar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir".


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