lunes, 7 de septiembre de 2015

La foto se me borró




“Las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar”.
Susan Sontag (1933 – 2004)

Susan Sontag aseguraba que la fascinación que nos genera una fotografía es debido a su capacidad para objetivar y convertir un suceso en un objeto de nuestra posesión. Las pocas veces que he sacado una buena foto, me invadió una sensación absurda de vanidad, aferrándome a una carga simbólica, que en verdad, no existía en el momento de hacer el click. Por unos segundos me sentí increíble, me juramenté que tengo buena perspectiva para hacerme con una pincelada del mundo a través de una instantánea. Mi falta de constancia me permite olvidar ese supuesto don y continuar con cualquier otra actividad paisajística, por ejemplo estos retratos literarios.

Una imagen vale más que mil palabras, es uno de los tantos tópicos que nos adueñamos. Lo testimonial es importante, pero la imagen solía ser contundente. Más si estamos atravesando un mundo donde lo visual es lo primero, y tanto, que nos solemos olvidar de los demás sentidos y de nuestro "propio" sentido de la percepción o ubicación. También transitamos una difícil era, donde lo visual ya no es condenatorio. Nos hemos asqueado al toparnos con testimonios visuales o videos comprobatorios de desmanes, atropellos y delitos, que encuentran a pesar de la enérgica visualización, una prematura y obstinada defensa del filmado, retratado o acusado. "Se trata de una operación" parece ser la excusa de moda, la frase se ha viralizado de tal manera, que en breve hasta los personajes anónimos de esta vida - que somos casi todos los que desconocemos el entramado de una operación - hemos de usar el absurdo de esa frase tan cobarde, para no admitir nuestros fracasos como seres sociables.
Y también somos participes de un mundo donde se negocian todo el tiempo los contenidos audiovisuales. El éxito inmediato puede deberse a que transmiten lo inminente, son cada día más aptos para distraer con lo superficial, y contribuyen a hacer más dinámica esta sociedad que no descansa y casi no escucha pensamientos. Estamos cada vez más expuestos a que también las imágenes nos saturen, a descreer de su originalidad, a sospechar que lo artificial de un photoshop sea considerado natural o espontáneo. Estamos rozando el riesgo de ser Alex, el protagonista de La naranja mecánica, a quien el tratamiento Ludovico intenta incapacitar para realizar actos de violencia. En nuestro caso, la proliferación de imágenes nos adormece, nos distrae, nos perturba hasta topar con la siguiente secuencia.
Ludwig Feuerbach, en "La esencia del cristianismo" señala que nuestro mundo prefiere la imagen al hecho, la representación a la realidad y la apariencia al ser. Pero no alcanzó a predecir en los primeros compases de los años 1800, que las sociedades modernas confirmarían plenamente su diagnóstico, cuando la actividad casi principal del mundo es producir y consumir imágenes. Estas figuras o láminas ejercen un poder extraordinario en la figuración de lo que exigimos como realidad y se convierten en el principal sustituto de la actividad o experiencia, sin ir más lejos hoy se prefiere más tener la foto que estar disfrutando en el momento, el lugar recorrido. Para destacar es que Feuerbach escribió esta obra apenas unos años después de irrumpir la cámara fotográfica.
Una fotografía no es solo una imagen, es una huella. Pero si lo analizamos es una huella casi amañada, puesto que no representa más que una semejanza a la que luego le daremos una interpretación. Una foto nos permite por siempre recordar a un ser querido que ya no está con nosotros. Ayer mismo, acomodando entre mis cosas, reencontré imágenes mías de más de quince años. Mi aspecto de hoy es similar, pero se nota el paso del tiempo, esta barba cana en aquellos días conservaba la fuerza de una coloración oscura y pareja. Observando las fotos me detuve un buen rato a recordar parte del pasado, pero bastó con encontrar una imagen junto a una tía, fallecida hace más de un año, para que comenzara súbitamente a llorar. La foto es una representación falsa, no me puede devolver esos momentos con mi tía, representa la huella que me permita al menos mantener la ruta filial. Al mismo tiempo la imagen es efectiva, porque permanece inmutable e intacto el sentimiento real a pesar del cruel y rutinario paso del tiempo, que te distrae y te hace olvidar algunas ausencias notables de tu vida.
Susan Sontag desgranaba en su genial obra "Ante el dolor de los demás", la función ética y nuestra sensibilidad frente al dolor ajeno. Sontag sostenía que durante el Renacimiento, las imágenes de dolor procuraban fortalecernos contra las flaquezas. Y lo lograban porque a pesar de la emoción inicial, nos suelen en el tiempo volver insensibles, ante la repetición de testimonios, y terminamos aceptando la dureza de la prueba fotográfica.
Una guerra de más de cuatro años en Siria, de repente se ve simbolizada su esterilidad en una imagen de un pequeño niño ahogado, boca abajo en una orilla turca. Cuatro años después comenzamos a llorar, sentimos hastío por otra muestra más de inconducta humana. Nos ofrecemos a gestionar la mínima solución que los estados poderosos no han logrado coordinar, siquiera encarar; quisiéramos refugiar a un niño en nuestras casas, nos estamos movilizando en las redes, en los foros, en las charlas caseras. Pero la guerra ya dura cuatro años y no quiero pensar la cantidad de niños muertos en ese tiempo. Quizás esta imagen logró graficar que la vida de "nuestros" niños podrían estar estancadas en esa orilla, y recién allí comprendimos lo grave de la situación. Quizás la foto nos llenó de miedos, mucho de los ellos personales, que nos hicieron sentir indefensos.
Diarios, revistas, noticieros, programas de televisión y de radio, redes sociales se dedicaron a ocupar espacio dedicado a alitas de ángel, memes, palabras, muestras de dolor e indignación, de desconsuelo y también de ideología y retóricas vacías. Por primera vez en cuatro años mencionamos el drama de Siria, por primera vez damos muestras de empatía con el dolor ajeno, a un extremo de sentirnos culpables por el trágico destino de esa criatura.



Sontag sostenía que la especie humana tenía erosionado el sentido de la realidad. La sociedad del espectáculo ha desvirtuado la existencia. Hace dos semanas observamos en vivo y directo como mataban a una reportera y su camarógrafo. Y no nos modificó el día. Nos hemos acostumbrados a ver desde el sillón los naufragios masivos en Lampedusa o otras costas del mediterráneo, donde se repite el drama y se renueva el rótulo de noticia de trágicas proporciones. Somos inmunes a las acusaciones que puedan surgir a algunos dirigentes políticos, la primera observación es dudar de las intenciones del reportero o medio denunciante.
"Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan y no cerrar los ojos", sostenía en su libro Sontag. Esta imagen de la guerra persiste en el tiempo, no ha disminuido ni perdido vigencia. Lo mismo con la figura del hambre, son momentos universales lamentablemente en nuestra historia. Los medios repiten hasta el hartazgo estas reproducciones, convirtiéndolas en superfluas. Ante la reiteración, erosionan la realidad. Pero de momento la foto del niño sirio ha logrado un avance en los últimos años, ha obligado a más de uno a interpelarse, a recordar que tenemos esencia en lo más profundo de nuestro ser.
A lo largo de la vida nos hemos rodeado de fotos de campos de concentración, de muertes violentas, de hambrunas, de bombas atómicas, de torres destruidas, de guerras absurdas, de egos incoherentes. Imágenes que impactan, sensibilizan, pero en definitiva, hemos logrado siempre mantenernos a distancia de ellas. "El fotógrafo saquea y preserva, denuncia y consagra a la vez", menciona Sontag. Esta historia individual del pequeño Aylan viene a reemplazar y consagrar un fracaso colectivo, no sólo el de un país devastado, sino el de una desgracia multitudinaria, que nos debería sonrojar definitivamente.
La fotografía parece convertir el pasado en presente, y el presente en pasado. Interactúa con las distancias, dotando de un valor nostálgico aún en la plena actualidad. De nada sirven cientos de historias escritas sobre la guerra en Siria. Un solo click permite suponer que hemos captado la magnitud de la crisis, en un solo movimiento comprendemos la obra completa. Es de esperar que la siguiente imagen que nos conmocione tarde en llegar, así tendremos esperanzas de involucrarnos y no sentir que nos tortura el dolor de que si no es por algunas imágenes, viviríamos todo el tiempo en la irrealidad y lejanía…

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