domingo, 13 de septiembre de 2015

Cuando empieza a amanecer, la verdad es tan cruel



"Denunciar no siempre es porque se tiene odio a una persona o profesional"
Niklas Luhmann.

De un tiempo a esta parte, domino mis reacciones iníciales ante el material que pueda llegar a leer. Si se trata de contenidos o declaraciones sobre política, he de tener en cuenta la ideología, tendencia e intención del medio. Si una vez que leo, tengo la opción de acceder a un audio, en los casos que se tratan de polémicas declaraciones, tanto mejor. Luego de digerir bien el momento, me lanzo a sostener mi opinión, que no tiene porque coincidir con la fuente utilizada. La caza de brujas, si bien en descenso, sigue vigente. Los defensores de las ideologías están atentos a que no vayas a ofender a su gurú. Han de relativizar cualquier tipo de sospechas o denuncias a una maniobra del informante. Es sistemático.

Los medios tienen parte de la culpa. Nos han acostumbrado a que ellos piensan por nosotros. Lo que sabemos en general del mundo, lo sabemos por los medios. Nuestra percepción suele ser bastante estrecha, nosotros dominamos nuestro día a día y a lo sumo, parte de nuestro entorno. El resto de lo que conocemos, generalmente nos lo han dicho. Parte de nuestro discurso está apoyado en los distintos medios periodísticos o referentes culturales  en los que confiamos. Siempre la información se sostuvo con una dosis necesaria e imprescindible del propio razonamiento, que te permitía confirmar que la información que te ofrecían era fiable y creíble. Los medios tienen parte de la culpa, pero la gran parte de esta terrible desconfianza se da porque hemos dejado de razonar. Alguien nos grita en la oreja que nos están ridiculizando, mintiendo, alejando de un supuesto referente, de un ideal.
Y nosotros hemos bajado el listón a un nivel preocupante. De tan preocupante, que podemos adivinar la curva de descenso en el plano de la evolución. Nos instalamos en una franja de comodidad, que no nos permite desarrollar un pensamiento o descubrimiento de índole personal. Tengo amigos que cuando opinan, repiten de memoria frases de sus dirigentes políticos afines. Este fenómeno se da principalmente a la hora de defender nefastas gestiones. Y lo hacen de dos maneras, una de ellas de forma violenta o irracional, porque no lo podemos definir como énfasis. Y la otra, con un tono de condescendencia, como apiadándose de nuestra ignorancia. No sé cual es peor, cual me da más tristeza.
Si se te ocurre cuestionar un supuesto caso de corrupción, te saltan a la yugular y te advierten que han hechos cosas muy buenas para la sociedad. Comenzamos por la remanida excusa del servicio a las clases bajas y te quieren condicionar, casi amedrentar, con la carta supuestamente más poderosa, la defensa encendida de los derechos humanos. Este tema suele despertar tabúes o recelos. Es difícil sostener una convicción crítica ante un tema tan sensible. Pero la corrupción o la selectividad para estimar los derechos humanos es tan burda, que con un poco de razonamiento personal podrías destruir el castillo de naipes construido a través de ese derecho esencial, al que todos adherimos, pero apenas algunos observan que no se relaciona con la contundencia que tiene la definición de derechos y sobre todo, que debería abarcar a todos los humanos.
La resistencia está plagada de lugares comunes. Se advierte una increíble obstinación a que nos piensen otros, realizan encendidas defensas pero no con la convicción de sus tesis para que te adhieras a su modelo de pensamiento o filosofía de vida, sino para no oses cuestionar el proyecto que han elegido. Pero para defenderse, suelen cuestionar tu inteligencia. Suelen mirarte de costado, suelen apiadarse de vos, porque no comprenden que puedas cuestionar un discurso o un relato. Si es tan fácil repetir palabras de otros, tan fácil que hacen imposible o innecesario agregarles palabras o ideas propias, incluido voces de disidencia.
Las frases comunes y los tópicos nos han convertido en seres dóciles, acomodaticios. Y la tecnología nos hizo agnósticos. Damos tantas cosas por supuestas, nos volvemos cómodos al aceptar punto sobre coma lo que nos defina un medio o el poder gobernante de turno. No vislumbramos una frase fuera de contexto, dejamos de percibir las chicanas del discurso, perdimos noción de la palabra excusa, las mentiras nos suenan a verdades, nos sostenemos en la imagen o en el texto de otro. Cómodos, pero de tan holgados, nos han manejado de una manera tan sutil, que con la argucia de la palabra, se llaman independientes.
Esta el razonamiento tan demode, que no advierten el riesgo de ser un ignorante informado. Esta civilización está optando, sin la mínima resistencia, a descartar la inteligencia personal, en aras de una inteligencia artificial. Estamos renunciando hace tiempo a las personas inteligentes, reemplazándolas por "cosas" inteligentes. Nos despiertan, nos recuerdan cumpleaños o alegorías, nos actualizan la información "esencial", nos convierten en meros acompañantes en las cadenas de producción, razonan los guarismos en las tablas de excel, nos retocan las fotografías para que parezcan de otra manera, nos privan del ejercicio de la memoria porque es más cómodo googlear que recordar, nos envían a domicilio los regalos para nuestros seres queridos, nos regulan el ejercicio corporal al ritmo de una música, nos alejan de nuestros ancestros a la hora de criar a los hijos, reemplazándolo por libros o por pediatras que rotan permanentemente a causa de contratos temporales o de baja, y antes de rotar, rompen con aquellas tradiciones ancestrales.
Nadie defiende que pensar es interrumpir. Es que interrumpir suena tremendo, tenemos el día regulado por demandas y obligaciones. El arte de la lectura es impráctico, lo hemos confirmado: estar sentados solos y sólo leyendo es improductivo. Si en los diversos links de la 2.0 ya viene resumido el ideario en pocas líneas. El pensar es esencial, porque al pensar estás logrando estar solo, y así nos podemos alejar o ausentar de los entornos. Al estar solos y ejercitar la razón, podemos  armonizar y estar de acuerdo con uno mismo, aun cuando te puedas equivocar en tu percepción. Los de hoy te dicen en cadenas oficiales o medios empresariales que todo es culpa nuestra por haber confiado en los del pasado. Y dentro de poco, otros te repetirán lo mismo, pero ya habrás perdido otra década por los distintos manipuleos.
La mejor censura es aquella que parece invisible. El poder tiene la notable capacidad de parecerse a un ilusionista. Te muestra la mano, que parece abierta destinada a un saludo o a recibirte, pero al mismo tiempo es un puño cerrado para atraparte o lastimarte. El antídoto solía ser el pensador, el filosofo, que no se situaba en ninguna acera, tenía su propia arteria para circular y denunciar la posición del puño del poder o medio. El filosofo tiene una enorme diferencia con el resto de la gente. No se trata de la inteligencia solamente, sino que cuenta con un valor distintivo, no tiene miedo a pensar o cuestionar. También cuenta con la capacidad de reformular, o de admitir. Y los filósofos se están retirando, o están siendo reclutados por el poder.
Hace unos años me acerqué al cumpleaños de un buen amigo que no se había destacado por su implicancia política o militancia. No recuerdo en el pasado una sola mención sobre política, su vida pasaba por sus estudios, el fútbol, su familia y los amigos. Pero de repente, se adhirió con bríos al oficialismo y a sus relatos. En ese cumpleaños recibió infinidad de libros, el mío incluido. Pero los de sus amigos, de su misma línea "de pensamiento" eran libros de la militancia, a los que mi amigo recibía con pasión, porque podía seguir informado sobre el fenómeno increíble de "transformación" y "dicha" que experimentaba el país. Los iba a leer todos, era difícil cuestionar su actitud, pero el problema era que leía lo que él o los demás, necesitaban que leyera. Yo le regalé "Almas grises" de Philip Claudel, cuyo argumento se alejaba momentáneamente de los estragos o sismas de la política (en este caso tras la Gran Guerra) y se dedicaba a retratar los estragos morales de una población destrozada por el miedo o el dolor. Cien años después mantenía una increíble vigencia. Espero que haya leído mi regalo, que haya tenido tiempo entre tanta biografía oficial. Y a mi amigo, decirle que he regalado más de un "Almas grises", para que nadie se sienta aludido.
Los filósofos están en retirada o acunan polvo en biblioteca que nadie lee, que adornan bien la sala. Siempre recuerdo con una sonrisa el descubrir la biblioteca de mi primo, aquí en el País Vasco. Alternaba libros bien colocados, con otros del revés. Le pregunté a mi primo si se trataba de una estrategia para recordar lecturas. "!Que vá, los compre a peso y los habré acomodado mal!", la hilarante respuesta. A la hora de la reflexión, somos perezosos y cómodos, seguimos siendo niños. "Prefiero una libertad peligrosa que una esclavitud tranquila", reflexionaba un empolvado de los estantes de las bibliotecas, y tan poco utilizado, Jean-Jacques Rousseau. El ojo clínico está abandonado, y los grandes pensadores descatalogados.
Hace bien poco, en una de esas improductivas discusiones de grupo de wassap, a mí se me encendieron los colores criticando al kirchnerismo. En realidad, atacaba sin contemplaciones el plano moral y ético que creo que es falencia en ese movimiento. Un amigo, muy preparado, me planteó una duda fuerte. Él siente que pueden estar mintiendo en tantísimos asuntos, pero que en definitiva, conoce mucha gente preparada e inteligente, que son afines a sus ideas. El letargo en que vivimos nos hace dudar de lo más elemental: si la persona es preparada o inteligente, debe tener razón. Y lo que no se percató mi amigo es que la inteligencia no es un valor a la hora de adherirse a una ideología, todos estamos proclives a equivocarnos. Pero ante el supuesto de que el otro, por gozar de énfasis o estar preparado, debe tener razón, es uno de los motivos de este estado de semi abandono.
Nos gusta pensar que Adolf Hittler fue un monstruo inhumano. Solemos reducir su supuesta ignorancia y resentimiento a lo que su paso ha generado. A Hitler lo ha sostenido un pueblo, y lo han blindado unos colaboradores por demás inteligentes. Sedujeron y reclutaron a gente como nosotros. Nos cuesta afrontar la realidad porque nos convierte en seres vulnerables, donde la épica bien dirigida y el sentimentalismo ideológico nos hicieron proyectar el paraíso, para luego confrontar que éramos testigos del verdadero infierno. Perdida la lucidez, no resultaba fácil cuestionar el pensamiento, no estaba bien visto ver las cosas desde la vereda de enfrente. En estos casos posicionarte desde otra perspectiva te hacen creer que es enfrentarlos, no implicarte. El pensador o filósofo va por libre, los que adhieren son solo militantes. Pero la historia siempre se repite, a quienes persiguen los modelos es a los pensadores que no se adhieren a nadie, solo a sus ideas, que varían.
Un filósofo, pensador e historiador viven de su capacidad de analizar y de su memoria. El hombre común no guarda un gramo de memoria. Entonces te pueden contar una historia que has vivido, otorgándole una épica que no existió. Si no guardamos memoria, la historia puede reconstruirse eternamente. Sin memoria, se pierde parte de la verdad, dejamos de ser testigos para ser sumisos. Sin memoria, necesitamos de lo que nos digan los otros, y para qué queremos de la memoria si está la TV o el acto político, que nos brinda el apelativo de "opinión pública". ¿Acaso hemos cuestionado alguna vez si en verdad lo que dicen es de opinión pública o de mero interés comercial, económico, político o corporativo?

El pensador se debe a la verdad, y lo paradójico es que para defender la verdad debe ir contra los testigos de una supuesta verdad. El filósofo no piensa cosas distintas de lo que piensan el común de la gente. Lo que lo distingue es que piensa de otra manera, llegando al límite de lo que una idea se puede razonar. He escrito un par de entradas vinculadas a los pensadores, "Por el pasado llorarás" y "No hacer el bien ya es un mal muy grande". Cada tanto he de volver a insistir con el tema, no podemos seguir siendo dóciles e inmaduros. Para algo somos adultos, y al menos a mí no me representa que me llamen "opinión pública", pero tampoco que me encuadren en un "todos y todas"...

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