jueves, 4 de diciembre de 2014

Bienaventurados




Bienaventurados los que están en el fondo del pozo  porque de ahí en adelante  sólo cabe ir mejorando.
Joan Manuel Serrat

“Enseñar es aprender dos veces”
Jan Amos Komenský - Comenius

¿Se aprende cuándo enseñas? Debería ser así, sobre todo si no eres una eminencia, esos que de todo casi todo sabes. Uno aprende en el momento que se sorprende comunicando, y más aprende cuándo observa que le están prestando atención, y finalmente siguiendo.

La experiencia en Plentzia me llenó de enseñanzas. Una de las más importantes, puede haber sido sentirme apto para animarme a hacer cosas nuevas. Y lo digo con una media mueca de sonrisa, porqué se íntimamente, que no me he animado a muchas otras actividades. Pero no a forma de consuelo, pero sí como una realidad incontestable, el Javier que encontré en estos años difiere de aquel Javier de proyección permanente en Buenos Aires. Este Javier, para crecer, en parte tuvo que resignarse. Y antes de resignarse, como que un poco se hundió. Pero como la vida es un milagro, en un momento dejó de tocar fondo y prefirió asomar la cabeza. Y lo hizo contrariando su discurso, lo hizo aceptando hacer cosas que nunca antes había hecho. Y creció, y aprendió enseñando.
Preparar un material, ya sea didáctico o de enseñanza, lleva una preparación. Explicar a otros con la finalidad de que entiendan, lleva una exigente disposición. La enseñanza sin que la entiendan, no es en parte enseñanza. Por eso necesitaba tener la alternativa de conocer posibles preguntas que mi adiestramiento produjera. Y allí aprendí una importante lección: Si no lo sabía, prometía remediarlo. Pero no defraudaba a nadie por no saber, es más, aprendí a saber decir sin culpa: “prometo averiguarlo”.
Me tocó ver en parte, un mundo sin incentivos. De repente, y sin saber en qué momento se produjo el cambio, me pareció que no había pasión, que todo lo gobernaba el hastío. Cuantas veces ingresé en un comercio y la sensación inmediata del dependiente de turno, fue la de mostrarme su enojo por preguntarle algo. Cuantas consultas en los médicos, sin que elevaran la vista del ordenador, dejaran de tipear tópicos o falsas primeras impresiones (porque para una impresión es indispensable ver) y me mostraran la pasión por querer saber que me pasaba. Me enojaba esa falta de interés, juraba haber visto otras generaciones que mostraban sus conocimientos con entusiasmo. Pero algo había cambiado.
Tardé un tiempo más que prudencial en confiar en un médico de cabecera. Hasta que uno que llegó nuevo, se puso a conversar conmigo de baloncesto y libros. Y me di cuenta que le gustaba comunicarse. Y entre títulos literarios y dobles o triples en la NBA, me aplacaba mis molestias o dudas, con dosis de conocimiento. Y con convicción. Y había ganado finalmente un médico de cabecera.
Busqué por todo Bilbao donde confiarme para un curso de páginas web. El primer lugar y el soñado, era hacer el curso en Mac. Pero me encontré con una persona sin casi interés en que yo lo hiciera con ellos. Ante el mínimo contratiempo, se cerraba en banda, y no me ofrecía la sencilla alternativa, que consiste en intentar razonar si se puede mover un poco la estructura, para que coincidan todas las partes. Ni siquiera fue necesaria esa frase tan de cortesía, “lo pienso y cualquier cosa regreso”. Esa actitud sabía de antemano que no podía regresar, ni aunque fuera Mac. Por eso cuando a la cuarta entrevista en otros centros, Lara me contó con pasión en qué consistía el proyecto, y que no era inconveniente reforzar el Illustrator por sobre el Photoshop, que tan bien conocía, me di cuenta que quería hacer el proceso con ella. Y en el aprendizaje, siempre se mostró dispuesta a estar entusiasmada. Y cualquier pregunta era razonar sin fastidio, era enseñar practicando a mi lado. Dieciocho meses pagos, pero con el regalo de haber tratado a Lara.
Un día me crucé por casualidad con un gran relator y conductor radial deportivo, y me permitió valorarlo a medida que lo conocía. El mantenía esa pasión de hincha, pero trataba sus programas con la seriedad del que tiene pasión y quiera hacer algo bien hecho. José Iragorri me ofreció parte de su espacio, me permitió recuperar el entusiasmo de comunicar y lo hice al aire, hora y media semanal;  y aún sin ser del Athletic, me sentía a mis anchas. A José, como le pasa a todo aquel que lo conoció, lo extraño. Fue una triste noticia, y encima el mismo día que regresaba de su funeral, mi vieja me llama para decirme que había fallecido, en Buenos Aires, mi querida tía Chiche.
Pau Casals fue uno de los músicos más destacados del siglo XX. Uno de los mejores violonchelistas de todos los tiempos. Además de ser un artista completísimo, de consistente disciplina, se caracterizó por su activismo en la defensa de la paz, la democracia y la libertad. Y otro rasgo esencial fue la pasión al transmitir. Una de sus composiciones más célebres fue el Himno de la paz, cántico utilizado oficialmente por Naciones Unidas. Casals, una vez declaró: “Para mí, no hay una separación clara entre enseñar y aprender, porque enseñando también se aprende”.
Y un día me animaron a dar clases de castellano para chicos de África. Y me contuve de decir que yo no era profesor. Eso lo sabía la persona que me alentaba. Dije que sí, y se me abrió un mundo. Fue una experiencia impresionante. Debía recuperar conocimientos para al mismo tiempo, compartirlos. El objetivo era proporcionarles un arma para poder defenderse en otra tierra. Y les enseñaba lo esencial, como para poder encarar trámites o ir al médico. Y al final de cada clase, hablábamos de un país distinto. Yo ayudaba al alumno en la preparación de la temática, y él con limitaciones, contaba lo que añoraba de su patria y lo hacía con pasión y emoción,  y yo que había preparado los datos estadísticos, al mismo tiempo aprendía a valorar el amor que cada uno siente por su tierra.
Y un día a minutos de comenzar la clase, me acordé de mi vieja. Ella sí que es maestra. Y en ese momento me di cuenta que en parte no estaba improvisando. Estaba usando las mismas armas que usaba mi vieja para darle clases particulares a aquella mujer que no sabía leer ni escribir, y ya de adulta, le estaba poniendo la cara al afán de conocimiento. Y mi vieja, que podía estar cansada por su actividad laboral y de ama de casa, preparaba con esmero y pasión la siguiente clase. Y me di cuenta que ese amor que siempre tuvo mi madre por el aprendizaje, ya estaba instalado en mi esencia.
Y un día de playa, mi amigo Eneko me preguntó si me interesaba dirigir al equipo donde jugaba su hijo. Dije que sí, faltaba tanto tiempo para setiembre. Pero el primer entrenamiento me sorprendió alrededor de veinte niños, con una necesidad de movimiento permanente. Y una obligación de mi parte, de brindarles algo de conocimientos disfrazado en actividad recreativa.
Y mientras competíamos con otros clubes, mi afán por intentar ordenarlos en el campo me consumía parte de mis energías. Me sentía en un paciente liderazgo al que le faltaba un poco de carácter para imponer disciplina, pero que lo compensaba con una complicidad y entrega, que los niños veían de inmediato en mí. Y aprendí mucho más con aquellos niños a los que no les encontraba la posición en el campo, que con aquellos que habían nacido con un gps a la hora de transitar un terreno de juego.
Y lo que les trasmito lo hago con ternura y con pasión, no me olvido que apenas tienen siete años. Les inculco el respetar y querer formar parte de un grupo, quiero que tengan pasión no sólo por jugar, por querer aprender, por superarse. Aprendí más de perder por 0-10, que de una remontada increíble de un 4-0 para ganar 4-5 de visitantes. El día del 0-10 aprendí que tenía que estar cerca de ellos, que tenía que seguir alentándolos para que no se abrumaran, para que no se sintieran tan solos. Ese día, que fue hace poco, me di cuenta que la pasión no es solo enseñar, sino compartir y proteger en ese mutuo aprendizaje.
El día que avisé en el club que me marchaba, sentía una congoja extrema. Me acostumbré al equipo de gimnasia del club, me encanta la ceremonia de llegar al campo y preparar el partido. Me entusiasma recibir a los chicos, y darles la palmada de bienvenida. Me es grato recibir al rival, y acompañarlo a su vestuario, a la vez que me muestro a su disposición para que su estadía en el club sea de lo más agradable. Me hace sentir bien vivo hacer el precalentamiento con los chicos, mientras en mi cabeza pienso en la mejor táctica para el mejor resultado. Me di cuenta que la soledad de la banda lateral de un campo, no es tan solitaria. Hay algo mágico, estás acompañado. No miro a las gradas, pero siento el cariño de esos padres, siento el entusiasmo de los familiares. Y los chicos que lo siguen intentando, con mejor o peor resultado. Y cuando terminamos el partido en casa, cualquier mala cara se modifica al momento de sentarme con el equipo a comer la tortilla de patatas.

Hoy me hicieron la despedida. Me llevo además de una camiseta y bufanda del club, uno de los mejores regalos. Un equipo de niños abrazándome. Creo que finalmente entienden el sentido de equipo, en ese momento todos se abalanzaron para el mismo apretón, para el único objetivo que es jugar en equipo. No se si mejoraron su posición en el campo, pero sí confirmé que aprendí una vez más de los menores, no me estaban agradeciendo sólo los padres o los que organizaron la despedida. No había reflexionado lo que podía esperar de los niños, y quizás por eso fue tan halagador el resultado.
Quizás la sociedad atraviesa una situación que desconocíamos hasta ahora. Los maestros dicen no poder educar, algunos padres tampoco, la televisión aduce aceptar ese rol porque la sociedad se lo demanda. Pero debemos encontrar la pasión, ese sentimiento que haga la diferencia, que permita a cada eslabón de las sociedades enseñar a vivir a sus semejantes. Es la manera de doblegar el hastío, ese aburrimiento ya está instalado en la sala de muchas casas.
La comunicación con otros sólo tiene lugar cuando se entiende lo que estamos tratando de darnos. Si no nos entendemos, no nos comunicamos. Si no queremos comunicar o trascender, nos gobierna el desaliento. Si perdimos la pasión, perdimos los objetivos. Lamentablemente, las personas suelen entender solo a través de sus experiencias, y sus semejantes pocas veces se interesan por las experiencias de sus cercanos. Yo sigo buscando pasión, porque hubo gente que me la inculcó, no creo que haya nacido sola en mi interior. Y a pesar de que a veces me cueste relacionarme, seguiré vaya contrasentido, siempre cerca de la comunicación. Aprendí que es un camino de doble vida, y como encontré una diseñadora gráfica, un médico de cabecera, un relator de bakalaos y varios especímenes afines con mis arrebatos y entusiasmos, ellos y otros encontraron en mí, el camino de intercambiar roles y referentes.
Y como dijo el escritor y filósofo español, José Antonio Marina (quien no guarda parentesco alguno conmigo), “Para educar al niño se necesita la tribu entera”, yo seguiré contando las cosas que me gustan con pasión y sentimiento, mientras aguardo a muchos más que quieran ganarle al hastío sistemático. ¿Se aprende cuando se enseña? Si, a cada rato…

“Quien se atreve a enseñar nunca debe dejar de aprender”
John Cotton Dana

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