jueves, 25 de diciembre de 2014

Pipas de la paz



Bendita sea la fecha que une a todo el mundo en una conspiración de amor

Hamilton Wright Mabi – Historiador y ensayista americano.

Tomar un café en un bar de Plentzia en la mañana de Navidad, no es una tarea fácil. Tampoco lo era en aquella Buenos Aires, la que habité hasta hace trece años. Para los que nos levantamos temprano, esta jornada tiene un don particular. Como que no transcurre el tiempo, como que las cosas tardan en desperezarse hasta pasado el mediodía. Los niños son los únicos ansiosos, dispuestos a probar los juguetes, que en la noche anterior no hayan tenido tiempo de estrenar.

Y si das un repaso a los periódicos de la red, encuentras las mismas notas que hace diez horas, las de antes de irte a dormir. Y si revisas las redes sociales, encuentras más fotos de tus contactos brindando o regalando la apariencia de una noche perfecta y mágica. Pero al menos a mí, me gana el aburrimiento. Continuo la búsqueda de cualquier tipo de actividad, y no contemplo hasta ahora sentarme a escribir, quizás porque el prolongado tipeo rompa la monotonía de que no esté sucediendo nada por ninguna parte.
Y en pocas horas, te debes volver a encontrar con los seres queridos, para renovar ingestas. Ha quedado de todo un poco de la cena de Nochebuena, y el 25 parece el remate perfecto para acabar esa cena, que indudablemente estuvo deliciosa. Los menos, aprovechan esta fiesta para continuar el ritual religioso, la búsqueda del interior, las esperadas respuestas, y entre todos las partes, seguir valorando la posibilidad de estar en armonía con sus pares.
Amante de las efemérides, considero que algunas fechas sirven para desnudarnos, para mostrar nuestras aristas, para recordar sucesos que, aprendidas las enseñanzas, pueden evitar costosas repeticiones. Y hay que revisar profundamente para acceder a esos datos curiosos, no a los convencionales y repetitivos que ofrecen la mayoría de los medios. Cada tanto irrumpe en alguna memoria prodigiosa y envidiable, alguna historia, algún gesto, alguna rareza, peculiaridad o capricho, que nos obliga a recordar que somos buenos o malos, generosos o avariciosos, corajudos o cobardes; que somos incompletos.
Alfred Anderson murió en 2005, con 109 años. No solo era el ciudadano británico de más edad hasta esa fecha, sino que podría ser el último sobreviviente de lo que fue conocido como la Tregua de Navidad, y hasta su muerte, cada vez que intentaba ser exacto para recordar aquel momento, arrancaba diciendo algo como: “Aquella mañana había un silencio de muerte, un misterioso silencio”.
La navidad de 1914 encontró a Europa en guerra. La Gran Guerra, luego al prolongarse el horror bélico, la Primera Guerra Mundial. Para muchos fue la última guerra de trincheras. Al finalizar julio, la impericia de las naciones permitió un conflicto armado, que la misma ineptitud consideraría de corta duración. Pero las navidades encontró a la gente luchando, con las bajas temperaturas minando tanto como los ruidos eternos de balas o morteros, con la resignación de que el regreso a casa se postergaría un mes más, que las fiestas les encontraría defendiendo una porción de zanja, y que aquel despropósito habría de durar cuatro largos años.
Las tácticas para motivar a las tropas suelen ser diversas. Las arengas varoniles o nacionalistas suelen llevar la mayor parte. Pero cada tanto, dosis de sensibilidad, nos recuerdan que somos personas afectivas. Y de pequeños detalles, pueden sobrevenir grandes errores, que afortunadamente, el hombre perverso que vela por nosotros, intenta remediar sin contemplaciones.
“Durante dos meses, lo único que había escuchado eran bombazos, disparos y voces alemanas en la distancia”, continuaba la descripción de Anderson. El frente belga de Ypres era uno de los tantos abiertos por Europa. Este frente donde por día caían numerosos soldados, separaba por escasos metros – denominados tierra de nadie -, las trincheras inglesas y alemanas. Los altos mandos alemanes, observando lo bajo que estaba el frente, decidieron enviar doble ración de comida, tabaco y alcohol para afrontar la Nochebuena de 1914. Y con el avituallamiento, adornos navideños en forma de abetos iluminados, que fueron colocados a lo largo de los parapetos. La noche se fue alumbrando, y los alemanes arrancaron con la melodía de “Stille Nacht” u otros villancicos. Las tropas inglesas contestaron con “Adeste fideles” y otros emblemáticos canticos navideños. La noche quedó pactada con los hombres de uno y otro bando, compartiendo canciones navideñas y celebrando el nacimiento por sobre la cantidad de compatriotas muertos a escasos metros, tapados por la nieve y sin tiempo físico ni material para retirar. Cada bando aplaudió las canciones del otro, y hasta se pidieron bises que hicieron llevadera la jornada navideña.
Al amanecer del día 25, la sorpresa. Algunos alemanes abandonaron su posición portando banderas blancas. Los aliados, dominados por el asombro y desconcierto, se frenaron por no disparar. Este hecho generó que minutos después, ambas facciones intercambiaran historias, cigarros, chocolates o bebidas. Se mostraron cartas, se presentaron a través de fotos sus respectivas familias, al tiempo que se permitieron recoger las victimas de cada uno y a las cuatro de la tarde, oficiar un conjunto oficio religioso.

Un número considerable de alemanes eran hablantes fluidos del inglés, haciendo posible todo tipo de conversación. Se intercambiaron monedas u otros souveniers y funcionó el trueque entre culturas. Se lamentaron las pérdidas de uno y otro lado y hasta jugaron un partido de fútbol. Lo insólito fue el corolario, al descubrir que habían barberos entre los alemanes, un número considerable de ingleses atravesó líneas enemigas para acicalarse o afeitarse.
Los informes oficiales de los días siguientes no se apartaron del escueto “Sin novedades en el frente”, confirmando que la decisión de pactar era solo de estos batallones. La situación se sostuvo hasta el 3 de enero, día que los altos mandos se anoticiaron y dispusieron medidas que frenaran la epidemia de confraternidad. La tan efectiva publicidad de guerra había definido al enemigo como un conjunto de monstruos capaces de las peores atrocidades. Resultaría imposible mantener el conflicto si los bandos continuaban descubriéndose. La amenaza de consejos de guerra motivó a que continuaran los enfrentamientos. De haber impuesto el espíritu navideño, nueve millones de muertes se hubieran evitado.
“Pipes of peace” se convirtió en el primer sencillo en la carrera en solitario de Paul McCartney, en alcanzar la primera posición en la lista de éxitos de Gran Bretaña. Lo consiguió en 1983 y hasta entonces, había conquistado diecisiete números uno como miembro de The Beatles, uno con el grupo Wings y otro como dúo de Stevie Wonder. El videoclip imita la Tregua de navidad, y tiene como protagonista a dos soldados, uno británico y el otro alemán, ambos interpretados por el ex beatle. La canción es un canto antibelicista, alentando a conseguir un mundo mejor para los niños. Una lucha que se repite de generación en generación, a la espera de ser alcanzada.
Para terminar la historia, aquella primera gran contienda que marcó el horror del pasado siglo, estuvo marcada también por otro hecho notable, en este caso tecnológico. Comenzó a gestarse la revolución técnica de captación de imágenes, provocando una fascinante eclosión popular. Millones de soldados armados, acudieron a la batalla con cámara de fotos, dispuestos a captar una experiencia íntima. La Art Gallery de Ontario, recibió en 2004 la herencia de un anónimo, que ofrendó 495 álbumes de soldados británicos, franceses, alemanes, rusos, polacos, estadounidenses, checos o australianos. 52.000 fotos del frente, de bases militares, de cabarets, aviones o retratos turísticos de soldados en su tiempo libre o de llegada a ciudades en ruina, constituyen una enorme prueba viral de que la fotografía había llegado para convulsionar al mundo.
Los álbumes reunían fotos de distinta procedencia, no solo de las personas que las habían sacado, sino que contemplaban intercambio con otros combatientes, del mismo bando o del otro. De esta manera quedó testimoniada la tregua de Navidad, gracias a las más de dos millones de cámaras de bolsillo de Kodak, conocidas como “la cámara de los soldados”. Los gobiernos no pudieron negar la tregua, pero comprendieron que debían encargar un control férreo sobre las cámaras de la tropa. “Las fotos personales pronto acabaron en manos de la prensa internacional y el Gobierno decidió estrechar la censura”, advirtió Hilary Roberts, conservadora Jefe de fotografía del Imperial War Museum, de Londres.


Este museo, creado en 1917, para homenajear el esfuerzo de la guerra en el mismo momento que el conflicto se libraba, alzo un llamamiento a los aliados para que cedieran las instantáneas sin importar calidad ni importancia. Un aluvión de fotografías que cubren contiendas desde 1850 hasta la fecha, registran una verdadera memoria histórica. La particularidad distintiva fue que a partir de la Gran Guerra, tenemos testimonios por primera vez de los soldados, y no de los oficiales, como era costumbre en el siglo XIX. Comenzó la experiencia real de la guerra, fue la primera guerra de medios de comunicación en masa, que de estar al alcance de todos, podríamos poner definitivamente en jaque la visión que se tiene políticamente de las guerras.
En una carta enviada a su casa por un soldado alemán, notificaba de aquella extraña tregua navideña. “Tuvimos que dejar que la tregua durara todo ese tiempo” fundamentaba para rematar “Queríamos ver como salían las fotos que ellos nos tomaron”. Durante las siguientes navidades, los altos mandos tuvieron que asegurarse que estos hechos no se repitieran, intensificando sus ataques al enemigo durante la semana de Navidad a Año Nuevo. Los Gobiernos que adoramos y defendemos no suelen estar en primera línea de batalla o sufrir los avatares de la decadencia laboral o económica. El enemigo no tiene que ser el del otro bando, este muchas veces es solo un igual, vestido con uniformes diferentes…

Alrededor del mundo
pequeños niños nacen en el mundo
Tenemos que darles todo lo que podamos
Hasta que la guerra esté ganada
Entonces el trabajo estará hecho
Pipes of peace – Paul McCartney

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