miércoles, 17 de septiembre de 2014

Vivir del cuento



“¿Por qué son tan breves tus cantos? – le preguntaron cierta vez a un pájaro -. ¿Acaso porque tu aliento es muy corto?”. El pájaro respondió: “Tengo muchos, muchísimos cantos y me gustaría cantarlos todos”.
 Cita de Alphonse Daudet.

Un cuento es malo cuando se lo escribe sin tensión. Esa tirantez tiene que reflejarse desde el mismo inicio, el cuento es un relato generalmente breve. La presión irá acompañada de un ritmo, ya que cualquier motivo es bueno para escribir una historia breve, pero sin ese vértigo intenso, una aparente buena historia se puede venir abajo.

Opinaba William Faulkner que resultaba mucho más difícil escribir un cuento que una novela. Hay infinidad de escritores que rara vez lo abordan. Muchos de los consagrados en la literatura universal, apenas han podido crear media docena o una decena de cuentos en su vida. Pero como en botica, resulta que encontramos un sinfín de autores que se mueven perfectamente en este estilo, y construyen su carrera a base de cuentos.
En la historia de la literatura abundan los ejemplos de aquellos consagrados que prefirieron apartarse de lo extenso, volcándose a la brevedad de un relato: Borges, Chejov, Poe, Mansfield, Pritchett, O’Connor, Boyd, Andersen, Horacio Quiroga, Ribeyro y se me olvidarán tantos otros. Otros alternaron como Cortázar, Kafka, García Márquez, Moravia, Rulfo, Wilde, Melville, Fitzgerald o Hemingway, también entre otros. A estos últimos, a pesar de consagrarse en las novelas, una fuerza superior los ha obligado a refugiarse en la forma breve de un relato para seguir alimentando su leyenda.
Cuando un libro de cuentos ha tenido excelente nivel de ventas en su país de origen, las editoriales se arriesgarán a apostar por la narrativa corta. La popularidad de este género siempre ha estado a merced de consideraciones comerciales, resulta mucho menos osado que te editen una novela, que un libro de cuentos. Antes había un pequeño mercado con salida de los cuentos, ahora se ha contraído notablemente. Melville escribió cuentos mientras por otro lado, avanzaba a trompicones en su obra más famosa: “Moby Dick”. “Mi deseo de que mis cuentos tengan éxito, brota únicamente de mi bolsillo, no de mi corazón”, confesó el autor de tan buenas narrativas breves, como el caso de “Bartleby” o “Benito Cereno”.
Y es que el cuento explotó como fenómeno a mediados y fines del siglo XIX. La aparición en Estados Unidos y Europa de revistas de venta masiva, generó un despertar de una generación de lectores cultos. Estos estaban ávidos de consumir literatura breve y esto posibilitó que los escritores se sintieran atraídos hacia el género, es que se pagaba muy bien. En Estados Unidos, plumas como las de Herman Melville, Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne, costearon sus carreras de novelistas, escribiendo cuentos. The Saturday Evening Post llegó a pagar 4000 dólares a Francis Scott Fitzgerald por un cuento. Este importe, para hacernos una idea, vendría a representar en estas épocas, algo similar a 40.000. John Updike calculó que era posible mantener con holgura a su esposa y cinco hijos con sólo vender a New Yorker cinco o seis cuentos al año. Pero aquellos tiempos se han ido, y en este nuevo mundo signado por la crisis económica, es habitual enfrentarte en un concurso de cuentos de tu pueblo, con una marea de relatos enviados desde Madrid, Buenos Aires o México, con la expectativa de obtener 300 euros o una edición.
Como argentino, provengo de un país con tradición de excelentes cuentistas. Borges, Bioy, Cortázar, Fogwill, Artl, Castillo, Aira, Ocampo u otros, son parte fundamental del género. Desde la irrupción de “El matadero”, de Esteban Echeverría, la literatura breve reflejó a un país que siempre está naciendo. Con sus contradicciones, con sus variantes, con el perfil de sus personajes que resultan claves para definir nuestra identidad como nación.
Pero resulta llamativo el hecho de que desde el norte de los continentes europeos o americano, lleguen valores muy potentes en el arte de escribir cuentos. Como muestra, Alice Munro o Kjell Askildsen, uno por sexo y por continente. Y del escritor noruego es que voy a hablar en esta entrada, me ha sorprendido gratamente encarar una recopilación de sus mejores trabajos en “Todo como antes”.
Sus obras han sido encuadradas dentro del realismo sucio. Este movimiento literario proviene de los Estados Unidos, y se desarrolló a partir de 1970. El uso de adverbios y adjetivos, quedaron reducidos a su mínima expresión, y entonces es el contexto el que da el sentido de la profundidad, la tensión e intensidad de la historia. Se tienda a retratar a personajes vulgares, anodinos o corrientes, envueltos en sus vidas convencionales. Uno recorre la tirantez del relato esperando que algo malo suceda, siempre en tensión; pero no suele ocurrir gran cosa, como pasa en la vida misma.
Raymond Carver, John Fante, Tobias Wolff o Charles Bukowski, son considerados los máximos exponentes del género. Todos americanos. Pero Askildsen equiparó a los maestros, escogiendo la parquedad y el minimalismo como método de escritura, y logrando como resultado, la desolación ante los testimonios de los protagonistas, generalmente matrimonios estancados en la rutina, familias separadas por personalidades en conflicto o egoísmos, o una vejez algo más verosímil que aquella idílica versión de viejo amable y tierno. En cualquier caso nos atrapa su relato corto, aunque es de confesar que no nos gusta la sensación deprimente, de reconocer la realidad.
El escritor aspira a poner en el papel el número preciso de palabras, al momento de encarar sus historias. Para lo cual, no se demora en presentaciones. El personaje está allí, en el comedor, en el jardín, en el bar. Un par de apuntes nos dejan entrever la trama, el perfil del personaje, su método o estilo. Es que el cuento se considera un arte de contar algo desde el preciso momento que se lo menciona, no se suele volver atrás para situarnos. No hay tanto tiempo.
A pesar de la parquedad del informante, los lectores nos acercamos a Askildsen. El recurso le funciona. Nos quedamos solos, tan solo acompañados por ese extraño personaje que vamos descubriendo en las escasas diez páginas del cuento. Acontecimientos insignificantes o rituales como funerales, nos permiten meternos de lleno en alguna problemática del tipo mental, como enfrentamiento, miseria, incomunicación, soledad o desvarío. Y como lector, nos vemos obligados al uso extremado de nuestra imaginación, muchas veces termina la historia y no sabemos si existe enfermedad mental, enfrentamiento, incesto, rencor u otros sentimientos. A pesar del desconcierto o desconocimiento, tenemos la sensación de entender lo que le sucede a los personajes.
Cuando el relato termina, termina. Pero deja el efecto instalado de que a pesar de ser denso el momento, hubiéramos querido continuar leyendo la historia. Nunca se resuelven los conflictos, quedan latentes. Se volverán a manifestar en otro momento de rutina o cotidianeidad. Para Askildsen escribir es un arte similar al de la pintura: El pintor dispone sobre el lienzo lo necesario, no más. Cuando comienza a escribir, no sabe dónde va a llevarle la historia, eso lo deja a criterio de la curiosidad, inteligencia y sagacidad del lector. Y es en ese momento, cuando deja inconcluso el relato, generalmente con una frase corta. El relato puede que continúe, la escritura ya no.
“Últimas notas de Thomas F.” es su mejor libro, y abre la edición de “Todo como antes”. En diez relatos más que breves, nos relata la vejez de Thomas de una manera tan palpable que nos duele sospechar que así será la senectud cuando se instale en nuestras vidas. Con precisión milimétrica nos cuenta la plenitud del vacío en la vida del anciano. Nos señala lo que de verdad importa, el valor incalculable de la rutina que nos organiza, la importancia de que las piernas funcionen para encarar el paseo matinal, el único momento del día con despliegue. La tragedia que describe con naturalidad es la de sobrevivir a todo y a todos, y observar que solo quedan sombras de las personas y cosas a las que uno perteneció. Con este detalle, más de uno huirá espantado y no encarará su lectura. El miedo le hará equivocarse.
El autor noruego confesó que escribió sobre nuestra época, donde la mezquindad, o las personalidades frías no permiten caerles bien a casi nadie de los integrantes de esta sociedad. De ahí que hace más de una década haya dejado de publicar. Los ochenta y cinco años de edad podrían ser razón más que suficiente para avalar su jubilación y retiro; o tal vez esté cansado de plantarnos el desasosiego, dudas, frustraciones, soledades y desencantos, y que encima, los críticos lo llamen minimalista.
Para muchos, el mercado editorial acecha y sitia al cuento, negándole su circulación. Hasta las mismas academias relativizan su importancia. De ahí que un puñado de notables continúe insistiendo en esas prácticas. No desean el mismo final que el de la poesía, que parece en riesgo de extinción. Por eso destaco “Todo como antes”, es una lectura donde al lector no le queda otra alternativa, que dejar actuar a su imaginación para continuar o completar la secuencia. Estos cuentos no le hablan al lector, hablan de todos los hombres, de todos nosotros. Con la imaginación, seguimos adelante con la difusión de este género, inmortalizándolo. No nos olvidemos que la tradición de contar historias es casi tan antigua como la misma existencia.
Angus Wilson dijo que había comenzado a escribir cuentos porque los podía comenzar y terminar en un mismo fin de semana, antes de de regresar a su trabajo en el Museo Británico. Si bien exige un verdadero esfuerzo y planificación, no es prolongada su gestación o ejecución, como en el caso de la novela. En un determinado momento de mi escritura, terminé al menos media docena de ellos. Es el día de hoy, que no logro regenerar ese ritmo tan particular, que genera tensión y cuenta una historia sin un fin específico. Ya que hoy no se puede vivir del cuento, al menos podamos optar por prolongar la vida de nuestra autobiografía escondida…










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