domingo, 21 de septiembre de 2014

Cantando al sol como la cigarra



El ahorro es la base de la fortuna. Mi generación se acostumbró a escuchar desde temprana edad, de voz de sus mayores, este dicho popular emblemático, que servía de estímulo para abordar el crecimiento personal de nuestra economía, a través de los logros. Más que dicho, quizás era un tópico, pero era posible su realización, en parte. Nuestros mayores con su sacrificio constante, aspiraban a tener una casa propia, una carrera para sus hijos, pequeños gustos y poco más. Hoy las diversas opciones vinculadas al consumo, permiten suponer que más de uno al escuchar esta frase, que corre riesgos de extinción, se sentirá frustrado.

Me arriesgo a suponer que las nuevas generaciones desconocen la importancia de este tópico. La consigna parece ser consume todo lo que puedas, no te frustres por el futuro y vive el día a día, el mañana ya se verá, puede ser que no sea como deseas planificarlo. El mundo cambió, y con él, sus conceptos. Antes ahorrar era el resultado de tu trabajo, combinado con una vida financiera responsable. Ahora el universo se nutre de cosas ahorrables, y entonces sólo intentamos ahorrar calorías, bytes, plásticos en forma de bolsas, energía física o mental ó, en el mejor de los casos, el regular el uso del agua o de la energía eléctrica. Existen personas que aconsejan hasta el ahorrar sentimientos si no tienes una faceta de entrega en tu vida.
Lo llamativo es que los que nos estamos cargando el mundo somos nosotros. Nuestros abuelos, además de ahorrar, eran sumamente ecológicos. Desde la perspectiva de estas sociedades modernas, solemos escuchar juicios de valores sobre aquellas vidas, vinculadas únicamente a un retroceso. Pero nuestros mayores además de tener sus convicciones, se planteaban que les interesaba de la vida. Y no parece ser que fuera el consumo masivo. Rara vez desperdiciaban el agua, la recogían de la fuente, la hervían y la administraban a baldes para su limpieza. Cocinaban a leña o carbón, y solían tener a mano velas, los cortes de energía eran por demás frecuentes. Era un retroceso desde nuestra perspectiva, pero qué pensarán ellos cuando nos ven desesperados porque no conseguimos cobertura para nuestro teléfono móvil, o no logramos los puntos necesarios para bonificar el nuevo modelo, o nadie nos pone un me gusta, cuando cambiamos por enésima vez la foto de perfil en nuestra red favorita.
Nos transmitieron el legado de esfuerzo, sudor y lágrimas, y eran seres humanos dispuestos a pelear, a compartir y aspirar a un mundo más justo. Se adaptaron a los cambios, si bien es cierto que no fueron tan contundentes como en los últimos tiempos, y accedieron a sus conquistas.
Los medios de comunicación de que disponían no pasaban de un periódico al día o del uso exclusivo de la radio. Y no se sentían desinformados. Y no se manipulaban unos a los otros, dependiendo el medio si era oficial u opositor. No existía la TV, era probable experimentar una sobremesa o una conversación en el patio, jardín, porche u acera de la casa, junto a vecinos. Y no existía la trasnoche en la TV, quizás por eso no se razonaba tanto la natalidad.
Y los frigoríficos duraban décadas, no era necesario ampliar una supuesta garantía de ningún servicio técnico, eran aparatos resistentes, si bien es cierto que necesitaban descongelarse cada, al menos, quince días. Y en el barrio siempre existía un técnico manitas que se animaba a reparar todo artefacto. No necesitaban llamar a un teléfono 902, si bien es cierto que el teléfono en aquel entonces era medido, y una llamada de cierta duración, comprendía el gasto de una pasta considerable.
Lavaban a mano, en el lavadero o patio de casa, y con la única ayuda de la tabla de lavado. No conocían del ahorro del programa económico. Un pan de jabón, fuerza en las manos y tratar de eliminar las manchas del oficio, grasa o simple suciedad. No tuvieron la suerte de acumular puntos en el banco o en la tarjeta de crédito para hacerse con una aspiradora de las económicas, en cuestión energética. Barrían a diario la casa, y las aceras. Es verdad que las mujeres se dedicaban en exclusiva a las actividades del hogar, pero nadie ahorraba elogios hacia su figura, era normal que lo destacaran. Y cuando presenciaron este mundo global, intentaron acomodarse; aún cuando sus descendientes no repararon en la incertidumbre que el capitalismo les generaba, ya que estos hijos estaban únicamente preocupados por aprovechar el confort que el sistema cree proponernos.
La necesidad tiene cara de hereje, es otra frase popular de la que nuestros mayores se agarraban las veces que debían aceptar o hacer cosas con la que no estaban de acuerdo, pero no había alternativa. La vida no suele ser un lecho de rosas, qué me pasa con tantos tópicos. La cuestión es que en muchas oportunidades, no tenemos posibilidad de ahorrar, el dinero no nos alcanza. Nos las pasamos endeudándonos simplemente para vivir, para pagar los servicios o comer. Así no hay cerdito alcancía que romper.
Mi madre me ayudaba a ahorrar. No gozaba de hucha, lata o frasco para acumular las monedas. No, mi madre además de llevar la economía casera, se encargaba de administrar mi capital. Todos los meses me actualizaba el saldo, parte de una escasa mensualidad la utilizaba para comprar El Gráfico, y el resto era empleado para las vacaciones de verano. Crecí con ese convencimiento, saber que el dinero era un valor y una responsabilidad. Y cuando estábamos en Villa Gesell u otra localidad balnearia, ya sabía de antemano que podía aspirar a tantas fichas en los videojuegos, a tantas revistas en las casas donde se cambiaban las historietas, o helados en la heladería Massera. Nunca gastaba por gastar, aun sabiendo que mis padres, si disponían, eran sumamente generosos.
Y durante años, mis padres privilegiaron el pago del piso donde crecí, que unos días de descanso en la costa atlántica. Ni siquiera gozaban de las vacaciones al mismo tiempo. A mis padres no les indignaba esa situación, era lo que tocaba. Con el tiempo, cuando pudieron adecuar sus calendarios y sincronizarlos, se permitieron programar unas cortas vacaciones junto al mar, donde un par de visitas al casino era el objetivo de mi padre, y el desvelo materno, el no dilapidar un importe que le había permitido disfrutar de antemano.
Mi padre no es un hombre pedagógico, solo es una persona que tomó todas las decisiones en nuestro nombre. Nunca le pesó, o al menos no lo transmitió. Fue siempre de pocas palabras, para lo cual nunca necesitó disponer de minutos libres que le permitieran “ahorrar” en su factura telefónica. Nunca llegaba tarde al trabajo, y eso que no conocía las bondades del bono de transporte público que le permitiera acceder a importantes beneficios. Jamás hizo esperar a nadie, era un hombre puntual en exceso, detalle que yo heredé, aunque disponga del beneficio del móvil y su alarma que me recuerde cada cinco minutos, que estoy dilapidando mi tiempo.
Mis padres nunca se entrometieron en las vidas ajenas, no murmuraban, ni “ahorraban” elogios hacia sus seres queridos. No debían actualizar su perfil en las redes sociales, ni sentir a cada instante la sensación de ser premiados con un me gusta o un comentario de ensueño. Eran, y prefieren seguir siendo seres anónimos, aún cuando negocian cada seis meses las tarifas de la banda ancha y llamadas locales, y no aprovechan los innumerables beneficios que nos brindan contar con tantos operadores de internet. Solo quieren verme por Skype.
Me inculcaron el ahorro y el no malgastar. Me explicaron que lo importante no era tener mucho, sino administrarlo para que perdure y utilizarlo en los períodos de vacas flacas. Si bien vivieron innumerables épocas de escasez, tuvieron una buena formación y en un principio, no sufrieron la sensación de estar perdiéndose de algo. “Si guardas cuando tienes, tienes cuando necesitas”, podría haber sido el legado que me transmitieron. Legado que la economía moderna combate, de ahí que cuando se experimenta una crisis, lo primero que los economistas deben evitar es la retracción de la moneda, no está bien que en momentos de escasez, la gente no gaste, nos dicen a diario. Al final, quién tenía razón.
La fábula de la cigarra y la hormiga era la mejor lección para encarar la vida. El invierno ha de ser largo y frio, y nadie como la hormiga para saber que es indispensable afanarse (no en el concepto de robar) durante el otoño para aprovisionarse. La cigarra mientras tanto, no interrumpía su canto diario, como único derroche de energía. Cuantas enseñanzas asimilábamos a través de las fabulas. Hoy en día, la cigarra no es un bicho, dicen, y supongo que no está tan mal vista. La hormiga es un insecto casi invisible, y el ahínco es un sentimiento también imperceptible.
Las cigarras de hoy tienen dvd, tablet, home cinema, auriculares inmensos, televisores de plasma, pc box y demás adelantos para poder pasar todas las estaciones del año con desgana. Así todo, la sociedad se frustra. La tecnología acepta una carrera de vértigo, por lo cual cuando te haces del último adelanto, es cuestión de meses el considerarlo perecedero. Entonces rompes la hucha, no es lógico no tener la nueva denominación. Mientras tanto, la hormiga hace caso omiso del dicho: “tanto tienes, tanto vales”. Prefiere tener lo necesario, y solo si es imprescindible. Eso se llamaba ser austero, eso siempre y cuando, algún descuidado lector moderno no recuerde el nombre ni significado de esa virtud.
En la ONG que asisto, se dispone de un pequeño presupuesto destinado a ayudar al pago de los servicios mínimos de la gente sin recursos. La información se trasmite de boca en boca. Luz, gas, agua, a veces el móvil, son las demandas casi repetidas de parte de la ciudadanía. Una mañana se acercó un joven de unos dieciocho años, extranjero y había accedido a una vivienda protegida por el estado, ya que había cruzado al país por el sistema de pateras siendo menor de edad. Acababa de acceder a la mayoría de edad, por lo que el Estado ya no debía hacerse cargo de la totalidad del sustento. Venía a pedir que le pagáramos la factura de la luz, que ascendía a 250 euros. Tenía orden para esa misma tarde de corte de suministro, ya que el atraso era considerado.
Al presentarse, ya me planteó que debía pagarle esa misma mañana la factura porque se quedaba sin luz. Le dije que así no solía ser nuestro proceder. Que se debía estudiar cada caso. Me dijo que no tenía tiempo para eso, que le cortaban la luz y como iba a cocinar, ya que su cocina solo era eléctrica. No tenía nada en claro cómo funcionan las responsabilidades, principalmente las suyas. El estado no lo habría preparado para funcionar correctamente en una vida ciudadana, y su actitud demostraba que quizás él no había comprendido una supuesta enseñanza. Sorprendido por el importe del recibo (yo consumo la mitad de ese importe), le pregunté cuántos vivían en ese piso. Me dijo que él y otro joven. Mi sorpresa pasó a una ofuscación, nunca con él (sólo interna). ¿Cómo gastan tanta energía dos personas solas? No supo contestar, le pareció una pregunta innecesaria. No era esa la cuestión, sólo necesitaba que le diera el dinero en mano y listo. Le pregunté qué pasaría el siguiente bimestre. Como pagaría el servicio. Le pregunté si tomaba recaudos para ahorrar energía, para moderar el consumo. Si acudía a centros que le asesoraran, si no se preguntaba que debia hacer para controlar los gastos. No le interesó mi inquietud, solo consultó una vez más si iba a disponer ahora mismo del dinero. Le dije que no, que le tomaba nota y se fue sin saludar. El estado no corrige a las cigarras, les deja tocar la guitarra hasta que un día les quita lo que les daba.
“El éxito en la vida no lo da el dinero”, otra de aquellas frases que hoy muevan a risa ancha. Mis padres me enseñaron el secreto para tener éxito: hacer siempre lo correcto. Así asimilado, son muchas las veces que me frustro cuando considero que estoy fracasando. Lo bueno es que yo mismo se, cuando estoy o no haciendo las cosas bien. Eso se debe a que tengo referentes o modelos en quien sostenerme en estos momentos de incertidumbre y economías en crisis.
Quizás a la gente no le interese pensamientos tan íntimos, pero los suelo compartir para recordarnos que solo somos seres humanos y que el afecto, los sentimientos y los valores serán lo único que nos sostenga cuando esta farsa continúe desacelerando su fracaso. Si lo dudan, observen quienes sostienen las economías modernas en recesión o crisis: los abuelos con sus raquíticas pensiones.
Para terminar la entrada y sin lograr “ahorrar” ninguna carilla, recuerdo un sábado a la tarde, cuando mi viejo me llamó al comedor y me preguntó si me gustaría tener mi propio coche. Si bien nunca me interesé por los vehículos, le dije inmediatamente que sí. Entonces me asesoró con tranquilidad: “Te vas a la concesionaria Renault de Avenida Libertador y Congreso, y te apuntas en un plan de ahorro previo para acceder a un Renault 12. Pagas la cuota estipulada durante 50 meses y podes sacar el coche por sorteo o por licitación. ¿De acuerdo?”, fue una síntesis de lo conversado. Le dije que sí, quizás porque estaba azorado. Pero esa misma tarde me acerqué al concesionario y me apunte al plan recomendado por mi viejo. Eso me permitió valorar lo poco o mucho que hoy tengo. Y es el día de hoy que me vuelve la sonrisa tonta al acordarme la lección generosa de mi viejo, aquella que me permite seguir siendo un tipo austero entre tanto derroche innecesario.

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