jueves, 11 de septiembre de 2014

No hay un modo



No me cuesta escribir sobre las cosas que me emocionan, impactan o marcan. Pero a veces no lo hago, y me pregunto el por qué. Los recuerdos vinculados a mi infancia o adolescencia parecen frescos en mi memoria, sólo resta que un detalle lo dispare hacia el presente. Y me siento a redactar.  Pero luego de escribir la semana pasada, sobre lo que me recordaban Serrat y Sabina, tendría que haber acomodado las sensaciones que me generó la muerte de Gustavo Cerati. Y no lo hice, hasta casi una semana después.

Y estoy frente al monitor pensando en el líder de Soda Stereo. Y de fondo escuchando desde YouTube un compilado de canciones como solista, quizás la faceta que menos disfruté, porque ya estaba lejos de casa. En cada viaje al país, de visita, algún amigo (generalmente Diego o Gabriel) me entregaba una copia del último trabajo, y el gesto partía de ellos mismos, porque habíamos compartido tantos discos, casettes, cd´s y recitales de Soda Stereo, que suponían que ardía en deseos de hacerme con el último trabajo.
Y lo escuchaba de regreso en casa. Y me gustaba. Siempre sorprendían favorablemente los discos de Cerati. Invariablemente gustaban, constantemente iban a más, cambiando el registro del anterior. No se acomodaba al éxito, no repetía fórmulas, parecía un artista insaciable, un perfeccionista frustrado. En cada nuevo trabajo, un par de cortes gustaban desde el principio, el resto había que saborearlos un par de veces más para que pasaran a ser imprescindibles. Era mi fórmula, sin desesperarme y por arte de la repetición, terminaba valorando otro trabajo redondo. Como que nosotros necesitábamos otra velocidad para ponernos a la altura del artista.
Soda Stereo entró en mi vida cuando terminaba el colegio secundario. Hasta ese momento predominaba la música en inglés en mi gusto. Si bien el inglés lo estudié desde pequeño, lo que me atrapaba eran los ritmos musicales o lo pegadizo de los estribillos, o vaya a saber qué, ya que nunca tuve en cuenta la traducción o el significado de las letras para que un grupo o tema me gustara. Pero de repente alguien me acercó un casete llamado Soda Stereo. Y recuerdo la sorpresa casi inmediata, supongo que a partir del segundo tema: Sobredosis de TV, me obligó a quedar bien pegado al equipo de música, no quería perder detalle. El cuarto tema me hizo adicto a ese nuevo grupo, fue la primera melodía que aprendí de Soda: Trátame suavemente. “No quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas sabiamente, quiero que me trates suavemente”. Era 1984, a fin año terminó la etapa  del colegio y comenzaba mi supuesta vida de adulto.
Y el grupo entró de manera rotunda en mi vida, y en la de varios de mis amigos. Pero Soda gozaba de resistencia en varios, sobre todo aquellos que lucían la ornamenta del heavy metal. Era como una referencia despectiva, como tratando de ensuciar nuestra deferencia. Había nacido un clásico, pero no creo que a partir de sus seguidores; no, el clásico surgió por aquellos que se empecinaban por llevar la contra. Era la intransigencia que generaba el talento de los Soda Stereo. Es que después se vio claro, Gustavo Cerati era distinto, y eso jode.
Y encontraron rival casi de inmediato. Los Redonditos de Ricota eran los chicos del palo, los representantes del pueblo, la movilización colérica. Para variar, Soda Stereo fue clasificado como los chicos de plata, los chicos careta, los nenes bien. El Indio Solari venia desde el gran Buenos Aires, amenazando con llegar pronto a la Capital. Ese diferencial tan argentino estaba montado, vaya a saber (y no quiero saber) por quién, pero creció una rivalidad que a veces escocía, sobre todo para las mentes bipolares como la mía, que me gustaban ambos. Eso sí, a la hora de elegir, nunca consideré el mismo arte. Uno era un genio; el otro, un líder.
Los Redondos en esencia me parecía algo parecido al inglés, no entendía (y no entiendo) que me estaban contando. En cambio Soda era tan claro, tan vocalizado, tan armonioso, tan equilibrado. Los dos grupos se masificaron a través del boca a boca. Los pubs de Capital fueron el primer refugio de Soda Stereo. Ellos provenían de Belgrano, mi barrio. Los locales underground de provincia, el bastión ricotero. Pero ambos llegaron al templo por excelencia de la música porteña. Y acudía a Obras Sanitarias a ver ambas bandas. Y las características de los líderes se trasmitían a sus seguidores. Unos eran la armonía de acudir a escuchar y compartir canciones, una fiesta organizada; los otros, a demostrar que eran una masa solo dispuesta a calmarse con su caudillo, como si se tratara del adn que cautiva al pueblo argentino desde tiempos inmemoriales, la fiesta tribal.
La comparación era cansina, y los stereos maniacos entraban al trapo. Quién lleva más gente, quién hace más conciertos, quien es “careta”, quién se la aguanta. Era una discusión sin sentido, pero de eso se tratan las rivalidades. Para ese entonces, Soda Stereo triunfaba, por no decir arrasaba, en Latinoamérica. “Cuando pase el temblor”, “Signos”, “Nada personal”, “Juegos de seducción”, “Persiana americana” y más temas impactaron desde México hasta Chile. Su eterna preocupación por el look y el despliegue escénico, se hicieron reconocidos en toda América. Los Redondos, al mismo tiempo, se les hacía pequeño los recitales en Obras Sanitarias, tenían que recurrir al campo de césped sintético externo. Pero ellos, los seguidores, como masa hambrienta y empecinada, siguieron buscando el diferencial hacia su lado, ellos sólo eran sentimiento o pasión. Como si los otros no lo portaran. Pero la controversia estaba bien alimentada. A veces veo el enfrentamiento argento y creo que la historia del perro y el gato se gestó en nuestra casa.
Pero estoy escribiendo sobre Cerati. No sea cosa que invadan este recuerdo los adeptos a Solari, con su verborragia popular. A partir del éxito de “Ruido blanco”, Soda se mostró como una multinacional. Doble vida, Canción animal, Dynamo (el que menos me gustó) o Sueño Stereo, lo confirmaron como una banda llena de arte, con cambios constantes. Comenzaron los recitales en estadios como el de Vélez Sarsfield. Éramos varios los amigos dispuestos a tomar el colectivo 80, camino a Liniers. Recuerdo la primera (y si me equivoco, que me taladren), fueron teloneros de Tears for Fears en enero de 1990. Después del show se retiró la mayoría, era inaudito, la multitud quería disfrutar solamente de los teloneros. Es verdad que un diluvio invitó a irse a muchos, yo me quedé y ese día “conocí” a Aretha Franklin, su enorme piano y su descomunal voz. Esa noche me terminó de gustar la canción “El rito”, creo que fue la mejor versión que escuché de ese tema. El último recuerdo me viene del titular de la revista 13/20, “Tears for Fears fue la lluvia, y Soda, un trueno”.
Soda Stereo se podía sintetizar en una palabra: modernidad. Gestaron, juntos con otros grupos, el salto de la música argentina, post dictadura. Fueron distintos desde el principio, con sus sonidos, sus letras, su puesta en escena. Lograron ser populares a pesar de tener un talento particular, de ser sofisticados. El grupo tenía un sinfín de influencias, y ellos se dejaban cambiar, renovaban constantemente, y era aceptado, aún para mentes estructuradas como la mía. Definan a Soda sólo como un grupo pop, vamos ¿en serio?.
Soda Stereo finalmente se disolvió en 1997, dicen que por diferencias creativas entre los miembros de la banda. Así y todo, organizaron una despedida en el estadio de River Plate, que para variar, no dejo aristas sueltas. “Gracias totales” fue la frase que inmortalizó la noche del 20 de setiembre de 1997, en que 60.000 personas batieron un nuevo record, alimentando la controversia con los ricoteros. Unas semanas antes, se despidieron de una multitud en Chile, Venezuela y México. De la despedida queda el álbum doble “El último concierto”.
A finales de ese 1997 comencé a escribir mi segunda novela. Es ambicioso decirlo así, para que fuera una novela en serio, debería estar acompañada de lectores. Y creo que no los hubo, salvo él de la criba inicial, que la habrá descartado al presentarla en la segunda edición de novela de Alfaguara. La titulé “No hay un modo”, y mostraba sensaciones diversas ante la disolución de una banda de rock, tan presente en el corazón de sus seguidores. Cada capítulo lo contaba un integrante distinto, pasando por managers, productores, periodistas, rivales y cerrando con el mismo fanático seguidor, demostrando que no había un modo de digerir el final de una época, no solo musical, sino quizás de tu adolescencia. Parte de esos sentimientos me agobiaron durante el concierto de River Plate. Para mí no fue una fiesta, simbolizó la frustración de disimular, para estar acorde al clima festivo y comercial que envolvía el evento.
Creo que en ese momento me aparté de Soda. No hubo nada especial, cerré con mi escritura el dolor que me invadía, por ser joven, irracional, y supuesta víctima de mis emociones. Problemas personales y del país me apartaron de los conciertos, de la música y casi (pero no del todo), del futbol. Soda Stereo cerró una etapa en mi vida, y creo que del país también.
Se volvieron a juntar en 2007, mis amigos me lo avisaban a la distancia, eufóricos. En un día se vendieron 90.000 boletos, record para una banda argentina y poniendo en cuestión la marca de venta de grupos como U2 o Rolling Stones. “Me verás volver” comprendió también a Chile, Perú, Venezuela, Estados Unidos, México, Ecuador, Panamá y Colombia. Ahí convivieron por única vez los nostálgicos, y aquellos nuevos seguidores que estaban creciendo con el mito de una banda única. “Hasta dentro de diez años”, prometió. Debe ser lo único que quedó inconcluso en su zona de promesas.
Pasó lo que pasó en Venezuela cuatro años atrás, y creo que Cerati comenzó a morir en ese momento. Los años que pasaron fue una prueba de amor de una madre que para muchos fue pulseada. En eso no me meto, no hay nada más íntimo que el amor de la familia. Creo que asimilé el luto desde temprano, pero el viernes me sacudió el mensaje de mis amigos, yo estaba alejado de la noticia. El milagro no sucedió. Murió Gustavo, no dijeron murió Cerati. Gustavo recordaba cercanía, que era de los nuestros, un semejante. Y ahí me di cuenta que tenía que rastrear mi pasión por aquel grupo, hacer esas tan sencillas cinco carillas habituales.
“Entre vuelos fugaces Buenos Aires se ve tan susceptible. Ese destino de furia es lo que en sus caras persiste”, En la ciudad de la furia fue una radiografía exacta. Nunca nos recuperamos de aquella crisis, y él no pudo con el coma. Murió Gustavo Cerati, y no hay comparación que le resista.

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