lunes, 7 de julio de 2014

Himno de mi corazón



La práctica activa de un deporte conlleva, además del sacrificio constante, una serie de responsabilidades que muchas veces no se quieren afrontar. Lo bueno de la profesión es aceptado como algo lógico (el llamado canto de las sirenas), mientras que lo malo nunca será culpa del deportista o de su federación, la culpa la tendrá el ambiente, el “negocio”, las envidias o las mafias. La pelota no se mancha, dijo alguna vez Maradona. Pero esta manchada todo el tiempo. Y el borrón alcanza a la mayoría de los deportes.


En la figura de Maradona, los argentinos mantenemos un viejo pulso que lleva más de tres décadas, donde el amor y la desilusión hacen rotativa presencia. Hemos vivido la gloria a través de su maravilloso juego y su endiablado carácter. Pero también hemos convivido con la constante humillación o sonrojos que sus actos despiertan. Casi sin transito, sin la posibilidad de aceptar el error, porque si se lo condena se lo está traicionando.

Un país se movilizó detrás de Luis Suárez. La polémica no se puso nunca de acuerdo. Le mordió o no al defensa italiano. Agredió o lo agredieron. Se paralizó Uruguay con la sanción al delantero. ¿Justa o excesiva? Son esos momentos donde los implicados suelen recordar que “el negocio” es obsceno, que el que dirige no es trigo limpio. Antes nadie lo cuestiona, o lo hacen con tibieza. Pero cuando aparece la víctima, salimos disparados a recordar los horrores del sistema. Y no sólo sucede en el deporte. Pero en el caso del delantero uruguayo, hemos visto defensas ingeniosas en particulares o en la prensa, donde se jugaba con el titular o argumento sobre si la FIFA estaba en condiciones morales de sancionar “una mordida”. Y como el deporte es un termómetro, podemos cuestionar que al estar podridos los cimientos de las instituciones, distraigamos la discusión sobre si corresponden o no los feos gestos de los deportistas, con la única base de que nadie está a salvo de un archivo de hemeroteca. Algo del tipo “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.

El deportista debería recordar que además de su destreza, hay otros valores que realzar. La hombría más que la caballerosidad, el límite ante el desenfreno, la culpa antes que el alegato ruin, y el saber que el cazador puede y debe ser cazado. La responsabilidad y la culpa deben formar parte de los valores del deportista. Uno es responsable de sus actos, asumirlos en un tiempo prudencial, forma parte de un desarrollo. Pero nos resistimos a ejercitar el mea culpa.

Uruguay jugó contra Colombia con sensaciones cambiadas. Por un lado, se sintió vencida casi desde el primer minuto de juego, sus chances desaparecerían completamente, al comprobar una resignación anímica en el propio campo de juego: eran partenaires y no protagonistas. Su gente alternó entre los que reconocieron o no, que un enorme error les privaba de un sueño que arrastra desde hace casi 75 años. Ese sueño que se generó en el mismo país, que se inmortalizó como el maracanazo en 1950, y que a pesar de conocer las enormes limitaciones de un fútbol al que le cuesta renovarse, soñaban con reeditarlo.

Suárez tuvo que abandonar el país como un ladrón. No como una persona que se equivocó y fue sancionado. En el aeropuerto lo aguardaban para reivindicar a la persona y futbolista. Todos estaban con él, aún sabiendo que había mordido nuevamente a un rival. Suárez insistió en que fue un lance en el campo de juego, que él fue víctima de un codazo en los dientes y se recluyó en su casa. Habían pasado tres o cuatro días y la autocritica no aparecía. Y apareció. ¿Por qué? Porque apareció la bella Europa, aquella que pregona todo el tiempo los valores con una mano, y con la otra desarrolla estadísticas e intereses especulativos financieros. Y el club de los valores, de la cantera como forma de educación salió al rescate, no del delantero, sino de sus cimientos podridos de los últimos años, para encarar un nuevo “pelotazo”. Pero antes de encarar una negociación, considero indispensable que el jugador se disculpara. Lo dijeron en comparecencia, el pedir perdón dignifica al deportista, al ser humano. Ahí estaba le eterna lección de la vieja Europa.

Y Luis Suárez pidió perdón de inmediato, a través de un comunicado. Y el Barcelona puso a través de sus voceros, esa cara que quiere esconder al vampiro por detrás del alquimista. Y escandalizarán a aquella sociedad oprimida por las dudas, las carencias laborales y monetarias, con un nuevo pase que primero caratularán como brillante maquinaria financiera para luego, con el paso del tiempo, y si alguien la investiga, como una nueva manera de tapar los supuestos valores con las malas prácticas. Y todos alabando al club ante la “gesta” humanitaria por salir a recuperar a la persona.

¿Y qué sentimos los simples mortales cuándo confirmamos qué de nosotros solo necesitan los sentimientos? Nada, solo volver a corroborar que lo único herido en estos casos son nuestros viejos corazones, que queda una vez más en ridículo la eterna esperanza del romántico deportivo. Qué otra vez no las han jugado, con el viejo recurso de la bandera, del nacionalismo, de la patria grande. Al menos es de esperar que la directiva del club catalán, le brinde o exija un apoyo psicológico para que el jugador pueda encarar ese viejo problema, que eso sea prioritario, más que el jugador aprenda al instante el trivial slogan “visca Barça, visca Cataluña”. Ahora le espera el lidiar con la prensa madrileña, no será fácil para Suárez, lo habrán de relacionar permanentemente  con su estilo de falso buen rollo, con la palabra bocado.

El sábado pasado comenzó una nueva edición del Tour de Francia, la número 101. Ya no retumba la pregunta tantas veces formulada a partir de julio del año pasado. ¿Armstrong manchó al mundo del ciclismo para siempre? Puede ser que haya contribuido a aumentar el hartazgo que como sociedad estamos sintiendo, pero de momento los aficionados se vuelcan a las carreteras para alentar el paso de los ciclistas, otra vez con sus banderas flameando. Queremos que los atletas sean súper humanos, queremos vocear sus gestas; pero nos volvemos a sorprender cuando se dopan, y nos indignamos cuando deben recurrir a excusas infantiles. Formamos parte de una hipócrita sociedad que quiere consumir todo el tiempo, y que clama por un deporte agónico y heroico. Pide a la vez juego limpio y esfuerzo sobrehumano.

Pero el extranjero siempre se dopa peor que nuestro oriundo. Al nuestro le han preparado una trampa. El nuestro es distinto, por eso en la plaza del pueblo lo homenajeamos. En cambio, al ciclista texano, le dedicamos toda la furia. Sabíamos que no era normal que ganara tantos Tours, siete consecutivos. Al fin lo hemos desenmascarado. El ciclista americano que con tanta soberbia e intimidación ha logrado maniatarnos, un día decide ir a la televisión y llorar su culpa, y solo en ese momento piensa en el dolor que le ha de generar a sus hijos. Sus sponsors lo abandonan, y él dice que su fundación contra el cáncer (que padeció) no ha sido un fraude. Ha de volver, y con él otros auspiciantes. Y parte de nosotros, lo seguiremos como autómatas pregonando las bondades de una nueva cruzada.

Las ediciones ganadas por Armstrong entre 1999 y 2005 han quedado desiertas. El comité director de la prueba decidió no acordar la victoria a otros corredores ni modificar las clasificaciones de todas las competiciones afectadas en esos años. Los aficionados clamaron porque decretaran otros ganadores, es que nosotros necesitamos un ganador. Un ganador siempre por encima de todos los demás, los derrotados. Pero a pesar de los esfuerzos de los distintos países por tener un vencedor con su bandera, se insistió en dejar desierta esa triste etapa. El motivo es aún más triste, el problema es que casi todos los segundos puestos de esos años, también se han visto implicados en casos de dopaje.

“Mens sana in corpore sano” fue una de las primeras frases que recuerde de un profesor de educación física en el colegio primario, de nombre Eliseo. Esa frase siempre la he vinculado con el deporte, de hecho es el lema institucional de Argentinos Juniors (luce la frase su escudo), club donde surgió Maradona, entre otros notables jugadores. Crecí con esa frase como condición sine qua non (ya que estamos con las locuciones latinas), esta plegaria a los dioses que nos legó el poeta romano Decimus Iunius Iuvenalis (conocido por nosotros como Juvenal), nos instruye para implorar la salud integral de la mente, el cuerpo y el alma. Es que una mente sana y un alma fuerte, nos ayuda a tener el cuerpo sano, y nos ha de ayudar a través de una paz interior, a desarrollar una vida plena de virtud. Ese es el slogan, y a propósito de la primera voz que me lo inculcó Eliseo, este profe también me convenció de ir a probarme al club del barrio donde él entrenaba. Y al llegar un sábado a mi primer entrenamiento, este se demoró por la presencia de un coche patrullero, que luego de una hora de hermético silencio y con todos los niños en el cemento de la grada, aguardando que comience la práctica, nos encontramos a Eliseo abandonando el club y esposado, porque había abusado de varios menores en su prédica de cuerpo sano.

Falta una semana para que termine el mundial. Se reedita el enfrentamiento América – Europa. Está más que claro que en el viejo continente son fieles a que gané un integrante de la unión europea. En América manejamos otros intereses. A un argentino o  a un brasilero le cuesta asimilar el tema de la integración, aceptando de esta manera que el otro se alce con el título. La rivalidad es absoluta, el vecino no debe ganar. En mi cuarto mundial fuera de casa, vuelvo a notar que sin disimulo, nos suelen acusar a los sudamericanos de malas prácticas, de viejas mañas, de antiguos sloganes. Previendo nuestra felicidad, algunos nos anticipan que no quieren que ganemos, al paso nos recuerdan que existen Alemania u Holanda en su favoritismo. Momentos puntuales del pasado siempre estarán presentes para ilegitimar cualquier logro. La manera de quitar ritmo futbolístico a la noble Europa, las pocas o muchas artimañas que utilicemos para alzarnos con la victoria, si brindamos o no espectáculo, siempre será visto con mucha atención crítica por estos rincones de cascos viejos.

Pero esa misma Europa que nos sermonea, está a la espera de que termine la contienda para contratar a los Cuadrado, Suárez, James, Di María, Alves, Keylor Navas o Aléxis Sánchez. La vieja Europa, representada por un ciudad sede de eurodiputados,  hace del chiste fácil una viñeta (de nombre “Colombia respira confianza”), donde tres jugadores colombianos están agachados como aspirando las líneas blancas del spray utilizado para delimitar la posición de las barreras; es la misma ciudad que estadísticamente es considerada con un nivel alarmante de consumo de drogas, y el país, indispensable en el tránsito de las mismas. Nos iguala esa mente tan poco sana que obliga a reirse de las debilidades ajenas, obviando las  carencias propias.

O ver al portero suplente holandés intentando con éxito, amedrentar a sus humildes rivales costarricenses a la hora de patear los penales,  con actitudes que si provinieran de Chilavert, Simeone o Maradona llamarían de pillería y que aquí comentan con sonrisa o como éxito de estrategas, con carpeta incluida de Van Gaal bajo su brazo. Y si comenta algo desatinado (costumbre en él) Diego Maradona, tendré que oficiar de abogado o embajador de mi país ante el desatino del ex jugador. Saldrá la palabra fácil, la que todos tenemos a mano, para preguntarme con sorna si se sigue drogando. Casi seguramente me lo afirmará, mientras se lia su cuarto o quinto porro de la jornada. Y yo me irá a casa incomprendido, descifrando si debe continuar Lavezzi o regresar el Kun, si debo ver el partido solo, en un bar con vecinos que quieren que gane Holanda o verlo con amigos; todas estas dudas, producto de que he sido víctima de una frase romana sobre la mente sana, que no logran implementar los portadores de ningún continente, los nuevos o el viejo...



PD: Solo sé que no sé nada, pero intuyo que los honestos pueden reconquistar los valores.

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