lunes, 21 de julio de 2014

Decime que se siente II



Somos un país raro, en muchos aspectos. Pero como estamos de resaca mundialista, la rareza hoy se limitará a la manera particular de ser argentinos futboleros. Desde 1986 en adelante, se ha profundizado la extrañeza, sin ya ser extraña, de ver como acuden a los mundiales de fútbol, contingentes de conciudadanos de tan diverso extracto social. No solo acuden barras bravas financiadas por políticos, dirigentes de futbol y jugadores. Los hemos visto acudir hasta con sus abogados, como en el Mundial de Sudáfrica, por si tenían problemas al entrar al país, a causa de sus antecedentes penales. En Brasil han burlado todo tipo de fronteras, y uno supone que cuentan con la complicidad de los encargados argentinos de velar por el orden. A lo largo del mes, 53 argentinos fueron arrestados y deportados. Uno de ellos, en conferencia de prensa (me sigue sorprendiendo, no que hagan conferencias de prensa, sino de que los medios concurran), amenazó con regresar a Rio de Janeiro para la final, y confesó que las entradas se las regaló el contable de Julio Grondona.

Pero también acuden otros personajes a las citas mundialistas. Peluqueros mediáticos, modelos o mujeres esculturales, actrices,  presentadores televisivos y otros materiales no estrictamente futboleros, más bien frívolos. El fútbol se ha farandulizado, pero el hecho solo se registra en forma tan masiva, en los mundiales. Todos ellos esperan la complicidad de las cámaras para tener sus momentos de notoriedad. Resulta patético observar las poses de algunas mujeres en pos de una supuesta fama, y el prestigio que predomina es el retroceso de la mujer, por ser considerada un objeto o postura. En ese afán argentino de ponerle nombre a todo, ya es habitual definir a este tipo de mujeres como botineras. Y los medios han dividido a las mujeres de los jugadores argentinos que acudieron al mundial en dos grupos distantes: divinas y populares.
La enfervorizada masa de simpatizantes invade cualquier rincón del país organizador, Brasil, al canto de un himno original, que se repite hasta el hartazgo. En ese canto se extrae la síntesis de lo que se ha convertido la rivalidad en la última década. El recuerdo constante de la humillación. Se canta como se vive, faltaría aportar la frase a los sociólogos. Se vive recordando al otro, el fracaso de turno. La canción, que yo mismo tarareé con más frecuencia a medida que avanzábamos en el torneo, recibió hasta la bendición del grupo Creedence. Su bajista Stuy Cook interpretó perfectamente una arista del empuje del tema, dijo que la adaptación del tema “Bad Moon Rising” golpea y mete miedo en el corazón de sus rivales en la copa del mundo. Ese punto de vista lo comparto, los jugadores lo han cantado al terminar partidos de relativa angustia como contra Suiza, Bélgica u Holanda, y me daba la sensación que era utilizado, como un escape para seguir avanzando en el objetivo. Pero en su esencia, se generó como una burla, una más.
Y en el se canta como se vive antes mencionado, tiene también otro componente. Brasil tiene 5 títulos mundiales, los últimos dos fueron 1994 y 2002, y los argentinos creemos que nuestros vecinos se han quedado paralizados de por vida, por aquel famoso partido de 1990. Y los paralizados debemos ser nosotros, desde aquel glorioso 1990 no superábamos por distintos motivos, los cuartos de final. Como sucede en la política, le cantamos al pasado. Es que el presente no tiene canción, salvo las de protesta, ignorancia o cambios constantes de bandos.
Y los alemanes nos ganan la final y se les ocurre festejar. Y lo hacen de una manera un tanto infantil. Adaptan un paso renqueante de cómo caminan los “gauchos” y como caminan con entereza los alemanes. Y a algunos, supongo que mediáticos o virtuales, les molesta. Y Víctor Hugo Morales les llama nazis asquerosos. El mismo que representa un socialismo de millonarios y un discurso sobre derechos humanos. Y en él no hay muestras mediáticas de contrariar a su compañero de tándem mundialista, Diego Maradona (otro millonario dícese de izquierdas), que momentos antes de salir al aire en su programa “De zurda” (un canto a la unidad latinoamericana), improvisó una murga que cantó el hit tan nuestro con la variación del que “se siete”, porque Brasil había caído por goleada. Y el propio Maradona “era” entrenador argentino en el anterior Mundial. Y los alemanes nos metieron cuatro, tres menos que a Brasil. Pero con esa soberbia popular que caracteriza al astro, aclaro con pedantería, que no era lo mismo. Pero yo sentí mucho dolor en ese partido, el desconcierto de nuestro entrenador era similar al de Scolari. La única diferencia era que el partido no era en casa.
Somos un país raro. No nos avergüenza nuestra eterna actitud desafiante e intolerante para con los otros, pero nos molesta que los demás nos carguen o nos juzguen. A mí en realidad me molesta el tópico que nos persigue cada tanto: el de que somos presumidos o insolentes.
Durante el mes que duró el Mundial, he escuchado comentarios que me han dolido de gente a la que considero cercana. No ocultaban su permanente deseo de que ganara Alemania, ya que era el único estandarte europeo para la ocasión. Y la permanente mención que los sudamericanos son liantes o tramposos puede estar alejada de la realidad, pero para muchos mantienen vigencia. Pues son tópicos que se han incrustado en todos los adn de todas las generaciones, y contra ello es difícil de luchar. Y yo me pregunto por qué algunos no realzaron el buen campeonato realizado, porque estaban todo el tiempo a la espera de que cayéramos. Debo llegar a la conclusión de que algunos a los argentinos los respetan odiándolos. Y no me extraña, en mi caso particular hago lo mismo con el equipo de mi viejo, Boca Juniors.
Atahualpa Yupanqui, desde París, donde vivía proscripto durante los años del peronismo, le escribía permanentemente a su mujer. Me hizo ruido este párrafo de una carta de 1954: "Te diré que los argentinos están bastante desprestigiados en Francia, por su petulancia, chauvinismo y suficiencia, casi siempre no justificada de manera alguna". Sesenta años después, el tópico permanece en algunas áreas, la carta puede ser escrita casi similar. Pero nosotros luego de ver en casi todas las portadas brasileñas o del mundo: “Decime ahora que se siente”, luego de perder la final, seguimos creyendo que el mundo ha flipado de admiración con nosotros. Cuando en realidad estaban hartos.
Pero el mal es universal, no es consuelo el párrafo final. En España los medios han festejado hasta el hartazgo la hecatombe brasileña. Han abusado de las imágenes de esa mujer que sufría sin descanso la escalada entre el segundo y tercer gol alemán. O han utilizado la imagen del niño llorando sin consuelo, que se frotaba los ojos por debajo de sus gafas, presumiendo que estaba viviendo algo más atroz que el maracanazo de 1950. Y tanto odio lo generaba un país mediático que hasta 2010, estaba llamado como de relleno en las citas mundialistas. Un campeonato ganado le dio vía libre para considerarse el amo eterno de este deporte. Y transmitió durante este mes de torneo una imagen mediática acorde a la que suelen criticar de los nuestros, se comportaron de manera despreciable.  


Para terminar, la visión del concepto de sentimiento genuino y rivalidad en las líneas de mí amiga Cecilia Angiocchi, quien dice no ser escritora habitual, pero cuando escribe, lo suele hacer excepcionalmente. 


Antes de siquiera abordar estas ideas debo aclarar que soy mujer y por ende NO entiendo el futbol, ni prácticamente nada de lo que lo rodea.  Normalmente me estorba, aburre y molesta el tiempo que me roba a mi marido.

Pero, todo tiene su excepción y otra vez, ostentando mi calidad de mujer  admito que me encantan los mundiales. De pronto entiendo el futbol y todo su significado, las pasiones, la emoción, la decepción….Durante un mes hasta miro partidos que no sean de mi país.  Supongo que  debe haber algo más detrás de esta fascinación que la simple pelota. Hay un pueblo verdaderamente unido tras un objetivo común y eso no lo vemos  a diario. Estamos exaltados y emocionados permanentemente y el clima festivo se contagia y se acrecienta con cada pase a la siguiente instancia.
Desde este rincón del mundo  no sólo nos dejamos arrastrar por el amor a la camiseta, anteponemos  el desprecio por los “enemigos”, esos rivales que por folklore futbolero hay que defenestrar y con eso nos sentimos más importantes, mejores. Clásico complejo de inferioridad podría decir un psicólogo (siempre y cuando ese psicólogo no sea argentino y estemos hablando de futbol, claro) Así que, durante este mundial desde el principio se convirtió en himno el que ya se habrá convertido en el clásico “Brasil, decime que se siente…” y vamos orgullosos cantando hasta el hartazgo convencidos que la superioridad  está con nosotros  porque así lo dice la letra.
El primer partido, correspondía al local  Brasil y horas antes en el colegio de mi hija los compañeros se preguntaban entre ellos quien querían que ganase, si Brasil o Croacia. Grande fue la sorpresa cuando ella respondió que Brasil, y para justificar su respuesta utilizó una lógica que me niego a despreciar. Ellos son un país limítrofe, hermanos nuestros, los tenemos cerca. Y por ende entiendo que se sintió más identificada con este país hermano y latinoamericano que con uno europeo del que casi no había oído hablar y con el cual no tenía ninguna afinidad. Y entonces me di cuenta de lo obvio, que el odio no es natural, es aprendido. Que ningún chico debe espontáneamente elegir como rival a ese que tanto desprecio nos genera sino que se lo imponemos como adultos enseñándoles que así debe ser. “Porque ellos también nos odian” “Mirá como nos tratan” “Fijate, ves que nos chiflan?” y yo no paraba de imaginarme a ese nenito brasilero  escuchando a su padre explicarle que somos el enemigo y sino que escuche la canción que les dedicamos. En pocos partidos mi hija descubrió que mejor era preferir que pierda Brasil. En sólo unos días pasó de la cofraternidad latinoamericana a “brasileños de mierda” Y no pude  más que sentir vergüenza.
El futbol es sólo un juego pero es claro también que es reflejo de una sociedad. Es el espejo que muestra las grandezas y falencias de una sociedad. La manera de vivirlo dice mucho de la gente que lo compone. Y lamento tantísimo que nuestra prioridad pase por odiar al otro para sentir que nos queremos a nosotros mismos.
Hoy mi hija es un poco más adulta con una lección aprendida pero sobre todas las cosas, hoy mi hija es un poco más argentina.

 

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