jueves, 5 de diciembre de 2013

El efecto de recuperar afectos

Hay personas que tienen las ideas bien claras desde pequeños. Conozco a varias  que tenían la seguridad que viajarían por el mundo y que vivirían en otros países como objetivo programado. Otros, como podría ser mi caso, se encontraron casi de un día para el otro con esa posibilidad. Tengo presente desde pequeño la visita de algún familiar paterno. La casa modificaba su tranquilidad por unos días, a veces solo por unas horas. Encandilado, escuchaba a un desconocido tío español deleitar hasta la emoción a mi padre, convertirlo en un anfitrión locuaz, y optando siempre por el mismo recurso, prolongaba la visita con una botella más de vino, a pesar del enojo de mi madre, siempre preocupada por preservar la salud de mi viejo. La lucha de mi vieja continúa, mi padre ahora aprovecha la visita de su único hijo para intentar saborear un nuevo tinto. Y yo soy ahora el personaje en cuestión, más de una década viviendo en otro país y mis arribos modifican la rutina de la casa paterna, que tampoco es en la que yo vivía antes de irme. Ahora sí, es la casa de mis viejos.

Mis viajes a Argentina suelen programarse varios meses antes. A pesar de dicha antelación, el proceso de adaptación al viaje y al regreso casi siempre pasa por fases similares. Los primeros días observo con algo de ansiedad los cambios. Hay cambios. Ni hablar de política, siempre hay cambios, siempre hay polémicas. Pero cambia el barrio, desaparecen sin respetar mi estructura mental edificios, casas, locales comerciales. Y van cambiando las personas, tanto por el paso inevitable del tiempo, como también por desencuentros o por cómo te va en la vida. A veces la sorpresa se da en el mismo hall de arribos del Aeropuerto de Ezeiza. A pesar del cansancio del viaje, uno debe sortear ese momento. No debe mostrar sorpresa, no estamos hablando de esos cambios positivos que también nos reciben. Si no de aquellas cosas que no te esperabas, esos cambios físicos que no presagiabas, esas canas o arrugas que al principio te duelen, o esas miradas que yo podría jurar y jurar que se ha ido apagando o resignando desde la última visita. Tragas saliva, le das un empujón al carro de las maletas y aceleras el paso entre los personas con carteles en mano que esperan al señor López, Johnson o Kio y dejas para más tarde el análisis de las personas, solo toca dar y recibir abrazos, recuperar parte del tiempo perdido y de la ciudad que has ido dejando atrás por el paso del tiempo.
Y las cosas que te pasan por la cabeza o los sentidos han sido estudiadas. Y tienen un nombre o teoría, lo busqué en Google y varios escriben sobre “El choque cultural reverso”. Es una especie de impacto regresar a tu cultura original después de vivir en una cultura extranjera por un período mayor a un año. Ese impacto se refleja en los cambios que uno nota y enfrentarlos supone atravesar un período de readaptación. Solemos volver por un mes y muchas veces necesitamos ese mes para re acostumbrarnos. Y cuando finalmente nos relajamos, es hora de confirmar la reserva de vuelta y despedirte con dolor de tus cosas y seres queridos y regresar a tu país de acogida. Y en mi caso, al regresar me toma dos semanas re acomodarme a mi vida y recuperar mi rutina, transito por las calles de mi pueblo como si estuviera enojado. Es un fenómeno raro, pero más raro es reiterarlo cada viaje.
Las reglas de comportamiento de mi país han cambiado desde mi marcha. Las consecuencias políticas tienen mucho que ver con ese cambio. Desde la misma autopista Ricchieri se notan esos cambios. Una especie de intolerancia o fastidio se nota en la conducción, la ansiedad se suele disfrazar dentro del traje del enojo, a la gente le molesta lo que hace el otro. Ese es el primer síntoma, los noto enojados. Llegas al peaje de salida de aeropuerto y comienza el drama de tratar de tener cambio. Si te toca esperar en la fila, es cuestión de segundos para que comiencen los bocinazos. Y otro detalle que no me acostumbro a aceptar es el ver en cuatro carriles cinco coches circulando al mismo tiempo. Esas primeras impresiones recogidas te advierten que ya estás transitando ese proceso mental repleto de emociones. La reacción inmediata en mi persona es una sensación de no pertenencia. Parece absurdo, porque a todas luces ese era mi entorno antes de abandonar el país. Pero me cuesta reconocer que esa es mi casa, me siento tenso y para colmo, el cambio climático sumado al jet-lag me resiente de inmediato.
Y me cuesta explicar esa sensación de no pertenecer a ningún sitio. Me muestro irresoluto, ansioso o anonadado. Le quiero contar a mi interlocutor lo que me sucede, pero lo quiero hacer sin que me mal interpreten. Es una sensación que me supera, el colmo sería que alguien se enojara presuponiendo que lo que le estoy contando es una queja. Mi viejo es el que mejor me entiende, pero no me puedo ayudar porque es parco en palabras y esconde sus emociones. Y en ese momento uno necesita hablar, sacarse esas sensaciones de encima para retomar lo que era tan habitual, reanudar las relaciones queridas. Otros te dirán que “No es para tanto” o te mirarán como si lo que dijeras fuera chino mandarín o cantonés. Pero todo está estudiado, tu fenómeno no es particular, te debe doler la estima al saber que formas parte de un colectivo también en estas sensaciones.
Mi barrio quedo instalado en mi memoria. Mis amigos también, mi club de fútbol y la plaza donde me crié. Idealizamos el recuerdo y cuando nos toca confrontarlos, parece que nos han movido burdamente el decorado. River no es lo mismo, y si me lee un hincha de Boca me querrá vacilar. Pero les advierto que Boca no es lo mismo, también me lo han cambiado y la transformación es tan evidente que me han quitado las ganas de cualquier burla. En el caso del futbol todo indica que ha ido hacia atrás, el deterioro es evidente. Pero el barrio ha cambiado también y en este caso el progreso o evolución se ha llevado a cabo sin esperarme, no ha necesitado de mi presencia y no ha respetado la maqueta que me llevé en mi memoria. Y te adentras en una dinámica en la que nada es como lo dejaste, cómo quisieras que fuera.
Corey Heller es un personaje que aparece todo el tiempo en Google cuando se analiza el regreso. Como todo lo bueno que tiene navegar por internet, también tiene parte de lo malo. Casi todo el que escribe sobre esta persona escribe lo mismo, no se disimula el copy-paste. Pero lo peor es incorporar a nuestro relato a una persona que no conocemos y menos procuramos conocer. Así que en internet la mayoría de los que escriben relacionan a Corey con el nombre de una mujer. Para mi sorpresa es un hombre, y no me sorprende que sea un hombre. La foto es clara. Me sorprende la poca investigación que a veces tenemos los que escribimos en blogs. Algunos creen que la repetición es un arte, a mi me parece un mal plagio. Pero bueno, no me quiero alejar del volver a casa y no quiero dedicarme mucho mas al señor Heller, más allá de lo que ha afirmado en su estudio titulado “Volver a casa tras vivir fuera”.
Corey Heller cuenta con vasta experiencia en proyectos de recursos humanos. Y nos cuenta en este estudio que uno cuando está afuera desea volver todo el rato. Pero cuando regresa, aunque sea momentáneamente, en algún momento está deseando irse de nuevo. El estudio hace hincapié en el trabajo que debemos encarar para superar esa necesidad de irnos, debemos reemplazarlo por la necesidad de averiguar lo que necesitamos para sentirnos a cada rato en nuestra casa, en donde estemos en ese preciso momento.
"Algo se perdió pero yo no tenía ni idea de lo que podía ser. Eventualmente miraba a la cara a esa extraña realidad que me decía que mi sentimiento de hogar nunca volvería a ser el de antes. Es un poco como estar en caída libre. Sientes que flotas sin rumbo en aguas inquietas. Nos sentimos claramente clandestinos. Lo que constantemente me pregunto es no ni siquiera cuándo volveré a tener esa sensación de hogar de nuevo, esa sensación de pertenencia a un lugar por encima de otros sin ninguna duda. Lo que me pregunto ahora es cómo puedo sentirme en casa en este preciso momento, en este lugar, con estas experiencias; sin buscar en cada momento el camino de vuelta a casa", copió y pegó de Heller porque creo que viene a cuento.
La primera vez que salí de mi país fue unas vacaciones a Brasil. Luego al conocer Perú, experimenté  la sensación agradable de conocer otras culturas tan distintas. En esas salidas me permitía comprobar lo que como argentinos teníamos o nos faltaba. En la estadía en otro país siempre aprendí algo nuevo sobre el mío. Pero a los 20 días estaba de vuelta en casa. Ahora esas 2 decenas de días se convirtieron en 12 años. Durante este tiempo he conocido sentimientos distintos, he admirado ciudades, he envidiado estructuras sociales y he adoptado un instinto de emulación. También he recogido sentimientos de admiración hacia mi país, agradecimiento por momentos históricos de solidaridad en épocas donde yo ni había nacido o por una condición de instruidos que a veces creo que es un falso tópico. También he recibido reproches como si mi presencia se vinculara a la de una especie de embajador. Y me ví obligado a explicar cosas elementales de la idiosincrasia de mi país de origen. En definitiva, siempre estará presente mi patria durante mis pasos por el mundo y siempre estará presente el mundo en mis pasos por recuperar ese país de origen que solo habita en mi memoria. Y en mi país de origen me dirán el “europeo” o el vasco y allí me dirán “el pibe”. Y mi síndrome cultural reverso continuará desarrollándose y he de encontrar respuestas a través del buscador en internet.
Hasta mi escritura está sufriendo la re adaptación. Me siento disperso, algo extraño. Como si hubiera perdido la familiaridad con las palabras. Releo a cada instante, busco y rebusco palabras, me obligo a centrarme en la temática, me doy cuenta que la idea con la que me senté a escribir va mutando a partir de la tercer línea y yo mismo observo sorprendido la pantalla a la espera de ver a donde me conduce este Word. Llevo escasos cuatro días en el país, me distancian los cambios, me acercan los viejos afectos. Comparo con mi mujer y ella experimenta otras cosas, no se parecen los diagnósticos. Me doy cuenta que me gusta estar en mi país y que también me gusta vivir en el País Vasco. Que una cosa no ofende a la otra, y que en el proceso incorporo las cosas positivas y dejo de lado lo que no me gusta. Espero con ansias que mis dos países cambien de una vez las cosas que nos hacen sufrir como sociedad y postergan nuestro crecimiento, no el económico que va y viene, sino el crecimiento como personas, que a veces da la sensación de haber perdido la prioridad.
Hay una frase que me suele molestar su uso en la totalidad de ciudades de España. “Cómo se vive aquí no se vive en ninguna parte”. Hay muchas otras ciudades donde se “vive así de bien” o se supone. Me gusta regresar a mi país pero no me puedo abrazar a esa frase tan nacionalista. Prefiero comparar unos lugares con otros como una forma útil de festejar valores propios como advertir diferencias y tratar de modificarlas. Mientras tanto, dejo pasar los días, me acomodo al síndrome cultural reverso, mientras sigo buscando el estado ideal, que me da la sensación que solo habita de vez en cuando en mi cabeza. Y mi viejo aprovecha para ofrecerme otro vasito de vino.












No hay comentarios:

Publicar un comentario