Se
siente uno raro al tener que justificar la preferencia por el libro de papel.
Ser tecnológico a medias, saber bastante de diseño, aceptar las redes sociales,
escribir y diseñar un blog parece que te obliga a tener una tablet. Pero lo
raro de tener que justificar que leo libros de papel es que en el temario
de la siguiente discusión, mi
discutidor/a justifique su predilección por las calles de Lisboa, que comparto,
debido a ese toque nostálgico que deja el paso del tiempo. Y me quedo en
silencio para no reabrir el primer tema y me voy a casa con la aureola negativa
de nostálgico por un tiempo que ya pasó. Y mi discutidor/a se va a su casa con
la convicción de aceptar la realidad de los avances y cambios en nuestras vidas
y con la fantasía de poder tomar en el 2014 un viejo tranvía que lo acerque a
las calles del Chiado.
Al
acercarse las vacaciones veraniegas en estas latitudes se intuye que para las
navidades, la compra de tablets se convertirá en el regalo fetiche. Y la duda, al
menos de la persona que discutió mi inteligencia por no estar adherido, pasa
por comprarse un i-pad o kindle para la lectura de sus e-books. “Si hubieras
probado esta tecnología, jamás volverías al papel”, es la frase que me queda
grabada de la discusión. Intuyo que en parte es cierto, porque también me lo
advirtieron con otras tecnologías. Con algo de malicia podría agregar algo así
como “Si probaras con la telefonía móvil, jamás hablarías por teléfono”.
Sacarías fotos, leerías los titulares del periódico, mirarías las
actualizaciones del face, recordarías al instante el nombre de una canción al
accionar el shazam de tu aplicación, mandarías un sinfín de SMS hasta que te
pasaras al sinfín de wassap, y en una urgencia o desliz, utilizarías la tecla
de marcado rápido para hacer una llamada. Pero a un día de la Nochebuena, no es
cuestión de mostrarse ácido. Tengo móvil, es un excelente despertador y muy de
vez en cuando me sorprende una llamada. Pero por el momento, aunque la duda
cada tanto me invade, priorizo el libro de papel. Porque cuando un domingo a
las perdidas me acerco al kiosco de Xavi y compro El País, me paso los primeros
diez minutos disfrutando el roce del papel nuevo con el tacto de mis
dactilares. Y lo mejor, nota que encaro, nota que leo toda.
A
mi viejo le regalaré un libro este 24M. Y mi viejo agradecerá el papel porque
no creo que leyera un e-book. Y un amigo que conocí en Plentzia y visité en su
casa de Villa del Parque, me regaló cuatro libros excelentes de autores que ya
hemos profundizado en nuestros encuentros plentzianos y mientras me los ofrece,
me reconoce que caerá en breve en el hechizo de los e-books. Pero no hay
discusión sobre estilos, diseños ni nada, simplemente a él le llegó ese tiempo.
Igual me mira con nostalgia cuando me voy en busca del autobús 114 y luzco en
la mano los libros que me obsequio. Comprendo que él no abandonará el papel,
simplemente alternara, como hago yo cada tanto con el periódico impreso.
Se
dice que gracias a Gutenberg el mundo cambió. Pero también soportó
controversias. “¿Reemplazar el rollo de papiro por un papel que se rompe con
facilidad? ¡Qué horror!”. La magia del copista reemplazado por la imprenta pudo
haber tenido gran cantidad de detractores. Así somos los humanos, reacios al
cambio hasta que finalmente sucumbimos. En mi defensa, no soy reacio. Todavía
estoy en condiciones de sostener el libro como herramienta de lectura. Y no se
trata de poder adquisitivo, que no lo tengo en abundancia, sino que yo le pido
a Gorka de la biblioteca de Plentzia tres libros y él me los consigue. Y el
argumento inútil con el que intentan modificar mi rutina no me conmueve en
absoluto, “en una tablet puedes almacenar infinidad de títulos para leer a
menor costo”.
Caminando
por Mainz, en castellano Maguncia, además de la Plaza del Mercado y el casco
antiguo, el otro ámbito donde nos deleitamos con las fotos es en el paseo por
las cercanías del Museo Gutenberg. Calles peatonales de piedra redondeada,
jardines muy coloridos, fuentes de agua fresca te llevan hasta la orilla del
Rin. Infinidad de recreaciones artesanales de imprentas donde los niños
participan de talleres, los libros de exhibición impresos entre los años 1400 y
1500, numerosos incunables impresos por el maestro alemán, el primero de ellos,
la Biblia, que incluye algún pequeño error altamente cotizable. Asientos en la
plaza alrededor del museo con diseño como cuñas tipográficas te obligan a
sentarte y seguir sacando fotos. Todo este mágico ámbito medieval perdura hasta
que encaras la búsqueda del tren, ahí aparece la ciudad nueva, y desciende el
volumen fotográfico. Como descendió el volumen de gente que copiaba a mano
limpia al arribar al mundo la imprenta.
Otro
amigo, acérrimo defensor del libro se excede a la hora de defender el papel
impreso. “Nunca te va a dejar tirado como nos sucede con el ordenador. No
requiere conexión ni necesita batería ni se rompe la pantalla dejándote sin
lectura”. En mi caso, no necesito enumerar ventajas o desventajas. A mí que las
lecturas muchas veces llegan por casualidad, una de esos imprevistos me lo
genera la contemplación de una tapa y diseño. Han sido más las agradables
sorpresas que los chascos con ese método y otro hecho contundente es que mi
memoria mejora cuando me alejo de lo tecnológico, los datos y recuerdos acceden
más nítidos a mi memoria, la tecnología me dispersa, no recuerdo de donde saqué
la información. El libro me recuerda determinada lectura para compartir y su
diseño no me deja olvidar su existencia, a la hora de divagar contenidos. Y
contra la corriente del marketing, el libro bajo el brazo sigue dando un status
incomparable. Recuerdo a mi amigo Marcelo que me decía que con un libro ganabas
respeto, y te levantabas minas…
Lisboa
tiene un sabor a nostalgia, el tiempo parece detenido. Los barrios
tradicionales comienzan donde terminan otros, caminar por la Alfama, la Baixa,
el Chiado, el Barrio Alto o Belém no te puede aburrir jamás. No nos cansa
caminar Lisboa, solo hacemos la concesión de tomar un tranvía por el simple
hecho de disfrutar esa obsoleta tecnología. Levantamos la cabeza y nos conmueve
y hechiza el entramado de cables, símbolo de la fotografía en tierras lusas. La
Lisboa de día solo parece competir con la Lisboa nocturna. Las calles
iluminadas, aunque la crisis parece que las mal ilumina, el canto triste pero
cálido del fado que nos remueve como el tango en Pompeya o Parque Patricios, los
edificios señoriales, los azulejos típicos en las fachadas, el Castillo en la
cima de la colina, todo junto te obliga a pensar en Fernando Pessoa y ese
pensamiento se hace carne al llegar a la Plaza de Camoes y ver la estatua del
escritor adorado por Saramago, a quien yo adoro. En esa zona se reúnen aún los
intelectuales, tratando de imitar aquellas reuniones de finales del siglo XIX y
principios del XX. La única pega de caminar hoy por Lisboa es que a cada paso
te van a ofrecer droga, o al menos a mí que debo mantener rasgos de
marginalidad. A pesar de este contratiempo, a la hora de imaginar caminar por
alguna ciudad, la lisboeta se lleva la palma.
En
Buenos Aires tengo mi biblioteca, que en cada viaje actualizo o reviso. Las
distintas etapas de mi crecimiento están reflejadas en los distintos estantes.
Verne, Salgari, la colección Robin Hood, dejaron paso a Stephen King o John
Grisham. Estos fueron sucedidos por Shakespeare, García Márquez y Vargas Llosa
al mismo tiempo. El colombiano y el peruano me acercaron al realismo mágico y a
Los siete locos de Roberto Arlt. El Bardo de Avon (no confundir con el bardo de
algún amigo con Pachuli) me acercó a Cervantes por una cuestión de similitud de
fechas; El manco de Lepanto me permitió conocer otros clásicos la literatura
hispana; la literatura hispana me permitió tener como profesora en el San Roman
a la profesora Galicchio, ella me presentó el teatro y la primera literatura de
mi adolescencia. Me acerqué a los Amis, a Wolfe, a Woolfe y así hasta los
Saramago, Baricco o Javier Marías. Y a todos llegué a través del libro impreso
y el libro impreso me lleva a la escasa biblioteca en Plentzia y a este
respetable archivo en la casa paterna. Y la casa paterna me atrapa en mis
viajes a Buenos Aires y me da una sensación de protección que rara vez disfruto
en las nuevas ciudades y tecnologías. Y tengo que dejar la entrada para
comprarle el libro a mi viejo, y lo quiero hacer pronto para disfrutar del
papel mientras lo envuelven para regalo y lo quiero hacer pronto antes que la
tecnología del blog me haga olvidar el titulo escogido para el regalo. Llegará
en algún momento el e-book a mi vida, solo temo no tener un hilo conductor
posterior para ligar todos mis recuerdos que son los que me siguen emocionando
a pesar de tanta tecnología.
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