lunes, 16 de diciembre de 2013

Los míos, los tuyos, los nuestros, los que no tengo

“Nena, ¿para cuándo? Mirá que se te va a pasar el arroz”. Cuando la descendencia se posterga, la pregunta inoportuna y poco sutil no demora en llegar. Y la mayoría de las veces son las propias mujeres quienes exponen a sus congéneres. La pregunta es de todas las épocas. Lo que viene sucediendo es que antes las respuestas eran ambiguas, ahora pueden ser contundentes: “Yo no quiero ser madre”. La sociedad cambia, la polémica sobre las familias y sus consecuencias no cesan. Pero tampoco paran las tendencias de modificarse, es cuestión de seguirle el ritmo a los cambios.

Las causas pueden ser diversas. A veces, la decisión de no tener hijos no solo depende de la economía familiar. Puede ser una carga para el desarrollo de una mujer. El ámbito empresarial exige mucho y no es fácil retomar una carrera después de una baja maternal. Mucho menos después de dos, tres o cuatro. Por eso no extraña al observar que uno de los colectivos que más ha descendido en los últimos 10 años es el de familias numerosas. En la década 2001-2011 pasaron de ser 994.666 a 631.186, es decir un 36.5% menos.
Antes de la década de los 60, las familias que no tenían hijos era a causa de la guerra, ya que los hombres se enrolaban y morían, o por cuestiones de pobreza o de hambre, amén de un porcentaje menor producto de infertilidad y de un porcentaje aun menor que no se investigaba: “Dios no quiso”. Promediada esa década, un número importante de mujeres decidió renunciar voluntariamente a la maternidad. La revolución anticonceptiva estaba en marcha. No tener hijos pasó a considerarse como algo raro o una desviación. La maternidad sigue siendo considerada en nuestras sociedades como un destino lógico, el fin de cualquier unión y el documento que finalmente te acredita la condición de mujer.
Solemos creer que las mujeres que no quieren tener hijos son egoístas. Esas definiciones pueden generar un enorme malestar en la mujer y alterar el equilibrio de la pareja. Muchas veces hemos de tomar partido apiadándonos del hombre que no logra convencer a su pareja. Tenemos una posición social bien clara al respecto, la cuestión es que ella ceda a sus caprichos. Para otros, esta es una decisión más de todas las que debemos razonar a la hora de llevar adelante nuestras vidas. Si un hombre no quiere ser padre porque su trabajo no le permite llevar con competencia tal responsabilidad, lo vemos más natural. Si el hombre es un tiro al aire, solemos agradecer que no tenga descendencia. Pero con la mujer es más duro, su exposición y soledad queda de manifiesto.
Hay estadísticas que reflejan que hombres y mujeres comparten el mismo nivel de deseo de ser padres. El 59% de los hombres están bien cerca del 63% de las mujeres, en porcentajes estrechos ambos manifiestan el deseo de procrear. Pero la variación que llama la atención es que una vez lograda la descendencia, parece que los hombres se arrepienten más que las mujeres de haberla tenido. Y muchos hombres acusan de soledad o manifiestan su rabia una vez que la madre se dedica a su hijo. “Estaba claro que ella quería tener un hijo y yo fui su instrumento”, lo habrán escuchado alguna vez.
En Europa un 20% de las mujeres no son madres y teniendo en cuenta que entre un 2% y 3% no lo son a causa de infertilidad, parece claro que es una elección de estilo de vida u otros motivos. Y aparecen otras estadísticas que nos aclaran el panorama. Si bien el rol de la pareja ha mejorado en cuanto a la dedicación de las cargas del hogar y la atención a los niños, sólo un 2.1% de los varones reduce su jornada laboral frente a un 21.1% de las mujeres. Y si se trata de pedir una excedencia, las mujeres lo hacen en un 38.2% contra el escaso 7.4% de los padres.
Los hijos generan un cambio en estas nuevas sociedades de los 2000. En 1981, solo el 4.4% de los bebés nacían fuera del matrimonio. Ahora nace uno de cada 3. Esa tendencia determina que la procreación sigue empujando a las parejas a casarse, aunque ahora lo hacen cuando los hijos han nacido. Consideran que casarse combatirá mejor la burocracia estatal y beneficiarán tanto a la pareja como al recién nacido. El entramado institucional sigue dirigido básicamente a la familia nuclear (matrimonio con hijos comunes). Otra causa por la que la gente decide pasar por un registro civil o iglesia puede ser la existencia de una hipoteca. Así todo, otra estadística que crece es la de las parejas de hecho, que equipararon o superaron a las de derecho.
El matrimonio es tendencia cada vez más tardía. 33 años ellos y 30.8 ellas al contraer la unión. La tolerancia social todavía pesa en la decisión. Hay una idea muy asentada que el matrimonio dura toda la vida, salvo que  se rompa. Y se rompe. Existe un porcentaje que se casa porque la fe, empuja a la iglesia. Pero como hay menos fe, se acercan al ayuntamiento o juzgado. Aumentaron los matrimonios civiles por sobre los religiosos, la falta de fe o el no deseo de complacer gustos familiares pueden ser parte de las causas; los matrimonios entre personas del mismo sexo, quizás condiciona el cambio de tendencias. Y ya no asusta tanto la posibilidad de una separación. Y cuando se rompe la relación, el divorcio contempla cada día más la opción de la custodia compartida.
Compartir la custodia se concede cuando hay mutuo acuerdo y no resulta perjudicial para los hijos. Negociaciones de 3 ó 4 días semanales cada parte es moneda corriente, se alternan los fines de semana y se intercalan los periodos vacacionales. Esto siempre hablando de algo consensuado. Esto ha generado el sentimiento inmediato de mudar cada dos días de casa, ya no existe la base de la guarda por parte de la madre y la cría manteniéndose en el domicilio familiar. Ahora abundan dos pisos donde habitan, dos dormitorios condicionados y en cada uno de ellos, ropa, juguetes o instrumentos de estudio para cada hogar. Y también aumenta la sensación de que un niño puede llegar a sentir la duda de si es normal tener ocho abuelos. Esto es a consecuencia de un fenómeno en franco aumento, la familia reconstruida, es decir familias formadas por hijos procedentes de uniones anteriores a los que pronto se suman los nuevos descendientes de la nueva pareja. Preocupados por la salud mental de los niños, es un dilema que tardará en comprobarse. Los niños aparentan manejar estas situaciones con mayor naturalidad que los adultos. Pero a no confiarse.
Y ha aumentado el porcentaje de familias monoparentales y dentro de este colectivo, el 86% de estas familias las encabezan mujeres. El origen de la monoparentalidad puede ser el divorcio, una práctica que ahora es perfectamente asumida socialmente. Hasta 2005 eran más frecuentes las separaciones que los divorcios. Las parejas se han modernizado, la estructura sueca o británica parece imitarse. El ser humano no necesita la seguridad o autorización matrimonial para procrear, y por otro lado, la igualdad jurídica de los hijos será la misma sea cuál sea el estado civil de sus padres. Ser madre soltera ya no es un estigma, esconder un embarazo antes de casarse no es un escándalo.
Es una revolución común en toda Europa, iniciada por los países nórdicos y Francia la impulsó en la década de los años 70 del pasado siglo. Los hijos nacidos fuera del matrimonio aumentan en todo el mundo y se supone que dentro de 10 años estaríamos hablando de que la mitad de los niños nacerán fuera del matrimonio. La siguiente demanda es proteger a este grupo que puede resultar vulnerable y con riesgo a la pobreza. Ser monoparental involucra más de una economía, el tener montada más de un hogar y no compartir los gastos. Hay países como Holanda o el Reino Unido con una larga tradición de apoyo a este colectivo, con programas dedicados a las personas que viven solas, especialmente mayores de 65 años.
Y este grupo está creciendo considerablemente. Y crece a la par que el envejecimiento de la población. Este fenómeno debería ser el más estudiado. El incremento del número de hogares formados por solo una persona mayor de 65 años creció en la última década un 25.8%. La dependencia seguirá creciendo y al mismo tiempo vemos como se siguen recortando las políticas de ayuda y no hay planes de protección específicos. La tasa de natalidad está en 1,2 hijos por mujer y las que superan esa tasa suelen ser personas de escasos recursos formativos e intelectuales o que aun conservan una vieja tradición del respeto religioso por la procreación como sustento de la estructura familiar. Es decir que natalidad versus conciliación es un dilema que no parece tener medidas claras para regularlas.
Hay una variedad de unión forzada por el modo de vida y la situación económica. Una de esas modalidades recibe el nombre de matrimonios de fin de semana: son parejas separadas de lunes a viernes porque trabajan en distintas ciudades. Y la inmigración también ha generado un aumento considerable de matrimonios con al menos un contrayente extranjero. Y un tercer elemento al modo de vida contempla a esas parejas rotas que no se separan a consecuencia de la crisis. Resulta inasumible la situación posterior al divorcio porque supone dos casas, dos hipotecas, una sola entrada si la hay y no alcanza para asumir los gastos fijos que siempre estarán presentes. Optan por aguantar porque consideran que es insostenible el hecho de no poder seguir manteniendo el costo de vida que convivir con una persona con la que ya no hay feeling.
En los momentos festivos como las navidades se ve la cantidad de familias que se van entremezclando en nuestras vidas y las asumimos con sorpresa o confusión inicial pero con naturalidad luego. La cuestión pasará por llevarse bien. Los jóvenes adoptan este sistema con aparente naturalidad, aunque se manifiesta que para ellos también es una situación algo embarazosa al momento de definir su relación. Muchos optarán por decir mi señora, otros mi pareja, pero supongo que a la mayoría le gustaría tener un concepto a qué atenerse al presentar en sociedad su nueva estructura de relación. El tema para finalizar es lograr discernir si se logra el objetivo de buscar la felicidad. La manera de conseguirlo parece que ya no es única: se puede tener hijos, no tenerlos, convivir sin papeles, casándose, separándose, viviendo solo y hasta viviendo con los hijos de otra persona. La relación ya no es para siempre, como en el resto de las cosas es hasta que se desgasta o peor, hasta que nos conocemos. Lo que no se tolera aún es seguir viviendo con esa insatisfacción que se sigue transmitiendo de generación en generación.


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