jueves, 19 de diciembre de 2013

Distensión de la sensualidad

Llevo casi una hora alternando palanganas. La de la derecha tiene agua caliente, cercana al hervor. Lo mejor es que pase pronto un minuto para cambiar la pierna a la cubeta de la izquierda, con agua fría y el refuerzo del hielo. El esguince de tobillo no da tregua y el diagnóstico de posibilidad quirúrgica que me dieron el pasado lunes me apabulla. Estoy obsesionado mirando si mi pie recupera la forma habitual o se profundiza la forma de bola que lleva cuatro semanas instalada. En el medio del caos de las aguas me viene a la mente que mi primera observación destinada a la belleza de la mujer siempre va dirigida a los pies. Y no me siento seductor con la hinchazón de mi pie derecho.

El estudio “Informe sobre el tacto íntimo: zonas erógenas y organización somatosensorial cortical” publicado por la revista especializada en neurociencia “Cortex” confirma que los labios encabezan las zonas más erógenas del cuerpo para hombres y mujeres. Le siguen las orejas con sus lóbulos, ambos órganos genitales, los pechos y los pezones y confirman que los pies pasan al fondo de nuestras preferencias sobre el deseo y su correspondiente seducción. Una mala noticia al menos para mi persona, no pienso cambiar mis hábitos iniciales para definir la belleza femenina. Alterno de los pies a las manos y luego intento confirmar otras características más vinculadas con la persona.
Aparentemente en el estudio participaron 800 hombres y mujeres de las islas británicas y del África subsahariana. A los encuestados les ofrecieron un muestrario de 41 partes del cuerpo humano y estos los fueron ordenando de mayor a menor según su “intensidad erógenas” vinculada al tacto o al contacto.
Mi devoción por el pie femenino comenzó seguramente en mi adolescencia. La llegada del verano me supone una brisa de felicidad visual al reaparecer la sandalia o el zapato abierto. En las otras estaciones aguardo agazapado que entre tantas botas o zapatos cerradas, se pueda vislumbrar un pie y si no me conforme con las piernas. Hace más de tres décadas observaba todas las mañanas en la parada del autobús 152 en la avenida Cabildo a una mujer seguramente directiva o empresaria que aguardaba apoyada en la parada del bus y siempre se sostenía con un pie apoyado y el otro en punta. Todas las mañanas continuaba mi camino con el sobresalto hormonal de querer detenerme solamente para juramentarle lo sensual de sus pies. Pero nunca me detuve, no sería fetichismo, apenas alcanzaría la condición de mirón y frustrado. Y gracias a mi esguince puedo recordar esa imagen que me alegraba las mañanas en los ochenta.
Los 800 sondeados coincidieron en denostar los pies. 3 de cada 4 le dieron la espalda en la elección y esta decisión viene a modificar tendencias científicas que aseguraban la sensualidad de los pies y que era consecuencia por la proximidad de sus sensores al de los genitales en la corteza somatosensorial primaria. Y aquí entraba en escena el neurólogo Vilayanur Ramachandran, quien llegaría a conclusiones sorprendentes vinculadas al estudio sobre el dolor en los miembros fantasmas. Tras la amputación de una parte del cuerpo, la zona correspondiente del córtex cerebral deja de recibir información de esa extremidad, pero durante un tiempo puede continuar activa, haciendo creer al cerebro que el miembro amputado sigue allí. Varios pacientes con un pie amputado refieren no solo haber aumentado la intensidad de sus orgasmos, sino aseguraban sentir placer sexual procedente del pie fantasma.
Las conclusiones del estudio según la revista, aseguran que el doctor Ramachandran puede haber confundido la sensación del tacto con la atracción de la vista, y que la plasticidad cerebral (es decir cualquier lugar del cerebro) puede ayudar al gusto por la sensualidad del pie también en casos sin amputaciones algunas. Lo denomina fetichismo puramente y según las nuevas tendencias, ya no cuenta con el placer de las nuevas generaciones. En tal caso, tengo una amputación fantasma en mi corteza cerebral, me han dejado solo en la cruzada sobre el elegante andar y saber estar de un delicado pie femenino.
El arte en sus diversas expresiones implica al fetichismo del pie en sus gustos más diversos y estéticos. Pero el colmo es estudiar una obra de los hermanos Grimm, Cenicienta como una manera de representar la podofilia (a no asustarse, se refiere a la parafilia donde predomina un intenso placer vinculado al fetichismo del pìe). El príncipe es capaz de reconocer a Cenicienta no por la cara, por su aroma, por una presunción o corazonada, sino solo cuando encaja en su pie un zapatito de cristal que había perdido en su forzada marcha para esquivar la medianoche. El análisis incluye el interrogante de porque el otro zapato no se volvió a ver, suponiendo que se convirtió en una costrosa sandalia campesina. Superando que se analice este cuento, podemos encontrar un sinfín de referencias al pie en narraciones chinas, hindúes o egipcias, donde un simbólico zapato puede ayudar a identificar a la protagonista. Y para terminar con la versión de los hermanos Grimm, analizan que las hermanastras de Cenicienta llegan a mutilarse un par de dedos y hasta cortarse el tendón de Aquiles para encajar el pie en el zapatito de cristal, adelantándose un par de siglos a las operaciones de cirugía estética e inyecciones de botox en los talones.
Intentando superar la conmoción ante el incondicional amor al pie, y antes de encarar mi tercera inmersión en las tinajas del día, recuerdo el placer que me ocasiona caminar en el verano descalzo hasta casi la entrada del propio puerto de Plentzia. Y ese recuerdo me arrastra hacia las placenteras caminatas descalzo por la arena de las calles de Villa Gesell en el trayecto entre la playa con la casa alquilada de turno. Recuerdos que atribuía a una exquisita nostalgia por mi inocente juventud o adolescencia. Intentando no entrar en pánico por temor a desnudar mis perversos gustos o predilecciones por el accionar de un lindo pie, me topo de frente con una nota publicada en 1910 por Sigmund Freud, donde explica que la podofilia se sostiene en que el pie representa el pene de la mujer, cuya ausencia impresiona fuertemente. La conmoción me gana nuevamente, dando paso a la desesperación, ya que un nuevo recuerdo irrumpe en mi memoria. Me gustaban los pies de Roxana, mi primera psicoanalista. Estoy jodido, con esta entrada he de perder la credibilidad que la mayoría de mis seres cercanos estiman en mí. Y qué decir de la llegada del próximo verano plentziano, donde deberé observar resignado como mis conocidas se cubrirán en todo momento sus pies temerosos de mi estimación y con gesto contrariado, valorando mi supuesta enfermedad eterna. Las pocas que se acerquen lo  harán en patas de rana para esquivar la lascivia de mi mirada freudiana.
El mismo Freud analiza que sin ser conscientes de las diferencias sexuales de hombres y mujeres, la primera parte del cuerpo que un niño observa introvertidamente en la gente es el pie, la primera referencia que encuentra. El cerebro puede atribuir al pie propiedades sexuales que lo acercaran al fetichismo. Freud me ha condenado, eso explica mi eterna timidez y sumisión al observar siempre hacia abajo ante el reto de la directora de la primaria, que vale la pena decir, tenía unas patas horrendas.
Pocas veces elogie un buen pie, la timidez no me permitió desarrollar a gusto el supuesto fetichismo que profeso. Mis pies solo han sido alabados en contadas ocasiones y no supe decodificar el mensaje. Los zapateros, tan cercanos a poder incorporar el hábito, nunca han mostrado predilección por mis extremidades. Es lógico de entender, calzo 46 ½ y les hago perder el tiempo, porque no es tan factible que obtengan de mi una venta de las fáciles.

Resumiendo y para cerrar la entrada, por esta única vez me aferro a una condición de practicante católico que mi estadía en tierras europeas ha abandonado. En la religión descalzarse es señal de respeto, lavar o tocar los pies es muestra de humilde adoración y el pie simboliza la base del alma. Puedo dejar aquí esta entrada y apoyar mi dolorido pie derecho en la tina de agua caliente. En cuestión de un minuto recuperaré la placidez en mi rostro al introducirlo en el agua con hielo de esta deshidratada Buenos Aires de 33º grados y cortes de luz progresivos.

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