lunes, 2 de septiembre de 2013

Varsovia, postales con carácter



La visita en avión a Varsovia generalmente comienza por Chopin. El aeropuerto F. Chopin está situado aproximadamente a diez kilómetros del centro de la ciudad. Para llegar, se recomienda el autobús 175 y bajarse en la parada Centrum. No es difícil de localizar aunque desconozcas el idioma, ya que en el interior del bus una pantalla gigante lateral irá cambiando de luces cada parada y te marcará los minutos que restan para tu destino. Pero no es el único medio, por la noche el N32 también te acercará al centro y si quieres, puedes utilizar el tren para acercarte a la margen derecha del Vístula.


Fryderyk Chopin está por todas partes. Su nombre se incluye en el aeropuerto pero también en hoteles, una marca de vodka e incluso un asteroide recibió su nombre. Se destaca como el mayor compositor de Polonia y su patria no lo olvida y lo aprovecha. Chopin no nació en Varsovia, pero sus padres se instalaron en dicha ciudad cuando Fryderyk cumplía su primer año. Comenzó a estudiar piano a los cuatro años, fue educado en su casa hasta los trece antes de asistir al Liceo de Varsovia y luego al Conservatorio de Música en la misma ciudad. Compuso su primera obra a los siete años y hasta hoy es considerado como uno de los más importantes compositores y pianistas de la historia.

Como sucediera con su padre, Nokolaj Chopin, quien fuera un emigrado francés con antecedentes familiares polacos, Fryderyk también supo abandonar su Polonia amada luego del levantamiento polaco ante la dominación rusa y no regresar jamás. Optó por radicarse en París, su carrera también necesitaba de una urbe acorde con su genio ya que Varsovia no formaba parte de la élite musical, pero siempre estuvo atento a los avatares de su país, sufriendo a diario por la falta de libertad. A pesar de cambiar de nacionalidad y pasar a ser francés, siempre fue considerado héroe nacional. De hecho, sus polonesas y mazurcas eran percibidas como expresiones de patriotismo donde el autor expresaba su “polaquismo”. Con su padre compartió un destino casi calcado, los dos mantuvieron una relación epistolar, donde el padre escribía en francés desde Varsovia y su hijo contestaba en polaco desde París.

Desde pequeño sintió fobia hacia la muerte, quizás ante el temprano fallecimiento de su hermana Emile. Análisis modernos de psiquiatría basados en su correspondencia y memorias, sugieren que tenía cuadros depresivos y esquizofrénicos. Y muchos expertos creen que sus grandes problemas de salud que arrastrara desde pequeño eran a causa de esos desordenes internos, asegurando que una tuberculosis nunca tratada derivó en tantas anomalías, de salud y de carácter. Tras la caída de Varsovia en manos rusas, escribió una larga carta descorazonadora donde entre otras cosas reflejaba: “La muerte es el mejor acto del hombre, ¿y cuál es el peor? Nacer: lo más opuesto que hay a lo mejor. Tengo razón en estar encolerizado por venir al mundo: ¿a quién le sirve que yo exista?”.

Murió en octubre de 1849 a los treinta y nueve años y su último deseo fue como un desesperado pedido, que le abrieran su cuerpo para que no existiera la posibilidad de ser enterrado vivo. Así fue concedido, se le extrajo el corazón y su hermana Ludwika fue la encargada de llevarlo a Varsovia, a la Iglesia de Santa Cruz. Su cuerpo, en tanto, descansa en el cementerio Père Lachaise, de París.

Al festejar el doscientos aniversario de su nacimiento en 2010, en Varsovia se instalaron una serie de bancos musicales en lugares significativos de la vida de Chopin. Contaban con una inscripción que decía el por qué de la importancia del lugar para el compositor y, si se pulsaba un botón, sonaba un fragmento de una de sus obras. Como curiosidad, dos operarios se dedicaban exclusivamente a su mantenimiento y recargaban la batería de cada banco una vez a la semana.

La música clásica forma parte de la cultura de esta ciudad con dos millones de habitantes. Por eso mientras paseas por la Ruta Real es habitual detenerte más de una vez para deleitarte con los músicos callejeros, que con violín al hombro, tanto solistas como agrupados con guitarristas o acordeonistas y con una precisión digna de cámara, alegran el paso de los turistas hacia la ciudad vieja.

Varsovia, como toda ciudad rica, ha sido castigada a lo largo de su historia. Ha padecido asedios, conquistas, incendios y repartijas; unas veces eran suecos, otras veces transilvanos, los napoleónicos conocieron el desfile por sus calles, sufrieron a los rusos y fueron devastados por los alemanes. Era un trofeo preciado por todos pero no dudaron en destruirla, como esos amores pasionales. La Segunda Guerra Mundial la destruyó por completo. Pero se ha reconstruido, con paciencia, fe, amor y entusiasmo, respetando la historia y aprovechando el material fotográfico de archivo. Si te acercas a la Aleje Jerozolimskie 51 y por la tarde, puedes adentrarte en el Fotoplastikon de Varsovia, donde una colección de más de tres mil fotografías originales te permite reconocer a una Varsovia a caballo entre dos siglos. Los varsovianos consideran al Fotoplastikon un lugar mágico. Durante la ocupación, sirvió de lugar de contacto para los conspiradores; y al terminar la guerra, alentó las esperanzas de la reconstrucción al presentar las fotos en color de la hermosa Varsovia de antes de la destrucción. En los años 50 y 60, los enamorados se citaban allí y en el lugar se escuchaba el jazz, prohibido entonces en Polonia.

Pero nos mantenemos de momento por la Ruta Real. Durante siglos se han levantado iglesias, palacios, bellos jardines, embajadas y las mansiones de los magnates polacos. La calle Krakowskie Przedmiéscie es una de las más elegantes de Varsovia y es una ruta histórica que une el Castillo Real con los Palacios del Parque Lazienki Królewskie y Wilanów. Antes de adentrarse en la Ciudad Vieja, el Stare Miasto, este ameno recorrido nos permite sacar quizás las mejores fotos durante la estancia en la ciudad.

La Ciudad Vieja es el centro histórico y la parte más antigua de Varsovia y, al mismo tiempo, el salón cultural de la Capital. Fundada en el siglo XIII como plaza fuerte ducal y poblado rodeado de murallas. Durante la Segunda Guerra Mundial fue destruida en un 90% pero reconstruida y en el año 1980 fue anotada a la Lista Mundial del Patrimonio UNESCO. Hoy en día es un lugar de paseo lleno de vida, repleto de galerías, cafeterías y restaurantes. Y en su interior, en el la Plaza del Mercado, habita el monumento de la siguiente leyenda.

Desde hace siglos, la sirena es el emblema de Varsovia. Cuando en los años 1811-1915 los ocupantes de Polonia prohibieron el uso del escudo de Varsovia (luce un emblema con la forma de un ser mitológico, primero mitad mujer, mitad pájaro, con el tiempo pez), los varsovianos en masa, comenzaron a colocar la efigie de la sirena en los espacios de la ciudad. De ahí que en la ciudad encontremos un incalculable número de esta imagen: en las fachadas, en las balaustradas de los balcones, en los zaguanes, en las farolas, en rótulos, en vitrales, etc. Ha sido representada en esculturas y bajorrelieves. Se le han levantado monumentos y los varsovianos sienten un gran apego por ellas.

Existen varias versiones sobre la leyenda de la sirena de Varsovia. Según la más popular y que cuenta con el apoyo de la totalidad de los guías turísticos, la sirena nadó desde el mar Báltico hasta la ciudad a través del Vístula, y llegó a las cercanías de lo que es hoy la Ciudad Vieja. Cuando salió a tierra firme para descansar, le gustó tanto lo que vio que decidió establecerse definitivamente. Muy pronto, los pescadores de la zona notaron que alguien agitaba las olas del río, enredaban las redes y liberaba los peces de las nasas. Decididos a saldar cuentas con el intruso, quedaron encantados con el canto de la sirena y luego por su belleza, mitad mujer y mitad pez.

Al llegar noticias de ella a un comerciante, éste no tardó en calcular los posibles beneficios que podría ganar capturándola y convirtiéndola en atracción de ferias. La encerró en un cobertizo sin acceso al agua. El hijo de un pescador escuchó su llanto y con ayuda de amigos, la puso en libertad. La sirena, en señal de gratitud, prometió a sus libertadores que en caso de necesidad, ellos también contarían con su ayuda. Y desde entonces, la sirena de Varsovia, armada con su espada y un escudo, defiende la ciudad y a sus habitantes.

Cambió varias veces de ubicación. Los primeros setenta años se mantuvo en el mercado pero luego sucesivas mudanzas la convirtieron en monumento itinerante. Regresó al Mercado en el año 2000. Su hermana más conocida es la Sirenita de Copenhague, quién este mismo fin de semana cumple cien años en el puerto de Langelinie y es adorada por turistas y daneses, pero al igual que la de Varsovia, también ha sufrido la ira y aburrimiento de algunos vándalos, y corriendo la misma suerte que Varsovia, supo de varias reconstrucciones y reformas a lo largo del tiempo. Hoy podemos sentarnos en los bancos de la plaza del Mercado para fotografiar o ver como los niños juegan con el agua de su fuente a una réplica, el original se encuentra muy cerca, en el Museo de la Ciudad de Varsovia, pero nadie ha vuelto a sentirle llorar por su encierro.

Nos alejamos un poco de la Ruta Real y la Ciudad Vieja y nos acercamos al Ghetto de Varsovia, o a lo poco que hoy queda de él. Creado el 16 de noviembre de 1940, fue cercado mediante un muro de una altura de 3.5 metros y en una superficie de 307 hectáreas, donde se encarceló a trescientos sesenta mil judíos de Varsovia y a noventa mil de los alrededores de la capital. Cerca de cien mil murieron de hambre y de enfermedades y trescientos mil fueron enviados al campo de exterminio en Treblinka. Hoy el Ghetto es recordado por el trazado que conforman letreros en hierro fundido empotrados en la acera. En veintiún lugares alrededores del antiguo muro han sido colocadas placas con el mapa del ghetto.

Conocida como la “mujer Schindler”, a Irena Sendler se le atribuye haber salvado la vida de unos 2.500 niños judíos del ghetto. Trabajadora social de la Iglesia en la época de la ocupación nazi en 1939, fue una de los primeros miembros de la Zegota, el Consejo Polaco de ayuda a los judíos, creado para ayudar a contrarrestar el hambre, el tifus y demás enfermedades generadas en el ghetto, a causa de estar hacinados y fundamentalmente, olvidados y tratados como animales por los nazis. Su padre, médico de profesión, murió a causa del tifus, pero ella no quiso saber nada con dar la espalda a su actividad de vocación y se metió de lleno en el ghetto, aún recibiendo represalias y torturas.

Cuando los rumores de la existencia de los campos de exterminio eran más que evidentes, Sandler pasó a formar parte de la red de evacuación del ghetto. Los niños fueron evacuados en maletas, ataúdes, bolsas o escapando por los drenajes de la ciudad. Tuvo que convencer a los padres, que se resistían a creer que a pesar de tratarlos como apestados, podrían llegar los nazis a matarlos en los campos. Tuvo que jurar que idearía un mecanismo para que, terminada la guerra, los familiares sobrevivientes pudieran encontrar a estos niños, que de un día para otro, pasarían a ser católicos y vivir en hogares cercanos alejados de tanto horror. Les enseño a rezar, a hacer la señal de la cruz y las mínimas palabras polacas para reemplazar su hebreo y poder disimular en las barricadas nazis su origen.

Cumplió su palabra y luego de la guerra y de sufrir ella mismo la prisión de Pawiak y sus tormentos, dedicó su vida a reunir a esos niños con sus familiares. Continuó su profesión de trabajadora social. En 1965 se convirtió en uno de los primeros Gentiles Justos honrados por Israel, pero los líderes comunistas de Polonia no le permitieron recoger el premio. En 2003 fue galardonada con el premio más alto de Polonia, la Orden del Aguila Blanca y fue nominada para el Premio Nobel de la Paz. Falleció en 2008, a los noventa y ocho años y en Polonia, nadie olvidará nunca su apodo, “El ángel del Ghetto de Varsovia”; para muchos, ella representa como otros, pero no como Schlinder, el alma de los que se resistieron a la dominación, destrucción y degradación nazi.

El 19 de febrero de de 2001 comenzó el rodaje de El pianista, de Roman Polanski. El director, nacido en Cracovia, no se animó a reflejar en un film la realidad del Ghetto de Cracovia, de la cual fue víctima en su niñez, pero si nos permitió conocer una película increíble filmada en las calles de Varsovia. Basada en la novela biográfica de Wladsylaw Szpilman, de 1945 y titulada “Muerte de una ciudad”, fue censurada por las autoridades comunistas y recién fue reimpresa en 1998. Al castellano podemos encontrar la obra titulada como “El pianista del ghetto de Varsovia” y siempre nos quedará en el recuerdo del film la increíble interpretación de Adrien Brody, que le valió un Oscar al mejor actor principal.

"... había ocurrido un milagro, doscientos niños que no lloraban, doscientas almas puras condenadas a la muerte y no derramaban una lágrima. Ninguno trató de huir, ninguno trató de escapar. Tragando su dolor se aferraban a su maestro y mentor, a su padre y hermano, Janusz Korczak, que los protegería. Janusz Korczak marchaba con la frente en alto, sosteniendo la mano de uno de sus niños, no llevaba sombrero, tenía una correa de cuero alrededor de su cintura y calzaba botas altas. Los doscientos niños meticulosa y prolijamente vestidos seguían a las enfermeras hacia la muerte (...). Por todos lados, los niños estaban rodeados de alemanes y ucranianos, y en ese momento también por la policía judía que les lanzaban golpes con las macanas o garrotes y les disparaban con armas de fuego. Las misma piedras de la calle lloraban en silencio al ver la procesión." Joshua Perle fue testigo de este hecho, sucedió el 5 de agosto de 1942 y los alemanes llegaron hasta el orfanato Nasz Dom (Nuestro hogar), que había sido trasladado al Ghetto de Varsovia con el fin de recoger a los 192 huérfanos y a una docena de empleados y llevarlos al campo de Treblinka. Janusz Korczak, fundador de este orfanato y de Dom Sierot, una especie de República para los niños, fue tentado por entregar a los niños y ocupar un puesto en la parte polaca, y lo desestimó.

La leyenda continuó cuando el grupo de niños finalmente llegó al punto de embarque, un oficial de la SS reconoció a Korczak como el autor de uno de los libros favoritos de sus hijos y le ofreció ayuda para escaparse, sin embargo nuevamente rechazó la oferta y abordó el tren con sus niños, tras lo cual nunca más se supo de él. Tanto él como los niños fueron asesinados en la cámara al arribar a Treblinka. 

A los treinta años de su muerte se le concedió, a título póstumo, el Premio de la Paz de los libreros alemanes. En su honor, se entrega también el premio Janusz Korczak de literatura. El Viejo doctor ó Señor Doctor como le recuerdan hoy, tiene un monumento en el parque del Palacio de Cultura y Ciencia, junto a una de las fuentes y en él, como no podía ser de otra forma, lo representa delante de un árbol rodeado de sus niños. El orfanato continúa en pie y lo localizamos en ul. Krochmalna 92.

Dejamos la Varsovia del ghetto y sus consecuencias y nos acercamos en realidad a su inmediata consecuencia, la ocupación comunista. Entre 1945 y 1989 vivió bajo la bota del comunismo soviético. Mientras los habitantes de Varsovia luchaban cuerpo a cuerpo con los nazis por las calles de la capital, las tropas soviéticas aguardaban pacientemente en la otra margen del Vístula para hacer su entrada triunfante en la gran ciudad. Y no la abandonaron por cuarenta y cuatro años, y la ciudad todavía hoy mantiene una parte, digamos que sovietizada en su estructura.

En el centro de la nueva ciudad, los polacos no quieren reparar en lo que se fijan la mayoría de los turistas que llegan a Varsovia. Un edificio de hormigón de pretensiones grandiosas que de solo mirarlo, pone la piel de gallina. Se trata de un regalo del camarada Stalin, ahora es un centro de cultura y se alquila para eventos. El Palacio de la Cultura y la Ciencia se eleva a poco más de 231 metros de altura y es el más grande de Polonia; la mayoría lo detesta, es como sentir al Gran Hermano siempre presente en todos los movimientos de los habitantes de Varsovia. A la hora del colapso del comunismo, se planteó con fuerza el demolerlo pero aún resiste. En la parte superior del palacio se encuentra un reloj que fue inaugurado en el año 2000. Se trata del reloj de torre más alto del mundo y también segundo en Europa por su tamaño. Cada una de las esferas del reloj (en total cuatro) tiene un diámetro de seis metros. Otra curiosidad de la torre son sus insólitos habitantes. No todo el mundo sabe que aquí hay un nido de halcón peregrino, que cada año pone huevos en él.

Más de 3500 trabajadores participaron en el proceso de construcción de “el regalo del pueblo soviético”. Fueron alojados en un pueblo construido especialmente en Jelonki, al oeste de Varsovia, aislándolos del mundo exterior. Trabajando todo el día durante tres años, se dice que murieron dieciséis trabajadores en condiciones nunca desveladas, seguramente ante problemas de seguridad. El edificio es un ejemplo fabuloso de la arquitectura de la era socialista, se puede ver desde una distancia de 30 kilómetros. The Rolling Stones se convirtieron en el primer grupo occidental en realizar un concierto allí.

 El romance de Varsovia con los rascacielos se remonta a la década de 1930 con la construcción del edificio de Seguros Prudential. Terminado en 1933, a una altura de sesenta y un metros, la estructura al estilo de Nueva York se convirtió en el primer rascacielos de la ciudad. Cuando en 1944 se generó la sublevación de Varsovia, se convirtió en el primer objetivo del Ejército Nacional de Polonia, y al recuperarlo, ondeó por primera vez en cinco años la bandera polaca. Los alemanes lanzaron un feroz ataque que si bien no logró demolerlo, daño seriamente su estructura y luego de la guerra fue reparado y convertido en el Hotel Warszawa.

Un bosque de rascacielos surgieron alrededor del palacio, incluyendo el hotel InterContinental. Justo enfrente se encuentra el Warsaw Marriot. A lo largo de la misma calle hay dos edificios más que destacables: El Novotel gigante se convirtió en el primer hotel de primera clase que se construyera en la Polonia de postguerra. En 2005 sufrió una reforma de más de treinta millones de euros, y dio lugar a la estructura que va del amarillo al gris.

La Torre del Milenio, siguiendo la carretera, es también un edificio para contemplar. El edificio representa la excentricidad, es un edificio azul y blanco imponente. Otro rascacielos interesante es la Torre Azul, también conocida como la Torre de Peugeot en pl. Bankowy. Durante más de tres décadas tardó en completarse su construcción, según la leyenda presa de la maldición de un rabino furioso al ver como la sinagoga que estaba en el mismo sitio había sido dinamitada por los nazis. Sobre esta base ningún edificio se elevaría, y finalmente dicen que un rabino más indulgente quitó la maldición.

Para terminar y de casualidad, por las bondades de las reservas de bajo coste, pudimos apreciar el mejor paseo en ascensor de Varsovia, al registrarnos en el hotel Westin. Un ascensor de cristal dispara hacia arriba y abajo el raspador de 90 metros, dando excelentes vistas de la zona inmediata.

Terminando con la visita, recordamos que Polonia no es solo Chopin. De Juan Pablo II queda mucho más que una calle en Varsovia. En las iglesias, la gente hace cola para confesarse; los polacos sostienen que la Iglesia siempre fue fuerte en este país y gracias a ella se vivió un comunismo menos severo, existiendo cierta libertad de expresión, lo que hizo posible que brillara la poesía de Szymborska, el cine de Wajda y Kieslowski o los reportajes de Kapuscinsky, un personaje totalmente popular en la capital polaca, donde su biografía se ha convertido en un permanente éxito de ventas.

Además de Polonia salió la revelación de que la Tierra no es el centro del universo, gracias a Copérnico; también la teoría de la radiactividad de Marie Curie y el catalizador de la caída del comunismo en Europa a través del trabajo continuado de Lech Walesa. Como último dato de la rica tradición cultural de esta tierra, podemos decir que el Doctor Ludovic Lázaro Zamenhof a finales de 1870 inventó el Esperanto, la lengua artificial internacional más hablada que fomentaba la paz y la comprensión entre las distintas etnias y nacionalidades. Quizás este último dato justifique la eterna característica de un pueblo ameno, sufrido y abierto a tanto cambio de su historia y a su continua educación como referente de crecimiento.

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