sábado, 28 de septiembre de 2013

un bel morir del Almirante en la última escala al horizonte



El primer escritor latinoamericano que leí en el País Vasco fue Álvaro Mutis. Como había confesado en alguna entrada anterior, viajé desde Argentina con dos maletas y en ellas, repartidas, las novelas que tenía de José Saramago. Quise concentrar en el portugués el amor a la literatura y de paso no romper de manera tan dura con mi pasado. Al no poder meter en las “valijas” a mis viejos, a mis amigos, a mi pareja o a la Plaza Alberti, bueno era Don José para intentar conservar a ese Javier, que dicho sea de paso, ha cambiado. Y también me traje una Revista El Gráfico dedicada a River Plate, otra forma de concebir la escritura y de prolongar una pasión, porque como escuché alguna vez, uno puede cambiar de idea en muchas cosas, pero nunca podrá cambiar de “vieja” ni de club de fútbol.


Luego de releer las diez novelas que de Saramago tenía, me centré en algunos libros que pudiera tener mi tía en su casa hasta que en la despiadada búsqueda de internet para acercarme a Buenos Aires y paliar mi desconcierto o temor ante una nueva vida, me topé con la biblioteca de Plentzia y con Eguskiñe, la persona que mas me ayudó en estas tierras. Pero hoy toca Álvaro Mutis, porque supongo que sabrán, ha fallecido el pasado 23 de setiembre, a los noventa años.

En mi primer trabajo en estas tierras, me tocó descubrir la barra de un bar pero desde el otro lado, es decir él que atiende, él que escucha, él que a veces habla y él que mira como el otro se divierte. Así fui conociendo la idiosincrasia de esta gente, y alterné buenos y malos conceptos. Al mismo tiempo, fui descubriendo la manera de ser de mi viejo, una persona cercana a mí por su particular cariño, por su nobleza y por su verbo encendido para pregonar valores, pero a su vez distante, indescifrable, desconocido. Entre los habitantes de Plentzia (lugar donde nació mi viejo) comencé a entenderlo, la vida es extraña. Conocí a mi padre a 12.000 kilómetros de distancia.

La biblioteca me permitió leer algunos libros como para sentirme protegido ante los evidentes cambios que me vida experimentaba. En el bar, la fama de que era una persona leída se acrecentaba y muchos de los parroquianos, ayudaron a enriquecer ese mito. Así Ana, la hija de los dueños, me aportó desde su lugar en la cocina, varios libros ganadores del Premio Planeta y cuando me veían leyendo en los descansos en las mesas del bar, otros asiduos se ofrecieron a que al menos alguien, desvirgara los libros que hacía tiempo nadie tocaba en las repisas de sus hogares. Jon y Begoña, matrimonio que veraneaba en la villa, se acercaban a beber ella un claro rioja y él (aunque tuviera prohibido el alcohol) su Heineken. Y la segunda vez que me hablaron, me regalaron un papel con una lista de libros.

Entre los muchos que me prestaron, estaba “La nieve del Almirante”, de Álvaro Mutis. Al escritor bogotano lo conocía a través de Gabriel García Marques y porque el año anterior a mi llegada a España, había ganado el Premio Cervantes. Pero no lo había leído. Sabía que era poeta y que de jubilado se había volcado a la narrativa. Saber que una persona una vez jubilada se había volcado con frenesí a la escritura era una especie de alivio, una botella en mi mar de dudas, ya que soñaba con escribir y ver el paso del tiempo sin resultados ni evolución, me desmoralizaba, aún antes de encarar el oficio.

Con la lectura del libro conocí a su personaje principal, Magroll el Gaviero. Este viejo marinero que nos cuenta su vida y nos relata sus obsesiones, la pesadumbre existencial, un sentimiento de pérdida, la caída y una visión algo desencantada de la vida, puede ser el alter ego de Mutis. Y estará presente en toda la narrativa final del colombiano, unas siete novelas en casi diez años de febril escritura. A “La nieve del Almirante” le seguirá  “Ilona llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del Tramp Streamer”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra”. Leídas todas, muchas gracias a préstamos y al final, comprándolas en las librerías, una de mis grandes gozos en esta tierra.

Y me atrapó el personaje, aunque correcto sería decir que me atrapó Mutis. Pero el Gaviero, que toma parte de su nombre del oficio que le permitía ver más lejos en el horizonte desde la gavia de las embarcaciones, se adueñó de Mutis. Y quizás no sea justo, antes que Magroll, había ya un vasto poeta reconocido en América Latina. De hecho, Magroll, el Gaviero ve la luz en un libro de poesía, “Los elementos del desastre”, de 1953. El poema titulado “Oración de Maqroll” descubrió al personaje y la narrativa se lo apropió y también al escritor errante, que a su vejez, se empecinaba en encontrar respuestas.

Tanto Magroll como Mutis se sienten enfadados con la vida, ambos están seguros que habitan un planeta que no se corresponde con sus sueños. Y recuerdo una frase de Mario Vargas Llosa, que dice que quizás él lea con tanta fruición porque en los libros encuentra el mundo que no logra hallar fuera de ellos. Y a mí me pasa lo mismo, espero que los noventa libros que encaro al año sean motivo por mi pasión literaria, pero sé que es producto de tanto desengaño, de tanto errático accionar de nuestra especie humana. Y allí puede estar parte de la identificación inmediata con las novelas del Gaviero.

Maqroll nace entre dos orillas: América y Europa. Y nace viejo, conocemos de él sus recuerdos, su pasado de aventuras y en su vejez, otro tipo de acción, ya sin tanta hidalguía, repleto de achaques y desencantos. Si bien nos menciona las selvas, el paramo, el desierto y el océano que relacionamos con América, sabemos que con pasaporte chipriota eligió el exilio de Amberes u otras ciudades quizás belgas y por ende, contarnos sus historias matizando el presente con su pasado aventurero. Sus historias tienen el toque trashumante y desencantado, contado por un hombre de más de sesenta años, de aquí que naciera viejo el personaje, evocando por sobre todo las experiencias duras del pasado por sobre las escasos momentos de felicidad y dejando claro que han quedado inconclusas todas las empresas acometidas quizás en busca algún día de emprender un sueño que le permita alcanzar unas nuevas metas.

Y esas dos orillas me unen otra vez al personaje, vivir con un pie en cada margen durante tanto tiempo, invita al calambre permanente y cuando a veces sientes que tus dos piernas se  asentaron sobre este continente, la añoranza te pide que no abandones la otra orilla, la primera, y que no deje de rescatar mi pasado. Y también nací viejo en este continente. Viejo puede ser una exageración, porque llegué a la tierra de mi padre en la edad donde te obligas a madurar. Pero la metáfora de nacer viejo tiene que ver con algo que supongo que le puede pasar a todo aquel que emigra. A partir de instalarte en tu nueva tierra, serán pocos los que te preguntarán por tus gustos habituales, serán pocos los que querrán descubrir tu experiencia, tus vivencias y cuando te pregunten, tendrán que creerte o no, basándose en su intuición, porque lamentablemente no estaban allí para dar testimonio. Por eso, cada vez que me reencuentro con alguien “de mi pasado” siento recuperar a ese Javier que nadie conoce, y cuando se van, lloro como el adolescente tardío que era al dejar Buenos Aires.

Volviendo a Mutis, las críticas hablan de dos grandes libros, “Los trabajos perdidos” y “Los elementos del desastre”, ambos de poesía. Yo me los debo, no suelo acercarme a ese género. Pero al menos saber que su buena narrativa procede de la poesía y que muchos no logran distinguir si su prosa es una sutil continuación de la rima y el canto, porque no parece que contara sino que nos murmurara o arrullara con la letanía. Recomiendan a cualquier colombiano que esté “exiliado” que lea el poema Nocturno, así podrá recibir una bocanada de aire y regresar sin regresar físicamente.

Gabriel García Marques supo decir que su amigo Álvaro estuvo dedicado a oficios tiránicos hasta los sesenta años. Fue locutor de radio, relaciones públicas de la aerolínea Lansa, gerente de ventas de la Twentieth Century Fox y de Columbia Pictures, donde prestó su voz a la serie Los intocables. Mutis no perteneció al boom, a ese realismo mágico que encandiló al viejo continente y al mundo. El participó con su poesía precoz y se convirtió en un novelista tardío, y su muerte es el anuncio de la paulatina desaparición de una generación que marcó las letras latinoamericanas. Su obra le ha hecho merecedor, entre otros reconocimientos, del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997, y del ya mencionado Premio Cervantes, en 2001.

Magroll nos mostró los horizontes más desagradables, matizándolo con metáforas, anécdotas, imágenes y un vasto vocabulario. “A mayor lucidez, mayor desesperanza y a mayor desesperanza, mayor posibilidad de ser lúcido” dijo alguna vez Mutis, quizás resumiendo su literatura. Magroll ha viajado permanentemente pero nos entrega una imagen contraria al del hombre aventurero, él se muestra como la persona que siempre está de vuelta. Mutis, en su niñez vivió en Bélgica a causa del trabajo de su padre, y más tarde alternó entre Colombia y México su andadura por el mundo. Y a través de El Magroll volcó gran parte de sus insatisfechas dudas: el viaje hacia la muerte, la soledad, la añoranza, la imposibilidad de conocer el destino del hombre y lo más doloroso de reconocer, la a veces inutilidad de la poesía.

Plagas, delirio, malaria, fiebres y locura alternaron con mares, océanos, desiertos, bares, hoteles y páramos. La vida de Magroll, el Gaviero, es una invitación a leer el mundo desde el hombre, desde su orfandad y casi siempre, sin grandes esperanzas. Es un especialista en mirar en el más allá, superando al mismo horizonte. Y esa mirada nos suele ofrecer lo que menos nos gusta de los hombres. Pero en esa voz coronada de poesía podemos encontrar parte de la esperanza, esa voz se sostiene en palabras verdaderas que nos permite conocer la realidad sin apabullarnos, convirtiendo en una especie de Sandokán a aquel que siempre recuerda sus derrotas.

Pasaron casi doce años de mi primer contacto con la literatura de Álvaro Mutis. He disfrutado y familiarizado con Magroll y sus criaturas entrañables como Ilona o Abdul Bashur. Cada vez que retomo la difícil rutina de la cotización laboral, siento que por muy malo que sea el siguiente trabajo, me acercaré a mi propio personaje de ficción que me permita el día de mañana volcar mis pocas o muchas experiencias a través de la escritura. Me viene a la mente una frase del Gaviero: “El hombre está condenado a equivocarse porque su destino ya ha sido trazado”. La sabiduría será saber compartir las equivocaciones, darle forma literaria y que parezca una aventura.

Y en el día de la muerte de Mutis, la posibilidad al menos de volcar en mi blog unas palabras de agradecimiento por haberlo conocido en forma de reseña, recomendar su lectura tanto en la narrativa que conozco como en la poesía que no poseo, y todo esto lo hago mucho antes de cumplir esos sesenta años iniciáticos, y tratando de imitar su lírica  sin pesimismo, encontrar una prestación que suplante a esa jubilación pronta a la extinción, que al menos el Gaviero bogotano supo disfrutar.

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