jueves, 13 de julio de 2023

Y dicen las hojas del libro que más leo yo

 “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”.

Miguel de Unamuno.


Se los caracteriza por su falta de autonomía y porque traicionan las reglas específicas del espectro literario. El estereotipo también incluye la falta de complejidad estilística, referencialidad, su escasa profundidad y el afán mercantilizador. La calidad del texto queda relegado a un segundo plano. Seguimos atrapados en el concepto cultura de masas, paradigma de toda cultura burguesa desde finales del siglo XIX. Los más ortodoxos continúan expresando su desprecio, otros consideran que además de mantener encendido el mercado editorial, mal o bien, acercan al fenómeno de la lectura a un público que no se acercaría de otro modo. El concepto “Best-seller” o super ventas sigue dividiendo aguas pero en un punto, la necesidad de ser un autor de ventas es la presión de todos.


Hay diferencias de interpretación según el país. Para el mundo anglosajón significa “libro mejor vendido”. En castellano se refiere a “libro comercial”. El matiz parece ser el desprecio como se anuncia, más típico de un mercenario que de un creador de estilo. Se arrastra el concepto algo ingenuo que si un libro vende muchos ejemplares no es un buen libro, que lo verdaderamente importante es el arte. La discusión debería versar en literatura de mayor calidad y literatura más liviana. Pero no son fronteras inviolables, no se pueden encasillar títulos o estilos por su volumen de ventas y se da que un ávido lector pueda leer de todo. Motivos serán varios, se puede presumir que hay momentos que se necesita encarar una lectura más ligera, pero la literatura sigue siendo el medio por excelencia que además de entretener, ayude a pensar, a definir un criterio personal. Una novela que nada produzca en un lector avanzado podrá generar conmoción y emoción en otro, despertar reflexiones, modificar conductas o prácticas cotidianas. Un libro que nos llega en un momento justo no necesita ser bueno o malo, necesita que nos llegue.


Sin quererlo, nos sumamos a esa discusión y discriminamos al lector desconocido según el libro que esté leyendo en medio de transporte público, en la playa o en un café. El título puede más que en el gesto cada vez más esporádico de ver a una persona abocada a la lectura. La advertencia al observar un best-seller trastoca la subjetividad, enciende dilemas morales obtusos y encasilla conflictos sociales, donde la élite cultural permanece alejada, como estandarte, vanagloriándose de su legitimidad cultural. La oferta formativa es muy diversa, con un público heterogéneo en consumo -estatus, edad, formación académica, género o etnia- y los efectos sobre la recepción de cada contenido puede ser acogido de diversas maneras.


Lamentablemente se filtra una ambigüedad ideológica que determina que autores son comerciales y quienes intelectuales y tantas veces se trata de personajes que construyen su personalidad sobre estereotipos. No se trata de definir a unos u otros, es más fácil reconocer a un autor de los comerciales o de marca que aceptar que otro de los definidos como comprometidos con la cultura de su país sea un mero efecto comercial. El progresismo, nacionalismo, horizonte ideológico o papeles de género son realidades que reciben innumerables lobos con la piel del cordero del progresista. A partir del inicio del siglo XXI la relación entre literatura y mercado ha quedado resquebrajada, debido al desarrollo de los grandes conglomerados editoriales y sus imperativos económicos, donde lo extra literario de promocionar sus obras no distingue entre un superventas ni de un autor de culto, deben enfrentar a distinta escala las condiciones de marketing de su editor o editorial de turno.


Vivimos en el culto de puntuar y cifrar todo lo que hemos de consumir. Valoraciones, reseñas, fotos, streamings y criticas permiten una sacralización de cifras y datos que para muchos sirven de referencia a la hora de acudir a una compra pero eso no significa que forme parte de una discusión significativa. La lista de libros más vendidos funciona como referencia que para mucha gente es más que suficiente, que refleja una realidad social que puede gustar o no. Será su manera de comprar sobre seguro o lo más genérico del momento, pero nunca democratizará el gusto de un verdadero lector que investigue sus lecturas. Pero sí que genera una responsabilidad en muchos más autores de los que podemos imaginar en que se ven obligados a hacer que su trabajo sea lo más aceptable posible para cada usuario. Los algoritmos de las plataformas digitales ha globalizado el gusto. El buen lector deberá trabajar más para culturar su propio gusto sin contar con esa cuantificación. Pero es posible, y se puede convivir con esa ludificación de la cultura.


Existen muchos grandes nombres de la literatura universal que han vendido millones de ejemplares y nadie en su sano juicio considera que se puedan considerar como “obras comerciales” ni sus autores definidos como “mercenarios”. Lo mejor de un escritor es que cada lector saque sus propias conclusiones y reflexione sobre el mundo sin encasillar multitud de libros que no guardan relación unos con otros, ni considerarlos sospechosos ni cuestionar el canon literario. La calidad intelectual presupone criterios estéticos, estilos, pureza literaria o capacidad de proyección. Todo depende de que dispongamos de criterio objetivo y menos relativismo al momento de enfrentar las grandes obras. No debemos juzgar al lector ocasional del lector culto, se debe aspirar a que todo lector pueda evolucionar hacia otros gustos o nuevas incorporaciones gracias a su experiencia lectora, a la difusión de sus valores, en cuestionamientos renovados y en el mundo que se construye o deconstruye; en definitiva uno siempre se sentirá más cómodo cuanto más responda a sus hábitos de lectura...

 




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